Honorio Cadarso
Artículo inspirado en el debate sobre El perdón es liberación
En 1958 se publicó en Sur, Buenos Aires, una obra de Kishorelal Mashruwala con el título de Gandhi y Marx. El tema da para sabrosas reflexiones.
Gandhi suscribe los mismos razonamientos de Marx en el capítulo de la crítica del capitalismo.
La acumulación de la producción debida a la industrialización inglesa y al sistema capitalista no ha favorecido en nada al pueblo indio. La tierra es poseída cada vez más por grandes propietarios que viven en las ciudades, pagan impuestos al Gobierno y viven a expensas del trabajo de verdaderos esclavos. El pueblo se convierte paso a paso en un inmenso proletariado que no goza ni siquiera de las ventajas del antiguo régimen patriarcal y feudal, en el que el amo daba trabajo y comida y convivía en la aldea con su “familia” de hijos y criados.
Esta situación se da también en todos los países del Tercer Mundo, donde el colonialismo no ha superado la supremacía económica de los países ricos.
Viniendo al sector industrial o urbano, Gandhi declara en una entrevista a Camille Drevet: “la producción industrial, sin relación alguna con el consumo, es la responsables de las crisis mundiales y de las guerras. Sería necesario que producción y distribución fuesen reguladas simultáneamente, basándose en las necesidades del pueblo, y no en los beneficios…
Y sigue: “el mal procede del sistema capitalista en sí mismo. Las naciones occidentales deberían emplear sus talentos, que son reales, en fomentar el desarrollo a escala mundial de las industrias necesarias a cada país, en lugar de imponer sus productos al mundo entero. La concentración de la producción lleva al paro forzoso y a la miseria”.
Por supuesto, Gandhi niega rotundamente el derecho de propiedad. La propiedad, tomada como absoluto, es un robo, una violencia hecha a los demás. Nadie es, ni puede ser propietario de nada, solo Dios mismo. El hombre es solamente gerente o administrador en vistas al bien común.
El propietario actual se convierte así en simple gestor de la propiedad que posee hasta este momento: “Supongamos que mañana la India sea un país libre, todos los capitalistas tendrían ocasión de hacerse administradores legales. El Estado precisaría el monto de la comisión a la que tendrían derecho. Y sería proporcionado al beneficio prestado y al beneficio conseguido por la sociedad. Los hijos heredarían el derecho a la gestión, siempre que probaran su competencia y eficacia en este trabajo”
Y ¿qué decir de la lucha de clases? Ante la explotación del capitalista, Gandhi preconiza la desobediencia, la huelga, la negativa al trabajo: los campesinos se marcharán y dejarán sentado que la tierra es de los que la trabajan… El propietario no puede trabajarla por sí solo, por lo tanto se verá obligado a dar curso a una justa reivindicación.
Refiriéndose al sector industrial, Gandhi plantea primero la negociación y el diálogo, y si no hay resultados, la huelga, que no solo es justa, sino un deber de justicia, porque someterse a unas condiciones injustas es pactar con el mal. La no cooperación es el arma propia del obrero frente al capital.
Para aguantar una situación de huelga, se precisa que todo trabajador, todo ciudadano, sea capaz de recurrir al trabajo manual y artesanal con el cual conseguirá autoabastecerse y cubrir sus necesidades mínimas y sobrevivir a una situación prolongada de privación de ingresos. De ahí la importancia del recurso a la rueca, y a la cabra.
Hasta aquí, excepto en lo de la rueca y la cabra, todo son coincidencias. Pero las perspectivas a largo plazo cambian radicalmente entre marxismo y pensamiento-praxis gandhiana.
El movimiento obrero, el sindicalismo, son buenos. Pero no para traspasar el capital de las manos de unos a las de los otros, de una clase a otra, ni de una clase cualquiera al Estado. Sino para suprimir el sistema por la descentralización económica en la producción. Es la acumulación del capital lo que hay que tratar de impedir.
“Quiero decirles por qué el movimiento obrero capitula tan a menudo. En lugar de esterilizar el capital, intenta posesionarse del capital para convertirse a su vez en capitalista. Consecuencia, el capitalismo, cuidadosamente atrincherado y bien organizado, no tiene por qué inquietarse, encuentra en el movimiento obrero elementos que sostendrán su causa y estarán dispuestos a reemplazarlo”.
Hay una versión hermosa y profética del slogan marxista: “proletarios del mundo entero, uníos”. Mucho más concreta, mucho más realista y ajustada al mundo real, como que la proclama una vez que sale desde las mismas entrañas del Tercer Mundo, desde la muchedumbre de parias de la tierra: “Los deberes para uno mismo, para la familia, para el país y para el mundo no son independientes unos de otros. No puede ser uno bueno para su nación perjudicándose a sí mismo y a su familia. Del mismo modo, TAMPOCO SE PUEDE SERVIR AL PAÍS PERJUDICANDO AL MUNDO. EN ULTIMO TERMINO HEMOS DE MORIR PARA QUE LA FAMILIA VIVA, Y LA FAMILIA DEBE MORIR PARA QUE VIVA LA NACIÓN, Y LA NACIÓN PARA QUE VIVA EL MUNDO.”
De hecho, Gandhi se planteó alcanzar la independencia de la India como una forma de despertar en todo el mundo sometido por los países ricos, en todo el Tercer Mundo: “Mi ambición es mucho más alta que la independencia. Por la liberación de la India, espero liberar a las llamadas razas débiles del mundo que están explotadas y aplastadas por Occidente. Si la India logra pertenecerse, todas las naciones querrán ser libres”.
Deliberadamente, Gandhi evita utilizar el término Estado, puesto que su objetivo es exactamente hacer desaparecer el Estado, y sin embargo incide en el término Nación, que se identifica con el de pueblo. Asimismo procura sustituir el término independencia, o completarlo, con el de interdependencia, recalcando que la humanidad entera está llamada a entablar a nivel planetario una relación de fraternidad, igualdad y libertad.
Hay un motor esencial en el impulso revolucionario no violento de Gandhi. Se trata de una religiosidad que ha cuajado desde lo más auténtico y verdadero del hinduismo, el islamismo, el contacto con la civilización occidental, y sobre todo el cristianismo, no los cristianos, sino el cristianismo, y como crema del cristianismo el Sermón de la Montaña de los evangelios.
Hay una idea de Dios quizá poco corriente: “La verdad es Dios. Antes decía yo: Dios es la verdad. Pero ocurre que hay hombres que niegan a Dios. Ocurre que su pasión misma por la verdad les lleva a negar a Dios, y, a su modo, tienen razón. Por eso digo ahora: la verdad es Dios. Nadie, ene efecto, puede decir “la verdad no existe” sin quitar a su decir toda verdad. Por eso prefiero decir: la verdad es Dios.
El hombre, para Gandhi, es la manifestación suprema de la vida, y también su responsable. El Absoluto es la vida, una vida que nos sobrepasa y nos envuelve. Una vida que no comprendemos y no es nuestra. Pero que es también nuestra propia vida y la vida de todos los seres que bullen a nuestro alrededor, el elefante y la hormiga, la serpiente y el hombre, el otro hombre.
Digamos, finalmente, que esta visión del hermoso final de la lucha que Gandhi se propone tiene los mismos perfiles que ese paraíso comunista que sueña Marx en el que desaparecerán las clases y desaparecerá el estado, o el que sueñan Proudhon y Bakunin. En el caso de Gandhi, este paraíso que se espera en la lejanía recibe a veces el nombre explícito de Reino de Dios.
Ese paraíso cuya llegada quedó aplazada para Gandhi cuando fue asesinado y derrotado en su enorme esfuerzo por lograr una sola India en la que conviviesen fraternalmente musulmanes, hindúes y cristianos, y una revolución social en la que desapareciese la propiedad privada.
Fuente: Atrio
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