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sábado, 1 de junio de 2019

Nuestra Iglesia no es transparente…. como lo era la Iglesia primitiva.



Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Me ha venido este pensamiento a raíz de la 1ª lectura de ayer, 6º Domingo de Pascua. Está sacada del libro “Los Hechos de los Apóstoles”, que es un libro histórico, de los viajes y aventuras de los evangelizadores itinerantes de la primitiva Iglesia, en el que tiene un indudable protagonismo San Pablo. En concreto, ayer leíamos párrafos como éstos. “Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros. Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos”. ” … y les enviaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. 24 Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, ..Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: 29 abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.».

En el libro de “Los Hechos” nos sorprende, visto y constatado el secretismo eclesiástico de nuestros días, la transparencia, la sinceridad, la valentía, y la franqueza a toda prueba. En el texto que ahora contemplamos me llaman la atención dos cosas: en primer lugar, que Pablo y Bernabé no se conforman con lo que ellos consideraban, ¡y lo era!, un atropello para sus fieles procedentes del paganismo, a los que se les quería obligar a hacerse judíos antes de bautizarse, y no se avergüenzan de embarcarse en una nada tranquila ni dulce agitación, que derivó en una “violenta discusión”. Y, en segundo lugar, que no ocultaran ese episodio de incómoda tensión entre los hermanos, sino que lo contaran, y lo dejaran inmortalizado, aunque ellos entonces no lo sabían, ni se lo imaginaban, por los siglos de los siglos.

En las reuniones episcopales actuales, de la Conferencia Episcopal, y otras, sospechamos muchas veces, por la diligencia y premura con la que ocultan sus encuentros, que nuestros señores obispos tienen también encontronazos, que nunca cuentan, y que tenemos que imaginar, sin poder salir nunca del mundo de la sospecha, de los rumores, y de las conclusiones más o menos lógicas, pero exponiéndonos a faltar a la verdad en nuestras suposiciones, con lo fácil que sería que nuestros pastores nos contaran la verdad, con sencillez, humildad, y, si fuera el caso, con pudor y vergüenza. Es hasta ridículo las precauciones con las que pretenden guardar y preservar algunos “secretos vaticanos”, hasta con penas de “excomunión” papal. ¡Que lejos nos encontramos de la actitud que llevó al Maestro a declarar que lo que guardamos tan celosamente en las alcobas, y debajo de la cama, el día del juicio será proclamado en las terrazas y azoteas.

Es una pena que la Iglesia, que en el transcurso de los siglos, se dejó contaminar por la suciedad y basura moral, la injusticia, y la violencia del mundo, no aprovechara, al revés, grandes logros de la humanidad, que el mundo tiene también riquezas que la Iglesia podía haber aprovechado. ¿Por qué la Iglesia institución se dejó contaminar por el afán de poder, por métodos intolerantes y violentos de coacción, llegando hasta la tortura, la delación sin posibilidad de defensa, y la fácil condena a la hoguera y a la picota, y no aprovechó las lecciones que eventos incluso trágicos como la Revolución Francesa trasmitieron a los hombres en dirección a la justicia, a la igualdad, a fraternidad, a la libertad? Sonroja comprobar cómo la Iglesia oficial, institucional, jerárquica, avanzó lentamente, contra corriente de la corriente de la Historia, en casos como la libertad de los trabajadores, el libre pensamiento, la ética de los sindicatos, los derechos humanos de libertad, de dignidad, de libertad de expresión, de pensamiento, y cómo desaprovechó de manera lastimosa la riqueza y la belleza de movimientos culturales como la Enciclopedia y Ilustración, atacándolas con documentos nefastos y horrorosos como el “Syllabus”.

(¿Alguien puede entender que a día de hoy el Estado del Vaticano no haya firmado la Declaración de los Derechos Humanos, proclamados por la ONU el lejano día del 10 de Diciembre del año 1948? ¿Y que haya firmado solo 10 de las Convenciones sobre los Derechos Humanos, de las 110 que hay proclamadas, y en funcionamiento? el mero hecho de que la comunidad eclesial de los seguidores de Jesús sea comandada y dirigida por un estado civil, porque no puede ser teocrático, ya es un escándalo. Y más si se trata de uno de los pocos Estados, -de momento me parece que siguen siendo tres-, que no hayan admitido, ni en teoría, la importancia del reconocimiento de esos Derechos Humanos. Y a mí, personalmente, me sigue escandalizando que no hayamos llenado la plaza de San Pedro cientos de miles de católicos, protestando por esta situación, escandalosa, e inadmisible).

Nuestros primeros padres en la fe no se merecen unos sucesores tan poco claros, ni sinceros, ni transparentes, ni valientes, como los que ahora queremos, y nos gustaría acertar, ser vistos como los testigos fidedignos y creíbles del Reino de Dios.

domingo, 24 de junio de 2018

Reseña de libro: “Sacerdotas” de Yolanda Alba.


¿”Sacerdotas”? Definitivamente sí. O mujeres curas, o presbíteras….Y por ende, reverendas y obispas, arzobispas, mujeres cardenales y mujeres papas, y también mujeres popes, mujeres mulás, mujeres dalai-lama…..
Al igual que otras religiones monoteístas (existen rabinas, imanas y alguna ayatolá), algunas ramas del cristianismo permiten la ordenación de mujeres y éstas alcanzan incluso altas jerarquías religiosas (obispas luteranas). En los primeros siglos de la religión cristiana hubo diaconisas, apóstolas y mujeres oficiantes, hasta que la oficialización y sacralización de lo que la autora denomina ‘kyriarcado’ hizo que fueran excluidas del derecho a ser ministras de la iglesia y de impartir sacramentos, subvirtiendo el mensaje de Yeyoshúa el rabino-Jesus el Cristo-, el genial profeta galileo que predicaba un cambio histórico mediante un revolucionario ideal ético igualitario señalando la hipocresía de las jerarquías religiosas.

Pero esta larga historia de discriminación de las mujeres en la iglesia católica está siendo cuestionada con énfasis en los últimos tiempos: en algunos países existen mujeres ordenadas sacerdotes, o sacerdotas, como muchas quieren denominarse más allá de la idoneidad del término no sexista que levanta interesantes discusiones.

Aquí están sus voces. Más allá de la etimología la ordenación de las mujeres es un tema muy polémico, debatido en el seno de la institución donde se levantan voces a favor de la ordenación de mujeres, desde la teología hasta las instancias vaticanas.
El rol de las mujeres forma parte de los grandes desafíos a los que están confrontadas las religiones hoy, incluido el tener acceso al sacerdocio, es decir: poder dirigir los cultos. Por ello la autora se aleja hacia el pasado más remoto para recordar la existencia y el importante rol de las mujeres oficiantes en las religiones antiguas (las sacerdotisas) y también el de las ministras del culto en las otras religiones actuales (wiccas, santeras, machis, chamanas, nueva ola etc…) a la vez que cuestiona la misoginia existente en religiones que parecieran no padecerla (p.e. el budismo).

miércoles, 20 de julio de 2016

La Iglesia desplazó el Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes.


José María Castillo

"Jesús fue un profeta, que trasmitió a su posteridad un proyecto de vida en este mundo"

Castillo: "La Iglesia desplazó el Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes"

"La Cristología se constituye no desde determinados dogmas, sino a partir del seguimiento de Jesús"

Se suele decir (y es verdad) que la Religión Cristiana tiene su origen en Jesús de Nazaret. Como también suele decir (y también es verdad) que la Iglesia tuvo sus comienzos en la vida y las enseñanzas de Jesús. Pero tan cierto, como lo que acabo de decir, es que ni Jesús fundó (o instituyó) una Religión, ni fundó¿Cómo iba a fundar una religión un hombre que provocó un conflicto mortal con los dirigentes de la religión, con el templo, con los sacerdotes, los rituales y normas que la religión imponía a la gente, de forma que todo aquello terminó en la condena de Jesús como un delincuente subversivo? Y por lo que se refiere a la Iglesia, ni siquiera el concilio Vaticano II se atrevió a decir que Jesús fue su "fundador", sino que se limitó a indicar que la Iglesia tuvo su origen en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios (LG 5, 1). Por supuesto, san Pablo les puso el nombre de "iglesias" a las "asambleas" que él fue organizando en sus viajes apostólicos. Pero sabemos que Pablo fue un judío de cultura griega, en la que el término "ekklesía" designaba la asamblea de los ciudadanos libres, que se reunían para votar democráticamente las decisiones importantes.


Entonces, ¿qué es lo que nos dejó Jesús a quienes creemos en él y, por tanto, pensamos que su legado es importante, incluso determinante y hasta decisivo? Leyendo y analizando a fondo los evangelios, lo que en ellos queda patente es que Jesús fue un profeta, que trasmitió a su posteridad un proyecto de vida, una forma de estar y de actuar en este mundo.


Un proyecto de vida que se lleva a la práctica a partir de lo que fueron las tres preocupaciones fundamentales que vivió el propio Jesús:


1) La salud (relatos de "curaciones de enfermos").


2) La alimentación (relatos de "comensalía", la mesa compartida).


3) Las relaciones humanas (enseñanzas sobre la "felicidad, misericordia, justicia, perdón, amor...).


Este "proyecto de vida", en el lenguaje y en la teología del Evangelio, se resume y se condensa en el "seguimiento" de Jesús. De forma que la cristología se constituye primordialmente, no desde determinados dogmas y saberes, sino a partir del seguimiento de Jesús.


Pues bien, si lo que acabo de indicar fue constitutivo y determinante en los orígenes del cristianismo, en seguida se comprende - y se comprende sin dificultad - cómo y por qué la Iglesia encontró acogida en la Antigüedad o, por el contrario, cómo y por qué la Iglesia encuentra indiferencia y hasta rechazo en la Modernidad.


Quiero decir que, en los primeros siglos de su historia, cuando la Iglesia se fue organizando y se hizo presente en la sociedad de forma que lo central y determinante de su vida fue la lucha contra el sufrimiento y la acogida de toda clase de gentes marginadas, excluidas y despreciadas, fue entonces cuando la Iglesia se expandió por todo el Imperio, hasta llegar a ser la institución central y más valorada en aquellos tiempos.


Como bien ha explicado el profesor E. R. Dodds, cuando el Imperio vivió una auténtica "época de angustia" (desde mediados del s. II hasta el s. IV), "la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida...". Y añade el mismo Dodds: "Debieron ser muchos los que se sintieron desamparados: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro".


Con el paso de los tiempos, el centro de las preocupaciones de la Iglesia se fue desplazando: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad. Lo que desembocó en el desplazamiento del Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes. Lo central en la Iglesia dejó de ser el "seguimiento" evangélico. Y lo fue, desde entonces, el "poder" eclesiástico, que antepone - en la práctica - la sumisión de los fieles a la solidaridad con los pobres, marginados y excluidos.


Así las cosas, mientras la religión fue un componente central de la cultura y la sociedad, la Iglesia se vio a sí misma como fiel a la misión que tenía que cumplir en este mundo. Hasta que, en el s. XVIII, la Ilustración puso en evidencia las contradicciones que la Modernidad encuentra en el hecho religioso. Contradicciones que, en los siglos XIX y XX, han tomado fuerza y presencia en la mentalidad de los ciudadanos de la moderna "cultura secular". Lo que nos ha traído a la desconcertante situación que estamos viviendo.


Si nos empeñamos en seguir intentando armonizar - y hasta identificar - "religión" y "Evangelio", ni la mayoría de los ciudadanos pone en práctica la religión, ni la gente religiosa acaba de entender el Evangelio viviendo el seguimiento de Jesús.Como es lógico e inevitable, en estas condiciones, el presente y el futuro de la Iglesia se nos hace cada día más problemático. ¿Seguiremos afincados en nuestra tradicional religiosidad o nos decidiremos por la fidelidad definitiva al seguimiento de Jesús?


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jueves, 16 de junio de 2016

Concilio Panortodoxo: cuando alguien falta a su palabra.


"No parece que un Concilio fragmentado transmita imagen de unidad"

Redacción, 16 de junio de 2016 

La Iglesia de Moscú no hizo ningún esfuerzo para que el proyecto del Concilio panortodoxo llegara a buen puerto.


Sínodo ortodoxo

(Pedro Langa).- A solo un día de la apertura del Concilio panortodoxo, siguen fluyendo declaraciones y desmentidos. Una pena, la verdad, el espectáculo al que estamos asistiendo esta última semana. Hasta la fecha, sin embargo, sale lo que me temía. Las preguntas, por eso, llegan con su carga de inquietud y temor, también de extrañeza y dolor: ¿Quieren las Iglesias ortodoxas todas este Concilio? ¿Lo han reflejado así desde el principio? ¿Estarían ahora mismo dispuestas al acatamiento conciliar? Un simple recurso a la hemeroteca puede que hiciera ruborizarse a más de un barbudo jerarca.

En el curso de una entrevista sobre los últimos desmarques, el metropolita de Mesenia, Chrysostomos Savatos, dejaba caer el pasado 7 de junio esta perla: «El Espíritu Santo iluminará las mentes de los primados. Debemos transmitir la imagen de la unidad». Mucho me temo que ni una cosa ni otra. Es el recurso del eclesiástico ante lo inevitable. A poco que Su Eminencia recuerde los estudios de teología, sabrá perfectamente que el Espíritu Santo no ilumina sino a quien se deja iluminar. Por otra parte, tampoco parece que un Concilio fragmentado transmita imagen de unidad. Si acaso, lo contrario. Y lo que hasta la fecha está saliendo al exterior es que hay sutiles manipulaciones tendentes a crear la ceremonia de la confusión. Que nadie nos venga luego con milongas.

Uno de los que más sutilmente lo ha dejado caer, aunque me temo que sin querer mojarse del todo, es Andrea Riccardi, historiador de la Iglesia y fundador de la Comunidad de Sant'Egidio. En entrevista con Vatican Insider (14/06/2016) sobre la decisión de no participar por parte de la Iglesia ortodoxa rusa, desmarcada ella también a última hora (13 de junio) ha dicho cuanto sigue: «Moscú permanece apegada a su dimensión imperial y no secunda la misión universal que sueña Bartolomé». Para Riccardi la decisión rusa «expresa y plasma la fragmentación de los ortodoxos encerrados en sus fronteras nacionales. Al contrario, el gran sueño del Patriarca ecuménico de Constantinopla, siempre ha sido el de sacar a la ortodoxia del tradicionalismo y del nacionalismo, para decir y anunciar algo al mundo».

Preguntado por qué está haciendo (la Iglesia ortodoxa rusa) que fracase este proyecto, Riccardi, que tiene buenos amigos en el Patriarcado de Moscú, responde: «En lo personal, no creo que el fracaso se deba completamente a una maniobra de los rusos. Creo, más bien, que al final la Iglesia de Moscú no hizo ningún esfuerzo para que el proyecto del Concilio panortodoxo llegara a buen puerto.

Me explico: una cosa es pensar que las divisiones, las nuevas dudas, las recriminaciones que provocaron la petición de postergar las fechas entre algunas Iglesias ortodoxas fueron ‘provocadas' por los rusos. Y no me parece así. Incluso porque si hubieran querido verdaderamente hacer que fracasara el Concilio, habrían podido hacerlo en la fase preparatoria. Otra cosa es, en cambio, constatar que, frente a las primeras defecciones, la Iglesia ortodoxa rusa no haya hecho nada para impedirlo o para resolverlo. Y esto es lo que me parece que ha sucedido, y no hay que olvidar tampoco las divisiones presentes en la misma ortodoxia rusa». Seguro que más de un lector, ante esta respuesta, podrá aprender bien del bueno de Andrea Riccardi, qué quiere decir eso de nadar y guardar la ropa. Y tampoco dejará de haber quien le recomiende acudir al oculista.

Porque, acto seguido, ante la sutil pregunta del periodista - "En otras palabras, usted dice que no actuaron para hacer que fracasara pero no hicieron nada para que saliera bien..."- no le duelen prendas en responder: «Exacto. Moscú decidió dejar correr las cosas, y demuestra que no le interesa mucho el Concilio. Demuestra que no siente la necesidad de esa dimensión universal que Bartolomé persigue, a pesar de la debilidad del Patriarcado de Constantinopla, una debilidad que representa su fuerza. Bartolomé quiere dar un nuevo impulso a la misión de la ortodoxia en el mundo, confrontándose con los problemas del mundo y enseñando el rostro de una Iglesia unida».

«Los rusos siguen pensando en términos de fronteras ‘imperiales' y dirigen sus miradas al confín de su gran país. Las otras Iglesias que decidieron abandonar el Concilio al último momento corren el peligro de convertirse en minorías nacionalistas y tradicionalistas en países que tienen crisis demográficas y en los que cobran fuerza grupos de cristianos protestantes. Estamos frente a una grave crisis de la ortodoxia». Y tanto. Como que al metropolita Hilarión se le impidió hace poco entrar en Ucrania, que es donde está la madre del cordero del problema conciliar afrontado por Moscú. Seré más explícito.

Ahora mismo, cuando faltan horas para que se abra en Creta el Concilio panortodoxo,declinan acudir a él las Iglesias de Bulgaria, Antioquía, Serbia, Georgia y Moscú. Excepto Antioquía, las demás son Iglesias de área eslava. Afines en tal sentido a la Iglesia ortodoxa rusa. Si el metropolita Hilarión hubiera puesto tanto empeño en convencer a estas Iglesias para estar presentes en Creta como el que se trae con la zarabanda del consenso, es más que probable que el Concilio no hubiera conocido ninguna fisura; ninguna. Si eso no es dejar que las cosas corran a su aire y evitar poner remedio a tiempo, que baje Dios y lo vea. Dejémonos de historias que, más que aclarar, confunden. Si la Iglesia ortodoxa rusa quería de verdad acudir al Concilio, tiempo tuvo para convencer a los morosos o remisos o indolentes.

Pero no todo ha sido bailarle el agua al patriarca Kirill y al metropolita Hilarión. Valgan de ejemplo los testimonios de dos pesos pesados alineados con el Patriarcado Ecuménico. El primero es del 10 de junio, en el portal electrónico Romfea.gr. Teodoro II, patriarca de Alejandría y de toda el África, pedía a las Iglesias ortodoxas participar en el Concilio. Y en entrevista a la estación de radio 98,4, calificaba de histórico dicho Concilio, declarando también, ya de pasada -ojo-, que la Iglesia ortodoxa debiera estar lejos de intereses políticos, nacionales y raciales. A título de ejemplo, citó la Iglesia católica y el papa Francisco.

Y fue más lejos aún: « Es imposible imaginar que, al último momento, en razón de aspiraciones personales y de la amargura hacia el puesto del primado y el rol de coordinador del que goza el patriarca de Constantinopla, no venir al Concilio, aun cuando la decisión fue tomada por unanimidad! ». Y así proseguía Teodoro II todavía más contundente: « Es impensable hoy, cuando el mundo sufre, plantear la cuestión de saber quién se sienta dónde. Es difícil para toda la Iglesia decir « no », revocar su decisión», añadió el patriarca, para proponer seguidamente a los primados que expresan puntos de vista sobre la superioridad de ciertos pueblos, levantarse de sus sillas ornamentales y visitar África para que así comprendan el significado de los pobres y de los humildes de Cristo». Se podrá decir más alto, desde luego, pero no más claro. La cita del papa Francisco más arriba lo viene a corroborar cumplidamente.

Dos días después de Teodoro II, salía a la palestra en nombre de la Iglesia ortodoxa griega, su beatitud Jerónimo, arzobispo de Atenas y toda Grecia para opinar sobre la ausencia de ciertas Iglesias en el Concilio panortodoxo. Y a fe que tampoco se mordió la lengua expresando reproches indirectos a las Iglesias que declaran su ausencia del santo y gran Concilio en Creta. Su censura fue recogida por el periodista griego Georges Ferdis (diplomado del Instituto San Sergio) para el sitio griego Orthodoxia.info. « Puesto que nosotros hemos decidido comúnmente que el Concilio tendrá lugar, ¿cómo es que ahora cada uno puede decidir que él no vendrá?», se pregunta Jerónimo desde Chios, donde está pasando unos días.

Tras abogar por que el Concilio se desarrolle normalmente, con independencia de las ausencias, Jerónimo hizo saber claramente que la Iglesia de Grecia participará según lo convenido. Y prosiguió sin ambages: « ¡Estoy asombrado! Y lo digo porque nosotros decidimos comúnmente que el Concilio tendría lugar. ¿Cómo es eso de que ahora cada uno puede decidir que no vendrá? Cada uno es libre de decidir aquello que quiere, por supuesto. Pero, desde otro punto de vista, el Concilio no es panortodoxo, él es llamado «santo y gran Concilio». Por consiguiente, todos cuantos seamos (estemos presentes), haremos este Concilio».

Lo del sociólogo ruso Roman Silantyev -ex secretario ejecutivo del Consejo Interreligioso de Rusia y actual miembro del Departamento de Relaciones con las Iglesias Externas del Patriarcado de Moscú (es decir, un adjunto a Hilarión) a la agencia de noticias rusa Interfax, sosteniendo que los problemas que siguen amenazando a la organización del Concilio panortodoxo que debe celebrarse esta semana se han podido prever por presiones pro-estadounidenses -e incluso pro-islamistas- ejercidas sobre el Patriarcado de Constantinopla, tiene, hoy por hoy, poco recorrido. Dejemos a Obama en paz, que bastante penitencia tiene con haber dejado a la sufrida negritud de sus ancestros a los pies de los caballos, o carros de combate del ISIS. Y en cuanto a Erdogán, el asunto del jet derribado, junto a Siria, motivo del traslado de la sede del Concilio de Estambul a Creta, denota que su santidad Bartolomé I en ningún momento dio su brazo a torcer.

Eso de mandar recaditos por un subalterno no le ha de reportar ningún bien a su eminencia Hilarión, no señor. Sabe muy bien Hilarión, y lo sabe Kirill que no es rompiendo el cerco de la unanimidad, por donde podían ganarse el aplauso de las otras Iglesias ortodoxas, que, sin plegarse a caprichos, han decidido tirar hacia adelante, cueste lo que cueste, aunque tengan que subir las gradas del altar con la lengua fuera. El tiempo nos dirá quién tenía razón. Pero el testimonio de Teodoro II y el de Jerónimo II son irrebatibles. Sencillamente dicho con su beatitud Jerónimo: la palabra, una vez dada, hay que cumplirla. Pero con esto, estamos metidos de lleno en el corazón de la Sagrada Escritura.


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lunes, 25 de enero de 2016

"Somos todos ramas separadas que peregrinan hacia el tronco de Cristo"


Juan Masiá sj

"Hoy ya no presume la iglesia católica de ser el tronco del árbol"

"Es conocida la marcha atrás que se fue dando en los últimos años de Juan Pablo II"
Celebramos esta semana, como desde hace ya más de un siglo, el octavario de oración por la unión de las iglesias (entre las fiestas litúrgicas petrina y paulina del 18 y 25 de enero). Pero hoy la vivimos con el talante ecuménico postconciliar de "peregrinar juntos hacia la unidad" (Evangelii gaudium, n. 244), en vez del exclusivismo contrarreformista de la época de Pío X.

Hoy ya no presume la iglesia católica de ser el tronco del árbol en el que únicamente "subsista la iglesia de Jesucristo", del que se habrían desgajado, según la teología contrarreformista, las "ramas separadas". Para aquella mentalidad preconciliar, rezar por la unidad significaba pedir que las ramas separadas se reunieran de nuevo y reinsertaran en el tronco.

Cuando el 25 de enero de 1959 anunció el Papa Juan XXIII la convocatoria del Concilio Vaticano II dijo que, con esa ocasión, rogaba por "una amistosa y renovada invitación a nuestros hermanos separados de las Iglesias cristianas a participar con nosotros del banquete de gracia y hermandad, al que aspiran tantas almas en tantos rincones del mundo" (G. Zizola, L'Utopia di Papa Giovanni, p. 322).

Estas palabras del Papa le parecieron sospechosas a los funcionarios de la Curia que las "re-escribieron" en los términos siguientes en el comunicado de prensa oficial dado por el Secretario de Estado, Cardenal Tardini: "invitación a las comunidades separadas para buscar la unidad". Habían suprimido la calificación de "iglesias" y "hermanos". También había desaparecido la expresión que invitaba a "participar del banquete de gracia y hermandad", por miedo a que se viese en ella una invitación a la mesa eucarística (P. Hdebblethwaite, Juan XXIII. El Papa del Concilio, PPC, 2000, p.386-88).

Durante los años siguientes de preparación del Concilio y durante la primera sesión de este, prosiguió la tensión entre la propuesta ecuménica y la oposición contrarreformista.Deo gratias, al fin triunfó el ecumenismo en el Decreto Unitatis redintegratio, de 21 de noviembre de 1964.

Ahora la imagen ya no es la de una reunión de "ellos, las ramas" con "nosotros, el tronco". Ahora todos somos ramas separadas del tronco: Cristo. No se trata de que "ellos-ellas" vuelvan a "nuestro redil", sino de que todos "nosotros/nosotras, ellos/ellas, todos ramas" nos renovemos y reformemos continuamente: "todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo y emprenden la renovación y reforma" (Concilio Vat. II, Unitatis redintegratio, n. 4).

Sin embargo, es conocida la marcha atrás que se fue dando en los últimos años de Juan Pablo II. Después de la publicación por el card. Ratzinger de Dominus Jesus (Congregación para la Doctrina de la Fe, 6-VIII-2000), los escritos teológicos que se referían a las confesionalidades protestantes como "iglesias hermanas" eran amonestados por las correspondientes instancias inquisitoriales.

Por eso resultan tan positivas y esperanzadoras las palabras del Papa Francisco cuando repite que el anuncio de paz de Jesucristo "no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades(EG 230). Francisco ve la marcha hacia la unidad deseada por Jesús: "que todos sean uno" (Jn 17, 21) como el camino hacia una meta: "siempre somos peregrinos y peregrinamos juntos" (EG 244).

Ocurre con la "unidad de las iglesias" un equívoco semejante al que se produce con la mal llamada (canónicamente) "indisolubilidad del matrimonio". Ni la una ni la otra son una propiedad o característica ya dada desde el principio, ni un punto de partida, sino una meta a la que se está llamado, se promete caminar y se camina, pero... La unión de las familias, comno la unión de los esposos y la unión de la familia humana, de la que aspiran a ser signo las iglesias son, como la paz, algo que hay que construir; son un don y una tarea, como suele repetir Francisco y ha repetido el Sínodo de los obispos.

No somos nosotros el tronco, con el monopolio de la verdad. Somos todos ramas separadas que peregrinan hacia el tronco de Cristo, sin tener ninguna el monopolio de la meta.

Pero, al mismo tiempo, tenemos también el optimismo esperanzador de saber que, aunque nos desviemos o separemos del tronco de Cristo por el camino, Él no se separa, sino que sigue estando con, en y junto a cada rama y "subsiste", es decir, está presente, animando y vivificando con su Espíritu, a cada una.

También en la rama que a veces ha presumido de ser tronco, también en ella "susbsiste" la Iglesia de Cristo (C.Vaticano II, Lumen gentium n. 8). Como dirían nuestros hermanos budistas: "hasta los buenos se salvan". O como diría Jesús: "Hasta los que se creen justos se salvan, porque no he venido por los justos, sino por los pecadores... pero, como pecadores son todos..., pues resulta que por todos he venido para salvarlos a todos" (cf Lc 5, 32 y Mt 9, 13).

domingo, 14 de septiembre de 2014

Otra Teología es necesaria.

Tamayo (centro) junto a los teólogos Rubem Alves (derecha) y Leopoldo Cervantes (izquierda).

Juan José Tamayo, 13-Septiembre-2014

The Bo Review of Human Arts

Sotanas negras y cónclaves en los que mentes sesudas se esfuerzan por poner límites al disfrute humano.
No creo exagerar si digo que ésa es, para muchos, la percepción social de la teología y del pensamiento cristiano en general.
Pero es fácil anquilosarse en la crítica cómoda y hacer oídos sordos a las voces, cada vez más numerosas, que reclaman la separación del mensaje cristiano original de unos estrictos esquemas doctrinales de –dicen- cuestionable legitimidad interpretativa.

Juan José Tamayo (Amusco, Palencia, 1946) es una de esas voces: licenciado y doctor tanto en teología como en filosofía, desde la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid defiende un mensaje cristiano muy ligado a la liberación de los excluidos, a la teoría de género y a la ecología. Nada más y nada menos.

[The Bo Review of Human Arts] La teología, como disciplina teórica, parte de una premisa clara: la existencia de Dios. Teniendo en cuenta que parte importante de la población niega la verdad de esta premisa, ¿por qué debería importarles la teología?

[Juan José Tamayo] El concepto ‘teología’, etimológicamente, es el ‘logos’ sobre ‘theos’: un discurso sobre Dios. Ciertamente creo que esa etimología es correcta, pero resulta demasiado reducida porque la teología reflexiona sobre Dios, pero también sobre la religión, la espiritualidad y sobre todo aquello que tiene que ver con el mundo de lo sagrado. Esas cuestiones no implican el presupuesto de la existencia de Dios, sino una reflexión sobre Dios independientemente de su existencia, y sobre la funcionalidad cultural, política, social, económica y simbólica de las imágenes que se han ido construyendo sobre él a lo largo de la Historia. La teología tiene su propia autonomía, pero debe cultivar la interdisciplinariedad, si no quiere quedarse en un discurso autista: sociológicamente, estudia la relación entre las creencias religiosas y la sociedad; a nivel psicológico estudia las motivaciones para creer… Pero incluso en su sentido más estricto no presupone la existencia de Dios, sino que analiza el recorrido del pensamiento religioso y filosófico, y del pensamiento secular, sobre el problema de Dios en las diferentes cosmovisiones.

Para un no creyente no intelectual, la teología no es importante, pero es que tampoco suele serlo para un creyente no formado. Pero yo creo que en el mundo intelectual debe serlo porque la religión ha conformado la identidad cultural de no pocos pueblos. A lo largo de toda la Historia, ha ido acumulando una serie de conocimientos en relación con el mundo de las creencias en el que hay un auténtico poso cultural. En los textos sagrados que estudia la teología cristiana y en los de cualquier religión –los Avesta, de la religión irania, el Libro de los Muertos de la cultura egipcia, los Vedas, los Upanishads o la Mahábharata del hinduismo, los mitos de las religiones griega y romana, los mitos, los ritos y las utopías de Abya-Yala- hay una riqueza extraordinaria. En los distintos géneros literarios, que pueden ser el épico, el mítico, el poético, el narrativo, moral… se esconde una extraordinaria riqueza antropológica y cósmica. Esos libros han planteado los grandes problemas del ser humano sobre el origen, el destino, el sentido y sin-sentido de la vida, la muerte, etc. de manera muy concreta y específica con la formulación propia de su contexto. Esa riqueza no puede dilapidarse, ya que constituye el ADN de nuestra existencia. Si la olvidáramos, nos empobreceríamos como seres vivos, como seres humanos, como seres culturales y creadores de símbolos.

[Bo] La teología tiene que lidiar con críticas a su incoherencia: puede llegar a conclusiones frontalmente opuestas. Por un lado, el catecismo de la Iglesia católica defiende la integridad del embrión desde la concepción , y el carácter objetivamente desordenado de la homosexualidad . Al mismo tiempo, la “otra teología” que tú defiendes no estaría en absoluto de acuerdo. ¿Pero ambas teologías salen de unos mismos evangelios? No creo que esa pregunta formulada de esa manera tenga mucho sentido

[JJT] Los textos religiosos, de cualquier religión, constituyen una lectura de determinados fenómenos en un determinado momento y contexto histórico. No son objetos sagrados que requieran veneración cultural. Aceptar un texto en su literalidad sería una manera fundamentalista e integrista de lectura, y a mi juicio equivocada. Los textos históricos –y todos los son de una u otra forma- necesitan una hermenéutica histórico-crítica, y ésta no es uniforme sino plural por la propia naturaleza de todo discurso. Lo mismo se puede decir que cualquier texto de la filosofía, que admite una interpretación plural y da lugar a diversas escuelas hermenéuticas. Algunos ejemplos. Del pensamiento de Hegel surgieron dos tendencias: los hegelianos de izquierdas y de derechas. También la lectura posterior del marxismo ha desembocado en dos tipos de marxismo: el ortodoxo y cientista, y el utópico-humanista. Lo mismo puede decirse de Kant, Aristóteles, Tomás de Aquino, Platón, Agustín de Hipona… Los textos de estos filósofos no conforman un sistema cerrado que obligue a acatarlo acríticamente a quien se considere su seguidor, sino que han derivado en diferentes interpretaciones.

El texto sagrado es la elaboración teórica de una religión en su momento originario, de acuerdo con las categorías propias de esa época y conforme al tipo de relaciones sociales, culturales y económicas vigentes en ese momento histórico. Uno de los errores que a mí me parecen más graves en la historia del cristianismo es fundamentar los dogmas en textos religiosos originarios. Los evangelios, o las cartas de Pablo de Tarso, no son textos dogmáticos, sino que utilizan diferentes géneros literarios –parenético, simbólico, narrativo, sapiencial, histórico, épico, mítico, etc.- y todos ellos están influidos por el contexto en el que son elaborados. ¿Cómo se puede deducir de cualquier palabra de Jesús el fundamento de un dogma cristiano, cuando Jesús hablaba en parábolas, utilizaba un lenguaje simbólico, vivía una experiencia vinculada a la realidad de su tiempo y a su historia? Jesús no es un maestro en teología, ni un definidor de dogmas, sino un narrador de parábolas y un educador popular que recurre a diferentes formas del lenguaje para transmitir un mensaje que cree que puede contribuir al reconocimiento de la dignidad y la libertad de los seres humanos, a la liberación de su pueblo, y especialmente de los excluidos empobrecidos, pecadores, publicanos, mujeres, etc. Es legítimo que unos mismos textos remitan a diferentes interpretaciones e incluso a muy diversas formas de vida. El error está en considerar que una determinada interpretación es la única, la verdadera y la que tiene que ser aceptada por todos los creyentes. Eso se llama fundamentalismo.

[Bo] Tu labor está muy ligada a la teología de la liberación, una de las corrientes más creativas del pensamiento cristiano nacidas en el Sur, lejos de los centros de poder político, económico y religioso, con señas de identidad y estatuto teológico propios. Pero creatividad e interpretación correcta no siempre van unidas… ¿Realmente el mensaje de Jesús abarca conceptos tan novedosos como la ecología, el feminismo, la teoría queer?

[JJT] No se puede extrapolar una ideología de un momento histórico, retrotrayéndola a otro anterior. Eso es anacronismo. Por ejemplo, es un error decir que Jesús fue un feminista, un ecologista, un defensor de la teología de la liberación o de la teoría queer. Sin embargo, sí se puede decir que en el movimiento originario de Jesús de Nazaret, en sus propuestas éticas, políticas y sociales, en su concepción de la religión y en su relación con la naturaleza hay una serie de líneas en perfecta sintonía con todas estas corrientes a las que te has referido. Ciertamente no se puede decir que Jesús fuera feminista, pero sí que defendió la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Lo demostró incorporando a su movimiento igualmente a hombres y mujeres y reconociendo su dignidad, su libertad y su papel importante. Sí se puede afirmar que en el origen del movimiento igualitario de Jesús de Nazaret hay un grupo de mujeres, liderado por María Magdalena, que se habían liberado del patriarcado y no querían depender de un varón. Tenían su propia autonomía y compartían las comidas en común, que constituyen una de las más importantes prácticas de Jesús recogidas en los evangelios y que están en el origen de la eucaristía como celebración comunitaria del compartir. Y si la resurrección es el fundamento y el principio de la Iglesia cristiana, habrá que afirmar que en el origen de la Iglesia cristiana se encuentra el testimonio de la resurrección que dan unas mujeres, que son las primeras que tienen la experiencia que luego van a transmitir a los apóstoles.

En el tema de la liberación creo que sucede lo mismo. No se puede decir que Jesús fue un teólogo de la liberación porque hacerlo es proyectar unas categorías propias de los últimos cuarenta años surgidas en el contexto cultural de América Latina, y proyectarlas 20 siglos atrás. Sin embargo, sí se puede decir que en el origen de la teología de la liberación se encuentra el modo de ser, vivir y actuar de Jesús de Nazaret ante la realidad y los poderes de su tiempo: el político, económico, cultural y religioso. Su actitud frente al poder fue de denuncia, lo que le ocasionó la condena a muerte por el Imperio romano y la posterior ejecución, y su actitud ético-social, la opción por los excluidos.

[Bo] Este Jesús que me presentas es un Jesús al que desde luego no calificaría de conservador. En cambio, la imagen social del cristianismo, su cara visible -las jerarquías eclesiales, los dogmas- es el conservadurismo.

[JJT] Sí es verdad que a Jesús se le ha asociado con posiciones conservadoras, pero ésa es sólo una parte de verdad. Ha habido otra serie de movimientos dentro de la institución que han ofrecido otra imagen mucho más abierta, renovadora, crítica y alternativa de Jesús de Nazaret. Además, creo que esa imagen puede cambiar dentro de la propia institución. Te pongo un ejemplo: hace 50 años Pier Paolo Pasolini, director de cine italiano, dirigió la película ‘El Evangelio según San Mateo’. Un evangelio totalmente desnudo, presentado con toda radicalidad, sin interpretación, presentando las escenas descritas en unos lugares que se corresponden estrictamente con los de aquella época. La vi siendo muchacho, y me fascinó y despertó en mí la conciencia social y el compromiso con los excluidos que emana directamente del evangelio. Pues la película fue condenada. Se acusó al director de blasfemo, se dijo que era un irrespetuoso y un irreverente, y que no reflejaba la auténtica figura e imagen de Jesús. Se le criticó por ser comunista, porque aunque dirigió la película en plena celebración del Concilio Vaticano II, esa sensibilidad y esa vinculación de Jesús de Nazaret con un compromiso liberador, con un proyecto de sociedad igualitaria, todavía no estaba suficientemente desarrollado en la Iglesia. Pues bien, 50 años después, L’Osservatore Romano ha considerado que es –cito literalmente- “una obra maestra y, probablemente, la mejor película jamás hecha acerca de Jesús”. Hay, en la película, sigue diciendo el órgano oficial del Vaticano, “el fluir de la página evangélica” que la convierte en un “soplo expresivo religioso”. “Es una representación que toca las cuerdas sagradas y comienza con un realismo sincero”… La humanidad febril y primitiva qu el cineasta lleva a la pantalla confirma un nuevo vigor al verbo cristiano que aparece en este contexto actual, concreto y revolucionario. Por tanto, considerar que la institución vincula a Jesús de Nazaret con las tendencias más conservadoras, aun siendo cierto la mayoría de las veces y en la mayoría de las épocas de la historia bimilenaria del cristianismo, es muy matizable.

[Bo] Francisco, el nuevo Pontífice, no deja indiferente a nadie. Mientras que unos lo alaban y ven en él el signo definitivo de cambio, otros creen que las novedades son aparentes, mera fachada. ¿Soplan los vientos de cambio definitivamente, o es un falso señuelo?

[JJT] Mi percepción es la siguiente: creo que Francisco es un hombre que sabe ubicarse en el nuevo escenario político y religioso, quiere distanciarse de los dos pontificados anteriores y causar impacto en la sociedad a nivel mundial. Es consciente de que los dos pontificados anteriores supusieron un retroceso de la Iglesia católica a épocas y planteamientos anteriores al concilio Vaticano II: fueron los modelos de Iglesia neoconservadora, e incluso integrista, de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que acentuaron los aspectos doctrinales por vía dogmática y, en consecuencia, reprimieron a los teólogos y las teólogas que no seguían la orientación oficial. Eran modelos desmesuradamente preocupados por cuestiones morales relativas al origen de la vida, al final de la vida, a la concepción de la pareja y a la sexualidad. Francisco considera que hay que abrir otros caminos. Y, aun no distanciándose de las cuestiones doctrinales y morales, no las considera como prioridades.. No es que sea crítico de los dogmas o de la moral tradicional, sino que para él el centro de atención es el mensaje social del cristianismo y pone ese mensaje al servicio de los excluidos por el sistema.

Me parece que ahí es donde él ha acertado: en situarse de lado de los sectores marginados de nuestra sociedad. Por eso es una persona tan sensible al problema de la inmigración, las relaciones norte-sur, la pobreza y la guerra, la injusticia, la creciente inequidad. Todas aquellas cuestiones en las que cree que el cristianismo puede aportar unos mínimos de humanidad, de justicia, de misericordia, de compasión y solidaridad que no detecta en los climas culturales actuales, ni siquiera en los políticos socialdemócratas. Más allá de eso, no creo yo que vaya a llevar a cabo cambios importantes en la estructura y organización de la Iglesia católica.

La reforma de la Iglesia, manteniendo su actual estructura, es imposible. No se puede realizar salvo que se democratice, y la democratización consiste en que todos los creyentes puedan emitir su propio juicio y voto a la hora de elegir a sus representantes. En que puedan intervenir y exponer sus opiniones razonadas en cuestiones fundamentales a la hora de elaborar los principios doctrinales, los problemas morales, las cuestiones organizativas: esto tiene que ser fruto de un debate abierto, en la línea de la razón dialógica de Jürgen Habermas.

La reforma de la Iglesia es imposible si no se lleva a cabo un proceso de participación de todos los creyentes. ¿Los cauces? Ahora mismo no sé cuáles serían, pero claro que existen. ¿Y cómo van a intervenir o participar todas y todos los creyentes? Y ¿por qué no? Para mí, en este proceso de democratización que es el punto de partida de la reforma de la Iglesia, y que es muy difícil llevar adelante, el fenómeno más escandaloso sin duda ninguna es la exclusión de las mujeres. No son consideradas sujetos morales, porque la doctrina moral la elaboran varones conforme a unos principios patriarcales. No son sujetos teológicos porque la doctrina teológica también la elaboran varones, a partir de una Congregación para la Doctrina de la Fe que impone una autoridad que no necesariamente es la que mejor responde al espíritu originario del cristianismo. No son sujetos religiosos ya que no pueden acceder a la esfera de lo sagrado si no es través de la mediación de los varones (sacerdotes, obispos, papa…). No son sujetos eclesiales ya que no pueden ejercer funciones directivas, ni asumir puestos de responsabilidad en la comunidad cristiana. En este terreno Francisco parece que va a mantener similares planteamientos excluyentes de las mujeres que sus predecesores. Por si las teólogas y los teólogos feministas nos hubiéramos hecho ilusiones –yo, ciertamente, no- ya ha cerrado la puerta de acceso de las mujeres al ministerio sacerdotal. No parece que sea una actitud muy inclusiva. Más bien, resulta abiertamente excluyente.

Hasta ahora ha habido una oportunidad de cambio, que ha sido cortar de raíz con la continuidad de los cardenales. Francisco ha nombrado a un nuevo grupo de cardenales que proceden de todo el mundo, es verdad, pero eso no es reflejo de la universalidad de la Iglesia, ya que no dejan de ser príncipes de la Iglesia en lugar de representantes del pueblo. Otro ejemplo de negativa a democratizar a la Iglesia: ha creado una comisión de ocho cardenales para la reforma de la Iglesia, pero en ella no hay un solo teólogo ni una sola teóloga, ni un solo seglar, tampoco hay representantes de las congregaciones religiosas consistentes: franciscanos, dominicos, jesuitas, carmelitas, agustinos… De modo que por ahí lo veo difícil; ahora, en el otro campo sí. Como ahora mismo hay una crisis tan fuerte de liderazgo en el mundo político y de liderazgo moral en el ámbito cívico, yo creo que el Papa destaca y brilla con luz propia, y creo sin duda ninguna que por sus propios méritos. Claro que tiene una oportunidad que no quiere perder, y hace muy bien.

Fuente: Atrio

jueves, 18 de julio de 2013

Cura radical o suicidio asistido: ¿Tiene salvación la Iglesia?


Hans Küng, teólogo

La primavera árabe ha sacudido a toda una serie de regímenes autocráticos. Con la renuncia del papa Benedicto XVI y la elección del papa Francisco ¿podría suceder algo parecido también en la Iglesia católica, una «primavera vaticana»?
Evidentemente, el sistema de la Iglesia católico-romana es muy diferente de los imperantes en Túnez y Egipto, para no hablar de monarquías absolutas como Arabia Saudí. En todos estos países, las reformas habidas hasta ahora a menudo no son más que concesiones menores, e incluso estas se hallan con frecuencia amenazadas por aquellos que, en nombre de la tradición, se oponen a cualquier tipo de reformas progresivas. En Arabia Saudí, en realidad, muchas de las tradiciones solo tienen un par de siglos de antigüedad. La Iglesia católica, en cambio, pretende basarse en tradiciones que se remontan veinte siglos atrás, al propio Jesucristo.

¿Es verdadera esta pretensión? De hecho, a lo largo de su primer milenio, la Iglesia se las arregló excelentemente bien sin el papado monárquico-absolutista que hoy damos por sentado. No fue hasta el siglo XI cuando una «revolución desde arriba», comenzada por el papa Gregorio VII (la «reforma gregoriana»), introdujo las tres características destacadas que hasta hoy definen el sistema romano, a saber: el papado centralista-absolutista, el juridicismo clerical y el celibato obligatorio del clero.

Los esfuerzos por reformar este sistema realizados por los concilios reformadores del siglo XV, por los reformadores protestantes y católicos del siglo XVI, por los promotores de la Ilustración y la Revolución francesa en los siglos XVII y XVIII y, más recientemente, por los campeones de una teología liberal-progresista en los siglos XIX y XX, solo obtuvieron un éxito parcial. Incluso el concilio Vaticano II, entre 1962 y 1965, si bien abordó muchas de las preocupaciones expresadas por reformadores y críticos modernos, resultó disminuido en la práctica por el poder de la curia pontificia y no logró imponer más que unos pocos de los cambios que se reclamaban. Hasta el día de hoy, la curia —que en su figura actual es una criatura del siglo undécimo— es el principal obstáculo a cualquier reforma a fondo de la Iglesia católica, a toda reconciliación sincera con las demás Iglesias cristianas y las religiones mundiales, y a cualquier entendimiento crítico y constructivo con el mundo moderno.

Para empeorar las cosas, con el apoyo de la curia, bajo los dos papas anteriores, tuvo lugar un retorno fatal a las viejas actitudes y prácticas absolutistas.

¿Se ha preguntado Jorge Mario Bergoglio por qué, hasta ahora, ningún papa se había atrevido a tomar el nombre de Francisco? Este jesuita argentino de raíces italianas era muy consciente, en cualquier caso, de que al elegir este nombre estaba reavivando la memoria de Francisco de Asís, famoso por salirse de la sociedad del siglo XIII. De joven, Francisco, hijo de un rico comerciante de telas de Asís, llevó la vida agitada y mundana típica de los jóvenes acomodados de la ciudad. Luego, de repente, a los veinticuatro años, unas cuantas experiencias le llevaron a renunciar a familia, riqueza y carrera. En un gesto dramático ante el tribunal del obispo de Asís, se despojó de sus suntuosos vestidos y los arrojó a los pies de su padre.

Sorprende ver cómo el papa Francisco, desde el momento de su elección, ha optado claramente por un nuevo estilo totalmente diferente del de su antecesor: no luce ya la dorada mitra con joyas, ni viste la capa roja ribeteada con armiño, ni calza los rojos zapatos hechos a medida, ni lleva el gorro rojo con bordes de armiño, ni tampoco se sienta en el trono papal decorado con la triple corona, emblema del poder político de los papas.

Igual de sorprendente es la manera en que el nuevo papa se abstiene conscientemente de hacer gestos melodramáticos y de emplear una retórica hinchada; habla el lenguaje de la gente de la calle, como haría un laico, si a los laicos Roma no les tuviese prohibido predicar.

Y sorprende, en fin, cómo el nuevo papa recalca su lado humano: pidió a la gente que rezara por él antes de darle la bendición; como cualquier otro cardenal, pagó de su bolsillo la factura del hotel tras su elección; mostró su solidaridad con los cardenales montándose con ellos en el mismo autobús para regresar a la residencia que compartían y despidiéndose luego cordialmente de ellos. El Jueves Santo fue a una cárcel local para lavar los pies a jóvenes convictos, incluida una mujer… musulmana. A todas luces, está mostrando que es un hombre con los pies en el suelo.

Todo esto hubiera agradado a Francisco de Asís, y es exactamente lo contrario de todo lo que defendía el papa coetáneo, Inocencio III (1198-1216), el pontífice más poderoso de la Edad Media. En realidad, Francisco de Asís representa la alternativa al sistema romano que ha dominado la Iglesia católica desde las postrimerías del primer milenio. ¿Qué hubiera sucedido si Inocencio III y su entorno hubieran escuchado a Francisco y descubierto de nuevo las exigencias del Evangelio? No hay por qué tomar estas exigencias tan al pie de la letra como hizo Francisco; lo que cuenta es el espíritu que hay detrás de ellas. Las enseñanzas del Evangelio representan un poderoso desafío al sistema romano: esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que ha dominado la Iglesia de Cristo en Occidente desde el siglo XI.

Así pues, ¿qué debería hacer el nuevo papa? La gran cuestión que tiene por delante es qué postura adoptar en lo relativo a una reforma seria de la Iglesia. ¿Llevará finalmente a cabo las reformas desde hace mucho pendientes y bloqueadas en las últimas décadas? ¿O dejará que las cosas sigan el curso que tomaron bajo sus predecesores? En ambos casos, el desenlace es claro:

— Si se embarca en un cauce de reformas, encontrará un amplio apoyo incluso más allá de las fronteras de la Iglesia católica.

— Si continúa con el actual cercenamiento, el clamor del «levantaos y rebelaos» (el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel) en la Iglesia católica irá en aumento e incitará a las personas a actuar por su cuenta, a iniciar reformas «desde abajo», sin la aprobación de la jerarquía y a menudo contra cualquier intento de frustrarlas. En el peor de los casos, la Iglesia católica vivirá una nueva edad de hielo en vez de una primavera, y correrá el riesgo de quedar reducida a una mera secta, con un elevado número de miembros, sí, pero sin ninguna relevancia social y religiosa.

No obstante, tengo fundadas esperanzas de que las preocupaciones que expreso en ¿Tiene salvación la Iglesia? serán tomadas en serio por el nuevo papa. Usando la analogía médica que sirve de motivo central al libro, diré que la única alternativa que le queda a la Iglesia ante el «suicido asistido» es una «cura radical». Esto significa más que un nuevo estilo, un nuevo lenguaje o un nuevo tono colegial. Significa sacar adelante reformas radicales, durante mucho tiempo postergadas, de la estructura de la Iglesia y revisar urgentemente las obsoletas e infundadas posiciones dogmáticas y éticas que impusieron sus predecesores.

viernes, 4 de mayo de 2012

El pluralismo: desafío para las iglesias.



Por Alberto F. Roldán. (*)
Ramos Mejía. Buenos Aires.

 En un reciente informe transmitido por la agencia de noticias ALC, se informaba lo siguiente: “Un nutrido grupo de sacerdotes austríacos, que el pasado verano europeo llevaron a cabo una ´”llamada a la desobediencia”, movilizándose en favor del celibato opcional y de la plena participación de mujeres y laicos en la Eucaristía, provocando la conmoción en el centro de Europa, han vuelto a emitir un manifiesto en el que protestan por una Iglesia más creíble.”([1])
 
Entre las cosas que estos sacerdotes cuestionan, se mencionan el cierre de parroquias por no contar con sacerdotes, la excesiva cantidad de homilías y servicios que se convierten en rituales mecánicos y superficiales y la dureza con que son tratadas las personas divorciadas que se atreven a volver a casarse y a sacerdotes que, rompiendo con el celibato, han optado por establecer una relación de pareja.
 
Más allá de que cada uno de los hechos señalados requeriría un tratamiento particular y minucioso, el pronunciamiento de estos sacerdotes de Austria nos conduce a reflexionar sobre el modo de ser Iglesia de Cristo hoy. Si entendemos que la encarnación no sólo es un hecho histórico que acaeció en Jesucristo, la Iglesia, su cuerpo según la rotunda metáfora paulina, también debe asumir su condición humana, es decir, encarnarse.
 
La encarnación implica que ella vive en una historia humana de tiempo y espacio con todas las limitaciones que ello supone. Y, también, significa que debe estar atenta a lo que Jesús mismo instó cuando habló de interpretar “los signos de los tiempos.”  Si hay algo que caracteriza nuestro tiempo, desde el fin del siglo XX y lo que va del XXI, es que las sociedades han cambiado. Y esos cambios implican diversidad de pensamientos, de ideas y de prácticas a las cuales las iglesias no siempre son proclives a reconocer.
 
En ese sentido, habría que recordar que la encarnación significa, en otros términos, la secularización. Esta palabra, que procede del latín sécula, significa “siglo”, “edad”, “mundo”. De alguna manera podemos decir con Gianni Vattimo que “la encarnación de Jesús es, en sí misma, ante todo, un hecho arquetípico de secularización.”([2]) Como hecho arquetípico, Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado, sigue siendo el modelo de acción cristiana en el mundo.
 
Si Él se encarnó, la Iglesia también debe encarnarse, lo cual implica reconocer sus propias limitaciones humanas, su fragilidad y su temporalidad. Ella existe para dar testimonio de la Verdad, que es Jesucristo. Y no sólo dar testimonio de Él en palabras, sino sobre todo dar testimonio en acciones redentoras.
 
La Iglesia debe acompañar a los que sufren, ser solidaria con los desposeídos, pronunciarse a favor de los que son víctimas de injusticia y de violencia. Debe dejar de asumir posiciones jerárquicas y optar por actitudes de servicio. Porque, como dice Wolfhart Pannenberg: “Toda interpretación de la iglesia que no tenga en cuenta, desde un principio, su relación con el contexto vital del mundo, un contexto que le trasciende y abarca, es unilateral.”([3])
 
En un tiempo en que las sociedades humanas reconocen la importancia del diálogo y optan por el pluralismo, las iglesias están llamadas a ser modelos de esas actitudes y abandonar posiciones irreductibles y condenatorias. Claro que esto implica una conversión de las propias iglesias. En otras palabras, como dicen también los sacerdotes austríacos, se trata de buscar una Iglesia que escuche y dialogue.
Este desafío implica también la búsqueda de una nueva reforma (la palabra “reforma” aparece en el documento de referencia) que atañe no sólo a la Iglesia católica sino que incluye a las iglesias que, procedentes de la Reforma, han asumido, quizás inconscientemente, actitudes similares a las señaladas por los sacerdotes de Austria.
 
Iglesias estas últimas, para las cuales la expresión Ecclesia Reformata semper reformanda no ha dejado de ser un mero slogan carente de concreciones palpables. En síntesis: el pluralismo, que es el talante que caracteriza a las sociedades bien o mal denominadas “posmodernas” ([4]), es el gran desafío para las iglesias de hoy que están llamadas a ser más humildes, más comprensivas y, sobre todo, más humanas.+ (PE)

[1] Los "curas rebeldes" austríacos reclaman a la Iglesia la inclusión de los divorciados, gays y sacerdotes casados”. ALC Noticias, 6 de marzo de 2012.
2 Gianni Vattimo, Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, Buenos Aires: Paidós, 2004, p. 85
3 Wolhart Pannenberg, Teología y Reino de Dios, Salamanca: Sígueme, 1974, p. 43.
4 Para una reflexión sobre los vínculos entre posmodernidad e Iglesia véase  Alberto F. Roldán, “La Iglesia frente a los desafíos de la posmodernidad y el pluralismo”, Cuadernos de teología, Buenos Aires: Instituto Universitario Isedet, 2001, vol. XX, pp. 191-210.
 
(*) Alberto F. Roldán es doctor en teología por el Instituto Universitario Isedet y master en ciencias sociales y humanidades (filosofía política) por la Universidad Nacional de Quilmes. Escritor. Director de la revista Teología y cultura:www.teologos.com.ar
 
PreNot 9990.
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Fuente: Ecupres