Honorio Cadarso
Se trata de una entrevista a Michel Cazenave, antropólogo de las religiones y especialista en sicoanálisis publicada en Le monde des religions, que traduzco para ATRIO.
–¿Cómo analizar la misoginia de tantas y tantas tradiciones religiosas?
–Hasta donde sabemos, siempre son las mujeres las que transmiten la conciencia religiosa y la aprensión de un Infinito que sobrepasa desmesuradamente a la humanidad. Cuando el sicoanalista L. Lacan intenta definir el “placer sobreañadido”, que sería el de las mujeres, hace referencia a Teresa de Ávila y subraya que entramos en el territorio de la mística. Igualmente Carlos Gustavo Jung repetirá que justamente por la dimensión femenina nos abrimos a la que él llama presencia del Ser, es decir, la imagen de lo divino que vive en todos nosotros con mayor o menor intensidad.
Ahora bien, precisamente eso es lo que generalmente los hombres no han aceptado, al reescribir la historia a su conveniencia para justificar más cómodamente su toma del poder y más en particular la historia de las ideas y de las creencias.
Es así como Medea, a pesar de ser hija del Sol, va a convertirse en una horrible bruja; y como Medusa, hasta incluso según el mismo Freud, se va a convertir en el objeto de terror que todos sabemos; que las supervivencias de los viejos cultos femeninos del neolítico van a ser masacradas por las carnicerías en las que serán inmoladas tantas mujeres en el Renacimiento o en el siglo XVII… Después de todo, si las mujeres están en relación con el cielo, también pueden estarlo con las potestades del infierno hacia las cuales (¿quién lo habría creído?) les empujaría su sexualidad y hasta su mismo estatuto ontológico.
Es así como Hesíodo habla ya de Pandora, la primera mujer, como de una “bella desgracia”. Le espera el retorno del reino de Saturno, un período de abundancia en que los hombres vivían tranquilamente entre ellos, sin la presencia y control de las mujeres que les obligasen a trabajar, y este es un tema recurrente en la literatura grecolatina. Por eso, en fin, la tradición monoteísta, tal cual la hemos heredado, va a hacer remontar el pecado original a nuestra tatatatarabuela Eva que entre nosotros no recobrará su redención más que en una cierta imagen de María, según el juego de palabras capicúa que definiría que por su Ave la Virgen ha vuelto del revés el nombre y con ello la maldición de Eva.
–¿Este desprecio de la mujer es universal?
–Desgraciadamente, parece que sí. Muy pronto nos hemos dado cuenta de que toda la alquimia taoísta, aunque aboga por la complementariedad del hombre y la mujer en la práctica, tiene como fin absoluto garantizar la longevidad y el desarrollo del hombre. De la misma manera que entre los seguidores del tantrismo de India, de nada les vale considerar que la Diosa es lo Indiferenciado absoluto de donde todo ha salido, el Brahman, la mujer es definida siempre en relación al hombre: su padre, su marido, su hermano, el cual hombre se mantiene siempre como polo de referencia. Y si el mundo ha sido realidad, según los Vedas, los textos sagrados del hinduismo, por el poder de la diosa Vac, la Palabra “encarnada”, ello no impide que la oración del sacerdote vale más que la de la sacerdotisa. Una mujer, es bien sabido, no para de hablar. Por su silencio, el hombre parece acercarse más a esa zona inaccesible en la que habito Ello, que es a la vez el ser y el no ser.
Es como si los hombres tuviesen tal terror del poder de la mujer, que considerasen absolutamente necesario suplantarlo con su propio poder. Es como si les fuese necesario un golpe para afirmar su dominio, aunque fuese bautizarlo desde Aristóteles hasta el siglo XIX con fisiologías inventadas pero que se vendían como rigurosamente científicas. El desprecio en que eran mantenidas las mujeres no es la más pequeña de las paradojas, cuando uno recuerda que Jesús, por ejemplo, se detuvo a charlar largamente con la Samaritana, a la que salvó del adulterio, o que se apareció a María de Magdala, y que, según nos cuentan los evangelios, tuvo por única compañía al pie de la cruz a mujeres.
–En tal contexto, ¿cómo explicar la persistencia de representaciones femeninas de lo sagrado?
–Cuando la religión se ha sentido en peligro, se ha vuelto hacia las mujeres, sin duda porque sabía que en el fondo ellas le son mucho más fieles, en el sentido original de esta palabra, que los hombres. Así cuando Roma no sabe ya a qué santo encomendarse frente a los cátaros y los valdenses, y luego frente a los cismas que la van a desgarrar, o la división de los Papas de Avignon que se prolongan hasta el siglo XV, son las grandes místicas desde Angela de Foligno a Catalina de Siena, pasando por Angela de Montefalco, por las beguinas o por Hadewigch de Amberes las que asegurarán su perennidad. hasta que pasado el peligro, los clérigos retoman el poder y vuelven a imponer de nuevo el orden del claro y cristalino pensamiento masculino. Estos años, con todo, son en los que especialmente en las filas franciscanas se verá florecer el culto de “Jesús nuestra Madre” que conocerá su apogeo al final de la Edad Media.
¿Sería desde que los hombres oscuramente y sin querer barruntaban en el fondo de sí mismos, desde el punto y hora en que se trata de comprobar, más que de recordar intelectualmente las estructuras de aquello que los antepasados llamaban el alma del mundo; será desde el punto y hora en que se trata de abrirse a aquello que San Basilio llamaba ya las “energías” de Dios, a través de las cuales El se manifiesta en su esencia comunicable permaneciendo sin embargo oculto en su esencia no comunicable, algo que en cierta manera no está muy lejos del retrato de la Sabiduría de la Biblia, de ciertas consideraciones de la Kábala o de la declaración de Ibn´El Arabi según la cual “la mujer es la forma más bella de Dios sobre la tierra”; sería esto pues lo que los hombres presentían más o menos que, por constitución a la vez corporal, síquica y espiritual, las mujeres mantenían un contacto que, sin embargo, (¿cómo podríamos saberlo? era preferible salvaguardar, con el “Por-encima-de-todo”?
Cómo explicar mejor que en la Francia del Sudoeste donde yo nací y donde el anticlericalismo ha conocido épocas de esplendor haya sido el minúsculo rebaño de las mujeres que asistían a misa los domingos y mantenían vivas las rogativas por las cosechas de las que se tenía tan gran necesidad, mientras los “cabezotas” de sus maridos les esperaban solazándose en el café, excepto en las fiestas mayores con volteo de campanas de Navidad, Pascua y la Asunción de la Virgen, sigue siendo cierto que la gestión de lo Invisible les estaba reservada. Con la idea de que si los hombres se ocupaban de las cosas serias de la tierra, dos precauciones valían más que una, y, aunque en público se profesase una cosa, era preferible no insultar excesivamente algo que no se podía ni dominar ni comprender. ¿Viejo vestigio de un “matriarcado pirenaico”? Pero estas persistencias a lo largo de siglos, o tal vez milenios, ¿no nos indican que las mujeres son las guardianas del tesoro y que ellas han dado vida a estas hadas que, testigos de otro mundo, velan sobre nuestra suerte, –a veces, preciso es reconocerlo– por nuestra más trágica desgracia?
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Caras de lo femenino sagrado
Lo femenino sagrado es según Michel Cazenave lo femenino de Dios. Durante dos milenios el Occidente patriarcal ha rechazado esta imagen, incluso cuando la cultura, la literatura, la mística, el esoterismo y algunas corrientes teológicas con cierta sutilidad han salvaguardado el culto de la diosa o más sencillamente de la feminidad espiritual. El autor nos invita a retomar el diálogo con la diosa céltica Brigit, con la Sophia de los rusos, o incluso con la Madre Divina de la India.
Se trata de un hermoso viaje transcultural, feminista y poético.
Michel Cazenave ha publicado recientemente este libro, aún no traducido al castellano: Visages du féminin sacré, de Michel Cazenave. Éditions Entrelacs, 236 p., 2012.
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