lunes, 18 de febrero de 2013

Acerca de los paradigmas, los sistemas y los modelos.


Por Fernando Rovelli*

17 de febrero, 2013.- Creemos que el paradigma civilizatorio occidental entra en una fase de confusión y dispersión, no querida por la intencionalidad de sus postulados, en origen el iluminismo, pero sí provocada por el acentuado uso de tecnologías destructivas en el manejo de sus componentes.

Estamos en presencia de una catástrofe paradigmática, que no debemos confundir con una crisis sistémica, porque no existen posibilidades de recomponer el rumbo trazado sin alterar completamente las invariantes que lo alimentan.

Son tiempos difíciles realmente los que nos toca vivir, cómo podemos hacer para, desde nuestros pequeños espacios vitales, escapar a las confusiones en que se arriesga la plenitud, cuando intentamos reflexionar actuando con las herramientas conceptuales de nuestra cultura mestiza, a caballo entre una racionalidad hegemónica y estos mínimos esbozos de un pensar renovador que pugna por recomponer el sentido de las palabras en su precisa configuración histórica.

La devaluación a que ha sometido el desgaste académico a los conceptos, nos compromete a cuidar el uso de las palabras como herramientas de lo decible y como símbolos de lo innombrable. Sabemos que el horizonte primigenio anuncia el cambio de paradigma de una civilización planetaria voraz y enceguecida, que no detiene su carrera ante el inminente desastre que sobrevendrá inevitablemente, poco más allá de lo pensable.

Cambio de paradigma es precisamente un vuelco necesario en la reflexión humana que debe generar nuevos conceptos o bruñir los ya opacados por un uso insustancial, como forma certera de pensar el hombre y el mundo sin los lastres del pensamiento del determinismo y sus tecnologías de apropiación.
“Creemos que el paradigma civilizatorio occidental entra en una fase de confusión y dispersión, no querida por la intencionalidad de sus postulados, en origen el iluminismo, pero sí provocada por el acentuado uso de tecnologías destructivas en el manejo de sus componentes.

Estamos en presencia de una catástrofe paradigmática, que no debemos confundir con una crisis sistémica, porque no existen posibilidades de recomponer el rumbo trazado sin alterar completamente las invariantes que lo alimentan.”

Siempre lo paradigmático supone una extrema complejidad que hace a un conjunto en estado de indeterminación, con tal motivo el paradigma de la razón instrumental, que rige las relaciones al interior de la globalización occidental, sufre, a pesar de sus epígonos, el irreversible proceso de deterioro de sus postulados y las consecuencias destructivas para el planeta y la biodiversidad que todos conocemos. Asimismo los nuevos paradigmas que van apareciendo en el horizonte simbólico de las culturas de la rebeldía, poseen la indeterminación de lo que está aún en constante formulación y práctica incipiente.

No es posible adelantar la completitud del paradigma, no se puede modelizar a escala racional aquello indeterminado y siempre en construcción, pero sí se sufren los efectos no buscados de la aplicación de los mismos, cuando rompen los equilibrios inestables que caracterizan a todo campo de complejidad en crecimiento, o cuando agotan la imprescindible retroalimentación energética de sus componentes.

Creemos que el paradigma civilizatorio occidental entra en una fase de confusión y dispersión, no querida por la intencionalidad de sus postulados, en origen el iluminismo, pero sí provocada por el acentuado uso de tecnologías destructivas en el manejo de sus componentes.

Estamos en presencia de una catástrofe paradigmática, que no debemos confundir con una crisis sistémica, porque no existen posibilidades de recomponer el rumbo trazado sin alterar completamente las invariantes que lo alimentan.

Es posible que asistamos a la aceleración incontrolada de los elementos de la complejidad que se friccionan y fusionan permanentemente para encontrar un estado de no reposo devenido en estallido e irreversibilidad con caracteres destructivos del campo mismo de instalación del paradigma. Ello es así porque la dominancia ha cedido el inestable equilibrio y allí se ha instalado la incertidumbre con su carga de irracionalidad y energías disipativas, imposible de pensar en los términos de la razón paradigmática, pero que interviene en el núcleo mismo del campo postulado.

La posibilidad de pensar dentro del paradigma se ha cerrado por la propia secuencia de irreversibilidad de sus trayectorias y solo cabe el acontecer de la instalación de algún nuevo paradigma que recupere la armonía de la complejidad perdida.

Lo impredecible se impone más allá de toda lógica racional , condensa sin razón y a contramano, nuevos núcleos de sentido que alteran los mapas evolutivos en protuberancias aún informes que sedimentan topografías inexploradas rompiendo la geometría mensurable en términos de las leyes de aproximación que informan sobre el rumbo cósmico.

Esto ya lo sabían los antiguos, ellos conocían sobre la caída y la incertidumbre, buscaban desde tiempo inmemorial el necesario amparo y la mediación sagrada que permitía recomponer el orden del caos más allá del pensamiento y del instrumento.

Ellos nos hablaban de cosmovisiones, de mitos agónicos, de caída y transfiguración, de muerte y resurrección, para simbolizar no otra cosa que la totalidad paradigmática que daba fundamento a la instalación y a la existencia, pero entendida como humildad y pertenencia en un mundo “que así es”,en la cotidianidad del ritual de “vivir sin más” para la germinación de la semilla cósmica.

La naturaleza no es el territorio de instalación del paradigma, la naturaleza es el paradigma mismo como dador de vida y de sentido y así los antiguos pensaban lo impensable, nombraban lo innombrable, sacralizaban un espacio-tiempo de continuidad y ruptura, recuperaban la infinitud de la rueda cósmica para el desamparo de la finitud de la existencia.

Nosotros desde América tenemos el privilegio de poder descentrar el pensamiento, no asimilados totalmente a la lógica del productivismo y marginados mayoritariamente de los beneficios del consumo artificial, podemos aún pisar un suelo originario y vivir un refugio simbólico en el horizonte de una cultura mestiza y en rebeldía.

Nuestra auténtica condición de mestizos culturales habla ciertamente de nuestra imposibilidad de ser en plenitud para la razón occidental, siempre carecemos de aquello que completa la vida moderna , siempre elaboramos esas asimetrías que afean la perfección creativa, siempre, en suma, detrás de nuestras identidades construidas está la América morena, la de las desmesuras y los exterminios.

Pero esa aparente incompletitud de estar en esta tierra es también un estado de apertura hacia la totalidad, este singular desamparo es el sendero que lleva hacia el abrigo sagrado, y todo paradigma insinúa la presencia fundante de lo absoluto para poder vivir. Todo paradigma se muestra como la creación entera de la forma de estar en el mundo y ser hombre y mujer para la trascendencia.

La fragilidad de la condición humana y la intemperie de la morada cósmica nos llevan a recomponer los ritos que permitieron nuestra vida sobre la tierra y en esa condición errante andamos aunque lo neguemos desde los falsos muros de la ciudad globalizada.

Y es aquí donde se instalan los sistemas, y trasladamos nuestra desnudez originaria a las crisis sistémicas, creemos que todo se debe a la crisis financiera, energética, ambiental, productiva. Entonces lo que debe cambiar son los sistemas, es decir las construcciones humanas que modifican el suelo y prefiguran la vida de las sociedades. Los sistemas son imaginarios cerrados, sus lógicas se disparan hacia la completitud, encierran a los seres en proyectos y habitualidades que sólo tienen valor como conjunto donde todas las variables ocupan espacios asignados y se relacionan ontológicamente.

Los antiguos sistemas agrarios de las grandes civilizaciones respondían a una lógica de subsistencia y almacenamiento imbricada profundamente con los ciclos de siembra y los cursos de agua, con los equilibrios del entorno natural y con los fundamentos sagrados de sus culturas. Eran sistemas basados en la reciprocidad y el intercambio y alejados de las lógicas productivas. Y su declinación respondió principalmente a las guerras de conquista.

Los sistemas sociales contemporáneos, afirmados en el uso tecnológico de la naturaleza y en el abuso del trabajo humano, responden a una lógica intrínseca de acumulación y propiedad que acelera las fricciones internas y la destrucción de los componentes del conjunto. Son sistemas cerrados donde predomina la inteligencia especulativa y los apoderamientos individuales.

El sistema capitalista moderno, y sus múltiples subsistemas desplegados, es un sistema cerrado donde la razón instrumental se basa en la producción acelerada y la acumulación infinita, no puede detenerse ni moderar su carrera sin dañar la matriz energética que lo pone en movimiento, es un sistema cerrado que empuja ferozmente hacia sus confines a los marginados humanos y se alimenta de la sobreexplotación de los bienes comunes planetarios.

En esta última etapa de su desarrollo en las últimas décadas de la modernidad, se ha producido un hecho singular: el sistema por su irrefrenable expansión rompe los límites de equilibrio y absorbe el paradigma que lo sustenta. Quiero decir que el sistema producción-consumo incontrolado se presenta como el núcleo del paradigma occidental forzando los límites del conjunto hacia lo indeterminado que ya no puede instrumentarse desde la racionalidad operable y choca violentamente con los equilibrios naturales produciendo, no ya crisis sistémicas reparables, si no catástrofes imposibles de cuantificar en sus consecuencias y que ya estamos padeciendo.

Y aquí llegamos a lo que nos toca de cerca, el modelo. El paradigma que denominamos civilización occidental, o sociedad tecno-industrial, o sociedad de consumo que se expresa como globalización capitalista, o capitalismo tardío, o sistema de producción por apoderamiento ,genera a su vez los diferentes modelos que hacen efectivo el dominio mundial.

Los modelos son para nosotros los programas que asignan las grandes corporaciones del capital concentrado y la ciencia instrumental, a cada uno de los actores, pueblos y naciones del mundo globalizado. La asignación de roles dentro del sistema-mundo obedece a las rígidas y feroces directivas emanadas de los centros de poder que confieren a cada lugar de la tierra el imperativo de contribuir para pertenecer, de ofrendar su riqueza natural y su calidad humana en el altar del dios pensante.

Los modelos representan el lugar concreto de aplicación de la maquinaria global, por ello su principal característica es que son modelos productivos. Es decir la topografía planetaria tan rica en diversidades y matices, es tratada como un mapa de extracción de lo valioso y necesario para la reproducción sistémica.

Nuestra América y gran parte de las inmensas regiones periféricas tienen asignado el papel de productores de materias primas y productos poco elaborados para alimentar el derroche energético de los países centrales. El viejo modelo colonial no ha cambiado, simplemente se ha reconfigurado en neocolonialismo por desposesión. Y los Estados nacionales aplican mansamente las reglas dictadas para maximizar el saqueo enmascarado en desarrollo y crecimiento.

En nuestra patria el modelo agroexportador continúa siendo el eje productivo central con mayor fuerza que nunca, basta ver las inmensas áreas naturales sometidas al monocultivo y la desertización consecuente de las regiones ecológicas nacionales. El montaje industrial liviano y las sustracciones mineras completan y amplían la centralidad agropecuaria del destino argentino.

Nos hemos quedado sin modelo de país para abrazar un modelo productivo elemental con sus tremendas consecuencias ecológicas y humanas. La matriz agroindustrial succiona nuestras riquezas y a nuestras poblaciones provocando inmensos bolsones de aridez y de pobreza apenas contenidos por un Estado complaciente con las Corporaciones y mitigador de la violencia social latente.

Una democracia de baja intensidad, un parlamento desacreditado, una derecha primitiva y un progresismo enfermo de semanticidad y carente de proyecto nacional, son los elementos políticos que no alcanzan a consolidar un Estado soberano y autónomo que pueda transformar un modelo impuesto desde los centros de poder de las corporaciones. Tremenda contradicción la de hallarnos dentro de un modelo cerrado hacia su interior sin capacidad de modificar sus grandes lineamientos, y abierto a una sangría permanente hacia fuera de sus límites, donde es imposible compensar el desequilibrio de la pérdida energética entendida como capacidad nacional de tomar decisiones para el conjunto, con toda su secuela de tierra arrasada y sufrimiento humano que nos deja este eterno presente de producir para vivir peor.

La situación se agrava si echamos una mirada a la región, la América del Sur, que en el dispositivo geoestratégico imperial reproduce en cada uno de sus países el mismo modelo extractivo y apoderador. La debilidad de las fronteras nacionales provocada por zonas de difusa soberanía ,como lo son la republiqueta sojera entre Argentina, Brasil, Paraguay y el oriente boliviano, el paraguas de soberanía minera en la cordillera entre Argentina y Chile, la explotación petrolera en la Amazonía entre Perú, Ecuador, Bolivia y Brasil, sumado a los conflictos bélicos latentes y fogoneados por el complejo militar-industrial de EEUU, la pérdida de espacios marítimos sometidos a la pesca intensiva, van delineando la fragilidad de los estados nacionales que sólo atinan a sumarse a un desarrollo compulsivo para no quedar afuera. Si agregamos a ello la aparición de un neo-indigenismo de manual prefigurado por grandes ONG. de dudoso financiamiento, que reclaman legitimidades territoriales ancestrales, pero que juegan claramente para la desposesión de los espacios nacionales, completan un modelo de consecuencias impredecibles.

Pero no hay desaliento, estamos asistiendo a un hermoso y terrible cambio de época, ya se vislumbran las múltiples y maravillosas resistencias que marcan el punto de inflexión para un agotado paradigma civilizatorio globalizado. La catástrofe planetaria marca el límite mayor a la expansión de esta desquiciada sociedad tecno-racional. Una sumatoria densa de aconteceres irreversibles ya se ha instalado: la naturaleza misma torna a ser el eje que vertebra la vida y despoja al hombre de la centralidad planetaria, estamos retomando el sendero del misterio cósmico hacia más armonía y más diversidad en nuestro viaje interminable.

Millones de hombres y mujeres vamos recomponiendo lentamente el tejido primigenio, recuperamos la cultura de la tierra, defendemos los sistemas ecológicos en peligro, apelamos a los saberes ancestrales de nuestros pueblos, vivimos mejor con menos cosas, hacemos de la sencillez y la proximidad una norma cotidiana, sacralizamos la fiesta de la vida y la pura amistad.


Están apareciendo incontables manifestaciones del cambio de rumbo, corporizadas en Copenhague en la conferencia de C.C. y en todas las latitudes se generan organizaciones de rechazo al actual paradigma de saqueo. Se cuentan por miles los foros mundiales donde buscamos una voz de alerta y exploramos los nuevos senderos para caminar juntos. Las redes de resistencia se van tejiendo sólidamente a pesar de las amenazas y los nuevos embates del poder tecnocrático, y no alcanzamos a abarcar la infinita complejidad de las pequeñas alternancias culturales y los nuevos modos de vida que van adoptando lentamente las poblaciones hastiadas de tanto desatino mundial. Los organismos internacionales no pueden planificar sin tener en cuenta las voces de oposición que brotan desde los confines de la tierra, y los gobiernos nacionales no pueden acallar el grito primigenio de detener la destrucción de la vida .

En nuestra región americana son innumerables los grupos de oposición a los proyectos de desmonte de bosques y selvas, de plantaciones monoforestales y cultivos transgénicos, así como las profundas heridas de las nuevas aperturas que imagina el IIRSA y los polos industriales y mineros proyectados. Las campañas contra los agrotóxicos y las fumigaciones, contra la contaminación ambiental, contra la despoblación del campo, contra la ganadería de engorde artificial, y muchas otras resistencias a cada nuevo intento de reducción de la biodiversidad.

Las poblaciones marginadas de la vida rural y arrojadas a las márgenes de las grandes ciudades donde la vida comunitaria es imposible, comienzan a responder con acciones comunes para asegurar las mínimas condiciones de subsistencia y recuperar la dignidad y la memoria perdida. Sentimos que va creciendo un gigantesco organismo aún no consolidado, de reparación de la armonía con la Madre Tierra, vemos diariamente sumarse nuevos actores en este cambio de época que llegan con la esperanza de un mundo mejor para todos.

En un repaso somero de las nuevas y nacientes propuestas, contamos con el neoruralismo, el decrecimiento, la reconversión de las ciudades, las huertas comunitarias, las comunidades de pequeños productores, los bancos de semillas alimentarias, las asociaciones de ahorro energético, los que se niegan a concurrir a los mercados, los que salen del sistema bancario, los que descartan el uso de automóviles, los que no consumen tecnología desechable, los que producen cultura popular, los que apagan el televisor, los que practican el parto natural y la muerte digna, en fin, los millones de seres que desde el desamparo nos muestran la sacralidad de la existencia.

Estamos en el cambio de paradigma, lo que muere muchas veces no deja ver lo nuevo que nace, pero siempre ha sido así, la metamorfosis no puede aún reconocerse, los signos de los tiempos no son todavía visibles para todos, la continuidad de la vida sobre le planeta está en juego y los poderosos no se han dado cuenta. La nave tierra exige un cambio de piloto y nuevas energías que la alimenten, el rumbo puede torcerse antes de la destrucción final y estamos para ello.

Presentimos que estamos recomponiendo la dimensión simbólica de la cultura humana, estamos recuperando las cosmogonías olvidadas y los saberes totalizadores, vamos por la integralidad de la vida y la armonía natural. La ecosencillez es el nuevo espíritu de los tiempos y el iluminismo racional cede ante la iluminación de lo impensable.

El hombre está comprendiendo tardíamente que no es el centro del universo, que la génesis cósmica no ha sido imaginada únicamente para él. Que el reemplazo de los dioses mediadores no ha sido olvidado por las culturas de la autenticidad, que la razón identitaria no era más que ambición y propiedad. La lógica ensídica no puede perpetuarse mágicamente porque olvida el fundamento. La negación recupera su fuerza y arrincona los postulados universales en una positividad estéril. Ya no hay síntesis posible para esta dialéctica de la afirmación permanente. El paradigma se encuentra ya en un estado de aceleración incontrolable que provoca el choque violento de sus componentes, recordemos la inmensa verdad del Tao y de los ciclos cósmicos del calendario americano.

Nos sentimos vivos y latentes en la inabarcabilidad que excede a las lógicas sistémicas. La vigencia de nuestras demandas va más allá de una nueva recuperación del equilibrio sistémico. Hoy cuando se han roto todos los diques de contención, asistimos a una simulación de un equilibrio homeostático nunca realizado. Si todo lo real es racional quedamos afuera quienes abogamos por una existencia plena y sin condicionantes que recobre la humanidad perdida en este proyecto de conocimiento sin corazón y apoderamiento sin medida, en que el viaje transgaláctico es solo un desafío de la soberbia intelectual a los avatares cósmicos no comprendidos por el espíritu desplegado.

La transitoriedad de la historia contada por los epígonos del sistema entra en decadencia, la civilización occidental no es más que un pequeño desvarío en la gran historia de la humanidad, mientras el sufrimiento y el exterminio arrojan su fatalidad sobre las poblaciones indefensas en territorios de apropiación y ganancia. El agua, el aire y las montañas mágicas son acciones bursátiles de la ruleta financiera que anticipa un final de descalabro cósmico. Más de la mitad de los habitantes de este planeta viven mal, sufren hambre y carencias básicas sin expresarlo. Estamos en el peor de los mundos cuando la civilización nos dijo que la evolución humana nos encontraría en la abundancia de los bienes compartidos.

El sistema capitalista no puede cambiarse porque lo que debe cambiarse es el paradigma que lo sustenta; y esa transformación debe comenzar en cada uno de nosotros, es una mirada interior que busca en las profundidades del espíritu, la memoria interior de la especie y la energía primera que en nosotros repite el mensaje de todo el universo. Solamente haciéndonos cargo de este arraigo en el suelo sagrado de la existencia podremos torcer el rumbo emprendido hace ya 3 siglos en el occidente europeo.

Si volvemos a nuestra Argentina, el cambio de modelo productivo es inminente, las crisis recurrentes de un Estado en construcción que, siempre prometido y siempre negado, provoca que los gobiernos recientes no alcancen a comprender la terrible paradoja de saquear el suelo y agotar los bienes comunes para “la mejor distribución de la riqueza”. Falacia si las hay que hemos heredado de un marxismo escolarizado en los setenta y que renueva su búsqueda del “sujeto histórico revolucionario” pasando de un proletariado adormecido y fragmentado a un campesinismo y neo-indigenismo tomados como renovales del determinismo socialista. Se sigue poniendo el acento en un neodesarrollo estéril que supuestamente permite acumular las riquezas que luego serán distribuidas por las redes clientelares. Mientras se siga poniendo el acento en lo social, y no en lo ecosocial, no se logrará nunca ver la complejidad del modelo, y mientras tanto, la destrucción avanza y compromete a las próximas generaciones.

Tenemos que poner el acento en lo que nos duele, hay que comenzar ya a cambiar la matriz agroindustrial para volver a los cultivos alimentarios que nos hicieron soberanos, hay que volver a repoblar el campo con los marginados de las ciudades y para ello se necesita una planificación desde el Estado que rompa la concentración exportadora incentivando a los productores y campesinos desde organismos nacionales de producción y exportación de excedentes como los que orgullosamente supimos tener.

Un Estado Nacional fuerte y solidario es el único camino para nuestros sufridos pueblos. Esto significa también la recuperación para la Nación de la propiedad del suelo y el subsuelo, de los componentes energéticos, de los ferrocarriles, y de puertos y barcos que lleven en sus bodegas alimentos para una humanidad hambrienta.

El pensamiento nacional no se ha perdido, sigue vivo en la memoria de la tierra, en la cultura popular y en las luchas históricas del movimiento nacional, la dispersión y el extravío de las últimas décadas nos han herido, pero estamos aún en la dignidad y la rebeldía. Somos los mismos de la Patria justa y soberana, somos los mismos de la Patria Grande emancipada.

Vemos finalmente como la complejidad del actual estado de cosas implica la profunda imbricación de los paradigmas, los sistemas y los modelos. No puede pensarse ningún camino diferente si no se hace el esfuerzo por comprender la densidad del entramado que nos asfixia y para ello hay que romper las categorías analíticas de la “sociedad del conocimiento”, es decir que no podemos apelar a los postulados que desde la ciencia instrumental resultan funcionales al paradigma del desastre planetario. Debemos hacer el esfuerzo por comprender desde un pensamiento totalizante, una profunda reinversión del orden de las reflexiones para instalarnos en la intuición originaria de la vida, para arraigar y trascender desde la propia tierra y el propio horizonte simbólico de nuestra cultura. Un pensar que forzosamente debe ser asistemático, donde se recupera el valor de los símbolos, un pensar desde lo popular, que no es otra cosa que el pensar del hombre en general.
*Fernando Rovelli pertenece al grupo de Reflexión Rural.
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Fuente: Servindi

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