lunes, 10 de diciembre de 2012

Gravitación pública de los evangélicos en el Extremo Sur. La República Argentina.



por Hilario Wynarczyk
El campo de fuerzas

El conjunto de las iglesias evangélicas en la Argentina (un país con un poco más de 40 millones de habitantes) es variado, complejo y dinámico. Las múltiples y heterogéneas iglesias evangélicas forman un sistema, o una gran familia, si se quiere. A la vez forman también un campo de fuerzas, como asimismo las familias suelen serlo. Muchos elementos comunes las unen (por eso forman un sistema) pero interpretaciones e intereses divergentes las colocan en situaciones de tensión, alejamientos y conflictos que son parte y dínamo del curso de su historia. Por tales razones asumimos que forman un campo de fuerzas. En este sentido el campo evangélico resulta igual a un caleidoscopio de colores que se unen o separan en diferentes momentos, dándole formas a variadas combinaciones, de acuerdo con el movimiento de las influencias externas y las dinámicas internas

Sin embargo, con el fin de encuadrar analíticamente el colectivo de las iglesias y sus federaciones en este país del lejano sur del mapa latinoamericano, es posible trazar una simplificación. El procedimiento propuesto nos permite hablar de dos polos del campo evangélico, o dos polos del sistema. Uno es el polo de los conservadores-bíblicos, que de esa manera clasifico tomando en cuenta para este fin su lectura mayormente literalista de la Biblia. El polo así indicado contiene dos sectores. Uno es el sector de los evangelicales (dentro de este conjunto las más importantes son las iglesias de los Bautistas y de los Hermanos Libres). El otro es el sector de los pentecostales.

A su vez, el siguiente polo es el de los históricos-liberacionistas, que llamo históricos porque provienen de las reformas luterana y calvinista y el tronco anglicano con sus derivaciones; y liberacionistas por hallarse orientados hacia el progresismo y la convivencia ecuménica con sectores que también podrían ser considerados progresistas de la Iglesia Católica Apostólica Romana. En su ámbito incluimos a las iglesias Evangélica Metodista Argentina, Evangélica del Río de la Plata (descendiente de la Iglesia Evangélica de Alemania), Luterana Unida, Reformada Argentina, de los Discípulos de Cristo, Anglicana, Presbiteriana y otras.

Quedan afuera de este conjunto analítico dos organizaciones religiosas de notable presencia pública, la Iglesia Universal del Reino de Dios, conocida como IURD, y la Iglesia Internacional de la Gracia, irradiadas desde el Brasil hacia la Argentina y hacia otros países, incluidos los europeos. Estas iglesias, muy populosas y llamativas por su presencia en la televisión y en edificios que antes fueron cines del centro de las ciudades, no se encuentran en comunión con el resto de las iglesias del polo conservador bíblico y sus respectivas federaciones, a la vez que por sus rasgos peculiares se diferencian de un modo tan radical que resultan pasibles de admitir el nombre de iglesias para-pentecostales o iso-pentecostales (iglesias paralelas y parecidas a las pentecostales pero considerablemente diferentes de aquéllas y diferentes incluso de las poderosas variantes neopentecostales). Con criterios idénticos, no incluimos las iglesias Nueva Apostólica, Adventista del Séptimo Día, Christian Science y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocida popularmente como de los mormones. Estas iglesias no se parecen a las pentecostales pero se auto-excluyen de las federaciones evangélicas.

Luego de tales aclaraciones ya podemos ir a nuestro punto central. Nuestro enfoque estará dirigido a las iglesias del polo de los conservadores-bíblicos.

Las magnitudes del sistema

Los evangélicos pueden estar en el orden del 10 al 13 % de la población argentina, basándonos en cálculos aproximados, porque no existen en realidad datos científicamente más precisos. En lo personal me inclino a trabajar sobre la hipótesis del 10 %, la más conservadora, que transportada a números absolutos significa unos 4 millones de personas. Los conservadores-bíblicos por su parte componen el 95 % de este capital demográfico, tal vez, y entre ellos predominan los pentecostales, situados por mis estimaciones en el orden de los 2 millones y medio de personas. En cuanto a los que técnicamente llamamos aquí “evangelicales”, podrían estar en el orden de 1.300.000 personas.

La asidua observancia de las prácticas religiosas es una característica de este conjunto, definida básicamente como la regular asistencia a los templos. Ese es el valor práctico o carácter de indicador que le damos al concepto de ser cristianos “observantes”. Los evangélicos se congregan en unos 12 a 15 mil templos diferenciados entre sí en un rango que va desde humildes locales comerciales usados como sedes de congregaciones manejadas por “obreros cristianos” hasta enormes instalaciones que en las que se sitúan los nodos de redes asociadas de templos –algunos relativamente importantes– y células y pequeñas iglesias, que en su conjunto pueden sumar miles de adherentes en cada una de las redes.

A su vez los católicos romanos observantes, para completar un panorama de lo que podría ser el conjunto del cristianismo que regularmente concurre a los templos con sus oficios religiosos, pueden hallarse en el orden del 5 al 10 % de la población. En fin, aceptamos que los cristianos observantes (lo reiteramos: en el sentido aquí propuesto) son algo así como el 20 % de la población de la Argentina. O sea: unos 8 millones de personas. Una persona de cada cinco.

La dispersión real de las cifras es otra, porque los porcentajes de presencia evangélica en la sociedad argentina oscilan con los niveles socioeconómicos. En áreas urbanas de clase media y media-alta de la ciudad a la vez conocida como Capital Federal o Ciudad Autónoma de Buenos Aires, podemos aceptar tentativamente que hay un evangélico cada 25 personas (4 % de la población). En sectores populares del Conurbano Bonaerense, un cinturón de municipios que rodean la principal ciudad del país y constituyen con ella una megalópolis metropolitana de 13 millones de habitantes, la cifra puede subir al nivel del 25 % de la población: un evangélico cada 4 personas.

Los evangélicos como sujeto cívico que protesta

En la década de los 90, los evangélicos construyeron una presencia pública llamativa por causa de la protesta por la igualdad de cultos, en el contexto asimétrico marcado por la posición de la Iglesia Católica Apostólica Romana, que el sistema jurídico favorece a partir del artículo 2 de la Constitución o Carta Magna, cuyo texto afirma que el Estado la sostiene. El estatus especial de la Iglesia Católica (cuyos defensores más radicales sostienen que es anterior al Estado argentino, lo cual es verdad) resulta completado por otros elementos del aparato legal y varios tratados internacionales.

En ese contexto los evangélicos llegaron a hacer dos grandes concentraciones en el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, figura rectora de la Plaza de la República, en los años 1999 y 2001, luego de un proceso extenso, que aquí no podríamos detenernos a explicar. Posteriormente, en el 2003 hicieron otra de tales reuniones, pero no obtuvieron el mismo nivel de éxito. En definitiva esta clase de movilizaciones colectivas perdió presencia en el espacio público argentino, por motivos que no están estudiados, y jamás se produjo ningún cambio sustancial en la legislación argentina en materia de iglesias y comunidades religiosas. Sin embargo sucedió otra cosa que llamó la atención de los medios. Las federaciones evangélicas, mancomunadas especialmente para ese fin a lo largo de la década del 90 (cuando el campo de fuerzas se cohesionó sintiéndose agredido desde el exterior), llegaron a constituir al conglomerado evangélico en un notorio sujeto colectivo de la vida cívica de la Nación, que dialogaba con miembros del episcopado católico y el Estado, y así fue por un lapso de tiempo. Las condiciones ambientales democráticas del momento, impactadas por la Reforma de la Constitución en 1994 (en la que el pastor y teólogo José Míguez Bonino, de la Iglesia Metodista, alcanzó un sitial de legislador), contribuyeron al movimiento colectivo.

Por otra parte, y en un nivel de análisis ahora diferente al que llevamos adelante en el presente texto, pocas dudas caben, de que las iglesias evangélicas les han permitido a cuantiosas personas encontrar un punto de pertenencia dentro de redes sociales, y un enclave de significación, sentido existencial y esperanza. Las iglesias evangélicas han contribuido a la constitución de sujetos, individuales y colectivos, a través de una teología que afirma la presencia activa del Espíritu en la vida de las personas, y a través de la liturgia y la enseñanza procura realizarla. Estas son, desde la perspectiva sociológica, otras consecuencias de la dinámica de las iglesias evangélicas, en las cuales en este análisis en particular no vamos a entrar ahora.

Incursiones en la política

A partir del restablecimiento del sistema democrático (tras una dictadura que se extendió por el lapso de 1976 a 1983, al cabo del cual los principales responsables recibieron condenas o son juzgados, tarde pero al fin, por genocidio sobre sus propios conciudadanos), algunos evangélicos intentaron crear partidos políticos confesionales pero sus intentos fracasaron. Estas iniciativas cobraron mayor fuerza en la década de 1990. En todas sus variantes, sin embargo, los proyectos fracasaron hasta desaparecer de la escena pública. En parte estas experiencias fueron reflejos de otras experiencias del espacio latinoamericano, que tampoco se consolidaron, con excepción de “la bancada evangélica” del Brasil.

Más tarde, en votaciones que tuvieron lugar entre el 2003 y el 2009 aparecieron candidatos evangélicos en varias tendencias políticas. Estos evangélicos ya no pretendían formar partidos políticos de evangélicos. En dicho lapso, de cinco candidatos, casi todos evangelicales, tres consiguieron cargos luego de varios intentos fallidos. Y de nueve candidatos pentecostales ninguno obtuvo un cargo.

Al comienzo de la década siguiente, habría de acuerdo con mis hipótesis estadísticas (recuerde el lector que estas son “hipótesis estadísticas”, y no afirmaciones incuestionables), un caudal de unos 3.000.000 de votantes evangélicos en la Argentina. Dentro de esa cantidad existiría, nuevamente, un predominio demográfico de las iglesias del polo conservador bíblico, o en otros términos: evangelicales y pentecostales.

Entre los meses de julio y agosto del 2011, alrededor de un centenar de candidatos de extracción evangélica participó electoralmente encuadrado en varios partidos, pero es posible distinguir su notable presencia en las variantes del peronismo opuestas al peronismo “kirchnerista” situado en el poder. Un fenómeno muy local y argentino, el de la multiplicidad de las manifestaciones históricas del peronismo, a escala nacional se tornaba evidente para los nativos, aunque resulta difícil de comprender para los habitantes de otros países, los vecinos incluidos. De esta manera, unas diez personas del centenar evangélico consiguieron cargos, en general cargos de menor relevancia. Al mismo tiempo, la figura femenina que desde unos años antes se había constituido en emblemática de la presencia evangélica en la política, defendiendo posiciones conservadoras en temas de familia y bioética, perdió el sitio de legisladora conseguido luego de haber iniciado su carrera política con una agrupación de corte liberal y evolucionado en forma independiente hasta la constitución de un “mono-bloque” conocido como Valores para Mi País. La economista Cynthia Hotton, hija en términos eclesiales del ámbito de los Hermanos Libres, no dejó sin embargo de ser una personalidad con bastante presencia en los medios, y sólida y constante vocación política.

Otras formas de la presencia y la ausencia cívica

Hasta este momento del análisis, los datos nos remiten a la conclusión de que los evangélicos, aunque lograron ponerse de manifiesto como un sujeto cívico a raíz de sus movilizaciones de protesta por la igualdad de culto, en 1999 y 2001 en el Obelisco de la Plaza de la República, no alcanzan hoy a ejercer una mayor incidencia pública fuera de su propio espacio religioso. Pero es imprescindible llevar en cuenta que aquí hablamos de incidencia pública en el sentido de una incidencia cívica. Básicamente queremos expresar con esto, que los evangélicos no colocan ni sostienen puntos en la agenda pública de la política, la educación, la economía, y a lo sumo circulan ubicados a la sombra de una protesta mayor de tipo conservador en materia de bioética, cuya fuerza principal está en las manos de los obispos católicos, quienes al mismo tiempo tienen una línea de crítica hacia la política nacional en términos de lo que consideran desviaciones que amenazan a las instituciones republicanas y la equidad social.

Una constatación simple que permite sustentar por un camino indirecto aquella afirmación, es la de que poco y nada los evangélicos existen en el “diálogo inter-religioso” (que no es lo mismo que el “movimiento ecuménico”, especialmente vigoroso en décadas anteriores). En efecto, están presentes los católicos, que funcionan como el motor del diálogo mencionado, y junto con ellos los judíos y musulmanes, y algunos pastores luteranos. Las actividades de este movimiento alcanzan una manifestación pública a través del suplemento semanal “Valores Religiosos”, albergado como otros suplementos específicos y muy variados entre sí, dentro del diario Clarín.

¿A qué atribuirle este déficit de gravitación pública?

Algunas personas en el ámbito de nuestro análisis comienzan a cuestionarse esta situación y a preguntarse por las causas. Delante de esas inquietudes, en el espacio de este artículo únicamente podemos presentar algunas líneas explicativas que funcionan como hipótesis o supuestos cuya elucidación demandaría al menos unas horas de reunión y debate. Son por otra parte hipótesis y reflexiones desde mi personal perspectiva, con un enfoque centrado en el numeroso y dinámico polo que hemos denominado de las iglesias conservadoras bíblicas.

Parte de la explicación del problema se encuentra, en primer término, en el proceso histórico de crecimiento de las iglesias evangélicas, en buena medida a través de sectores de la población de menores ingresos y niveles de instrucción, sectores que han permanecido ajenos a la reflexión política y social. En esto no encajan las iglesias que crecieron a través de los procesos migracionales desde Europa hacia la Argentina y a lo largo de líneas luteranas y calvinistas o asociadas con las tradiciones anglicanas y sus derivaciones en el metodismo.

Aquella característica básica, localizada en la estructura social, se vio reforzada históricamente por la difusión de la herencia teológica que inducía al apartamiento del “mundo” y muy específicamente del mundo de la política, un fenómeno comprensible y muy estudiado ya por los sociólogos clásicos en referencia al movimiento anabaptista y sus consecuencias ulteriores en las respuestas milenaristas al estado del mundo.

A la fusión de las causas, unas estructurales y otras históricas, se les sumó la influencia de corrientes periodísticas y de opinión pública que en la Argentina calificaron a los evangélicos como “sectas”, en un proceso infamante que hallaba un notable soporte en la discriminación jurídica todavía vigente en el país. El síndrome del etiquetamiento negativo, muy fuerte en las décadas de 1980 y 1990, con la vuelta al sistema democrático y la difusión desbordante de las iglesias pentecostales sobre todo, se constituyó en una de las causas de la movilización de protesta por la igualdad de cultos a la que nos hemos referido en otros párrafos de este mismo artículo y en una investigación exhaustiva condensada en el libro “Ciudadanos de dos mundos, el movimiento evangélico en la vida pública argentina, 1980-2001”.

Asociados entre sí, y reforzándose mutuamente, los factores teológicos, de posición social y recepción de agravios, pudieron incidir en la percepción que las iglesias se forjaron de ellas mismas como colectivos religiosos subalternos o de segunda clase. Si así fuese, la construcción subjetiva podría explicar la búsqueda de reconocimiento público de parte del Estado, por momentos escasamente reflexiva y desprovista en especial de una capacidad de análisis crítico de la realidad social y política, rasgo que suele ponerse de manifiesto en los dirigentes evangélicos.

Por un camino contrario, las condiciones del crecimiento de estas iglesias –que ya en la década de 1990 había alcanzado un 9 % de la población, de acuerdo con estimaciones de varias fuentes imprecisas pero convergentes– sumadas a la dinámica vertiginosa tipo carismático que alimenta buena parte de su funcionamiento (decimos carismático en sentido amplio, sin referencia a una corriente en particular), posiblemente inducen a una sobrevaloración mesiánica de lo que realmente las iglesias pueden significar en la sociedad argentina. La idea de impacto, presente en el discurso de algunos dirigentes como el deseo de “ser de impacto” en la Argentina, imaginada ésta como espacio cívico, no deja de aparecer unida por un mismo lazo con la pulsión salvacionista, de parte de actores que tendrían la capacidad de purificar la sociedad y elevarla desde aquél que sería por principios el lugar pecaminoso. Y en definitiva este deseo dirigido hacia la civitas como su objeto de transformación no deja de ser una continuidad del discurso forjado en la arena religiosa, comprensible en su interior pero ajeno a los extraños.

Unas breves conclusiones

Analizada desde otra perspectiva, la sobrevaloración del propio sujeto de alguna manera mesiánico, es en sí misma discutible cuando reúne las condiciones para avanzar en una dirección opuesta a los valores del pluralismo inherente a la democracia, y de la rica herencia protestante de pensamiento cívico que –sobre todo en materia de separación de religión y Estado–, tuvo algunas figuras señeras en la historia de la Argentina, y alcanzó entre los históricos-liberacionistas varios compromisos significativos desde la década de 1970 en materia de defensa de los derechos humanos.

El camino señalado por la herencia protestante es, por otra parte, el único que puede garantizar el fundamento teórico para un reclamo por la abolición de cualquier monopolio religioso instalado en el derecho eclesiástico del Estado, tema que les interesa particularmente a las iglesias mayoritarias del campo evangélico de la Argentina, entre las cuales se ponen de manifiesto, a mi entender, los déficits de la orientación cívica aquí analizados.

Mientras tanto, por fuera de temas de moral sexual y reproductiva, otros numerosos ítems que a la sociedad nacional la preocupan desde la perspectiva del amor, la justicia y la ética pública, continúan siendo áreas de vacancia cívica –y quizás de vacancia también del discurso profético–, en el panorama de nuestro análisis, que en razón de su complejidad nos impide sin embargo aventurarnos a la afirmación de conclusiones que por su tono definitivo podrían resultar injustificadas y arrogantes.


*Los lectores de Lupa Protestante pueden encontrar reseñas de estos libros en los siguientes links: Ciudadanos de dos mundos y Sal y Luz a las naciones
Autor/a: Hilario Wynarczyk


Hilario Wynarczyk, es doctor en sociología y profesor de la Universidad Nacional de San Martín, UNSAM, en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina. Reconocido como el sociólogo que más exhaustivamente ha estudiado a los evangélicos y en particular a los pentecostales en la Argentina, escribió dos libros que condensan los principales resultados de sus investigaciones sobre los temas de esta nota: “Ciudadanos de dos mundos. El movimiento evangélico en la vida pública argentina, 1980-2001” (UNSAM Edita, sello editorial de la Universidad Nacional de San Martín, 391 páginas) y “Sal y luz a las naciones. Evangélicos y política, 1980-2001” (Instituto Di Tella y Siglo XXI Iberoamericana, 222 páginas).

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