sábado, 2 de febrero de 2013

Mínima Theologica: en memoria de los muertos de Santa María (Brasil)



por Leo Boff

Los antiguos ya decían: «vivere navigare est», es decir, «vivir es navegar», hacer una travesía, corta para algunos, larga para otros. Toda navegación conlleva riesgos, temores y esperanzas. Pero el barco es siempre atraído por un puerto que lo espera allí al otro lado.

Parte el barco mar adentro. Los familiares y amigos de la playa saludan y lo siguen. Algunos dejan caer furtivas lágrimas porque nunca se sabe lo que puede acontecer. Y el barco va alejándose lentamente. Al principio es bien visible, pero a medida que sigue su rumbo parece, a los ojos, cada vez más pequeño. Al final solo es un punto. Un poco más y desaparece en el horizonte. Todos dicen: ¡Ya partió!
No fue tragado por el mar. Está allí aunque ya no sea visible. Es como la estrella que sigue brillando aunque la nube la haya tapado. Y el barco sigue su rumbo.
El barco no fue hecho para quedar anclado y seguro en la playa, sino para navegar, enfrentarse a las olas y llegar a su destino.
Los que se quedan en la playa no rezan: Señor líbralos de las olas peligrosas, sino dales, Señor, valor para enfrentarlas y ser más fuerte que ellas.
Lo importante es saber que al otro lado hay un puerto seguro. El barco está siendo esperado. Se está aproximando. Al principio solo es un punto en el horizonte que a medida que se acerca se ve cada vez mayor. Y cuando llega es admirado en toda su dimensión.
Los del puerto dicen: ¡Aquí está! ¡Llegó! Y van al encuentro del pasajero, lo abrazan y lo besan. Y se alegran porque hizo una travesía feliz. No preguntan por los temores que tuvo ni por los peligros que casi lo ahogaron. Lo importante es que llegó a pesar de todas las aflicciones. Llegó a feliz puerto.
Así pasa con todos los que mueren. A veces es desesperante saber en qué condiciones partieron y salieron de este mar de la vida. Pero lo decisivo es estar seguros de que llegaron, sí, de que realmente llegaron a feliz puerto. Y cuando llegan, caen, bienaventurados, en los brazos de Dios-Padre-y-Madre de infinita bondad para el abrazo infinito de la paz. Él los esperaba con saudades, pues son sus hijos e hijas queridos navegando fuera de casa.
Todo pasó. Ya no necesitan navegar más, enfrentarse a las olas y vencerlas. Se alegran de estar en casa, en el Reino de la vida sin fin. Y así vivirán para siempre por los siglos de los siglos.
(En memoria dolorida y esperanzada de los jóvenes muertos en Santa María en la madrugada del 27 de enero de 2013).

Fuente: Koinonia

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