RAFAEL BRAUN. SACERDOTE Y FILÓSOFO
POR FABIÁN BOSOER
Las fuertes desigualdades sociales y el descuido de los bienes públicos y de la ética en la política generan una cultura de enfrentamientos, señala este intelectual católico.
26/05/13
Este sacerdote de la Iglesia Católica, nacido en Buenos Aires hace 78 años, dirigió y escribió durante años en la influyente revista Criterio, la expresión más importante del pensamiento católico argentino. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Lovaina (Bélgica) y licenciado en Teología por la UCA; fue rector del Centro Santa Catalina de Siena y es miembro del Consejo Directivo de la Fundación Banco de Alimentos y de la Academia Nacional de Periodismo. Fue, además, investigador y profesor de filosofía política en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad del Salvador y profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica, asesor de la Asociación Cristiana de Empresa en el campo de la bioética, del Instituto Di Tella y de la UBA y recibió, entre otras distinciones, el Laurel de Plata otorgado por el Rotary Club de Buenos Aires, el Premio Derechos Humanos B’naiB’rith Argentina y el Diploma al Mérito en la Disciplina Etica por la Fundación Konex. Desde ese privilegiado mirador, Rafael Braun reflexiona sobre las tres décadas de democracia que el país cumplirá este año, sus avances y asignaturas pendientes. Mide cada palabra a la hora de hablar de hechos y personas concretas, pero va directo al grano –y desliza sus críticas– al señalar que una genuina política social inclusiva requiere programas de Estado que necesitan alianzas entre la sociedad civil y los sucesivos gobiernos. También apunta que la cultura del enfrentamiento corroe las bases éticas de la democracia, y recuerda que “Argentina es un país pluralista; el mito de la nación católica concluyó hace mucho tiempo”.
¿Cómo observa el tono de esta Argentina que cumplirá 30 años de vida democrática?
No hay que dejar de recordar, en primer lugar y sobre todo a los más jóvenes, que nuestra historia cambió sustantivamente a partir de 1983, luego de que el país viviera 53 años fuera del verdadero orden constitucional. Se habían sucedido revoluciones, fraudes, exclusiones, falta de libertades, estado de sitio, estado de guerra interna, y tantas otras conductas que violaron los derechos humanos y civiles, impidiendo que se adoptara una forma representativa republicana federal, tal como lo dice el primer artículo de la Constitución. Estos 30 años son para dar gracias. Por primera vez ha habido alternancias de partidos para ocupar pacíficamente la presidencia, las gobernaciones, las intendencias y las legislaturas. A partir de este reconocimiento debo decir que estamos viviendo una profunda crisis cultural que nos impide ver con claridad el camino a recorrer.
¿Cuáles serían los rasgos de esta crisis cultural?
A mi juicio, esta crisis no se agota en nuestro país. La nuestra es parte de una crisis del mundo occidental, y por ello es difícil encontrar dirigentes y proyectos que se destaquen como ejemplares. Estamos en un tiempo llamado “posmoderno”, lo cual significa que la época de la Ilustración se ha desdibujado. Ya no se elevan estatuas a la diosa razón en búsqueda de la verdad, en contraste con las creencias religiosas. La influencia del pensamiento moral de Kant, vinculando el bien con el deber, ha quedado atrás. En las escuelas ya no se requieren los “deberes” sino las “tareas”.
¿No es esto parte también de una crisis del dogmatismo?
Buscar la verdad no significa que debemos adherir a una sola respuesta. Por el contrario, la verdad no se impone sino que se propone en el diálogo. Pero un diálogo cuyos sujetos razonan y fundan sus juicios en la lógica de los razonamientos. El siglo XX nos ha dejado la carga irracional de las ideologías, cuyos frutos han sido las guerras más sangrientas de la humanidad. Hemos vuelto al pasado para recordar el diálogo del filósofo Sócrates y el sofista Trasímaco sobre la justicia. El primero quería razonar con la ciencia; el segundo con la opinión. Y el resultado fue que para Trasímaco, la justicia era la voluntad de los fuertes. Buscar la verdad significa que haya una actitud en personas que piensan de manera diferente, pero que comparten espacios para dirimir las cuestiones más difíciles de resolver. No hemos sabido cultivar y proteger esos espacios en nuestra vida política. Estamos más cerca de los sofistas que de los filósofos.
Ese relativismo –o nihilismo– ¿no termina favoreciendo o justificando la corrupción que, al mismo tiempo, se condena?
Cuando sólo hay opiniones y todo se relativiza o se cuestiona, inclusive las leyes que existen para someterse a ellas, parece que lo único importante es contar con una gran cantidad de dinero para comprar personas y tener poder. A falta de confianza en la verdad pareciera más importante acudir a encuestas que nos dan una apariencia de lo que son las creencias y opiniones de la gente, aunque muchas veces los encuestadores son quienes en último término deciden cuáles son las preguntas que deben ser respondidas. Esto crea un estado de opinión muy propenso a la manipulación.
Hace más de veinte años, por lo menos, se viene hablando de una crisis de las ideologías.
Es verdad que han caído las grandes ideologías concebidas como religiones seculares. Lo hemos visto con el nazismo, el fascismo y el comunismo. Las ideologías han sido sustituidas por un único ídolo objeto de culto: el dinero. La idolatría de la riqueza la encontramos tanto en Occidente como en Oriente, en los países desarrollados como en los emergentes. Pero ese culto de la riqueza no es del pueblo, sino de las dirigencias. Cada vez se abre más la brecha entre los ricos y los pobres. Antes eran los empresarios los que se enriquecían en el modelo capitalista; hoy se enriquecen también quienes llegan al poder político mediante el autoritarismo. El dinero es poder, y para obtenerlo se acude a cualquier medio. Pero en algunos casos lo que se adquiere es el poder del mercado en el ámbito privado, cuyo control está en juego si existe un Poder Judicial honesto capaz de sancionar la corrupción. Pero cuando la corrupción tiene campo libre en la política. el enriquecimiento impune no tiene límites, ya que no es el Poder Judicial el que juzga sino que deciden los fuertes. En el campo político, la impunidad de los corruptos es la definición que dieron los sofistas hace más de 2000 años: la justicia es la voluntad de los fuertes. En otros términos, no hay justicia. Vivir de la opinión es vivir fuera de la verdad y del bien. Una sociedad que desea vivir en libertad en una república democrática necesita estar fundada en las virtudes morales. Las crisis políticas, económicas y de inseguridad no se solucionarán si no se comprende que una cultura enferma debe primero ser sanada.
Se superaron crisis políticas y económicas muy graves. Sin embargo, la crisis social parece persistir siempre latente. ¿Cuál es el balance que puede hacerse en las políticas para enfrentar la pobreza y desigualdad?
Yo soy sacerdote, y como tal no me corresponde proponer dichas políticas. La vida política es muy intensa y hay muchos puntos de vista, tanto para diagnosticar la realidad como para remediar las injusticias. Pero me parece que la pobreza y la desigualdad no se pueden enfrentar sólo a través de subsidios y mejores salarios. Los subsidios personales son necesarios en caso de crisis, pero mejor es tener trabajo. Lo mismo ocurre con los salarios. Las paritarias son espacios de negociación que promueven los convenios colectivos, pero el 35% de los trabajadores quedan fuera de los mismos porque son informales. Por eso pienso que es necesario agregar a los ingresos monetarios un fuerte desarrollo de bienes públicos de calidad, como ser un planeamiento urbano local, provincial y nacional para el uso de la tierra y viviendas dignas; agua potable y desechos sanitarios, energía eléctrica y gas, una política de transportes públicos, servicios de educación y de salud. Paradójicamente los servicios públicos son más costosos y de peor calidad en el conurbano que en la Capital. Y la pobreza y la desigualdad no desaparecerán por la tarea de un gobierno, sino por una acción colectiva del sector público y el privado a lo largo de muchos años.
¿No aumenta el enojo de mucha gente la distancia entre lo que se predica y lo que se practica desde el poder?
Estamos en una sociedad contaminada por el enfrentamiento. La amistad social es un principio básico de la vida democrática, lo que hace posible que exista una comunidad política. Los países que han sufrido divisiones, guerras civiles, violencias como las que nosotros sufrimos décadas atrás, terminan superando esas tragedias y dolores cuando logran construir desde las bases de la sociedad civil la amistad en el campo político.
¿Por ejemplo?
Un buen ejemplo de amistad social es la enorme cantidad de ONG que surgen en la sociedad civil, con apoyos tanto del Estado como de empresas, vecinos y organizaciones comunitarias. Esta participación ejercida a través de la acción solidaria y las redes sociales es algo extraordinario que surge de abajo hacia arriba con un mismo mensaje: necesitamos más concordia y menos odio; más colaboración y menos enfrentamiento; más amor y menos poder.
¿Qué cambios pueden esperarse con la llegada del papa Francisco, para la Iglesia y para el país?
Hace poco tiempo que el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, ha pasado a ser el papa Francisco para toda la Iglesia universal. La repercusión en el país ha sido muy fuerte y amplia, y en muchos países se han asombrado de este obispo de Roma que ha llegado desde el fin del mundo. Los cambios en la Iglesia ya se vislumbran, pero hay que tener paciencia porque la renovación no será una revolución. El papa Francisco no se ha convertido en un personaje. Es la misma persona que decía y hacía lo que él consideraba necesario para la vida de la Iglesia. Una Iglesia que no debía encerrarse en sí misma, sino salir a proclamar el misterio de Jesucristo, el Salvador, en un país que ya no es más la “Argentina católica” de otros tiempos sino una sociedad pluralista. Tuvo amplias relaciones con los cristianos no católicos, con las comunidades judías y las comunidades musulmanes, no para tener vínculos meramente diplomáticos sino para compartir la comunión con Dios y los hombres, varones y mujeres. Pienso que este buen ejemplo, fermento en la masa, puede ser uno de los remedios que colaboren a sanar la cultura enferma.
Copyright Clarín, 2013.
Fuente: Clarin.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario