Los obispos, que por fin han entonado el mea culpa por la pederastia, aún amparan una humillación que dura siglos
Barbaridad número uno: la mujer que aborta "mata a un niño" y, por tanto, "da a los varones la licencia absoluta de abusar" de su cuerpo. Barbaridad número dos: la Virgen María es el "modelo de auténtica liberación de la mujer", que puede "realizarse en el matrimonio y la virginidad". Barbaridad número tres: "La mujer no sólo debe cambiar su forma de vestir sino sus actitudes. Se ha perdido el pudoren la familia".
Todas, una por una, han sido pronunciadas por arzobispos en pleno siglo XXI. De Granada, de Valencia y de Ciudad Juárez (México). Y es sólo una muestra de la humillación a la que ha sometido a las mujeres la jerarquía católica a lo largo de la historia. Hoy, fuertemente cuestionados por los delitos de pederastia y cuando por fin han comenzado a entonar el mea culpa por haberlos tapado, los obispos siguen sin pedir perdón a esas otras víctimas, las mujeres, por una discriminación que no ha prescrito.
"Se ha abusado de las mujeres y no se dice nada", denuncia una teóloga
"Pero es que con el escándalo de la pederastia no sale ni una mujer. No se dice nada y también se ha abusado de ellas, han tenido hijos de curas. Es como si hubiera una especie de nube de ceniza como la del volcán. Son silenciadas, están al margen. Esto demuestra su invisibilidad en la Iglesia y su sometimiento", explica Mari Pau Trayner, doctora en Antropología Cultural, teóloga y miembro del colectivo catalán Dones en lEsglésia, mujeres católicas que trabajan por la igualdad en la institución.
La historiadora Pura Sánchez cuenta una anécdota reveladora de hace unos días: "Mi amiga tenía una tía, abadesa de un convento, que se quejaba, ya mayor, de que estaba harta de que en los encuentros con otras autoridades y dignidades eclesiásticas, ella, que era abadesa, debía lavar la ropa de los sacerdotes. Sin comentarios".
Y llegó el franquismo
Experta en el tratamiento de la mujer durante el franquismo y autora de Individuas de dudosa moral (Crítica, 2009), Pura Sánchez destaca varios pasajes recogidos por el Arzobispado de Sevilla en 1938, como la Carta I de San Pedro: "Las mujeres estén sujetas a sus maridos, las cuales ni traigan (...) descubiertos los cabellos, ni se cerquen de oro (...) sino su aderezo sea en el interior que está en el corazón escondido". O las palabras de un tertuliano a las mujeres de su tiempo: "Ocupad vuestras manos en la lana, enclavad en vuestra casa los pies y agradarán más así que si los cercaseis de oro".
El franquismo recuperó y potenció ese papel de madre y esposa al que la Iglesia ya había reducido a la mujer. Todas las que no siguieran ese camino eran unas depravadas, unas pecadoras. Recuerda la investigadora María del Carmen Fernández Albéndiz en el último número de Andalucía en la Historia (Centro de Estudios Andaluces) la labor de adoctrinamiento que llevó a cabo el dictador a través de la Sección Femenina de Falange y el Patronato de Protección a la Mujer, que advertía incluso de los "peligros" de los bailes.
Según Pura Sánchez, la jerarquía "que no es lo mismo que la Iglesia", matiza trata de mantener y escenificar su control social a través del control del cuerpo femenino: "El aborto y la concepción de las relaciones sexuales cuándo, cómo y para qué son un ejemplo de ello". "Jesús no hizo ningún reproche sexual a ninguna mujer. Es un discurso muy hipócrita. La Iglesia tiene que revisar a fondo su manera de entender la sexualidad, que es un don de Dios y lo usa como una maldición de Dios", afirma Trayner.
El propio Código de Derecho Canónico impide a las mujeres ser curas
El propio Código de Derecho Canónico impide a las mujeres ser curas. "Y nuestra preocupación no es esa, sino que la Iglesia no esté sesgada por la manera de pensar de la jerarquía católica", añade Trayner, que sostiene que el 80% del trabajo en las parroquias lo hacen mujeres: "La Iglesia se quedaría paralizada sin ellas". Contradictoriamente, muchas llegaron hasta allí huyendo del enclaustramiento en su vida familiar. "Hasta la época de nuestras abuelas, la iglesia era el único lugar donde las mujeres podían ir respetablemente (...) y el cura era el único al que podrían recurrir ante un maltratador", escribe la antropóloga Dolores Juliano en el artículo Religiosidad y feminismo. Lo malo, incide Trayner, es que hoy aún sucede.
Y lo que es peor, según Sánchez: "La Iglesia no está legitimada para dar a nadie lecciones de moral, ni para hablar de libertad de elección, cuando es una organización autoritaria y piramidal, y cuando le cuesta tanto pedir perdón por hechos que, desde su óptica, son pecados mortales y, desde cualquier óptica, un atentado contra los derechos humanos". Como discriminar a la mujer.
Fuente: Público.es
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