por Ignacio Simal Camps
El brutal recorte de gastos sociales por parte de los gobiernos europeos para reducir el déficit económico en el que se ven envueltos es un signo de los tiempos que corren. Austeridad es la receta. Atrás van quedando todas la conquistas, en ocasiones conseguidas con sangre, de los trabajadores y trabajadoras europeos. Ellos son los que más sufren las consecuencias de una crisis que no han creado, mientras que sus artífices se marchan “de rositas” empecinados en seguir manteniendo un modelo de sociedad que tan buenos dividendos les sigue dando.
No solamente Europa sufre las consecuencias de la crisis que se desató hace unos años. Existen otros pueblos y naciones que la sufren desde hace siglos –de los que Europa se ha nutrido y se sigue nutriendo- y que ahora todavía ven más agravada, si cabe, su situación.
El escenario mundial en el que a los ciudadanos y ciudadanas de a pie sólo se nos permite ser figurantes, está necesitado de un cambio radical. A muchos no nos gusta el escenario social ni la obra que en él se está representando. Tampoco nos gusta el guión que los sabios han escrito, ni los protagonistas que lo interpretan.
El escenario necesita la visita de un viento recio que haga volar el decorado, los papeles donde el guión está escrito, guionistas, directores y protagonistas principales de la obra que hasta ahora se ha estado representando. Un viento recio que nos traiga un mundo nuevo, un modelo social nuevo, un guión nuevo donde no existan figurantes, sino que todos sus actores tengan un papel protagonista.
Y de ello nos habla la fiesta cristiana de Pentecostés. La historia de un puñado de hombres y mujeres que sintieron como el viento recio del Espíritu de Dios trastocaba su mundo. Un viento recio cuyo objetivo era el cambio de un escenario social donde los pobres, como siempre, eran mayoría. Un cambio que suponía que sus jóvenes fueran visionarios, que tanto mujeres como hombres fueran profetas de la esperanza y que sus ancianos y ancianas soñaran sueños benefactores que ahuyentaran sus pesadillas. Un viento del Espíritu creador de espacios de libertad y de fraternidad para todos, sin exclusiones.
Cuando recordamos Pentecostés no debemos quedarnos con las señales y prodigios que la narración lucana registra. Cuando recordamos Pentecostés no debemos quedarnos, con todo lo importante que es, con los contenidos teológicos de la predicación petrina. Cuando recordamos Pentecostés debemos quedarnos con sus resultados.
Y ¿cuáles fueron los resultados? Muy sencillo de explicar. Mediante la experiencia de Pentecostés muchos hombres y mujeres cayeron en la cuenta (arrepentimiento) que su modelo social y religioso era perverso y que debían crear otro. Un modelo social que se entendiera como un espacio de salvación de la inclemencia social que les azotaba. Un modelo social nuevo que se iniciaba desde la base social y no desde el palacio de los poderosos. Un modelo social entendido como germen de transformación universal.
El arrepentimiento producido por el viento recio del Espíritu les condujo a otro escenario social: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo” (Hch. 2:44-47).
Califiquemos, si queremos, la descripción lucana de idealización de la primera comunidad cristiana. Digamos, si así lo deseamos, que aquellos hombres y mujeres pecaron de excesiva ingenuidad. Defendámonos de Pentecostés con uñas y dientes, pero con ello perderemos la posibilidad de construir, por el poder del Espíritu, un mundo nuevo. Continuemos inyectando botox y practicando diferentes liftings al modelo socioeconómico en el que nos movemos, pero con ello solo lograremos enmascarar la perversidad del sistema. Al final seguiremos sufriendo el mismo escenario, el mismo guión… y las mayorías interpretarán su papel de figurantes silenciosos en el teatro del mundo.
Pentecostés nos convoca a soñar sueños, a ser profetas, a crear realidades sociales alternativas… Pentecostés nos convoca a adherirnos al sueño de aquel profeta hebreo que vislumbró un mundo donde no existía más llanto, ni clamor, ni dolor (Apo. 21:4). A través de Pentecostés, los cristianos y cristianas, confesamos que Jesús resucitó, y derramó –y sigue derramando- el Espíritu de Dios sobre toda carne a fin de crear un mundo donde reine la justicia.
¡Feliz y esperanzado Pentecostés!
Autor/a: Ignacio Simal Camps
Fuente: Lupa Protestante
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