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lunes, 11 de marzo de 2019

Reflexión: El Evangelio y la cultura actual.



Evaristo Villar


En este mismo lugar y a otro propósito, he aludido al “vacío de esperanza”, que, como los agujeros negros en el universo, se está agrandando en la sociedad actual. No es difícil advertir este fenómeno ante la falta de respuestas eficaces que estamos dando a los desafíos que nos presenta la cultura actual. Frente a esto, el Evangelio está llamado a proyectar, también hoy, “espacios de esperanza”.


Fenómenos preocupantes.


¿Qué estado de ánimo nos está dejando el brexit interminable o desafíos como la derechización de la política —que asoma peligrosamente la oreja desde el tripartito de Andalucía— o la falta de entendimiento y desunión de la izquierda?; ¿cómo estamos viviendo la claustrofobia del procès catalán, la violencia de género o la consolidación de la precariedad laboral?; ¿hasta cuándo vamos a seguir soportando las venalidades y veleidades de la justicia o el peso de la corrupción política y empresarial?; ¿qué estómago nos está dejando la ausencia de un proyecto político para con las migraciones y el refugio?… Y así,… ¿para qué entrar en los escándalos propios de la jerarquía católica, a pesar del “respiro imperfecto” de los gestos de Francisco?


Evangelio y esperanza



Ante todo esto, sigo pensando que el Evangelio, presentado a pleno aire —sin hipotecas institucionales—, está llamado a proyectar “espacios de esperanza”. Por más cerrado que se presente el horizonte, nada podrá contener los sueños rupturistas del espíritu humano. Y el Evangelio, como utopía tópica, siempre estará al acecho para ofrecer una salida alternativa capaz de romper los herméticos sellos del futuro. 


Los problemas de siempre


Cometeríamos un craso error enfocando los problemas de hoy como algo exclusivo de nuestros días. Bastaría abrir los ojos para constatar que su cuota de novedad no es tan grande como aparenta. Con diferentes máscaras y formas, han venido acompañando el proceso humano desde sus orígenes. Es verdad que la tecnología y el transporte lo han globalizado casi todo, no solo el mercado o la transferencia de capital, también hemos universalizado las visiones y creencias, nuestras prácticas y valores. Pero las grandes cuestiones de fondo, los grandes problemas ahí siguen incrustados como un reto permanente y provocador al inquieto espíritu humano. 


La diversidad y el multiculturalismo


Inmersos en una red de interconexiones y unidos por la coexistencia y el intercambio, la imagen que hoy proyectamos del mundo es más semejante a un caleidoscopio multicolor y diverso que a la línea monocolor y uniforme que ha venido moldeando nuestro patrimonio cultural en un pasado no tan lejano.


La diversidad y el multiculturalismo son ya lugares imprescindibles para afrontar los nuevos retos que tenemos planteados. No basta la estabilidad de la cultura premoderna ni la seguridad que, a pesar de sus insuficiencias y limitaciones (Habermas), ha podido prestarnos la modernidad con su razón empírica y la autonomía del individuo. Agotados los sueños e incumplidas las promesas, la esperanza en la cultura actual se encuentra más vulnerada ante la opacidad que nos presentan hoy los retos.



Una cultura líquida y volátil


Estamos viviendo una forma de cultura que los grandes especialistas califican de líquida (Bauman) y volátil. Frente a la estabilidad y permanencia que antes amparaban a las instituciones y los discursos, la cultura de hoy apuesta más bien por la provisionalidad y la temporalidad, la flexibilidad y la volatilidad. A la solidez del discurso de los modernos y a la seguridad en los principios y valores, dogmas y compromisos, le está siguiendo la fragmentación y fragilidad del relato, la precariedad y liquidez en las formas y la mutación permanente de lo estatuido. Todo queda sometido al movimiento y al cambio, como cambia la forma del agua (Bauman) cuando simplemente desequilibramos el vaso. 


Espacios de Evangelio


Como tuvo que hacer Jesús mismo, es preciso superar, en primer lugar, la tentación de “acomodar” el Evangelio a la volatilidad de la cultura dominante, presentándolo como una terapia espiritualmente útil para el bien individual y aun social. Una especie de psicologismo, muy acorde con la sensibilidad moderna, pero sin compromiso sociopolítico. Esto encaja perfectamente en la lógica del mercado.


Contrariamente, el Evangelio es Buena Noticia que tiene que ver con la justicia y la liberación debida a los pobres y a las personas esclavizadas. En este sentido, será siempre una Mala Noticia para los sistemas que empobrecen y esclavizan. Más que las palabras, serán los gestos los que ofrezcan lo que hay de inédito y perturbador, contracultural, alternativo y escandaloso en el Evangelio frente a la cultura de la acomodación.


Detener el tren


Luego, nos queda “detener el tren”, como recomienda encarecidamente Bauman en la siguiente cita: “Es necesario, sobre todo en una situación de crisis, desarrollar visiones de futuro, proyectos o simplemente ideas que aún no se hayan pensado. Esta solución puede parecer algo ingenua, pero no lo es. Lo que es ingenuo es la idea de que el tren que marcha hacia la destrucción progresiva de las condiciones de supervivencia de muchas personas modificaría su velocidad y dirección si en su interior la gente corre en dirección opuesta al sentido de la marcha. Albert Einstein dijo una vez que los problemas no pueden solucionarse con los patrones de pensamiento que los generaron. Hay que cambiar la dirección global y para esto es necesario primero detener el tren” (Bauman, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, p. 82).


miércoles, 7 de marzo de 2018

La esperanza no puede morir.

Leonardo Boff

A pesar de toda la alegría del pasado carnaval en casi todas las ciudades de nuestro país, hay un manto de tristeza y de desamparo que se puede leer en los rostros de la mayoría de las gentes que encontramos en las calles de las grandes ciudades como Río y São Paulo entre otras.

Es que políticamente el golpe parlamentario-jurídico-mediático (que hoy sabemos apoyado por los órganos de seguridad de USA) nos cerró el horizonte. Nadie es capaz de decir hacia dónde vamos. Lo que apunta de forma innegable es el aumento de la violencia con un número de víctimas que iguala e incluso supera al de las regiones en guerra. Y todavía sufrimos una intervención militar en Río de Janeiro.

Si observamos bien, vivimos dentro de una guerra civil real. Las clases que ya estaban abandonadas, ahora todavía lo están más por los cortes de los programas sociales que el actual gobierno de Estado de excepción ha impuesto a miles de familias.

Habíamos salido del mapa del hambre. Regresamos a él. Que no se diga que fueron las políticas de los gobiernos del PT. Esas nos sacaron del mapa. La aplicación rigurosa del neoliberalismo más radical por la nueva clase dirigente instalada en el Estado está produciendo hambre y miseria. El crecimiento de la violencia en las grandes ciudades es proporcional al abandono al que han sido sometidas.

Las discusiones de los distintos organismos responsables de la seguridad nunca van a la raíz del problema. El problema real que no quieren abordar reside en la nefasta desigualdad social, es decir, en la injusticia social, histórica y estructural sobre la cual está construida nuestra sociedad. La desigualdad social crece cuanto más se concentra la renta y cuanto más avanza el agronegocio en las tierras indígenas y los pueblos de la selva, y cuantos más cortes se hacen en la educación, en la salud y en la seguridad.

O se hace justicia social en este país, lo que implica la reforma agraria, la tributaria, la política y la del sistema de seguridad, o nunca superaremos la violencia. Ella tenderá a crecer en todo el país.

Si un día, es lo que tememos, los marginados de las grandes periferias abandonadas se rebelan, por causa del hambre y la miseria, y deciden asaltar supermercados e invadir los centros urbanos, podrá producir un “bogotazo” brasileiro, como ocurrió a mediados del siglo pasado en Bogotá, destruyendo durante varias semanas casi todo que se ponía por delante.

Estimo que las élites del atraso, apoyadas por unos medios de comunicación conservadores, por una justicia débil, para no decir cómplice, y por el aparato policial del Estado, ocupado de nuevo por ellas, podrán usar gran violencia, no resolviendo sino agravando la situación.

En este cuadro, ¿cómo alimentar todavía la esperanza de que Brasil puede resultar y que podemos crear una sociedad menos malvada, al decir de Paulo Freire?

Bien dijo el obispo profético, el anciano Dom Pedro Casaldáliga, desde el fondo del Araguaia matogrosense: portadores de esperanza son aquellos que caminan y se empeñan en superar situaciones de barbarie. Estos cambios nunca vendrán de arriba, ni del actual stablishment, vendrán de abajo, de los movimientos sociales organizados y de parcelas de partidos comprometidos con el bienestar del pueblo.

El Papa Francisco al reunirse con los movimientos sociales latinoamericanos en Santa Cruz de la Sierra en Bolívia, acuñó tres expresiones resumidas en estas tres T: tierra para que las personas produzcan, techo para que se abriguen y trabajo para ganarse la vida.

Y lanzó un desafío: no esperen nada de arriba pues vendrá siempre más de lo mismo; sean ustedes mismos los profetas de lo nuevo, organicen la producción solidaria, especialmente la orgánica, reinventen la democracia. Y sigan estos tres puntos fundamentales: la economía para la vida y no para el mercado; la justicia social sin la cual no habrá paz; y el cuidado de la Casa Común sin la cual ningún proyecto tendrá sentido.

La esperanza nace de este compromiso de transformación. La esperanza aquí debe ser pensada en la línea que nos enseñó el gran filósofo alemán Ernst Bloch que formuló “el principio esperanza”, que quiere decir: la esperanza no es una virtud entre otras tantas. Ella es mucho más: es el motor de todas ellas, es la capacidad de pensar lo nuevo todavía no ensayado; es el coraje de soñar otro mundo posible y necesario; es la osadía de proyectar utopías que nos hacen caminar y que nunca nos dejan parados en las conquistas alcanzadas, o que cuando nos sentimos derrotados, nos hacen levantarnos para retomar la caminada. La esperanza se muestra en el hacer, en el compromiso de transformación, en la osadía de superar obstáculos y enfrentar a los grupos opresores. Esa esperanza no puede morir nunca.

*Leonardo Boff es teólogo, filosofo y escritor y ha escrito: Brasil, ¿concluir la refundación o prolongar la dependencia?, de próxima aparición por la editorial Vozes.

Traducción de Mª José Gavito Milano


miércoles, 13 de julio de 2016

“Celebrar la Reforma, una fiesta de la esperanza”


Alex Sampedro, Jorge Fernández y Jesús Londoño avanzan el programa de conmemoraciones del 500 Aniversario de la Reforma.

El tercer programa de Hacedores de Historia repasa las actividades que se planifican para el próximo año del 11 al 16 de julio en Madrid, que se convertirá durante una semana en el epicentro de la celebración evangélica de lo 500 años de la reforma protestante. En el espacio conducido por Pilar Peña y Juan Carlos Escobar se presentan algunas de las principales actividades que tendrán lugar en esa fecha, entre ellas el VIII Congreso Evangélico, la Fiesta de la Esperanza o el campamento urbano 15J: Los llamados afuera. 

UN MOTIVO PARA CELEBRAR 

Participa en el programa el compositor Alex Sampedro, que destaca que el motivo de la celebración es “el redescubrimiento del mensaje de Jesús”. “Somos herederos de lo que ocurrió entonces. Ahora nos juntaremos para conmemorarlo y queremos hacerlo visible en nuestro país, donde se silenció”, añade Sampedro, que es uno de los organizadores del campamento urbano. Esta actividad, con el nombre de “15J Los Llamados Afuera” pretende convocar en Madrid del 11 al 15 de julio a “miles de jóvenes evangélicos”, en un esfuerzo evangelístico, artístico y de obra social que invadirá las calles de la ciudad, explica Sampedro. “La esencia de la iglesia es que somos llamados afuera, a salir de las cuatro paredes. Dios nos ha ayudado para ayudar a otros.”, apunta, animando a reservar la fecha. 

 EL IMPACTO DE LA REFORMA 

Jorge Fernández es otro de los invitados. El responsable de prensa y comunicación de Ferede explica el impacto de la Reforma en aspectos políticos y sociales. Y aunque en España “no hemos tenido esta experiencia histórica podemos celebrarla, porque la Reforma trasciende, afecta a todo el mundo”. A ello agrega Jesús Londoño, misionólogo y director de SEPAL, que “lo que hace que Europa tenga identidad son los valores protestantes que dieron origen a una cosmovisión. 

En España, somos europeos, y lo que nos une con finlandeses o húngaros, son valores y principios que se desarrollaron a partir de la Reforma”. Los tertulianos invitados explican a continuación cómo la reforma tuvo efectos en la cultura, las artes, las relaciones familiares... Toda la sociedad se vio afectada por “un movimiento que no fue religioso, sino mucho más profundo”, apuntan. 

En cuanto a las actividades, se apuntó a la celebración del VIII Congreso Evangélico, dirigido al liderazgo de las iglesias evangélicas, para reflexionar y trabajar en la “visión de futuro, hacia dónde queremos ir”, explicó Londoño. Otra de las actividades será la Fiesta de la Esperanza, un evento que el 15 de julio convocará a miles de personas al aire libre para compartir el evangelio y disfrutar de actuaciones musicales y manifestaciones artísticas en torno al evangelio. “Es una oportunidad de unirnos en torno a algo que nos pertenece. Hay diversas sensibilidades con respecto a la Reforma; hay un énfasis a volver a las Escrituras, la frescura del evangelio. Pero podemos valorar la historia. Para conocernos a nosotros mismos debemos hacerlo”, anima Jorge Fernández. 

 OBJETIVOS DEL 500º ANIVERSARIO 

El aniversario de la Reforma se está celebrando por toda Europa, y en España no es menos, donde en toda la geografía se están programando diversas actividades. Pero sobre todo hay dos objetivos, dice Alex Sampedro: “recordar quiénes somos, y hacernos visibles hoy”, porque como evangélicos “somos un colectivo que está aportando mucho a la sociedad y que en este aniversario podemos tener la oportunidad de seguir sirviendo”. Para cerrar los actos de la semana especial en Madrid, se han programado dos cultos conmemorativos, que serán el día sábado y domingo, en el Palacio de los Deportes de Madrid. “Las reuniones serán una expresión de diversidad y multiculturalidad”, apunta Jesús Londoño, animando asimismo a los evangélicos a participar. 



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viernes, 13 de mayo de 2016

El ateísmo es una fe sin esperanza, su frontera es Dios.


“La polarización entre Dios y la ciencia es falsa. La verdadera polarización es entre cosmovisiones: cristianismo frente a ateísmo”, argumentó el profesor Lennox, de Oxford, durante el Fórum Apologética (6-8 mayo).

¿Por qué existimos? ¿Qué nos da esperanza y felicidad? ¿Hay un propósito en nuestra historia personal y detrás de la Historia del universo? Las preguntas tratadas durante el Fórum Apologética 2016 (6-8 mayo) reciben hoy en día respuestas muy diferentes de las que se oían en la sociedad hace pocos años. Es necesario analizar los mensajes ateos y relativistas para ver si tienen algo que ofrecer a las preguntas básicas de todo ser humano o si son, simplemente, discursos “vacíos”. “Vivimos en una sociedad en la que el concepto de verdad está entredicho”, comento Joaquín Hernández al dar la bienvenida a las más de 230 personas que llenaron la sala de un hotel en Coma-Ruga (Tarragona). 

La fe cristiana confía en que esa verdad sí existe, y que puede ser conocida por cualquier ser humano. “Con el Fórum de Apologética no queremos llegar a personas especiales, sino ayudar a la iglesia, equiparla, para estar dispuestos a dar respuestas a todo aquel que lo demande. La apologética no es algo especializado para unos pocos, sino que abarca todas las áreas y todas las facetas”. 


SEMINARIOS SOBRE ACTUALIDAD Esta aplicación del evangelio a todas las áreas de la vida se pudo comprobar durante los 4 seminarios que abordaron temas de actualidad. Carlos Madrigal, pastor protestante en Turquía, habló sobre la islamización progresiva del país, que contrasta con el interés enorme de muchos por la fe cristiana. Andy Wickham, evangelista, contrarrestó los argumentos que dicen que la racionalidad aleja a las personas de Dios. José de Segovia, durante su seminario. / J.P. Serrano En su seminario, el teólogo José de Segovia dio argumentos para poder explicar “por qué no soy ateo”, aunque hizo un enfoque crítico de las formas en las que los evangélicos defienden a menudo su fe. Finalmente, el pastor Jaume Llenas habló de la identidad líquida y el narcisismo en la sociedad actual, ilustrándolo con ejemplos prácticos del día a día y contrastándolo con la visión que da de la persona el evangelio. 

 UNA LUCHA POR ELIMINAR EL PROPÓSITO DE LA VIDA 

En las sesiones plenarias, John Lennox, profesor de Matemáticas de Oxford, autor y conferenciante internacional, recogió la idea inicial: “Debemos deshacernos de la idea de que la apologética es para algunos cristianos listos”. En su primera intervención el matemático empezó diciendo que hoy muchos parecen usar sólo “el hemisferio izquierdo de su cerebro”, hasta el punto de que “ya han dejado de preguntarse incluso el ‘por qué’, en un sentido último”. El ejemplo más claro de esto sería el ateo Richard Dawkins, que considera que es “absurdo” buscar un sentido en la vida. Muchos otros líderes también han llegado a este punto. “En algunas charlas, les pregunto a empresarios de éxito: ‘¿para qué existís?’ Y la respuesta suele ser un silencio desconcertante”. Sin embargo, “todos los seres humanos tenemos una cosmovisión”, que “responde a las preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿Se termina la vida con la muerte? ¿Hay un sentido en el universo más allá de nosotros?”

HAWKING Y EL “ARGUMENTO” DE LA GRAVEDAD 

“Es sólo en los últimos años que algunos han llegado a la conclusión de que el universo no tiene propósito”. Stephen Hawking es el intelectual ateo más escuchado, y aboga por un universo que se crea a sí mismo por la gravedad. Lennox dedicó un tiempo a desmontar varios aspectos de su libro “The Grand Design”, opinando que si no hubiera sido escrito por el conocido astrofísico habría sido desechado por muchos por falta de coherencia. “Isaac Newton -que tenía la Cátedra de Cambridge que recibiría muchos años después Hawking – creía en Dios por la gravedad, Hawking no cree en Dios… también por la gravedad”, explicó Lennox. 

¿QUÉ EXPLICA NUESTRA EXPERIENCIA? 

¿Elimina la explicación científica el propósito de las cosas? Lennox usó una ilustración cotidiana: “El hecho de que me apetezca una taza de té es la explicación de por qué está calentándose el agua. La otra explicación es científica, se refiere a cómo funciona el agua, el vapor, etc. Son dos explicaciones diferentes. Pero no compiten, no entran en conflicto. Es más, necesitas ambas para entender lo que está pasando. Lo mismo pasa con el universo”. “Lo que Hawking y otros dicen”, siguió, “es que solo necesitas una explicación, la científica, y que se debe descartar la personal”. Pero la realidad es que “si rechazas el propósito personal de Dios, acabas en locura, seas lo inteligente que seas (…) Las librerías están llenas de libros que hablan de ‘la nada’, divagando de forma absurda tratando de evitar a Dios”. “Génesis 1 y Juan 1, en cambio, hablan de que cuando no había nada, ahí estaba Dios”. 

EL ATEÍSMO, UNA IDEOLOGÍA 

Los cristianos deben darse cuenta de que las cosmovisiones atea y cristiana son “diametralmente opuestas”. Se trata de una “batalla” por la mente en la que “los ateos han sido inteligentes en conseguir convertirla en un tipo de enfrentamiento entre los inteligentes (‘bright’) y los tontos, entre los que saben de ciencia y los que no saben. Es un mensaje muy potente que han conseguido transmitir”. Pero “la polarización entre Dios y ciencia es falsa. La verdadera polarización es entre cosmovisiones, entre cristianismo y ateísmo”. Cualquier ateo lo es desde una argumentación ideológica y personal. “Muchos ateos que conozco se han convertido en ateos por el sufrimiento vivido”, remarcó Lennox. En este sentido, habló de su propia experiencia de estudiante. Al darse cuenta que era cristiano, tres profesores de Cambridge (entre ellos, un premio Nobel) le llamaron a un despacho. “¿Quieres una carrera en ciencia?”, le preguntaron. “Entonces abandona esa idea de Dios, porque los otros científicos te mirarán como a un inferior, y destruirás tu carrera científica”. El estudiante Lennox les preguntó: “¿Que me ofrecéis mejor que lo que ya tengo?” Al mencionarle una teoría científica en auge en aquel momento, les contestó: “Si esto es todo lo que tenéis, asumo el riesgo de seguir creyendo en Dios”. 

 “LA FE CRISITANA IMPULSÓ LA CIENCIA MODERNA” 

Muchos años después, el profesor de Oxford denuncia que “algunos hacen un mal uso de la ciencia, dando la impresión de que la ciencia está contra Dios y a favor del ateísmo”. Pero el argumento no se mantiene en pie, entre otras cosas porque “la ciencia moderna debe su existencia a la Cristiandad. El hombre se convirtió en científico porque esperaba encontrar leyes en la naturaleza. No tendríamos ciencia moderna si Europa no hubiera sido cristiana y tuviera fe en un creador inteligente. Esta fe no impedía la ciencia, sino que fue al revés, la fe en Dios fue el motor que impulsó la ciencia”. Si, como los romanos o los griegos, se define a Dios como un “tapagujeros”, entonces sí es razonable “escoger entre ciencia y Dios, porque le has definido como una explicación de lo que aún no has entendido”. Pero “Dios lo crea todo, no solo lo que no entendemos. Él es el Dios del ‘show completo’”, argumentó el conferenciante. 

 “LA BIBLIA ES SU PROPIA APOLOGÉTICA” 

El profesor de Oxford, que también forma a predicadores en Europa, se encargó también de las exposiciones bíblicas durante el encuentro. “La Biblia es su propia apologética”, dijo. En una exposición muy aplicada al presente de la experiencia de Daniel en Babilonia, Lennox destacó que frente a una sociedad sin Dios, Daniel evitó la cultura de “ghetto” para recibir formación y convertirse en un líder social. Tal como en la Europa actual, “Nabucodonosor relativiza el absoluto, coge las copas de templo de Yahveh y las pone en su museo, entre otros dioses. Muchos hoy en día hacen lo mismo: ven algo de la trascendencia de Dios, pero le relativizan. Incluso como cristianos podemos caer en ello”. 

 CRISTIANOS QUE RETROCEDEN A LOS RINCONES 

Los cristianos hace años que muchos han sido presionados a dejar su fe en una esquina. “Nos dicen: ‘mantened a Dios en esas pequeñas cajas que llamáis iglesias. Y lo hemos aceptado”. La presión sobre los jóvenes es más fuerte que en el pasado, opinó Lennox. Pero “los dos principales problemas para nosotros los evangélicos siguen siendo dos: el miedo y la vergüenza”. Ante la presión, “Daniel puede mantenerse estable que le rodeaba por saber que Dios está detrás tanto de la Historia global como de su historia personal”. Algunos de los asistentes, escuchando la traducción simultánea. / J.P. Serrano 

 “APOCALIPSIS ES SOBRE JESÚS” 

En su segunda exposición, sobre Apocalipsis, Lennox enfatizó que “las dos principales preguntas de entonces siguen ahí hoy en día. La primera, ¿existe algo mayor que nosotros mismos? La segunda, ¿es Cristo único?” Aludiendo al nombre del último libro de la Biblia, dijo que la revelación es necesaria: “No puedes captar la doctrina de la redención por estudiar las estrellas. Dios debe revelarse”, tal como también lo defendió en su momento Francis Bacon. “La revelación significa destapar, mostrar más de lo que sabíamos con anterioridad”. Entre todas las teorías y debates sobre el significado de Apocalipsis, Lennox argumentó “es un libro sobre Jesús”, no sobre intentos de adivinar el futuro, y aseguró que “si no sabes más sobre Él al final, es que has malinterpretado el libro”. La insistencia en que “venga Jesús” destaca en el libro. Eso demuestra que en la fe cristiana “no es el pasado el que determina tu identidad, sino el futuro, la esperanza por delante”. “A menudo nos contentamos con pequeñas expectativas: terminar la carrera, tener un trabajo, tener una familia, que mis hijos tenga esa vida también… y todo va en círculo. Pero, ¿hay un objetivo que tenga valor en sí mismo? ¿Que tenga propósito en sí mismo? Mucha gente no se lo ha preguntado nunca”. Lennox animó a que los cristianos aprovechen el tiempo para ser “fuentes de luz”, que no dependen de sí mismas, sino que están sostenidas por la mano de Jesucristo mismo. En cuanto a la iglesia, “Cristo está interesado en lo que creen (su doctrina), en cómo viven (su vida) y en su actitud hacia él (el amor). Las tres cosas son esenciales en una iglesia”. Como muestra está que “los que cazadores de herejías, aunque fuertes en la doctrina, han perdido su primer amor y han olvidado que han sido perdonados”. Pero la “la solución no es decir que hay que ser menos radical. Al contrario, debemos ser radicales en los tres sentidos”. 

 EL PROBLEMA DEL SUFRIMIENTO, PRINCIPAL CAUSA DEL ATEÍSMO 

Ya por en la segunda noche, el profesor de Oxford aseguró que la mayoría de personas rechazan a Dios por el problema del sufrimiento. “Es el tema más difícil que afronta nadie. Tengas la religión que tengas, o incluso si no tienes una. Es el problema número uno”. “Muchos se convierten en ateos, no por dificultades con la ciencia, sino por cómo está el mundo o por una tragedia personal”. Tanto “el mal moral como el mal natural” se afrontan en el libro bíblico de Job, y Jesús también aborda ambos problema en el evangelio de Lucas, mostrando que no se pueden separar. El sufrimiento siempre tendrá dos perspectivas, “la del observador y la de quien lo sufre”, y por tanto hay que ir con cuidado con verlo sólo como un simple problema intelectual, porque es también pastoral. La violencia es el mal moral que más se achaca a la religión, admitió Lennox. El ateísmo aprovecha el “hartazgo de la gente”, al ver que “muchas guerras que tienen un elemento religioso muy grande” para proponer la eliminación de las religiones. 

LA BATALLA POR LA MORALIDAD 

Los cristianos debemos estar “avergonzados de que el nombre de Cristo haya sido asociado a bombas, porque esta gente están desobedeciendo a Dios”, dijo el conferenciante refiriéndose a los conflictos en su propio lugar de origen, Irlanda del Norte. Al no oponer resistencia en la cruz, Jesús demostró que quienes usan la violencia para hacer avanzar una supuesta fe cristiana “no son sus discípulos, no es posible imponer una verdad con la violencia”. El ateísmo, sin embargo, guarda silencio sobre su propia violencia. Lennox no solo mencionó a Stalin y otros líderes sanguinarios, sino que habló de los “valores de la Ilustración”, que han desembocado en la eliminación del adversario. “Quitar a Dios hace desaparecer la posibilidad de un bien y de un mal. No puedes hablar del problema del mal si no hay moralidad”. “No hay valores si no hay un Dios”, defendió el profesor, y mencionó los argumentos del ateo Habermas y del escritor ruso Dostoeivski como respuesta a la “condescendencia” con la que el Nuevo Ateísmo habla de la ética judeocristiana. Si abandona las raíces cristianas, decían esos autores, Europa se arriesga a perder lo que da sentido a sus valores más preciados. 

 EL ATEÍSMO NO TIENE NADA QUE OFRECER 

“El ateísmo no tiene nada que ofrecerle a la mujer joven que está muriendo de cáncer. El ateísmo es una fe sin esperanza, su frontera es Dios”. El cristianismo, en cambio, “puede ofrecer algo. Hay un Dios al que podemos ir con nuestro sufrimiento. Y un Cristo que ha resucitado de la muerte”. Pero cuando se habla de sufrimiento, también podemos ser culpables. “Lo fácil es vernos como víctimas. Pero también hemos provocado sufrimiento. Y si Dios ha resucitado, tendré que enfrentarme un día a Él y su justicia”. El ateísmo tampoco es capaz de ofrecer justicia. “Si el ateísmo es verdad, Hitler se ha salido con la suya. Y Pol Pot. Y los que decapitan a otros hoy en día”. El apóstol Pablo, sin embargo, “se centra en que hay alguien, levantado por Dios, que juzgará: Jesús”. “La cruz no solo es un ejemplo de Dios participando en el sufrimiento”, dijo, sino también es la “expiación por nosotros”, por el dolor que hemos provocado. “La cruz es el único mensaje que puede traer paz al alma, aunque no siempre quitará el dolor”, concluyó el profesor. “El evangelio inyecta sentido en el incomprensible problema del sufrimiento”. John Lennox, durante el Fórum Apologética 2016. / J.P. Serrano 

LA APOLOGÉTICA EN EL DÍA A DÍA 

En un giro final muy valorado por los asistentes, el profesor de Oxford dedicó una última sesión a hablar distendidamente sobre cómo compartir el evangelio con las personas en el entorno más directo. “Estamos en una era en la que muchas ideas antiguas vuelven. El postmodernismo ya existía con los relativistas griegos”, dijo Lennox. Pero en el fondo, “la gente cree en la verdad. Un amigo dice: La gente solo es relativista y posmoderna en áreas que no son esenciales e importantes en su vida. La gente quiere seguridad en su incerteza”. En este sentido, el evangelista Juan dejó claro que escribía su buena noticia sobre Jesús para que las personas “sepan” que tienen vida eterna. A la pregunta de por qué existimos, nuestra respuesta debe ser: “Porque Dios quiso que existieras. Ser querido es fundamental para cualquier humano, no sólo para los niños, muchos adultos tampoco se sienten queridos. Dios quiso que existieras, esto te da dignidad como criatura”. Como creyente, además, “Cristo te compró para Dios. Eso quita toda incertidumbre en nosotros. No merecíamos nada de esto, la salvación es enteramente de Dios, un regalo que recibimos cuando confiamos en Jesús. No es arrogante decir esto, no tiene mérito recibir un regalo, porque no lo has merecido, depende de quién lo da”. 

 ¿CUÁL ES LA CLAVE DE LA EVANGELIZACIÓN? 

EL mensaje del evangelio, por tanto, debe compartirse. “El cristianismo es una fe dinámica. Si no estamos comunicando el evangelio, tendemos a atrofiarnos. Si aprendemos muchos pero no hacemos nada con ello, nuestra fe morirá”. En un tiempo de preguntas por parte de los asistentes, Lennox habló de sus debates públicos con Richard Dawkins, Christopher Hitchens y otros ateos de renombre. Le han llegado muchos mensajes de personas que han aceptado la fe cristiana tras ver esos debates en Youtube, explicó. Ahora, sin embargo, prefiere las conversaciones más relajadas, explicó. “Los debates sacan lo peor de nosotros”, dijo. 

 LA IMPORTANCIA DE CONVERSAR 

De hecho, en la apologética “no se trata de predicarle a la otra persona, sino de un diálogo en el que uno debe preguntar mucho más que dar respuestas. Es mucho más fácil hacer preguntas que contestarlas. Sigue preguntando hasta que te preguntan a ti. Lo más importante es escuchar”. “No puedes construir puentes con personas a las que no conoces”, explicó. “Descubre las preguntas que tienen tus amigos no creyentes. Y empieza a contestar estas. Esconderte en una isla y leerte 100 libros y después ir a la sociedad, no sirve de mucho”. 

CRISTIANOS ‘MONO-MANÍACOS’ 

“No nos convirtamos en ‘mono-maníacos’, hablando sólo de una cosa. Incluso en conversaciones sobre Dios, soy yo a veces el que cambia de tema a otra cosa. Si quieren seguir hablando, te dirán. Da siempre espacio, la gente tiene miedo de ser aplastada por nuestros argumentos cristianos”. Lennox también comentó que los cristianos se autolimitan a veces al no ser más directos al ofrecer leer la Biblia. En este sentido, dio varios ejemplos personales sobre cómo la Biblia es importante en la evangelización personal. ¿Y si no sabemos la respuesta a alguna preguntas sobre Dios? “No pasa nada. Podemos decir ‘no sé la respuesta, pero me gustaría investigarlo y tomar un café contigo la semana que viene’. Sí pasa algo cuando dices que sabes algo, pero en realidad no lo sabes. Hay que ser honesto. Debemos dejar la idea de que los cristianos creen que saben todo. Se valiente, di: ‘no lo sé’”. ¿Y qué de las personas apáticas, que no tienen interés en nada? “Sobre todo si han tenido una educación universitaria, les digo: ‘Cómo puedes ser una persona formada y no tener interés en la pregunta más grande todas, nuestra existencia? ¿Qué es lo que realmente crees sobre ti mismo?’ Muchos dirán que son agnósticos, entonces la pregunta puede ser: ¿Qué es lo que no sabes?” 

 LO QUE REALMENTE IMPORTA 

Tras todo un fin de semana de reflexión sobre los argumentos que sostienen la fe cristiana, Lennox terminó volviendo a una idea básica. “Las personas que hicieron un impacto fueron las que realmente han visto la gloria de Dios”. “¿Lo más importante en la evangelización? Busca a Dios en la Palabra, hasta que te encuentres con su cara. Si quieres tener algo que decir, solo hay una forma de hacerlo, tienes que acercarte a Dios. No nos hemos tomado la Biblia lo suficientemente en serio. Tienes que pasar tiempo con la Biblia”. Y concluyó: “Cuando llegues a casa, calcula cuánto tiempo te pasas mirando una pantalla. Y después piensa cuanto tiempo podrías dedicar a leer la Biblia”. Andy Wickham, durante su seminario. / J.P. Serrano 

LENNOX EN ESPAÑA: “DISPARANDO CONTRA DIOS” 

Tras el Fórum de Apologética, John Lennox siguió presentando su libro recién publicado en castellano: “Disparando contra Dios” (2016). En una serie de conferencias organizadas por la Fundación RZ para el diálogo entre fe y cultura, habló en un hotel de Barcelona y se dirigió a líderes cristianos en una iglesia evangélica. El lunes 9 dio una conferencia con GBU Barcelona ante una sala abarrotada de estudiantes, profesores y otras personas en la capilla histórica de la Universidad de Barcelona. El martes dio una rueda de prensa y conferencia con la Universidad de Salamanca, y terminó su visita a España con una conferencia final en el Ateneo de Madrid. 

 ¿QUÉ ES EL FÓRUM APOLOGÉTICA? 

El Fórum Apologética está organizado por la Alianza Evangélica Española, los Grupos Bíblicos Unidos y la Fundación RZ para el diálogo entre fe y cultura y el patrocinio del European Leadership Forum. El encuentro se celebra cada 2 años desde 2008, y junto a la aportación de conferenciantes españoles, ha contado con los autores internacionales Stuart MacAllister (2008), Lindsay Brown (2010), Os Guiness (2012) y Alister McGrath (2014). Es posible conseguir las grabaciones en audio de las sesiones de John Lennox Fórum Apologética 2016 escribiendo a administracion@aeesp.net. El contenido se grabó también en vídeo, y se hará disponible online en enero de 2017. 

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viernes, 6 de mayo de 2016

Dudo, luego creo.



“Pienso, luego existo”, decía Descartes en una de las frases más repetidas y comentadas de la historia de la filosofía. El matemático francés, que marca el inicio del periodo que denominamos modernidad, es recordado también por hacer de la duda un elemento clave de su propuesta intelectual. La duda se transformó para él en un método, en una herramienta capaz de cuestionar prejuicios heredados y en un modo de purificar falsos hábitos mentales.

La duda metódica cartesiana proponía cuestionar la tradición recibida para ponerla a prueba y permitir, así, progresar continuamente en la búsqueda de la verdad. Dudar, desde entonces, posee una connotación positiva y juega un papel clave en la investigación científica.

En el ámbito de la fe, sin embargo, la duda no goza de tal prestigio. Al contrario, dudar es sinónimo de una fe débil, insegura y vulnerable. Al creyente le gustaría tener una fe sin fisuras, una fe inquebrantable y firme. Le gustaría tener argumentos sólidos para rebatir las críticas, ejemplos apropiados para contestar las preguntas más difíciles y respuestas acertadas frente al insoportable silencio de Dios ante tanto sufrimiento absurdo.

Pero con frecuencia no tenemos nada de eso. No tenemos ni argumentos, ni ejemplos, ni respuestas. Más bien tenemos silencio y preguntas, muchas preguntas. Preguntas sobre los miedos, las angustias y las dudas que nos asaltan a diario. La duda es como una compañera incómoda de viaje que con demasiada frecuencia se acerca, se cuela en nuestra vida y nos cuestiona.

¿Y qué hacer con ella? ¿Qué responder cuando aguijonea con sus preguntas?

Meditar la Biblia puede darnos pistas. Si echamos un vistazo a las escrituras, comprobamos rápidamente que la duda atraviesa de principio a fin todos sus relatos: Adán y Eva dudaron ante la serpiente; Caín cuestionó mortalmente su propia fraternidad asesinando a Abel; el pueblo de Israel no se fiaba de Moisés –ni del propio Yahvé– y una y otra vez en su larga marcha por el desierto adoró al becerro de oro.

Es más, la duda visitó incluso a José y a María. En la anunciación, María pregunta desconcertada al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”; en el templo de Jerusalén, José y María interpelan angustiados a Jesús: “¿Por qué nos has hecho esto?”. Los propios padres de Jesús quedan desconcertados y no acaban de entender quién es su hijo ni qué ha venido a hacer al mundo.

Al final de la vida de Jesús, Pedro y el resto de discípulos –paralizados por el miedo y la duda– le abandonaron también. Pero incluso después de la resurrección la duda siguió acompañando a Tomás:”Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.Tomás, símbolo de todos y cada uno de nosotros, reconoce su incredulidad.

Y lo más sorprendente de todo, la duda parece acosar también al propio Jesús a lo largo de su vida: en las tentaciones, en el abandono de los discípulos, en el huerto de Getsemaní y en la crucifixión. De principio a fin, la duda, representada por el demonio, tienta a Jesús.

Ya al final cuando, en lo alto de la cruz, pronuncia las desgarradoras palabras del Salmo 22 en un grito que han resonado a lo largo de la historia del cristianismo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, Cristo crucificado cuestiona a su Padre, poniendo en tela de juicio su fidelidad y su palabra.

Dicho de otro modo, el hijo de Dios parece dudar de Dios.

La duda, por tanto, no parece algo puntual y pasajero. Ha venido para quedarse. Forma parte de la misma estructura de la fe y de la experiencia del creyente. Dudar no es un mal trago que se pasa alguna vez en la vida;dudar y creer forman parte de la misma búsqueda, de la única búsqueda posible hacia una relación más sincera y auténtica con Dios. La duda y la fe, como el misterio de la muerte y la resurrección, van de la mano.

Es más, parafraseando a Descartes, podríamos llegar a decir: “Dudo, luego creo”.

Chesterton lo resumió muy bien cuando afirmó: “una fe sin dudas es una fe dudosa”. Y no le faltaba razón, porque la duda, compañera inseparable de toda fe auténtica, incordia, pero también desenmascara a los falsos dioses, cuestiona sus seguridades y purifica la fe, abriéndola de forma incondicional a Dios.

El relato de Job y la pasión de Jesús son quizás los dos mejores lugares de la Biblia donde se muestra la dinámica de crecimiento que introduce la duda en la vida del creyente. Ambos, tanto Job como Jesús, acaban desnudos y abandonados –en sentido literal y figurado– dudando de todo y de todos, dudando incluso de Dios.

Pero es entonces cuando, solos y abandonados, se desnudan también de toda seguridad, de todo apoyo, de toda compensación, de todo falso dios. La soledad y la duda, al final de la prueba, se muestran en toda su crudeza, pero también permiten que la fe, purificada, se apoye en un fundamento más sólido que el deseo y la voluntad: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, exclama Jesús totalmente desarmado antes de expirar.

Las dudas que nos acosan pueden paralizar, desconcertar y llevarnos incluso a abandonar el camino de la fe; o pueden conducirnos a una fe purificada, a la rendición final, al desarme total. Ese desarme lo representa Tomás –símbolo del creyente que duda– al decir, rendido ante Cristo resucitado: “Señor mío y Dios mío”.

Quizás por ello Tomás resulte una figura tan atractiva, tan cercana, tan humana. Él es quien, dudando, empezó a creer. Tomás bien podría haber dicho: “Dudo, luego creo”. Porque creer es dudar y dudar es empezar a creer; dudar de nuestras falsas seguridades y reconocer nuestra falta de argumentos.

La duda puede ser un gran don. Un regalo que nos salva de nuestras seguridades, de nuestros falsos dioses, para hacernos más permeables y conducirnos al único Dios verdadero.

Demos, pues, la bienvenida a la duda, no a la duda enferma y obsesiva de Judas, sino a la duda sana y purificadora de Tomás; la duda que nos conduce a decir: “Señor mío y Dios mío”.


sábado, 15 de agosto de 2015

Víctima del terrorismo: "Dios me abraza en esta caída libre".


Kayla Mueller, víctima de Daesh: ‘Dios me abraza en esta caída libre’ La joven cooperante estadounidense Kayla Mueller murió tras 18 meses secuestrada por Daesh en Siria. La prisión fue para ella una experiencia de “literalmente rendirse a Dios”.

FUENTES Christian Post WASHINGTON 15 DE AGOSTO DE 2015 

Daesh (autoproclamado Estado Islámico) confirmó la muerte de Mueller a principios de febrero de este año. Según informó entonces, la cooperante norteamericana había perdido la vida por un bombardeo de la aviación jordana, que colabora junto a Estados Unidos en la coalición militar creada para combatir el terrorismo yihadista; y que se había “casado” con uno de los líderes yihadistas. 

Algo que fue desmentido por el propio Obama. La familia de Mueller ha informado ahora que funcionarios del Gobierno les han confirmado que su hija, que tenía 26 años, fue torturada y víctima de reiteradas agresiones sexuales por parte del líder de Estado Islámico. «Se nos dijo que Kayla fue torturada y que era «propiedad» de Al Baghdadi», han explicado los padres de Kayla, Carl y Marsha Mueller. 

Según las mismas fuentes, Al Baghdadi llevó personalmente a la trabajadora de ayuda humanitaria secuestrada a la casa de Abu Sayyaf, un tunecino que se encuentra a cargo de los ingresos del grupo yihadista derivados del petróleo y del gas. El líder terrorista visitó regularmente la casa de Sayyaf y agredió sexualmente en varias ocasiones a Mueller. 

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo que Mueller se sirvió de las “libertades” para mejorar la vida de otras personas, y que ha dejado un “legado” que perdura e “inspira” a quienes “luchan, cada uno a su manera, por lo que es justo y decente”. Pero parte esencial de ese legado, además de una inmensa y generosa labor humanitaria por todo el mundo, es que Kayla se entregó (“se rindió totalmente”) a Dios durante el cautiverio, encontrando descanso y libertad en una profunda fe. 

LA FE DE KAYLA 

La importancia de la trascendencia en la vida de Mueller ya quedó patente en una entrevista de 2013 con el Prescott Daily Courier, un periódico de su ciudad natal de Prescott, Arizona: "Me parece ver a Dios en la mirada de los ojos sufrientes que se reflejan en la mía, si es así como se revela a mí, así es como yo quiero siempre buscarle." 

Una carta que escribió a sus padres con fecha de 1 febrero de 2014, poco antes de su muerte, fue enviada a través de una compañera de Médicos Sin Fronteras, burlando a sus secuestradores. Les llegó en marzo. En ella, Kayla quería quitar preocupación a sus padres por su situación y les pedía que no negociaran para su liberación. Pero lo impresionante es su firme mensaje de fe: "Recuerdo que mamá siempre me decía que en todo, al final, el único que realmente tienes es a Dios. Me han llevado a un lugar donde mi experiencia, en el sentido literal de la palabra, es que me he rendido a nuestro Creador (…), no hay otra cosa (…) Gracias a Dios y a sus oraciones me he sentido tiernamente abrazada en esta caída libre”. "Se me ha mostrado, en la oscuridad, la luz (..) he aprendido que incluso en la cárcel uno puede ser libre. Estoy agradecida. He llegado a ver lo bueno que puede existir en cada situación, a veces sólo tenemos que buscar"

miércoles, 24 de junio de 2015

Del dolor a la esperanza: un jaque a la indiferencia.

Ni una Menos, Córdoba, capital, 3 de junio
Carolina Abarca
Sophia

De no ser cierto, resultaría extravagante pensar que un tuit es capaz –en potencia– de movilizar y poner de pie a un país entero; a no ser que ese tuit albergue, no el reclamo de una mujer anónima, sino el clamor de una sociedad presa de un silencioso dolor.

El pasado 3 de junio cientos de miles de varones y mujeres de mi país marchamos en contra de la violencia de género bajo la consigna #NiUnaMenos. Podría haber sido un femicidio más, otra muerte como las que en Argentina ocurren cada 31 horas y que son noticia por un rato para luego diluirse y dar lugar a la próxima. Pero esta vez hubo algo diferente que, sin duda, nos conmovió a muchos. Hey! “Nos están matando” gimió una mujer en las redes. Era una clara invitación a despertar del sueño y salir de la anestesia frente a una realidad que nos está ocurriendo a todos, a pesar de nuestra insolente indiferencia. La movilización no tardó en levantar vuelo y encontrar eco en países vecinos convirtiéndose en noticia de los principales medios del mundo.

Quizás en un acto de rebeldía ante una sociedad sensacionalista, espasmódica y cortoplacista me propuse dejar pasar unas semanas antes de sentarme a escribir, invitándome a sostener la vigencia de la reflexión a través del tiempo. Posiblemente también lo necesité para procesar y entender lo que por algunos días estuvo entreverado adentro. Esta marcha me había interpelado en demasiados niveles, me cuestionaba como mujer, como ciudadana, como persona y como cristiana.

“Nos están matando” fue sin duda, en un comienzo al menos, un mensaje que reclamaba complicidad femenina. ¿Realmente a las mujeres nos es indiferente que estén prendiéndonos fuego y metiendo nuestros cuerpos sin vida en bolsas de basura? ¿Hasta cuándo vamos a continuar minimizando el hecho de que, a la vuelta de la esquina, hay mujeres a las que se las mata no para robarles, no por estar implicadas en asuntos clandestinos sino por el simple hecho de ser mujeres? Sin duda es una realidad dolorosa que resulta difícil de asumir y mirar de frente. Pero ante la cruel evidencia de que, a pesar de vivir en un país democrático donde supuestamente rige el estado de derecho, los femicidios continúan ocurriendo con total impunidad ¿no será tiempo de preguntarnos si hay algo más profundo, enraizado en nuestra manera de relacionarnos, de educar, de pensar y de actuar que fomenta -o en el “mejor” de los casos tolera y consiente- esta clase de actos y comportamientos?

A primera vista, alguno podría pensar que se trata de una cuestión de mujeres, pero habría que ser muy necio para, después de reflexionar apenas unos minutos, no advertir que se trata de una problemática social y cultural de la que todos somos víctimas y parte. Si no pensemos en los 2200 niños que se quedaron sin mamá entre 2008 y 2014 en Argentina, o en todos aquellos padres, madres, hermanos y amigos que perdieron a sus mujeres queridas. Cuanto más se potencia el dolor de la perdida cuando se combina con la impotencia de ver que la justicia no es capaz de pronunciarse y permite que los asesinos continúen sueltos –y reincidiendo en muchos casos-.

Ocurre que, como país y como sociedad, no hemos asumido aún esta realidad. La ausencia de estadísticas oficiales sobre femicidios en la Argentina es la mayor prueba de esto. ¿Cómo vamos a trabajar en la solución de un problema que no hemos asumido todavía como propio? ¿De qué manera vamos a exigir a nuestros representantes que pongan empeño y recursos en medir y accionar frente a una realidad que todavía sentimos ajena? Quizás la fuerza de esta marcha nos indica que ya es tiempo de tomar posición y generar opinión propia sobre el tema. Porque de seguro no seremos capaces de engendrar nuevas y superadoras maneras de concebir la vida hasta tanto no sintamos que esta realidad nos interpela a cada uno, con nombre y apellido.

Pero hay algo más profundo aún que me resuena adentro hace días. No puedo dejar de pensar en cómo la manera en que hemos naturalizado las pequeñas violencias cotidianas resulta, a fin de cuentas, un escandaloso atropello a la vida. Es que me parece una locura pensar que en pleno siglo XXI tengamos que hacer una marcha para pedir que no nos maten. ¿Qué nos pasa!? Los seres humanos nos jactamos de haber evolucionado en tantos aspectos cuando, en verdad, tan poco lo hemos hecho en los más importantes como lo es el respeto a la vida y a nuestra propia humanidad.

Posiblemente valga la pena preguntarnos qué es lo que tanto nos duele adentro que buscamos callar a golpes fuera. ¿Qué es esa manera de vivir que estamos eligiendo y replicando a pesar de que hace que engendremos tanta violencia? Porque es claro que la violencia exterior es solo la manifestación de algo que empieza mucho antes dentro. ¿Qué es lo que nos está pasando en el corazón, en el alma, que lleva a algunos a matar y a otros a mirar esas muertes con indiferencia? Lo peor es que la mayoría no tenemos ni idea… Porque hemos naturalizado la violencia como manera de relacionarnos y la indiferencia como forma de sobrevivir ante tanto dolor que nos infringimos a diario.

Quizás peco de simplificar demasiado, pero no puedo dejar de ver detrás de todo esto a hombres y mujeres asustados y dolidos, queriendo comprar con poder, dinero y a los golpes un poco de amor y reconocimiento. Y si así fuera, si lo que hay detrás de la violencia es miedo y dolor – o miedo al dolor– me pregunto si estas dos experiencias no podrán convertirse en algo distinto… ¿No es acaso el dolor tan capaz de destruir nuestra vida como de transformarla y hacerla más plena? Esta marcha fue un acto de coraje en el que, de la mano de valientes mujeres, la sociedad misma se animó a reconocer una herida por la que silenciosamente se está desangrando. Es esto lo que la hace histórica, ya que solo el encuentro con esta realidad doliente tiene en potencia la conversión y evolución hacia una mejor.

Para hablar de conversión el Nuevo Testamento utiliza la palabra metanoia, que quiere decir cambio de mentalidad. Solo a partir del encuentro verdadero con una realidad viva produce el cambio de conciencia necesario para dar una respuesta superadora de dicha realidad. Dicho así, parecen sonsos los enormes esfuerzos que hacemos para esconder bajo la alfombra las realidades que nos duelen como esperando que, negándolas, desaparezcan. Ya lo dijo Einstein, “Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de conciencia en el que se creó”. ´Pero mucho antes lo dijo Cristo con su vida, ¿no se resume acaso Su mensaje a la promesa de que vivir encontrados en el amor, a pesar del dolor, nos conduce a la plenitud de la Vida?

Es mi deseo que el reclamo de #NiUnaMenos se convierta finalmente en los cambios concretos que necesitamos en nuestras instituciones y en nuestra cultura para lograr que los femicidios dejen de ser una realidad cotidiana. Pero ojalá también este basta nos haya llegado al alma y ponga en jaque nuestra indiferencia ante la realidad del otro, que no es más que la nuestra. Todavía hay esperanza mientras seamos capaces de generar –en las redes, en la plaza, el laburo o nuestras casas– encuentros que nos muevan a la conversión. No estamos solos, la marcha no ha sido en vano. Una nueva consciencia ha llegado para recordarnos que la violencia no es el único camino y que, juntos y encontrados, es posible transformar el dolor en un motor capaz de construir una realidad mejor.

Fuente: Atrio

jueves, 21 de mayo de 2015

En torno a las guerras, la religión y la esperanza.



En el contexto de la crisis entre Estados Unidos y Siria, repetidamente me preguntan sobre temas escatológicos. Por ejemplo, sobre el cumplimiento de las profecías bíblicas, la destrucción de Damasco, y la gran batalla del Armagedón. Además, en estos días desde Jerusalén he estado en varios medios de comunicación, respondiendo a inquietudes y afirmando la importancia de la paz en el mundo, particularmente en el Oriente Medio.

En medio de esos diálogos, sale con insistencia el tema de la religión, particularmente su importancia y contribuciones en momentos críticos y determinantes de la historia de los pueblos. La religión, que debe ser fuente de paz, seguridad y justicia, se ha usado como agente de disputa y como parte del conflicto en esta distante región del mundo.

Respecto a estos asuntos, debo indicar con claridad lo siguiente: Los problemas en el Oriente Medio no son religiosos, sino políticos. Y aunque reconocemos que el Islam juega un papel protagonista en esta región convulsionada del mundo, la verdad es que las dificultades se relacionan con los sistemas de gobierno dictatoriales, las injusticias sociales y económicas que han vivido esas comunidades durante siglos y, entre otras, las influencias de Occidente en esos gobiernos despóticos, que se han llevado una considerable parte de sus recursos naturales (p.ej., el petróleo).

La religión ciertamente es muy importante en estas sociedades, pero el corazón de los conflictos no es teológico, sino político: Por ejemplo, la distribución de las tierras y las aguas, las ocupaciones militares, la indefinición de las fronteras, la hegemonía regional, y la insurrección y los conflictos entre diversos grupos islámicos. Y en medio de estas inestabilidades, están los grupos cristianos que se ven heridos continuamente por todas estas dinámicas de violencia.

En ese complejo mundo de política nacional e internacional, la religión debería jugar un papel positivo y liberador. La verdad es, sin embargo, que el extremismo religioso, lejos de contribuir al avance de las negociaciones responsables de paz, justicia y respeto a los derechos humanos, polariza los grupos armados y distancia los sectores diplomáticos. La religión, cuando se manifiesta en modalidades irracionales, complica los diálogos, hiere profundamente a los protagonistas de los conflictos, y disminuye las posibilidades de alcanzar acuerdos justos, perdurables y aceptables.

En esos ambientes socio-políticos tan complejos, la religión necesaria es la que se preocupa por el bienestar humano y por la dignidad de las personas, más que en las ceremonias y las declaraciones teológicas. No son pertinentes las religiones y teologías que enfatizan continuamente la maldad y las imperfecciones de la gente, pues son temas que afectan de forma muy profunda la autoestima individual y los valores nacionales. Aprecio, sin embargo, los grupos de fe que se dedican a destacar el potencial de restauración y la capacidad de recuperación que tienen las personas. Me alegran las manifestaciones de piedad que ponen claramente de manifiesto el poder restaurador y liberador de la fe.

La Tierra Santa y la humanidad no necesitan más guerras ni religiones irracionales que le den prioridad a la condenación de los infieles sobre la transformación de la gente. ¡No es el camino de la superstición religiosa el que lleva a la vida plena! Lo que mueve al disfrute de la convivencia pacífica, responsable y digna, es la espiritualidad saludable que respeta las diferencias, afirma las individualidades y reconoce los derechos humanos.

La religión pura y sin mácula es la que se preocupa por la gente cautiva, atiende a las comunidades en crisis, supera los prejuicios, se sobrepone a las discriminaciones, y entiende que el camino de la paz, en el Oriente Medio, la Tierra Santa, Europa y las Américas, es el que se fundamenta en la justicia.



Dr Samuel Pagan

El Dr. Samuel Pagán es profesor de Biblia Hebrea en Dar al-Kalima College en Belén. El Dr. Pagán es un ministro ordenado de la Iglesia de Cristo (Discípulos de Cristo). Prolífico escritor, ha publicado más de 35 libros sobre temas teológicos, bíblicos y pastorales. Ha sido decano académico y presidente de instituciones teológicas de grado en Puerto Rico y EE. UU., y ha sido director del departamento de traducción de la Biblia de la United Bible Societies en las Américas.

viernes, 6 de febrero de 2015

La Iglesia de Base, una señal de esperanza para América Latina.


Representantes de las CEBs (Comunidades eclesiales de base) de 12 países latinoamericanos y caribeños se reúnen desde el día 3 al 8 de febrero en la Ciudad de México para participar del Encuentro Continental de Asesores de las CEBs.

Entre los objetivos cabe destacar el deseo de ver la realidad latinoamericana para desde ese marco ubicar los actuales desafíos del proceso continental de CEBs y ajustar estrategias, así como la necesidad de posicionarse como Iglesia de base en el actual momento eclesial y afinar estrategias.

Todo encuentro de CEBs comienza con el análisis de la realidad. Por eso, después de un momento de oración en el que se ha recordado a los mártires de la caminada, ha sido abordada la realidad social y eclesial de América Latina. Recordar a los mártires siempre es un estímulo que ayuda a que el compromiso profético en la construcción del Reino no decaiga. Uno de los que siempre fueron recordados como mártires por la Iglesia de base es Monseñor Oscar Romero, que precisamente este 3 de febrero ha sido reconocido como tal por el Papa Francisco y en consecuencia por la Iglesia universal.

El politólogo Juan Luis Hernández Avendaño, profesor de la Universidad Iberoamericana de Puebla, mostraba como causa de muchas de las injusticias que están presentes en el continente latinoamericano, la presencia del neoliberalismo, que en América Latina ha sido radicalizado todavía más que Estados Unidos o Europa, teniendo como consecuencia la concentración de la tierra y el debilitamiento del estado y de los gobiernos, que no consiguen preservar el interés público y la seguridad de los ciudadanos, así como la corrupción en todas las esferas sociales y la aparición de lo que él llama de narco-política, que ha provocado que los narcotraficantes sean los que manden en muchos espacios sociales latinoamericanos. Al fin y al cabo estamos hablando del continente con mayor desigualdad social.

Pero al mismo tiempo reconocía elementos que son buenas noticias para la sociedad latinoamericana. Resaltaba la figura de Evo Morales, quien ha demostrado que es posible el crecimiento y la distribución de la riqueza, el cada vez mayor auge de la economía solidaria, de pequeñas y medianas empresas frente a las grandes multinacionales que ejercen un férreo control social, la creciente importancia de los jóvenes, que se están convirtiéndose en actores sociales y políticos muy importantes, pero que sin embargo son perseguidos sistemáticamente por muchos gobiernos que quieren criminalizarlos, bajando la edad penal.

En su opinión, "el análisis de la realidad tiene que ser un instrumento para reforzar nuestra esperanza, nuestra fe, porque vivimos un tiempo de mucha falta de esperanza y necesitamos una luz que acompañe y empuje a otros". En este sentido resalta que "lasCEBs siempre han sido una luz en nuestro continente, pues la Iglesia latinoamericana de base ha sabido dar respuesta a los desafíos sociales".

Después del análisis social, Bernardo Barranco, uno de los estudiosos del fenómeno religioso más reconocidos en México, analizaba la situación religiosa latinoamericana a partir de la figura del Papa Francisco, quien, desde su punto de vista, asumió el papado en uno de los momentos de mayor crisis de la Iglesia católica en el último siglo, provocada por una fuerte caída del catolicismo, como consecuencia de los escándalos de pederastia, las irregularidades en las finanzas vaticanas y el Vatileaks, que causaron larenuncia de Benedicto XVI.

Entre los aportes de Francisco, por encima de los aspectos formales que le llevaron a renunciar a formas medievales de poder y vivir austeramente, destaca la dimensión pastoral de la Iglesia y la invitación que hace a abrir las puertas para salir, mostrando lanecesidad de ser una Iglesia que sirve, que habla más de justicia social y opción por los pobres y menos de todo lo relacionado con la moral sexual, recuperando así la actitud y el espíritu del Vaticano II.

El desafío está en que las reformas que Francisco pretende introducir tengan mayor repercusión a nivel local, a lo que se une la fuerte oposición que el Papa está encontrando dentro de la curia y de algunos sectores eclesiales que le tachan de populista y llegan a cuestionar hasta la propia legitimidad de su elección.

Por eso señala que la Iglesia de base necesita ser más activa y coloca como desafío la necesidad de presionar a la estructura religiosa para que recupere la dimensión popular, pues cuando esto sucede la propia Iglesia se fortalece.

En el intercambio de experiencias y el diálogo entre los participantes del encuentro se percibe la riqueza de esta forma de ser Iglesia, de vivir la fe a partir de un mayor compromiso que lleve a no perder de vista la necesidad de continuar luchando para que el Reino de Dios sea una realidad cada vez más presente en la vida de tantos hombres y mujeres que no encuentran en la sociedad en la que viven una respuesta a sus anhelos.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

La poderosa ilusión del Año Nuevo.


Por Santiago Kovadloff | LA NACION

Cuando se transita del módico y cordial "Que tengas un buen día" a la entusiasta amplitud del "Que tengas un buen año" lo que tiene lugar, en verdad, es un salto en la expresión de la cortesía y los buenos deseos. Y ese salto bien merece alguna reflexión.

Al desearnos unos a otros todo un año fecundo y afortunado, sin reveses y feliz, procedemos en consonancia no sólo con una convención sino ante todo con una ilusión poderosa, subyugante y poco menos que universal. Esa ilusión es la de renacer, la de sentirnos inscriptos en un momento primigenio, inédito y liberador, en el que disolver lo que de ingrato pudo hasta entonces habernos sucedido. Esa hora primera, genesíaca, cuyo arribo anhelamos y en cuya eficacia depuradora confiamos, equivale a una refundación del mundo y a propiciarnos en ella la centralidad imaginada para los elegidos. De modo que, seamos o no religiosos, todos recibimos al año que se inicia como a un redentor. Con mayor o menor intensidad, sentimos en ese momento la emoción de lo inaugural. Emoción y expectativa que los muchos años nuevos anteriormente vividos por cada uno de nosotros no logran atenuar ni desmerecer.

Es que el año nuevo, al llegar, no se suma a los anteriores en el sentimiento de sus celebrantes. Es siempre fundacional. Su singularidad es irreductible e irrepetible, y por lo tanto no se deja inscribir en una serie. No es uno más sino el único cada vez. No implica el retorno de un comienzo ya ocurrido sino un inicio sin precedentes aun cuando, en el calendario, sólo se lo vea como un número añadido a una cifra previa. El año nuevo no vuelve. Llega, siempre, por primera vez. Esto es especialmente evidente e intenso en los cambios de siglo y más aún en los de milenio, como hace tan poco ocurrió en Occidente. En esa arraigada percepción colectiva, el año nuevo no puede provenir del pasado sino del futuro precisamente porque, en el imaginario social, su efecto es el de una redención: incorpora a la actualidad lo que hasta allí sólo albergaba el porvenir y ahora se derrama sobre el presente. Se descree por lo tanto de toda paternidad que lo viejo pueda reclamar sobre lo nuevo. Lo viejo, estima la creencia, no está en condiciones de producir lo nuevo. Su edad, justamente, es la que no se lo permite. Y así, el recién nacido, representado usualmente como un niño en pañales que se lanza a recorrer sus días, suele aparecer distanciándose de un anciano consumido, encorvado y a punto de extinguirse y no identificable como un progenitor lozano.

De manera que lo que empieza nada debe a lo que termina. Es su antítesis y no su resultado. Como un dios no gestado en el tiempo, el año nuevo es vivido como una ofrenda de la plenitud y no de la precariedad y el desgaste. Ciertamente al año viejo debe apagarse para que el nuevo pueda brotar. Pero el suelo en el que se produce esta pujante floración no es la tierra marchita de lo que está al borde de su desaparición.

No obstante e indefectiblemente, el año nuevo se irá apartando de la inmaculada intemporalidad que lo trajo a este mundo para empezar a agrietarse bajo las contradicciones y adversidades que le impondrá el prosaico curso de la vida cotidiana. Irá perdiendo entonces la gracia de una revelación y ganando a cambio el semblante menos luminoso y a veces conflictivo de lo diario. Poco a poco comenzará a abundar entonces en boca de sus usuarios, la expresión "No veo la hora de que este año se vaya" mientras en el alma de tantos disconformes empezará a anidar la simiente idealizada del año por venir.

Es en esta parábola que se desplaza de la idealización al desencanto donde puede advertirse el parentesco entre el año que se va y el que irá llegando. Fatalmente lo nuevo se convertirá en viejo pero aun así la fe podrá más que el saber y la necesidad de volver a creer (tan nuestra, tan íntima, tan apremiante) podrá más que las lecciones de la experiencia. Se trata, propone ésta, de un ciclo, con su carga habitual de venturas y desventuras. ¿Pero quién se muestra dispuesto a reconocerlo como tal cuando están por dar las doce de la noche del 31 de diciembre? No es hacia lo usual hacia donde queremos ir al alzar la copa en esa hora tan esperada, sino hacia lo que soñamos, hacia el acontecimiento venturoso que con su pujanza creadora infunda realidad a lo que hasta ese momento sólo encontró albergue en la imaginación. La fe puede, en consecuencia, más que el frío discernimiento. Necesitamos creer porque de esa creencia vive el deseo que nos da vida. Él la nutre y él a ella, por supuesto, en un acoplamiento que es perfecta complementación.

Acaso ya se advierte que, a mi entender, creyentes somos todos. Tanto los que admiten a Dios como aquellos que no lo hacen. Creer es contar con valores orientadores que infunden inteligibilidad a nuestra vida y la inscriben en un campo de sentido. No hay existencia posible sin valores. Y los valores expresan siempre creencias. Esas creencias, sean seculares o religiosas, traducen un mismo apego a la fe, recaiga ésta sobre la que recaiga. Cree en la ciencia quien a ella se consagra con la misma unción con que cree quien hace de la poesía la razón de su vida o de la teología su finalidad primordial. En términos de fe, en nada difieren quien vive para el deporte de aquel que se entrega a la sociología. En cualquiera de estos casos creer es decisivo para proceder. Pascal señaló hace mucho qué sólidas y arraigadas suelen ser las razones del corazón y qué distintas a las del entendimiento. Se puede dejar de creer en lo que se creía pero no se puede dejar de creer en sentido absoluto sin que nuestra vida zozobre en la angustia y el absurdo. Aun el escéptico más avanzado confía en haber encontrado la posición adecuada para hacer del desapego a toda creencia una creencia afianzada.

No exagera quien asegura que la fe mueve montañas. Montañas que, en nuestro caso, son las de la incredulidad que pretende atenuar la fe con que cada año recibimos al año que se inicia. La necesidad que se incuba en nosotros de festejar su llegada desafía todo llamado a la moderación y barre con la cautela que aconseja el sentido común. Y es así como volvemos a expresar fervientemente nuestra confianza en que esta vez sí será nuevo y sin desmayo el año nuevo. Por cierto, el consenso general es en esto determinante y favorece esa disposición a desearnos felicidad unos a otros y a confiar en que ella no nos dejará. Con incansable insistencia, nuestros sueños, deseos y creencias se pronuncian para dar vida a ese buen augurio que, compartido por tantos, a lo largo y a lo ancho del planeta, hace saber de nuestro anhelo de que nadie se vea excluido de la alegría de vivir y convivir.

Somos seres simbólicos, tenazmente simbólicos. Lo prueba la potencia que en nuestro espíritu alcanza esa noche excepcional. Lo prueba la necesidad de acercarnos unos a otros, la de abrazarnos y mirarnos con afecto, la de creer que es posible ser mejores y vivir en un mundo algo mejor..

Fuente: La Nación

miércoles, 12 de marzo de 2014

¿Esperanza de la liberación o esperanza de la libertad? Una perspectiva protestante.


En algún momento, Gustavo Gutiérrez caracterizó la teología de la liberación diciendo que “la meta es la libertad; la liberación es el camino”. José Míguez Bonino[1]

La libertad es alas,/ es el viento entre hojas, detenido/ por una simple flor; y el sueño/ en el que somos nuestro sueño;/ es morder la naranja prohibida,/ abrir la vieja puerta condenada/ y desatar al prisionero:/ esa piedra ya es pan,/ esos papeles blancos son gaviotas,/ son pájaros las hojas,/ y pájaros tus dedos: todo vuela. Octavio Paz.[2]

Estas son apenas unas notas sueltas sobre el tema que nos ocupa, que intentaré articular en el contexto del 3er Fòrum Català de Teologia i Alliberament (Lluitem per la esperança). La noción de esperanza es y ha sido fundamental en el contexto latinoamericano, del que provengo, y comienza a serlo de manera acuciante en el contexto Sudeuropeo, donde la situación de exclusión y la pérdida creciente de la “calidad de vida” se cierne sobre la vida de mucha gente. Cuando hablamos de esperanza, me gustaría que la consideremos desde el punto de vista experiencial: hablamos de aquello que se coloca delante de nosotros como aspiración, ilusión, deseo, expectativa y, asimismo, hablamos de las experiencias que nos mueven a buscar, luchar, comprometernos pero también nos frustran y nos desilusionan. No se puede vivir sin esperanza, porque somos seres de deseos y, además, porque la cultura misma opera sobre los horizontes de esperanza.

Los horizontes de esperanza se amplían o se reducen según los condicionamientos socio-culturales y económicos: hay quien espera comprarse un automóvil nuevo o tener más ingresos de dinero y hay quien espera poder tener comida y obtener un trabajo que le permita sobrevivir. Tales horizontes no tienen el mismo contenido ni la misma amplitud. Recuerdo las reflexiones de un sacerdote argentino que, a finales de los 90 en Buenos Aires, hablaba de los efectos de la crisis económica y el desempleo en la gente común: decía que a la gente se le estrechaba el horizonte de esperanza, que un padre no sólo sufría por no tener trabajo sino que su sentido de dignidad se hacía añicos ante sus hijos, cuando no podía darles algo que deseaban.

Esto resulta pertinente si pensamos que la actual crisis en España (y en el sur de Europa en general) tiene una dimensión concreta, agónica: el estrechamiento del horizonte de esperanza en la experiencia cotidiana de las personas y las familias cada vez más precarizadas. Pero la crisis no es tan sólo una crisis en el sentido de haber entrado en una especie de “estado de excepción”, que tarde o temprano retornará a una supuesta “normalidad”, o en una recuperación del estado de bienestar social. Es también una crisis de esperanzas o la aparición de formas de desesperanza que señalan una crisis sistémica, un resquebrajamiento de las certezas que sustentan el ordenamiento social, económico y político presente.

Es ahora cuando se escuchan planteamientos que proponen una salida del modelo de sociedad basado en la ideología del “libre mercado”, es decir, la necesidad de pensar una sociedad fuera del modelo capitalista. Apenas 5 o 6 años atrás era impensable que hubiera una atención considerable a críticas del sistema capitalista como las que podemos escuchar hoy (v.gr. el libro “Sin miedo” de Teresa Forcades y Esther Vivas o el planteamiento sobre una economía del decrecimiento de autores como el profesor Carlos Taibo). Se trata, sin lugar a dudas, de un contexto en el cual se han fragmentado muchas esperanzas, predomina la desesperanza y parece necesario luchar por nuevos horizontes de esperanza.

Si el contexto actual es una situación donde es determinante la lucha por la esperanza, entonces estamos en una situación semejante a la que se corresponde con la literatura apocalíptica de los textos bíblicos: los textos apocalípticos se corresponden con momentos oscuros de la historia, plagados de injusticias. Tiempos donde la gente es aplastada por la fuerza opresora de los poderosos. Sin embargo, se utiliza mal la noción de lo “apocalíptico”, porque los textos literarios de este tipo nacen de una preocupación pastoral que quiere alentar a los desesperados y ofrecer un espacio de resistencia, para hacer posible la esperanza en la vida concreta de la gente. En el N.T. los textos de tipo apocalíptico resaltan la inminencia de una nueva edad y generan el imaginario de un orden radicalmente distinto, con el fin de que se produzca una forma de resistencia capaz de ofrecer una nueva esperanza.

No sé hasta dónde se puede decir que ha llegado la hora de una reflexión teológica que considere con seriedad las implicaciones de la escatología neotestamentaria, sobre todo en los textos apocalípticos, dentro del contexto de Sudeuropa. Pero, en tanto que inmigrante, sí recuerdo que hace unos 8 o 9 años, en una conversación en torno al libro del Apocalipsis, un biblista catalán me decía que ése era un libro que tenía mucho interés en países subdesarrollados, en Latinoamérica o África, pero que en Catalunya, o Europa en general, no tenía mucha relevancia. Me parece que hoy día ya no se puede sostener esa afirmación.

Por tanto, me gustaría plantear la siguiente cuestión: ¿qué significa luchar por la esperanza en este contexto de crisis desde una perspectiva utópica o escatológica? Y ¿qué significa hacerlo en el contexto y el momento actual de la Europa del sur (o el estado español)? A fin de generar una conversación inicial, y con muchas salvedades de la necesaria reflexión, de matices y precisiones también necesarios, quiero sugerir tres puntos, abiertos a la discusión: Primero, creo que la lucha por la esperanza, supone una doble referencia a la libertad como horizonte de sentido. Segundo, la lucha por la esperanza no puede tener lugar sin las experiencias de liberación que se ligan a percepciones apocalípticas del mundo. En tercer lugar, la lucha por la esperanza supone acciones, actitudes y decisiones que tienen un carácter provisorio o penúltimo. De manera sucinta explico cada punto.

Dos formas de libertad

En primer lugar, la lucha por la esperanza tiene una doble referencia a la libertad: por un lado tenemos el proceso histórico del mundo occidental moderno, donde la noción de libertad es constitutiva del mismo, puesto que ella es una condición para el ordenamiento político de una sociedad democrática o para la organización económica de la actividad mercantil o para los derechos fundamentales de cada individuo o, finalmente, para el uso de la razón que pueda desarrollarse sin la constricción o coacción de poderes autoritarios.

Sabemos que la crisis de la modernidad, y su expresión en lo que se denomina posmodernidad, nos hace cautelosos con respecto a esa noción de libertad en la historia de occidente, pero es innegable que no podemos pensarnos en ausencia de la libertad, sea como condición o como horizonte de sentido para la vida social, política, económica y racional. Por otro lado, la lucha por la esperanza tiene una referencia a la libertad como utopía desbordante, como la promesa de una vida sin sufrimiento, sin injusticias y sin mentiras. Es la libertad que se deriva de la misma promesa de Jesús: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8, 32).

Si se lucha para generar esperanza en la vida de la gente, entonces son inevitables estas dos referencias a la libertad. Pero además, se trata de nociones que chocan, se tensan y polemizan entre sí, porque las diversas imágenes de la libertad en la sociedad moderna (la “libertad” del mercado, de la razón, del individuo) son una ficción social que está llena de contradicciones. Pero es una ficción operativa, que funciona de tal manera que bien podemos responder como aquellos “judíos” que polemizaron con Jesús (en el cap. 8 de Juan) y le decían: “somos descendientes de Abraham, y jamás hemos sido esclavos de nadie, ¿Cómo dices tú: Seréis libres?”, de manera que también podemos decir: “somos modernos (o posmodernos) y por tanto libres en una economía de libre mercado, libres en un orden político democrático, libres en un orden guiado por la sola razón libre y libres en tanto que individuos absolutamente libres”. Esta posible respuesta, desde nuestra condición moderna/posmoderna, revela las contradicciones entre dos formas de libertad: la libertad del proyecto moderno y la libertad de la promesa escatológica del evangelio. El epígrafe de José Míguez Bonino que he puesto al inicio (y la nota que amplía dicha cita), da cuenta de la polémica relación entre las dos formas de libertad.

Experiencias de liberación y mirada apocalíptica

En segundo lugar, la lucha por dar esperanza a la gente implica experiencias concretas, históricas, de liberación y tales experiencias suponen una mirada apocalíptica. Me explico: no se genera esperanza si no es con referencia a lo corporal, a lo inmanente, y esa liberación supone una situación de esclavitud, de atadura, de opresión o de exclusión y dominación.

Se aprende a esperar a partir de esas experiencias que nos liberan del peso opresor, cuando sentimos el poder para tener cierto dominio o dirección sobre nuestra vida, cuando salimos de una condición de padecimiento bajo cualquier tipo de esclavitud (bajo el poder de un opresor o bajo el poder de una adicción que me arrastra a la destrucción). Pero la liberación no se completa hasta que logramos ver de qué manera estábamos esclavizados y cómo poder ser libres, lo cual implica que nos damos cuenta de que nuestro mundo es un orden injusto, contradictorio y opresor: es así como adquirimos la mirada apocalíptica que nos muestra una sociedad corrompida, deteriorada, que no se puede arreglar con remiendos o parches, sino que tiene que ser reemplazado por otra cosa, por otro mundo mejor, de calidad radicalmente distinta.

El éxodo en la Biblia constituye la liberación del pueblo por parte de Dios sólo hasta que Israel pudo reconocer que la vida en Egipto, bajo la tutela de los poderosos dioses y de las majestuosas obras de ingeniería arquitectónica, agrícola y militar de su mundo, no eran más que una apariencia, puesto que debajo de aquel esplendor estaba la vida explotada, oprimida y esclavizada que tenían los hebreos.

Las experiencias de liberación no se terminan con la acción solidaria que comparte la comida, con las curaciones que liberan del poder depresivo de la enfermedad, sino que se completan con la mirada apocalíptica, que ya no puede mirar con ingenuidad el mundo que habita. Ahora, con la mirada apocalíptica sobre su mundo, el pueblo advierte su monstruosidad y quiere que venga otro mundo, que venga el Reino de Dios y que se haga la voluntad de Dios en la tierra.

Decisiones y acciones comprometidas, pero provisionales

Como tercer punto, sugiero que la lucha para generar esperanza en la gente implica siempre decisiones y acciones, actitudes y posicionamientos, que inevitablemente son algo provisional y penúltimo. Ello no significa que no sean acciones comprometidas, todo lo contrario. Pero no pueden sacralizarse como la “verdad absoluta”. Todas nuestras acciones se derivan de un discernimiento que intenta, al menos desde la experiencia de la fe, responder en obediencia al llamado de Jesús como Señor de la historia. Sin embargo, son acciones y actitudes que están mediadas por nuestros condicionamientos culturales, sociales, políticos y económicos y por nuestros prejuicios y herramientas de análisis. Por ello, son acciones y actitudes que tienen las mismas limitaciones que se derivan de tales condicionamientos y uso de herramientas.

Con todo, la lucha por la esperanza no puede esperar a que tengamos primero todas las respuestas o que poseamos unas garantías sobre el porvenir. En este sentido, el discernimiento de las comunidades de creyentes con respecto a los desafíos que le supone cultivar y dar esperanza a los demás, es un discernimiento que se hace en la confianza de que, aun cuando nos equivoquemos (y nos hemos equivocado muchas veces), la gracia del perdón es capaz de restaurar la historia. La esperanza que se anuncia y que se cultiva es una esperanza que no nace ni acaba en nosotros mismos, sino en el Hijo que libera (Juan 8, 36).

Luchar por la esperanza para que la gente experimente el poder

Dicho todo esto respecto a la lucha por dar esperanza a la gente (con su doble referencia a la libertad moderna y la libertad como promesa utópica; ligada a experiencias de liberación que nos hacen ver y querer el fin del mundo y el deseo por otro mejor; y conscientes de que nuestro papel no puede absolutizarse), diría que también es importante la cuestión del poder como experiencia y efecto de la misma esperanza.

Es importante tener presente que la esperanza no es tan solo una visión a distancia o una bonita imagen que nos atrae o nos impulsa hacia adelante. Si la esperanza se vincula con experiencias de liberación, es porque supone que hemos experimentado un poder, una nueva capacidad de autogestión, una fuerza y una inteligencia que nos hace capaces de crear nuevos caminos, otras alternativas.

El éxodo ocurre bajo esas experiencias de poder que el pueblo reconoce frente al poderío militar egipcio: el mar se abre, ellos caminan en seco y las aguas devoran al poderoso ejército que les pisaba los talones. Entonces, se lucha por la esperanza en la medida en que “podemos decir que podemos”, que asumimos una nueva agencia. La lucha por la esperanza tiene que pasar por esa experiencia de poder que dice “puedo, podemos”. Aquí, la especificidad de la invitación y el llamado del Reino de Dios en Jesús consiste en una experiencia de poder que siempre es relacional: no se trata del “yo puedo” individualista y aislado, como el hombre de la Ilustración kantiana, sino que se trata del “yo puedo en” Jesús. Yo puedo y juntos podemos en esa nueva humanidad que somos, a partir de la vida reconciliada, a partir de la nueva confianza que deriva de esa vida liberada, a partir del conocimiento relacional con Jesús, quien lo ha prometido así:seréis verdaderamente libres.

La lucha por la esperanza para la gente, como experiencia que se concreta en la vida histórica, cotidiana, se encarna en esa doble vivencia del poder colectivo de dos o tres o más sujetos, que se reconocen como parte de algo nuevo. Son experiencias que han de ser liberadoras en el cuerpo y en los nuevos vínculos, que se reconocen nuevas en la ligereza que permite ponerse de pie y caminar, y volar con otros porque, como dice el poema de Octavio Paz, la libertad es alas. Pero lo es en la experiencia histórica que desata al prisionero y que cumple, ya sin engaños ni tentaciones diabólicas, el sueño en el cual esa piedra ya es pan, porque todo vuela.

También los poetas son apocalípticos en el sentido pastoral, es decir los poetas trabajan para que la gente recupere la esperanza, pero no la esperanza en “la realidad” presente, sino en el mundo nuevo que está por venir.



[1] José Míguez Bonino, Rostros del protestantismo latinoamericano, Buenos Aires–Grand Rapids: Nueva Creación–Eerdmans Publishing, p. 30. Vale la pena citar lo que sigue diciendo Míguez Bonino: “Si la libertad es siempre –históricamente, al menos– ‘un blanco móvil’ y la liberación –también históricamente– un camino sin fin, ¿tenemos derecho a desvincular una de la otra? O más bien, ¿es posible desvincularlas sin desvirtuar la liberación que buscamos? Como creyentes, la ‘libertad’ que Jesucristo nos ofrece gratuitamente ¿no es la raíz y el sentido de nuestra participación en la historia? ¿Es posible renunciar a la ‘utopía de la libertad’ sin destruir la esperanza y quitar a cualquier búsqueda de liberación su calidad humana”, pp. 30 – 31.


[2] J. Nahún Sentíes Graham y Carlos Castillo, “La guerra en tiempos de Paz: una batalla por las letras”, pp. 64 – 65. Disponible: http://www.fundacionpreciado.org.mx/biencomun/bc159/Nahun_Catillo.pdf.