Imágen utilizada con permiso de He Qi
“Es imposible para mi escuchar y atesorar (la pasión del Señor) en mi mente sin formar imágenes mentales de la misma en mi corazón… No es un pecado sino más bien un bien tener una imagen de Cristo en mi corazón, ¿porque entonces puede ser pecado tenerla frente a mis ojos?” [1]
Las palabras de Martín Lutero y las imágenes del artista cristiano de nacionalidad china He Qi se funden en un esplendido imaginario de palabra, visual y de sentimientos que nos conectan a lo Sagrado para encarnar a Cristo en nuestra cultura. Para Karl Barth la relación entre Dios y el ser humano se da a través de Jesucristo porque Su figura “testifica y a la vez realiza también, testificándola, la plena realidad de aquella relación fundamental pero aceptando su dimensión humana. La encarnación demuestra que aquella relación tiene su significado aquí abajo entre nosotros.” El arte de He Qi testifica de esta relación fundamental aquí y ahora, por lo tanto, seria una tarea casi imposible hablar de su trabajo y de toda pieza de arte que recuente las narrativas de los evangelios, sin hablar de encarnación.
Sin embargo, hemos heredado de la tradición religiosa cristiana un conflicto entre la carne y el espíritu que limita nuestro entendimiento de la encarnación y, como consecuencia, nuestro entendimiento de las artes. En la antigüedad se decía que la “música (y todo arte) toca el corazón y afecta nuestra vida… dando paso a las más bajas pasiones” [2]. No obstante, de acuerdo con Lutero, no se pueden escuchar las palabras sin construir en nuestra mente imágenes de la historia que se ha escuchado; pero Lutero va aun más lejos diciendo que estas imágenes toman forma en nuestro corazón. Más allá de Lutero, para San Juan de la Cruz “Dios perfecciona al hombre [Sic] más allá de su naturaleza humana”. Dado que el ser humano aprende a través de los sentidos corporales, Dios le guía gradualmente desde su propia esencia hasta un más alto nivel de conocimiento y sabiduría divina a través de la meditación, las imágenes y los olores. [3]
El teólogo Jesuita Richard Viladesau también declara como tesis principal de su libro Theology and the Arts, que la belleza en forma de arte “puede ser para los cristianos una revelación de Dios y un camino hacia Dios”[4], pero no sin entender a través de la teología encarnacional que “la totalidad de la vida humana, incluyendo la corporalidad y los sentidos, forman parte de la espiritualidad y la adoración”[5]. Tomando en consideración a Lutero, De La Cruz y Viladesau, podemos decir que las imágenes de Cristo como las pinturas de He Qi, pueden asentarse en nuestro corazón, encarnando a Jesús en nuestras narrativas personales y conduciéndonos a una vida de adoración.
Las pinturas de Qi pueden ser llamadas “arte sagrado” porque las mismas “trascienden su contenido bíblico al añadir un contenido interpretativo”[6]. Contemplando el “Señor resucitado”, se nos transporta a una nueva narrativa de profunda reflexión sobre la resurrección y la eucaristía post-pascual. Pretendo llamar esta narrativa de He Qi “El evangelio según He Qi”. En esta pintura el artista escoge el evangelio según Juan para recontar la historia de Jesús desde su propia perspectiva Cristológica. La pintura tiene reminiscencias de “La última cena de Da Vinci” en su composición pero se sale del contexto renacentista y se encarna en su propia cultura oriental. Cuatro grupos de tres discípulos mirando a Jesús en una composición totalmente simétrica y el cáliz en el centro claramente nos transportan a la mesa de comunión de la última cena. Sin embargo, cada viñeta tiene un significado mucho más profundo del aparente y una historia encarnacional que contar.
La imagen de Jesús en el centro es “demasiado oriental”, le han dicho al artista muchos cristianos de nacionalidad china, renunciando así al significado encarnacional y universal de la obra. Sin embargo, ser Cristiano no significa ser occidental. La gracia de Dios a través de la encarnación no está limitada a raza o nacionalidad. Remontarnos a los evangelios sinópticos de Marcos, Mateo y Lucas podría sugerirnos una imagen de Jesús un poco más occidental; sin embargo, el enfoque en la imagen del Jesús post-pascual joanina en las pinturas de Qi–con el halo Amarillo de divinidad, las heridas en las manos y el símbolo del Espíritu Santo en la frente, pero vestido con una túnica china–nos habla de una imagen de Jesús universal, encarnada en cada ser humano, independientemente de su raza, nacionalidad o género.
La imagen de Jesús que nos presenta Qi no se limita a las ambigüedades de los patrones culturales, sino que se involucra en una conversación con todo ser humano reconociendo todo lo que es bueno y pacífico así como la belleza de cada individuo. De acuerdo con el artista, el grupo de la esquina superior derecha representa la historia del capítulo ocho de Mateo y la pregunta: “¿quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Al describir la pintura Qi lleva la historia aun más lejos y la trae a nuestro contexto contrastándola con las luchas de poder en nuestro escenario religioso contemporáneo. Las figuras señalan al cielo a la vez que señalan hacia un más alto significado simbólico contenido en la narrativa visual. Un segundo grupo encarna nuestra naturaleza pecaminosa representado por Judas y su amor por el dinero. El grupo de la esquina inferior derecha regresa al evangelio de Juan cuando el Resucitado se encuentra con los discípulos en el capítulo 21. Este pasaje puede muy bien ser un reflejo o relato post-pascual de la narrativa de Lucas cinco en la que el evangelista llama a los discípulos a ser “de ahora en adelante, pescadores de hombres [Sic]” (Lc 5:10).
El pintor nos demuestra a través del arte cómo el Logos se encarna en toda la humanidad en lugar de en una raza específica. Los discípulos en las pinturas de Qi miran hacia arriba, al Resucitado, quien ha trascendido a las limitaciones humanas. El Jesús judío de los sinópticos habló a los discípulos desde su propia nacionalidad, pero el Cristo joanino resucitado llama a la humanidad más allá de los particulares y se encarna en chinos u orientales así como en occidentales.
El ultimo grupo en la pintura trae a un plano frontal aquellos y aquellas que han sido dejadas atrás en la interpretación tradicional de los evangelios, las mujeres y las civilizaciones no occidentales. Tres mujeres chinas toman el lugar de los discípulos trayendo consigo más de seis mil años de historia y tradición, representada en la hermosa y antigua vasija que una de ellas carga en sus manos. Esto a su vez es una conexión con el pasado que solamente puede tomar forma a través del Jesús joanino quien es descrito como quien ha sido “desde el principio… la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios… a través de quien todas las cosas fueron creadas” (Jn 1:1-3a). Qi hace un planteamiento poderoso de encarnación subversiva al sustituir a tres de los discípulos por las vírgenes sabias de Mateo 25 cargando las lámparas. En la pintura de Qi hay un lugar de honor en la mesa del Señor para la mujer; pero también hay un lugar de privilegio bajo Sus brazos amorosos, que se despliegan hacia toda la humanidad en semejanza a la dimensión horizontal de la cruz.
Lutero describió las imágenes de Jesús que tomaron forma en su corazón como “el reflejo de su cara como aparece naturalmente en el agua cuando uno se mira en ella”[7]. El arte es entonces encarnacional cuando puede tomar forma e incorporar el evangelio a nuestras propias narrativas así como traer a Jesús a nuestra reflexión personal, a nuestra propia imagen reflejada en un espejo. El arte encarna nuestro contexto y nuestras experiencias en presencia de lo Sagrado, pero también encarna lo Sagrado en nuestras propias narrativas.
Después de mirar el “Señor Resucitado” de He Qi a través de un breve análisis desde la lente de los evangelios y de la teología, la pintura emerge más fácilmente como “El Evangelio según He Qi”. Como hizo el escritor del evangelio de Juan hace dos mil años, así ha hecho Qi; el artista ha mirado al pasado, a las narrativas de Jesús y las ha traído a su contexto, a través de una interpretación visual y estética. Así como en el evangelio joanino, Qi mira hacia atrás al Jesús histórico pero se mueve desde el presente hacia el futuro con una interpretación Cristológica de la historia. El artista transmite su interpretación de las enseñanzas y obras de Jesús a través de la lente del Resucitado quien llega a nosotros con un mensaje de paz e inclusividad. Cada historia tomada de los evangelios cobra vida con las imágenes sacadas de su propia reflexión. Cada personaje de los evangelios se encarna en nosotros a través del arte y la pintura cuando la misma refleja nuestros anhelos, nuestro sufrimiento, nuestras luchas contra el pecado y la mortalidad, pero aun más significativo, cuando esta refleja nuestra experiencia con el Cristo resucitado y nuestro llamado a ser “pescadores de hombres [Sic]”. Todo artista como creador encarna en sí mismo o en sí misma el poder creativo de Dios, permitiéndonos entrar en una dimensión sensorial a través de su trabajo. Esta experiencia sensorial que llamamos arte, puede convertirse según Viladesau en “el punto restante más eficaz para el contacto entre la mente secular y lo sagrado”[8].
(Imágenes utilizadas con permiso del artista)
[1] Gesa Elsbeth Thiessen, Theological Aesthetics: A Reader. (Cambridge: William B. Eerdmans Publishing Company, 2004), 134.
[2] Richard Viladesau, Theology and the Arts: Encountering God through Music, Art and Rethoric. (New York: Paulist Press, 2000), 15.
[3] Thiessen, 151.
[4] Viladesau, 57.
[5] Ibid., 31.
[6] Ibid., 144.
[7] Thiessen, 134.
[8] Viladesau, 15.
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