martes, 21 de mayo de 2013

Bergoglio a secas.


Redacción de Atrio, 18-Mayo-2013


Víctor M. Fernández, es un sacerdote argentino, rector de la Universidad Católica Argentina, recientemente nombrado Arzobispo, que tal vez sea el teólogo y gestor en el que más confía el papa Francisco. Seguramente está llamado a ser en el futuro una persona importante en el gobierno de la Iglesia universal. Por eso resulta especialmente significativo este artículo en el que habla sobre el Bergoglio bien conocido por él, con sorprendentes revelaciones sobre sus relaciones con la curia y con el episcopado argentino. Agradecemos este desconocido artículo al amigo argentino Jorge Gerbaldo, quien nos remite a La Voz para conocer más sobre Fernández, a quienes casi todos llaman Tucho. ¡Gracias, armigos argentinos, que nos proporcionáis este fin de semana buenos elementos para la reflexión! Como a vosotros, no nos importa la iglesia, sunque tengamos que volver sobre ellas, sino el pueblo


Estos días escribí varias cosas por pe­dido insistente de periodistas y me parecía que esas notas debían ayu­dar al pueblo de Dios a valorar con esperanza la figura del nuevo papa. Ahora, pensando más en los agen­tes pastorales, me gustaría entrar en otras consideraciones. No obstante, anticipo que no lo voy a hacer desde una perspectiva crítica, pero sí desde el corazón y al mismo tiempo desde convicciones bien personales.

Novedades que puede aportar Bergoglio como Papa

Prefiero decir “Bergoglio” como él si empre se presentaba a sí mismo, pero lo hago para destacar cosas que tienen que ver con característi­cas que él tuvo siempre. Porque sin duda, en esta nueva misión Dios re­cogerá providencialmente esa histo­ria personal.
Profundo sentido popular

La palabra “pueblo” es una de las que Bergoglio usa con brillo en los ojos. Valora al pueblo como sujeto colectivo, que debería estar en el centro de las preocupaciones de la Iglesia y de cualquier poder. No es poca cosa decir esto, cuando en algunos sectores de la sociedad y de la Iglesia el pueblo es considerado sólo como una masa llena de de­fectos que deben ser saneados por la acción educativa de los “sabios y prudentes”. No podemos igno­rar que, como obispo, siempre les insistía a los curas no sólo que fue­ran misericordiosos, sino también que supieran adaptarse a la gente, que no sostuvieran ni una moral ni unas prácticas eclesiales rígidas, que no complicaran la vida de la gente con normas bajadas autori­tariamente desde arriba. “Nosotros estamos para dar al pueblo lo que el pueblo necesita”, es una convic­ción que expresó insistentemente. Estoy convencido de que esto no es un populismo oportunista (aun­que pueden llamar lo como quieran), sino la seguridad de que el Espíritu Santo actúa en el pueblo, y lo hace con esquemas y categorías muchas veces intragables para los sectores i lustrados o acomodados, que en su incomprensión suelen demostrar el mismo autoritarismo irracional que ellos critican.
Constante y sentida valoración de la piedad popular

La mayor parte del pueblo argentino manifiesta su fe en el modo propio de la “religiosidad popular”, que no siempre coincide con las propuestas de la jerarquía eclesiástica, y que con un di­namismo original crea sus formas propias de expresión. Bergoglio hizo suya esta valoración positiva de la fe popular, entendida como re­sultado de la libre y misteriosa acción del Es­píritu. Cuando estábamos en Aparecida, una noche me dijo que lo que más le interesaba era que el documento conclusivo plasmara de un modo más contundente esa valoración. Me pidió un texto breve pero bien orientado en esa línea. Después me indicó algunos ajustes y me guió para completarlo y enriquecerlo. En Buenos Aires mostró de muchas maneras esta convicción, remarcando que los agentes pas­torales están al servicio de esa vida que corre por las entrañas del pueblo, que nadie es due­ño de ese dinamismo y que más que aplicar le críticas y límites hay que acompañarlo y ofre­cerle cauces.
Opción por los pobres

Su preferencia por los pobres es de toda la vida. Siendo arzobispo la orientó dando un especial apoyo a los curas que viven en las vi­llas y barrios pobres. Pero es una opción que se entiende en el marco de los dos puntos anteriores. El pobre no es sólo objeto de un discurso, ni siquiera de una mera asistencia, y tampoco exclusivamente de una “promoción” que lo libere de sus males. La opción por los pobres es todo eso, pero más. Porque es pres­tarles atención, tratarlos como personas que piensan, tienen sus propios proyectos, e inclu­so el derecho de expresar la fe a su modo. Son sujetos, activos y creativos desde su propia cultura, no sólo objetos de un discurso, un pensamiento o una acción pastoral. De todos modos, nadie puede decir que él no haya planteado una crítica a las causas estructura­les de la pobreza. Lo hizo de distintas maneras y en muchas ocasiones.
Pobreza y austeridad personal

Su pobreza personal no es oportunista ni mediática. Todos saben que fue siempre así. Austero hasta el sacrificio. Porque hay que re­conocer que cuando uno tiene responsabilida­des importantes, trata de usar los medios que le permitan optimizar el aprovechamiento del tiempo. Pero Bergoglio es coherente con su sentida opción por una vida pobre. Nunca se sintió digno de hacerse servir y son conocidos sus gestos de servicio sencillo, evitando mostrarse como superior.
Sencillez evangélica

El gusto por la sencillez es otro aporte que puede llegar a descolocar las prácticas y cos­tumbres del Vaticano. Sencillo no sólo en la ropa y en e! lenguaje (lejos de discursos abs­tractos) sino en las costumbres, con lo cual parece difícil que pueda soportar por mucho tiempo los modismos palaciegos, algunos ritos y formalidades que él más bien detesta, porque no reflejan la simplicidad del Evangelio de Jesús.

Jerarquía de verdades y virtudes

Si bien Bergoglio no es estrictamente un pro­gresista, y siente un serio respeto por las en­señanzas tradicionales de la Iglesia y de los papas anteriores, tiene claro que hay algunas cosas más centrales y medulares (el amor, la justicia, la fraternidad…) y otras que no dejan de ser secundarias. Sin restar importancia a nada, entiende que en la predicación hay que mantener una sana proporción donde la insis­tencia en cosas importantes no debería opa­car el brillo de las más importantes, de aque­llas que más directamente reflejan al Jesús del Evangelio.

Empeño ecuménico y amistad con el Judaismo

Como arzobispo de Buenos Aires dedicó mu­cho, muchísimo tiempo a conversar con no católicos. Una vez más, quiero destacar que no se trata de una estrategia diplomática. No es frecuente que alguien que esté lleno de compromisos dedique a los “diferentes” tanto tiempo de calidad a encuentros tan gratuitos. El año pasado se pasó varios días encerrado con un grupo de pastores, compartiendo con ellos un retiro. También se mezcló con la gen­te en el encuentro de grupos pentecostales (CRECES) del Luna Park. Recuerdo además, por mencionar algo bien conocido, sus prolonga­das conversaciones con el rabino Skorka y el gusto con que le confirió el doctorado honoris causa en la UCA a pesar de las críti­cas que esto le ocasionaba. Si éste no es un rostro abierto y dialogante de la Iglesia…

Cuestiones eclesiales oscuras

En los últimos años parece haberse desarrollado un estilo de Iglesia que no es el que Bergoglio promovería, porque él es un hombre del Concilio Vaticano I I. Hay que decir con toda claridad que abogó siempre por una Iglesia misionera y servidora, no cen­trada en sí misma sino al servicio de la gente. Bergoglio abraza a las vie­jas, besa a los pobres, visita a cual­quiera, atiende o llama a las perso­nas más sencillas, pierde tiempo con gente que no tiene poder alguno, muestra una Iglesia despojada y en salida. Se cansó de pedir a los curas que estuvieran disponibles para el pueblo, que se mantuvieran abier­tos a la escucha y al diálogo, que no fueran jueces implacables, que salie­ran a las periferias, que se ocuparan de los “descartables” de la sociedad. No siempre ha sido esa la opción de algunos hombres de Iglesia. Es más, pensando que Bergoglio ya estaba por jubilarse, e imaginándo­lo encerrado en al asilo sacerdotal, abundaban las intrigas para conso­lidar con su desaparición un poder que fueron amasando en los últimos años. Yo mismo estuve en reuniones donde algunos obispos argentinos, y algún representante importante de la Santa Sede (excluyo al actual Nuncio, que es un caballero) se so­lazaban sin pudor criticando a Ber­goglio. Le cuestionaban no ser más exigente con los fieles, no remarcar mejor la identidad sacerdotal, no predicar demasiado sobre cuestio­nes de moral sexual, etcétera. Hace pocos días, antes de la elección del papa Francisco, estuve en un acto donde algunos de ellos —sin imagi­nar lo que iba a pasar— transpiraban aires de inminente victoria. Había allí otro ideal de Iglesia, poderosa, triunfante, jueza del mundo.

La concentración del poder en al­gunos sectores de la Iglesia, y la imposibilidad de resolver todos los problemas con semejante centrali­zación romana, ha dado lugar a una prepotencia que muchos obispos argentinos cuentan haber sufrido en carne propia en algunas visitas a la Santa Sede (excluyen el trato amable y respetuoso del entonces Cardenal Ratzinger).

Una triste experiencia personal Cuando, después de un tiempo de “prueba” que acordamos, el car­denal Bergoglio envió el pedido a Roma para que yo jurara formal­mente como rector de la Univer­sidad Católica, descubrimos que desde Argentina habían enviado algunos artículos míos porque los consideraban poco ortodoxos. Para mostrar lo burdo del asunto, destaco que uno de estos escritos era una brevísima nota periodística que yo había publicado muchos años atrás, por pedido de mi obispo, en un diario de Río Cuarto. En esa nota completamente ortodoxa, yo decía en pocas palabras que la Iglesia no condena a los individuos, pero SÍ opone al matrimonio homosexual porque quiere sostener una deter­minada concepción del matrimonio. Aunque esa nota podría haber sido escrita por San Josemaría, me obje­taban que allí yo no ofrecía todos los argumentos filosóficos que requiere un tratamiento completo contra el matrimonio homosexual. ¿Quién, entonces, podría atreverse a escribir una nota periodística, un artículo de divulgación o intentar algún diálo­go con la cultura?

Por otra parte, llama la atención que esos escritos no habían sido cues­tionados anteriormente, ni para mi designación como profesor ordina­rio, ni como invitado a Aparecida, ni como decano de la facultad de Teo­logía, tres instancias que requerían una aprobación de la Santa Sede. ¿Qué extraños intereses había en la Universidad Católica que aparecían aquellos textos en ese momento (uno de ellos de veinte años atrás)? Ya antes de esta experiencia, siem­pre me preguntaba: ¿Puede ser que alguien sea cuestionado de manera anónima y que no tenga posibilidad alguna de hablar para defenderse? Para colmo de males, parecía impo­sible opinar diferente aun en asuntos de libre discusión teológica, porque todos los temas adquirían el peso de los dogmas de fe, dentro de un cuerpo doctrinal donde cada detalle parecía absolutamente intocable. En aquella ocasión yo tenía previsto un viaje a Roma, Tenía temor de que no me atendieran, pero el Cardenal mandó una carta a una Con­gregación vaticana rogando que me escucharan. Recibí un e-mail que me confirmaba una fecha y hora en que me iban a recibir. Viajé con una copia de la carta de Bergoglio en la mano. Pero ya estando allá, un día antes me avisaron que no me iban a recibir. Llamé al Cardenal, quien lamentó profundamente el episodio (mejor no reproduzco las palabras que dijo) y me pidió paternalmente que tuviera paciencia y no me deja­ra vencer. Me dijo que si yo bajaba los brazos estaría confirmando que esas metodologías antievangélicas podían lograr su cometido. Como objetivamente estas acusaciones no podían sostenerse, Bergoglio aguantaba aplicando uno de los principios de Juan Manuel de Rosas que él si empre cita: “el tiempo pre­valece sobre el espacio”.

El año pasado pedí nuevamente au­diencia a esa misma Congregación, que me la concedió. Cuando llegué allí me dijeron que no estaba regis­trado. Insistí y final mente me aten­dieron sólo unos pocos minutos. En noviembre pasado, me anticipé a pedir audiencia para abril de este año. No me respondieron. Insistí en diciembre para poder organizarme. Tampoco tuve respuesta. El 4 de febrero pedí al Nuncio que reitera­ra mi pedido, pero tampoco él tuvo respuesta. La semana pasada, des­pués de la elección de Francisco, el Nuncio volvió a insistir, e inmediata­mente obtuve la audiencia solicitada en la que espero hablar con abso­luta sinceridad. Debo decir que esa Congregación suele recibir a cual­quier sacerdote, e incluso a algunos que van sin haber pedido audiencia. Cualquiera que me conozca sabe que no soy un santo ni un mártir. Pero me parece que hasta la peor escoria humana merece un poco más de respeto. No juzgo las inten­ciones que pueda haber detrás de estos maltratos, pero sin duda indi­can un estilo que no es el de Bergo­glio, quien solía devolver un llamado o escribir un cariñoso saludo aun a la vieja más sencilla que le hiciera lle­gar alguna inquietud.

Sabemos que para avanzar en el estilo de Iglesia que quiere el papa Francisco hacen falta cambios y re­formas, al menos para que los pro­cedimientos sean más humanos y evangélicos. Además, considero que él puede hacerlo, aunque sea en parte, de un modo eficiente. Acos­tumbrado al poder y conociendo su astucia, creo que no será fácil enga­ñarlo. Desde un punto de vista bien teológico, sabemos que el hecho de que se haya presentado desde el primer momento, e insistentemen­te, como obispo de Roma, ya está indicando un modo de entender el ejercicio del papado. Es papa en cuanto es obispo de una porción del mundo, lo cual indica un ejercicio del poder marcadamente descentra­lizado, que respeta procedimientos, opciones, historias y culturas locales.

Expresiones características de Bergoglio

Para terminar, comparto con uste­des un breve análisis que publiqué en Clarín (17/03/2013) sobre algunas expresiones que Bergoglio ha usado con frecuencia:
“Autorreferencial”. Indica una Iglesia que se mira el ombligo, encerrada en intrigas, internas o necesidades mundanas, en lugar de abrirse, de entregarse con alegría y de servir humildemente.
“Reza por mí”. Lo dice siempre. Muestra la conciencia de sus límites, de que necesita la ayuda permanen­te de Dios y la oración de los demás. Por eso, apenas elegido, se inclinó ante el pueblo pidiendo su oración.
“Descartables”. Expresa con crudeza cómo la sociedad deja afuera a los que sobran, ya que no entran en la lógica de la producción y del consu­mo. Si no tienen belleza, dinero, po­der o juventud, son arrojados como basura al cesto del olvido.
“Humíllate”. Es lo que le dice a una persona que está haciendo mucho bien. Porque está convencido, por su formación jesuítica, de que la humil­dad es indispensable para que no se arruinen las mejores obras: “Humi­llate, para que el Señor pueda seguir haciendo grandes cosas”. Cuando le ofrecieron el papado respondió: “Soy un pecador, pero acepto”.
“Audacia”. La usa para dar aliento a los que se achican o se dejan ven­cer por los temores. Para él nunca está todo perdido. No se echa atrás por más que intenten voltearlo con calumnias y ataques. Está seguro de que al final el bien y la verdad siem­pre triunfan. Yo mismo pasé por situaciones en las que habría pre­ferido desaparecer, pero él me sos­tuvo con firmeza diciendo: “Ánimo. Levanta la cabeza y no dejes que te quiten tu dignidad”.
“Periferias existenciales”. Invita a los agentes pastorales a no quedarse encerrados y a llegar a las periferias allí donde nadie va: “Salgan de las cuevas, salgan de las sacristías.. Prefiero que los atropelle un auto; no que se queden encerrados”. Exhorta a salir de la comodidad personal o del círculo de personas agradables, para estar cerca de todos. Asi lo hacía Jesús, que dedicaba tiempo al ciego del camino, al leproso, a la mujer pecadora.
“Fervor apostólico”. Lo dice para motivar una entrega generosa desde el corazón. Porque entiende que nadie cambia el mundo haciendo cosas por obligación. Los que han dejado huellas en la tierra siempre han tenido un fuego de fervor inte­rior que los ha movilizado. Por eso critica la “mundanidad espiritual” de los que se aterran a prácticas exter­nas o a la apariencia religiosa, pero vacíos de la fuerza interna del Espíritu.
“Cultura del encuentro”. Procura fomentar todo lo que acerca, une, suma, conecta a las personas y a los grupos. Es un enamorado del bien común y de laamistad social.
“Cuidar la fragilidad del pueblo“. Lo pide a cualquiera que tenga alguna autoridad. Nadie tiene fuerza o po­der, para obtener beneficios o glorias mundanas, sino para cuidar a ia gente, para sostener y promover a los más débiles. “Cuidar” en general es una palabra que lo define, y que él encuentra plasmada en la figura de San José.
“Déjate misericordear“. Es uno de sus felices neologismos. Invita a las personas que se llenan de culpas y escrúpulos a dejarse perdonar y en­volverpor la ternura del Padre Dios. Como dice el jesuíta Ángel Rossi: “Los más frágiles encontraron en él siempre un padre, casi diría superan­do el límite de lo que puede ser pos i b l e, con una magnanimidad con la fragilidad humana que va a marcar el papado”.

No jodamos

Por favor, los que queremos estar con la gente no dejemos de reconocer los valores que encarna este papa Francisco. Hoy estos valores no son tan frecuentes. Dejémonos de joder. Podemos detenernos a encontrar el pelo en la leche y lo vamos a encon­trar. Pero en este mundo no existe la pureza absoluta y creo que estamos ante una oportunidad inmensa para volver a poner en el centro a Jesu­cristo y al pueblo que Dios ama. Las últimas declaraciones de Jalics, junto a la opinión de gente de iz­quierda con buena información, como Pérez Esquivel, Oliveira, Fer­nández Meijide, Navarro y otros, muestran que Bergoglio no cagó a nadie, no fue cómplice de la dicta­dura, no dejó de ayudar a ocultarse o a escapar a quienes se lo pidieran e intercedió por algunos en la medi­da en que podía, porque ni siquiera era obispo. Hace treinta años Pablo Tissera, un jesuíta progresista, me decía que en la dictadura Bergoglio había actuado según una convicción que tuvo siempre: “los curas tene­mos que mantenernos siempre lejos de los que tienen poder en el país, para no quedar pegados”.

Para Rossi “los pobres son los que mejor entenderán la designación de Francisco”. Cuánta gente sencilla lle­na de alegría uno se encuentra por la calle. Cuando se transmitió el acto de inicio del pontificado frente a la catedral, la plaza de mayo estaba desbordante de cristianismo popu­lar. Allí festejaban muchos villeros con banderas, murgas, bailes, imá­genes de la Virgen de Lujan en an­das… Perdámonos en el corazón del pueblo con confianza en el Espíritu y compartamos esa alegría.

Fuente: La revista online de editorial SAN PABLO: www.sanpablo.com.ar/rol/

[Esta es la referencia que consta en el documento PDF que nos llegó por Internet. Pero ATRIO no ha podido encontrar este documento en ese lugar]

Fuente: ATRIO

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