En uno de los más bellos himnos de la liturgia cristiana de Pascua, que nos viene del siglo XIII, se canta que «la vida y la muerte trabaron un duelo; el Señor de la vida fue muerto, pero ahora reina vivo» Este es el sentido cristiano de la Pascua: la inversión de los términos del combate. Lo que parecía derrota era en verdad una estrategia para vencer al vencedor, es decir, a la muerte. Por eso la hierba no creció sobre la sepultura de Jesús. Resucitado, garantiza la supremacía de la vida.
El mensaje viene del campo religioso que se inscribe en lo más profundo del ser humano, pero su significado no se restringe a él. Adquiere una relevancia universal, especialmente en los días actuales, en que se traba física y realmente un duelo entre la vida y la muerte. Este duelo se realiza en todos los frentes y tiene como campo de batalla el planeta entero, envolviendo a toda la comunidad de vida y a toda la humanidad.
Ocurre esto porque, tardíamente, nos estamos dando cuenta de que el estilo de vida que escogimos en los últimos siglos implica una verdadera guerra total contra la Tierra. En el afán de buscar riqueza, y aumentar el consumo indiscriminado (el 63% del PIB norteamericano está constituido por el consumo, que se ha transformado en una cultura consumista real) todos los recursos y servicios posibles de la Madre Tierra están siendo saqueados.
En los últimos tiempos ha crecido la conciencia colectiva de que se está entablando un verdadero duelo entre los mecanismos naturales de la vida y los mecanismos artificiales de muerte desencadenados por nuestro sistema de vivir, producir, consumir y tratar los residuos. Las primeras víctimas de esta guerra total somos los propios seres humanos. Gran parte vive con insuficientes medios de vida, favelizados y superexplotados en su fuerza de trabajo. Lo que ahí se esconde de sufrimiento, frustración y humillación es indecible. Vivimos tiempos de nueva barbarie, denunciada por varios pensadores mundiales, como recientemente Tsvetan Todorov en su libro El miedo a los bárbaros (2008). Estas realidades que verdaderamente cuentan porque nos hacen humanos o crueles, no entran en los cálculos de los beneficios de ninguna empresa y no son consideradas en el PIB de los países, con excepción de Bután que estableció el Índice de Felicidad Interna de su pueblo. Las otras víctimas son todos los ecosistemas, la biodiversidad y el planeta Tierra como un todo.
Recientemente, el premio Nobel de economía Paul Krugmann revelaba que 400 familias norteamericanas detentan ellas solas una renta mayor que la del 46% de la población trabajadora estadounidense. Esta riqueza no cae del cielo. Se hace por medio de estrategias de acumulación que incluyen trampas, superespeculación financiera y puro y simple robo, fruto del trabajo de millones de personas.
Para el sistema vigente, y debemos decirlo con todas las letras, la acumulación ilimitada de ganancias es considerada como inteligencia, la rapiña de recursos públicos y naturales como destreza, el fraude como habilidad, la corrupción como sagacidad y la explotación desenfrenada como sabiduría gerencial. Es el triunfo de la muerte. ¿Será posible que en ese duelo lleve la mejor parte?
Lo que podemos decir con toda seguridad es que en esa guerra no tenemos ninguna posibilidad de ganar a la Tierra. Ella existió sin nosotros y puede continuar sin nosotros. Nosotros sí la necesitamos a ella. El sistema dentro del cual vivimos es de una espantosa irracionalidad, propia de seres realmente dementes.
Analistas de la huella ecológica global de la Tierra nos advierten de que, debido a la conjunción de las muchas crisis existentes, podremos conocer en un futuro no muy lejano tragedias ecológico-humanitarias de extrema gravedad.
En este contexto sombrío cabe actualizar y escuchar el mensage de Pascua. Posiblemente no escaparemos a un doloroso viernes santo, pero después vendrá la resurrección. La Tierra y la Humanidad todavía vivirán.
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