jueves, 2 de mayo de 2013

Pan y vino en memoria de Jesús.


Jose Arregi, 02-Mayo-2013

Déjame que te hable de la misa. No, déjame que te hable de algo más simple, de la simple comida. Y déjame decirte que cada vez que comes y bebes, comulgas con el otro, con la Tierra, con todo el Universo. Y que cada bocado que masticas y cada gota que sorbes es un gesto sagrado: comulgas con el Todo o el Ser o la Vida. Comulgas con la gran Comunión o el Misterio de Dios. Vivir es convivir. Ser es interser.

Eso es cada comida, y la misa no es otra cosa. La misa no es nada más, porque no puede haber nada más grande que una simple comida. Lo simple es lo pleno. Lo ordinario y natural es lo más sagrado. Cada vez que comes, hazlo con profunda gratitud y veneración a lo que comes, y compasión por los que no pueden comer.

Así comía Jesús de Nazaret. Su religión es la religión de la comida, aunque la verdad es que él no fundó ninguna religión, e incluso rompió con su propia religión en todo aquello que impedía comer a todos con todos, que imponía ayunos, declaraba impuros algunos alimentos y prohibía compartir la mesa con los llamados pecadores, que casi siempre eran los pobres. Alguien ha escrito no sin razón que a Jesús le mataron por su modo de comer; es que al comer anulaba las fronteras entre los santos y los pecadores, lo puro y lo impuro, lo sagrado y lo profano. Algo intolerable. Los dirigentes religiosos y la gente de bien le llamó “comilón y borracho, amigo de pecadores”.

Jesús soñaba y anunciaba otro mundo necesario y posible, y lo llamaba “reino de Dios”. Y, para explicar cómo iba a ser ese otro mundo en este mundo, no se le ocurrió cosa mejor que organizar una alegre comida en el campo: cada uno llevó y compartió lo poco que tenía y todos se saciaron y aun sobró mucho.

Él pensaba que el “reino de Dios” o el mundo nuevo en este mundo –una gran mesa con abundante pan y sin ningún excluido– era algo inminente. Pero las autoridades religiosas y políticas no estaban por la labor, y el proyecto de Jesús fracasó. Pero Jesús no dejó de esperar contra toda esperanza. Y al presentir lo peor, siguió soñando en lo mejor y organizó con sus amigas y amigos más cercanos una cena de despedida y esperanza, y al partir el pan y pasarles el vino les dijo: “Recordadme en el pan y el vino. Y cada vez que comáis y bebáis juntos, reavivad la esperanza del mundo nuevo, y construid el mundo que esperáis. Cada vez que lo hagáis, yo resucitaré, vosotros os transfiguraréis y el mundo se transformará en Comunión”.

Así hicieron sus seguidores después de que el maestro fuera crucificado como un malhechor. El primer día de la semana, que luego se llamó domingo o “día del Señor”, se reunían en las casas, oraban juntos, recordaban el mensaje de Jesús, comían pan, bebían vino, resucitaba la Vida. Y a eso llamaban “cena del Señor” o “fracción del pan”. Todo era muy simple, y no hacía falta sacerdote ni consagración.

Siglos después, todo se fue complicando. La casa se convirtió en templo, la comida en “sacrificio”, la mesa en altar, la gracia en obligación. E instituyeron sacerdotes para presidir y hacer la consagración del pan y del vino, como si éstos no fueran sagrados de por sí. Y lo llamaron “misa”, pero esto no estuvo mal, pues “misa” significa misión. “Ite missa est”, se decía al final: “Id en paz. Es la hora de la misión”.

Es hora de que volvamos a lo más sencillo y pleno, más allá de cánones y rúbricas y presidencias sacerdotales que nada tienen que ver con Jesús. Basta que nos reunamos dos o más en una casa cualquiera o en cualquier ermita libre, para recordar a Jesús, compartir la palabra, tomar pan y vino, resucitar la esperanza, mientras los pájaros cantan. Si te sientes triste, Jesús te consuela. Si te sientes alegre, Jesús es tu alegre comensal. Y no importa que el pan sea de trigo, de maíz o de centeno, ni si el vino es de uva, de cebada o de arroz. Lo que importa es que sea fruto de la tierra y del trabajo, sacramento de la vida y del mundo nuevo. Ésa es la misa verdadera, la verdadera misión.

PARA ORAR PRIMERO SEA EL PAN


Primero sea el pan
después la libertad.
(La libertad con hambre
es una flor encima de un cadáver).

Donde hay pan,
allí está Dios.
“El arroz es un cielo”,
dice el poeta de Asia.
La tierra
es un plato
gigantesco de arroz,
un pan inmenso y nuestro,
para el hambre de todos.
Dios se hace Pan, trabajo para el pobre,
dice el profeta Ghandi.

La Biblia es un menú de Pan fraterno.
Jesús es el Pan vivo.
El universo es nuestra mesa, hermanos.

Las masas tienen hambre,
y este Pan es su carne,
destrozada en la lucha,
vencedora en la muerte.

Somos familia en la fracción del pan.
Sólo al partir el pan
podrán reconocernos.
Seamos pan, hermanos.

Danos, oh Padre, el pan de cada día:
el arroz, o el maíz, o la tortilla,
el pan del Tercer Mundo 

(Pedro Casaldáliga)

Fuente: ATRIO

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