martes, 28 de febrero de 2012

Teologías en entredicho.


(Reproduzco en estos 8 posts extractos del epílogo de TEOLOGÍAS EN ENTREDICHO, publicación que recoge las ponencias de la Escuela de Teología K. Rhaner-H.U. Von Balthasar, organizada por la UIMP, sede de Santander, en agosto 2011).

Distinguir la Verdad de las verdades

La primera propuesta es renunciar al dominio exclusivo de la verdad por parte de una teología. A lo largo del curso, las diversas ponencias confirmaron, no sólo la urgencia de la transformación de la teología, sino la necesidad de que esa transformación se lleve a cabo mediante el encuentro con el pluralismo cultural, social y religioso. Se teme desde algunas teologías el encuentro, al desnudo y sin defensas, con ese pluralismo que amenazaría la presunta posesión de la verdad de modo exclusivo por parte de la propia confesionalidad obligando a relativizarla. Por eso es necesario superar la tentación de monopolizar la verdad y la pretensión de clasificar las religiones en dos bandos: las consideradas como falsas confrontadas con la que presume de ser únicamente verdadera.
Necesitamos, además, pasar del “multi-“ al “inter-” en los encuentros interreligiosos; dar el paso desde una situación de pluralismo por yuxtaposición a la de un pluralismo interactivo, que posibilite y favorezca la fecundación y transformación mutua de las partes interlocutoras. No olvidemos que esta denominación de “pluralismo interactivo” ha surgido, por otra parte, a partir de la experiencia de participación en encuentros interreligiosos. En efecto, cuando esos encuentros no se limitan a constatar y reconocer el pluralismo, sino son auténticamente interactivos, su resultado desemboca en la transformación de las respectivas religiosidades o espiritualidades interlocutoras. Surge del diálogo algo que no tenían ambas partes antes de dialogar, aunque no se haya dado a luz sin ambas aportaciones; el resultado, como en la procreación, ni es ajeno a la contribución de ambas partes, ni se reduce a la suma de ellas.
Sería insuficiente y superficial limitarse a constatar el pluralismo como situación de hecho y dejar coexistir, en yuxtaposición y sin intercambio, las diversas posturas y perspectivas. Aún sería peor caer en la generalización relativista de afirmar a la ligera que todo vale o que todas las formas de religiosidad son iguales. Más allá de relativismos superficiales, de exclusivismos estrechos e inclusivismos de compromiso, la convivencia de cada teología con la pluralidad de las demás debería fructificar en una transformación creativa. Superadas las posturas exclusivistas, hay que ir más allá del inclusivismo, pero sin caer en el indiferentismo relativista. Reconocido el pluralismo, y situándose dentro de él sin abandonar la propia convicción, puede y debe la teología ponerse en camino de transformación entrando a participar en el encuentro mediante un pluralismo interactivo. No faltarán en la teología tradicional quienes recelen de esta postura por parecerles que se ha cedido terreno a la relativización; habrá también quienes mantengan la duda de si, a pesar del esfuerzo por asumir el desafío del pluralismo, seguirá la teología sin liberarse por completo del inclusivismo centrado en lo cristiano. Es difícil mantenerse in via, reconociendo que en el camino hacia la verdad, en el que quienes caminan se transforman mutuamente, nadie tiene el monopolio de la meta.
Seguimos caminando con la confianza de que hay un camino que va de las verdades a “la Verdad”, pero la meta se nos escapa: como el horizonte, que desaparece cuando creemos tenerlo al alcance de la mano. Nos repiten hace siglos las tradiciones orientales, desde el Yoga hasta el Zen, que la Verdad (¡con mayúscula!), es Una (¡también con mayúscula!), que no se explica, sino se saborea, Las “verdades” (¡con minúscula!) pueden ser muchas y muy variadas. En las diversas culturas y religiones, al tratar de interpretar la fe y expresar las creencias, elaboramos explicaciones -social, histórica y lingüísticamente condicionadas-, que originan diferencias, divisiones y malentendidos.
La verdad, en castellano, traduce el sánscrito satya. Si la queremos traducir al japonés, hay dos opciones: 1) Como shinjitsu, significa lo verdaderamente real y se escribe con los caracteres de autenticidad y fruto. 2) Como shinri, significa “verdadera razón” y se escribe con los caracteres de autenticidad y razón. En uno de los textos más antiguos del budismo primitivo (Suttanipata) dice el Buda que la Verdadera Realidad Última es solamente una y no hay dos (ekamhi saccam). Se dice que quien ha logrado sabiduría, porque ha gustado el verdadero fruto de la realidad única, no se pelea por ella, ni lucha por explicarla o por imponerla a otras personas a la fuerza. Pero hay mucha gente en las religiones, dice ese mismo sutra, que al hacer el panegírico de su propia verdad, dice que la suya es la única verdadera; como si la propia cultura, religión o pensamiento tuvieran en exclusiva el monopolio de la verdad. Parece como si hubiera muchas verdades en competencia (nana te saccani), de manera que la gente de las religiones no enseña lo mismo. .
Cuando le preguntan al Buda por qué ocurre esto, responde que la Verdad es una (sacca, satya) e insiste en que los que la saborean no se pelean por ella. Pero al ponerla en palabras, explicaciones, razones e interpretaciones la convertimos en objeto de discusión. La Verdad saboreada y vivida es una, las verdades explicadas son muchas (saccani). Cuanto más se pelea por doctrinas y dogmas, mayor es el alejamiento de la Verdad. Interrogado el Buda sobre qué doctrina defiende, responde: “Ninguna. Yo simplemente comprendí con claridad que hay que librarse de prejuicios, liberarse por completo de puntos de vista parciales y contemplar tranquilamente el secreto interior del corazón”. Lo podríamos trasponer al lenguaje de san Juan de la Cruz y poetizar con el místico, diciendo: “Atención a lo interior…”.
Suttanipata, 884

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