Es interesante en los días actuales cómo la gente está esperando escuchar las palabras de un profeta renombrado o de algo que venga de parte de Dios que le depare algo positivo para el futuro, casi pensando en algo milagroso y mejor si es algo afirmativo para aquel que escucha.
Si atendemos al significado de la palabra propiamente dicha, el profeta es el que posee el don de profecía, o el hombre que, por señales o cálculos hechos previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros. Y aún hay una tercera definición que dice que el profeta es la persona que habla en nombre y por inspiración de Dios; al menos estas son las definiciones que nos da el diccionario de la Real Academia Española.
En 2Pedro 1:19 podemos leer: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.” Y esa palabra profética más segura será lo que La Palabra de Dios nos dice y, como el mismo pasaje aconseja, debemos estar atentos a ella.
Comparto este tema porque realizando la lectura devocional diaria me topé de repente con un texto que me indujo a pensar y a meditar al respecto: el problema de escuchar a un profeta y no sólo que lo sea, sino que también mienta de tal manera que provoque consecuencias fatales para quien le escucha.
Me refiero al pasaje de 1 Reyes 13, donde un profeta se presenta ante el rey Jeroboam a darle una palabra de parte de Jehová, una palabra profética no muy agradable para el monarca porque ésta implicaba problemas para su reinado. El rey Jeroboam reacciona y ordena que se le encarcele, pero esa acción hace que su mano se le seque y que no la pueda enderezar. Allí mismo le pide al profeta que ore para que su mano sea sanada y Dios responde a la oración. Esto hace que el rey muestre su agradecimiento y le solicita que se quede en su casa, a lo cual el profeta responde de una manera categórica que no lo va a hacer. Y en el verso 9 nos dice lo siguiente: “Porque así me está ordenado por mandato de Jehová, que me ha dicho: “No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el mismo camino”.
Esta afirmación es muy importante, porque de ella va a depender la vida del profeta. El texto no indica cómo fue que Dios le dio esta orden, no dice que fuese porque le habló audiblemente, o porque se le apareció en sueños, o porque lo sintió en su corazón, ni nada. El texto no dice cómo fue que él llegó a esta afirmación que, sin embargo, se convierte en categórica; “Porque así me está ordenado por mandato de Jehová…” Después analizaré un poco más esto.
Si continuamos con la historia bíblica, nos vamos a dar cuenta de que este profeta toma el camino de regreso y estando en estas, un “viejo profeta” (así lo dice el texto) se da cuenta, por sus hijos, que el primero ha estado visitando al rey y se apresura a alcanzarlo. Una vez que lo consigue le indica que pase a su casa y que coma con él, y el profeta le hace la misma afirmación que anteriormente le había hecho al rey, y es aquí donde el asunto se pone interesante.
Este anciano profeta le indica que él también lo es, y el pasaje (v. 18) nos dice que le mintió, diciéndole que un ángel le había hablado mandato de Jehová diciéndole que le llevara a su casa, y que comiera y bebiera con él. El texto se vuelve interesante porque dice; “mintiéndole”. Por tanto, la pregunta que surge es, ¿en qué le mintió? ¿En que él era profeta? Bueno, al parecer no en esto, porque el verso 11 nos dice que “Vivía entonces en Bet-el un viejo profeta”, lo que quiere decir que en esto no mintió. Por tanto, podemos concluir que la mentira estuvo en decir; “y un ángel me ha hablado por mandato de Jehová, diciendo…”. Aquí está la mentira porque, al parecer, el ángel no se le había aparecido; y esto lo inferimos del texto mismo.
Ahora bien, el profeta al escuchar a este “viejo profeta” decirle que él también lo era y que “un ángel” le había dicho lo contrario a lo que él había recibido, se deja llevar por sus palabras y va a su casa, come y bebe (vr.19).
El relato se hace más interesante porque, en medio de la comilona, en el siguiente versículo (20), resulta que “Jehová habló al profeta que lo había hecho volver” y da la palabra indicando que por haber sido rebelde al mandamiento de Jehová iba a morir y no vería la tierra de sus padres. Todo se cumple, el primer profeta muere, y el anciano se da cuenta de que éste sí era un profeta de Dios.
En fin, les animo a leer el texto completo para que puedan ver los detalles interesantes de la historia.
Leyendo este pasaje, se da uno cuenta del peligro de escuchar a un profeta, y no porque no lo sea, si no por el riesgo de que éste diga algo que realmente no viene de Dios, pero como dice que lo es, uno le escucha sin tener el cuidado de pesar muchas cosas.
Meditemos en algunas cuestiones…
La primera, y creo que se parece mucho a nosotros, es que quizás no seamos profetas, como es el caso del texto, pero muchas veces tenemos indicaciones de Dios en nuestro corazón o por indicación bíblica, que como leímos al inicio, es la palabra profética más segura. Muchas veces tenemos la certeza de lo que hay que hacer, o de las decisiones que debemos tomar. Allí están en nuestro corazón. Se puede decir que estamos completamente seguros de lo que Dios desea, y lejos de obedecer a esos deseos de Dios, se buscan otras respuestas, en otras personas que quizás dirán lo contrario a lo que hay en el corazón.
Segundo, aparece más de un “profeta” que sin haber recibido nada de Dios, viene a hablar en su nombre y pareciera que eso es suficiente para que se escuche su consejo, aunque éste sea una mentira, y se toman decisiones contrarias a lo que ya Dios había indicado a nuestras vidas, aunque contradiga lo que ya estaba en nuestro corazón, y eso sólo porque ése o ésa se identifican como “profetas”.
Esto es un grave peligro, tanto para quien escucha al seudo-profeta, como para aquél que diciéndose profeta se atreve a dar palabra como si fuera de Dios. Actualmente pululan y sobran los “profetas”, y andan por ahí hablando en nombre de Dios, y lo peor es que la gente les cree más a ellos que a lo que la Biblia nos dice o a lo que hay en nuestro corazón puesto por Dios. Lo más dramático de esto es que hay consecuencias. Paradójicamente, el texto nos dice que el profeta murió, mientras que al “viejo profeta”, al que habló con mentira, al parecer no le pasó nada.
Deberíamos pensar sobre este asunto. Creo que se ha perdido la habilidad o la responsabilidad de evaluar las cosas, de probar los espíritus. Nos olvidamos de la recomendación bíblica que nos dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.” (1Juan 4:1). Y ¡ojo! Nos señala a los profetas.
Podemos leer lo que Juan escribe en Apocalipsis cuando dice: “Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu perseverancia, y que no puedes soportar a los malos, has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos.” (Apoc. 2.2). Aquí nos señala a los apóstoles.
“…pues vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Tim 4.3-4). Aquí nos habla de maestros que se dejan llevar por sus propios deseos y engañan, pero que, al fin y al cabo, son falsos maestros.
El pasaje de 1 Juan nos invita a no creer a todos los espíritus y debemos probarlos; la misma idea se presenta en el pasaje de Apocalipsis y en el de Timoteo: el peligro que existe con respecto a los que no soportan o tienen la sana doctrina; y lo que es peor, mucha gente se va detrás de ellos.
En 1 Tesalonicenses se nos invita a no menospreciar las profecías, pero después nos dice que hay que examinarlo todo y retener lo bueno (1Tes.5.20-21). Esa es la cuota de responsabilidad que tenemos nosotros como individuos. Debemos buscar el rostro de Dios y confiar en la palabra profética que es más segura, y hay que dejar de esperar a que nos vengan a predecir el futuro, casi como una adivinación; el futuro o si debemos o no hacer algo. Debemos tener una actitud más proactiva; debemos buscar más el rostro de Dios y su Palabra y no esperar a que alguien nos venga a decir qué quiere Dios de nosotros, ¡NO! Eso ya lo dice su Palabra, y no tengo necesidad de que me vengan a decir lo que Él quiere que yo haga. Recordemos, la mejor palabra profética ya fue dada y si nosotros nos enamoramos de ella vamos a darnos cuenta de cuál es la voluntad de nuestro Padre.
Y para terminar, un último versículo para nuestra reflexión: “No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Rom 12:2). Si realmente queremos conocer la voluntad de Dios, todo debe empezar con no amoldarnos al mundo actual (NVI), sino más bien favorecer una transformación y una renovación en nuestra manera de pensar, ¡Sí! Debemos pensar como Cristo, y se supone que nosotros tenemos la mente de Cristo, según 1Cor. 2.16. Además, recitamos casi románticamente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gál.2.20). Bueno, hagamos que esas palabras sean ciertas en nuestras vidas y comencemos a pensar como Cristo lo haría, y nos daremos cuenta de que no necesitamos que nadie nos venga a decir, y mucho menos con mentiras, lo que Dios desea de nosotros.
Para terminar, debo dejar claro que no estoy en desacuerdo con la palabra profética, pero la peso mucho. No me dejo llevar por las emociones o los sentimientos. Además, cualquier cosa que me digan la voy a someter a la luz de la Palabra. Por supuesto que, como muchos, tengo dudas e inquietudes, pero Él es quien guía mis pasos y su Palabra es la lumbrera en mi caminar. Sí, claro que se necesita escuchar, pero primero escuchemos a Dios, y El nos va a ayudar. Si la duda persiste, busca a tus pastores y consejeros, y si te dicen algo que no necesariamente te guste, aún así, escúchalos, puede ser que Dios te esté hablando a través de ellos.
Escuchemos a Dios en nuestra oración, en la lectura de su Palabra, en el silencio, en las pruebas y dificultades, escuchémosle, porque ÉL nos está hablando.
Fuente: Lupa Protestante
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