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miércoles, 13 de abril de 2016

Ante el refugiado ¿Qué lógica pervive, la del amor al prójimo o la del mercado?



Ante la gran crisis de los desplazados en Europa la cual no ha habido otra semejante desde la Segunda Guerra Mundial, se tiene el temor del “efecto llamada”, o temor ante el “¿cuánto nos costará?”. También están las actitudes xenófobas y por otro lado las acciones solidarias, que son mayoría.

Cabe preguntar ¿cuál es la postura que asume el parlamento europeo y los gobiernos para dar respuesta a esta situación? Estos días se esta negociando un acuerdo, pero, por lo que vemos, lo que prima para llegar dicho acuerdo no es la xenofobia (a excepción de algunas derechas extremas) o la solidaridad, sino la racionalidad (más bien irracionalidad) de la ley del mercado, la cual subvierte la convivencia humana, pues a los refugiados se les ve como mercancías con las que se puede negociar. No es de extrañar que se tomen tanto tiempo, tantas reuniones para llegar a un acuerdo, pues cuando se usa la lógica del gano yo-tú pierdes, no es fácil llegar a puntos en común.

Ante los miles de refugiados que pretenden entrar en los países de la Unión Europea y que han huido de sus propios países devastados por la guerra, las medidas de la UE son cada vez mas restrictivas. Esto no alivia, ni ayuda a los que están haciendo el penoso viaje para pedir asilo. Incluso se encuentran con la fuerza militar y con muros alzados impidiéndoles el paso incluso con violencia, como en Hungría. Han huido del estado islámico, del hambre, la guerra, y acaban muriendo en el mar o en camiones por el rechazo de las autoridades europeas.

Los acuerdos tomados, deben basarse en el criterio radical de amor al prójimo, no como criterio moral solamente, sino como de criterio de la acción humana. Que los acuerdos correspondan al beneficio de la vida de los refugiados, y que conlleven a la acción de acogida que corresponde, pues los alimentos, la vestimenta y la atención sanitaria que dispensan las decenas de organizaciones locales y de voluntarios son insuficientes para combatir la escasez que padecen las familias que buscan refugio.

Si se llega a un acuerdo bajo la razón del mercado, como parece que se está dando, se corre nuevamente el riesgo de que con la ley en la mano, se deje a los refugiados a la deriva, abandonados y sin apoyos. Y que se realice este crimen cumpliendo la ley (que es el signo de identidad de la lógica del mercado). Pues el acuerdo, la ley que se está orquestando ahora en Europa y Turquía ante los refugiados es la ley que se sigue de los imperativos del mercado del “dejad hacer, dejad pasar” y que una lógica de este tipo trae como consecuencia, como bien señala Hinkelammert la del “dejar morir”, ya sea en el mar o hacinados en barcos, o de hambre o de frío en las fronteras. Por ello tiene razón Amnistía internacional cuando a las puertas del Consejo Europeo, donde se celebra la cumbre, señala con una pantalla gigante que resume a la perfección los temores expresados por algunos líderes en las últimas horas: “No se comercia con los refugiados. Detengan el acuerdo”. (El país, 18 marzo 2016)

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*Fotografía: ONU BRASIL

domingo, 30 de marzo de 2014

España es el segundo país con más pobreza infantil en Europa.



Cáritas exige a los Gobiernos que primen los criterios sociales sobre los intereses económicos

La organización exige más inversión para la creación de empleo



España es el segundo miembro de la Unión Europea con el mayor índice de pobreza infantil superado solo por Rumanía. Bulgaria y Grecia están a continuación, según el último informe de Cáritas Europa, que habla sobre el impacto social generado por las medidas de austeridad aplicadas a los países en crisis. Jorge Nuño, secretario general de la ONG, ha denunciado durante la presentación de los resultados en Atenas que la política de la Unión Europea "es incoherente, porque se comprometió, con la firma de la Estrategia Europa 2020, a disminuir la pobreza, crear crecimiento y aumentar la escolarización (...), pero las prioridades económicas están por delante de las sociales, de las personas". La entidad exige a los Gobiernos que antepongan los criterios sociales a los intereses económicos y que dediquen más inversión a la creación de empleo.

El estudio recoge las medidas adoptadas por la Unión Europea y las autoridades nacionales y el impacto de los ajustes, que en algunos países como Grecia, Chipre y Portugal han sido exigidos por la troika (Comisión Europea, Banco Central y Fondo Monetario Internacional). En general, este destaca el empobrecimiento de la población que ha perdido servicios sociales y en ocasiones también el acceso a la atención médica. "Tenemos la esperanza de que la gente pueda estar en el centro de las decisiones políticas", ha explicado Nuño.


Las medidas de austeridad han fallado a la hora de solucionar los problemas"

Las conclusiones del informe contradicen el habitual discurso oficial que sugiere que lo peor de la crisis económica ya ha pasado, y sostiene que no hay evidencias de que la situación de muchas personas esté mejorando. Según Nuño, "las medidas de austeridad han fallado a la hora de solucionar los problemas y generar crecimiento".

Esta entidad europea define a la población española como una de las más afectadas por la crisis, pues mientras la tasa de pobreza media de los estados comunitarios fue del 25,1% en 2012, España registró un 28,2 %, una tasa que en la población infantil llega al 29,9%, según datos de 2013 de Eurostat. De 2011 a 2012, la tasa de pobreza en este sector de población aumentó del 15,6 % al 19,4 %. Para la organización, esto demuestra el impacto extremadamente negativo de las políticas de austeridad en la vida de las personas más desprotegidas. "La gente más vulnerable es la que está pagando las consecuencias de la crisis", ha destacado Nuño.

Por personas en riesgo exclusión social se entienden las que disponen de un 60% del ingreso medio del resto de la población; las pobres poseen entre el 40 % y el 50 %; y las situadas en la miseria adquieren menos del 40 %.

El informe destaca también la alta tasa de desempleo juvenil español, en edades comprendidas entre 15 y 24 años, que se situaba en 52,9 % en julio de 2012; cifra que, según Cáritas Europa, solo ha sido superada por Grecia con 55,4 %.

Respecto a la situación actual en Grecia, Cáritas Europa considera que los derechos fundamentales están siendo violados, exigidos en su mayoría por la troika, a la que los resultados presentados por Cáritas Europa traducen como "segundo cuerpo legislativo". El estudio se centra en destacar a la vez en el gran número de personas— más de tres millones— que han perdido la cobertura sanitaria por estar más de un año en el desempleo.

El portavoz de Cáritas en Grecia ha señalado que muchas de las posturas acordadas con la troika para potenciar la competitividad a través la reducción de los salarios y las pensiones no han logrado, sin embargo, una disminución de los precios, que han aumentado debido al incremento de los impuestos. Casi la cuarta parte de los griegos se encontraba en riesgo de pobreza en 2012, lo que significa que sus ingresos eran inferiores al 60 % de la renta media nacional. Esto se traduce en que hay muchas familias en las que nadie trabaja y que no tienen, por tanto, ningún ingreso.

Acerca de Chipre, el publicado por Cáritas Europa destaca que posee la mayor tasa de pobreza entre las personas mayores de 65 años con un 29,3 %, mientras que la media europea se situó en el 14,3 % en 2012. Y en Portugal, el desempleo ha destruido la clase media, por lo que hay más de un millón de portugueses en situación de pobreza. "La pobreza se combate con empleo, ya que la pobreza genera más problemas mentales, más criminalidad y más violencia doméstica", ha afirmado el portavoz de Cáritas en Portugal, Éugenio Fonseca.

Fuente: El País

viernes, 6 de diciembre de 2013

Mandela pasó a descansar, antes liberó a la Sudáfrica negra.

Muere Nelson Mandela, el hombre que liberó a la Sudáfrica negra.



Mandela manejó la política con maestría combinando un encanto infinito, nacido de la enorme seguridad en sí mismo, principios inflexibles, visión estratégica y pragmatismo
Nelson Mandela llegó temprano a trabajar el 11 de mayo de 1994, al día siguiente de tomar posesión como primer presidente negro de Sudáfrica. Andando por los pasillos desiertos, adornados con acuarelas enmarcadas que ensalzaban las hazañas de los colonos blancos en la época de la Gran Marcha, se detuvo ante una puerta.

Había oído ruido dentro, así que llamó. Una voz dijo: “Entre”, y Mandela, que era alto, alzó la mirada y se encontró ante un inmenso afrikaner llamado John Reinders, jefe de protocolo presidencial durante los mandatos del último presidente blanco, F. W. de Klerk, y su predecesor, P.W. Botha. “Buenos días, ¿cómo está?”, dijo Mandela, con una gran sonrisa. “Muy bien, señor presidente, ¿y usted?”. “Muy bien, muuuy bien…”, replicó Mandela. “Pero, si me permite preguntar, ¿qué está haciendo?”. Reinders, que estaba metiendo sus pertenencias en cajas de cartón, respondió: “Me estoy llevando mis cosas, señor presidente. Me cambio de trabajo”. “Ah, muy bien. ¿Y dónde se va?” “Vuelvo al departamento de prisiones. Trabajé allí de comandante antes de venir aquí a la presidencia”. “Ah, no”, sonrió Mandela. “No, no, no. Conozco muy bien ese departamento. No le recomiendo que lo haga”.

Mandela, poniéndose serio, trató entonces de convencer a Reinders de que se quedase. “Mire, nosotros procedemos del campo. No sabemos cómo administrar un organismo tan complejo como la presidencia de Sudáfrica. Necesitamos la ayuda de personas experimentadas como usted. Le pido, por favor, que permanezca en su puesto. Tengo intención de no cumplir más que un mandato presidencial, y entonces, por supuesto, usted será libre de hacer lo que quiera”. Reinders, tan asombrado como encantado, no necesitó más explicaciones. Mientras meneaba la cabeza, perplejo y admirado, empezó, poco a poco, a vaciar las cajas.

Reinders, cuyos ojos se llenaban de lágrimas al recordar la anécdota algún tiempo después, me contó que, durante los cinco años que trabajó junto a Mandela, viajando por todo el mundo con él, no recibió más que muestras de cortesía y amabilidad. Mandela le trató siempre con el mismo respeto que al presidente de Estados Unidos, el papa o la reina de Inglaterra, quien, por cierto, le adoraba. El primer presidente negro de Sudáfrica debía de ser la única persona del mundo, tal vez con la excepción del duque de Edimburgo, que siempre la llamaba “Elizabeth”, o al menos el único que podía hacerlo sin que se lo reprocharan. (Un amigo mío que estaba cenando un día con él en su casa de Johannesburgo recordaba que apareció una criada con un teléfono inalámbrico. Era una llamada de la reina de Inglaterra. Con una gran sonrisa, Mandela se acercó el auricular y exclamó: “¡Ah, Elizabeth! ¿Cómo estás? ¿Cómo están los chicos?”)

Lo que pone de manifiesto la relación de Mandela con Reinders —que es la misma que tenía con todos sus colaboradores, por humildes que fueran sus cargos— es el secreto de su éxito como líder político. Si la política consiste en ganarse a la gente, Mandela, como han atestiguado numerosos políticos, fue el maestro consumado. Tenía a su disposición un cóctel seductor e irresistible compuesto de un encanto infinito, nacido de una inmensa seguridad en sí mismo, unos principios inflexibles, una visión estratégica y un pragmatismo absoluto. Su actitud hacia Reinders era la misma que había mostrado con sus interlocutores del Gobierno del apartheid cuando inició las negociaciones secretas con ellos durante los últimos cinco años de los 27 y medio que pasó en prisión; era la misma que tuvo con toda la población blanca y que acabó convenciendo casi a la totalidad de que no solo no era un temible terrorista, como les habían programado para creer durante su cautividad, sino que era su presidente legítimo en la misma medida en que era el rey sin corona de la Sudáfrica negra.

Le habría costado mucho más convencer a la Sudáfrica blanca para que abandonara el apartheid y cediese el poder antes de entrar en prisión, en 1962, y mucho más todavía 20 años antes, cuando se incorporó a la lucha por la liberación de los negros. El hombre responsable de reclutarlo fue Walter Sisulu, un astuto activista laboral que, en el momento de su trascendental encuentro (Mandela diría posteriormente, con sentido del humor, que se habría ahorrado muchos problemas si nunca hubiera conocido a Sisulu), era un militante con más de 10 años de experiencia en el movimiento que iba a acabar por encabezar la liberación de Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano (ANC).

La relación que tenía con todos sus colaboradores, por humildes es el secreto de su éxito como líder político

En aquella época, Mandela era un joven audaz, recién llegado a Johannesburgo desde la zona rural de Transkei, donde había nacido y se había criado en medio de lo que, en comparación con la miseria general de su entorno, eran privilegios tribales. Aunque también había recibido una sólida educación secundaria, era imposible disimular que allí, de pie en el despacho del activista laboral, Mandela era un rudo campesino frente al sofisticado, urbanita Sisulu. Sin embargo, fue Sisulu, que tenía 30 años —Mandela tenía 24— quien se quedó impresionado, porque vislumbró en Mandela la semilla de un talento para la política que tardaría muchos años de lucha y sacrificios en madurar. Al recordar 50 años después qué había pensado de aquel joven erguido en su despacho, Sisulu decía: “Me impresionó más que cualquier otra persona que hubiera conocido. Su aire, su simpatía… Yo buscaba a personas de verdadero calibre para ocupar cargos de responsabilidad y él fue un regalo del cielo”.

Tardó poco Sisulu en convencer a Mandela, que estaba estudiando Derecho en Johannesburgo, para que se uniera a su causa. Mandela triunfó en los dos frentes, y estableció un bufete con otro dirigente del ANC, Oliver Tambo. Pero donde más éxito tuvo fue en la política. Al carisma que Sisulu había visto en él, Mandela añadía un valor y un ímpetu que, durante los años cuarenta y cincuenta, antes de que lo encarcelasen, derivaba tanto de su indignado sentido de las injusticias que se veían obligados a sufrir los sudafricanos negros como de su carácter bullicioso. Ascendió rápidamente en el escalafón y se convirtió en presidente de la Liga Juvenil del ANC, un cargo desde el que dirigió una campaña nacional de desafío a un régimen cuyas leyes de apartheid consagraban en la Constitución las humillaciones y las condiciones de esclavitud de facto en las que vivían los negros en la punta meridional de África desde la llegada de los primeros colonos blancos en 1652. Durante aquella campaña, Mandela reveló un talento histriónico (su biógrafo oficial, Anthony Sampson, lo calificó de “maestro de la imaginería política”) que le iba a ser útil mucho después, cuando salió de la cárcel a la era de la televisión globalizada. Cuando lanzó la campaña en 1952, se las arregló para garantizar una amplia presencia de fotógrafos de prensa al prender fuego a su carné de paso, el distintivo de la ignominia del apartheid, mientras lucía una inmensa sonrisa juguetona. La fotografía, publicada en todas partes, electrizó a la población negra, y decenas de miles de personas siguieron su ejemplo.
más información

Tras las huellas de Nelson Mandela, por Jaime VeláZquez
Un líder más allá de la leyenda, por Ariel Dorfman
Un país mejor, pero no tanto
Nuestra parte negra, Sami Naïr

La seguridad del joven Mandela en sí mismo rayaba en el descaro. En una reunión del comité ejecutivo del ANC a mediados de los cincuenta, ofendió a los líderes de la organización cuando pronunció un discurso en el que predijo —con una clarividencia extraordinaria— que un día sería el primer presidente negro de Suráfrica.

En aquellos días, con una presencia siempre visible en la primera línea de resistencia contra el apartheid, se vestía como un millonario. Se hacía los trajes en el mismo sastre que el rey del oro y los diamantes de Sudáfrica, Harry Oppenheimer, y nunca dejó de ser el dandy de su círculo social en sus incursiones en la vida nocturna de Johannesburgo. Las fotografías de los años cincuenta muestran a un hombre con el aire confiado de una estrella romántica de Hollywood. Las mujeres se enamoraban de él, entre ellas Winnie Madikizela. Y él —que estaba casado y con hijos— también se enamoró de ella. Winnie era la Ava Gardner de Soweto, y él, Clark Gable. Mandela se divorció de su primera mujer, Eveline, y se casó con Winnie, con quien tuvo dos hijas pero a la que, como se quejaría ella más tarde, veía muy poco, sobre todo después de que le nombraran comandante en jefe del nuevo brazo militar del ANC, Umkhonto we Sizwe, La lanza de la nación, en 1961, y se viera obligado a pasar a la clandestinidad. Su veta vanidosa le perjudicó. Empeñado en ser un Che Guevara, adoptó un eslogan popular en la época, “Tomaremos el poder a la manera de Castro”, e insistía, en contra de las advertencias de sus amigos, en llevar uniformes revolucionarios de color verde cada vez que aparecía en público, pese a que la policía le había designado como el hombre más buscado de Sudáfrica. Su incapacidad de mantener la discreción que exigían sus circunstancias fue una de las razones de que lo detuvieran en 1962; permaneció entre rejas 27 años y medio.

Winnie era la Ava Gardner de Soweto, y él, Clark Gable

La cárcel lo moderó, le enseñó a encauzar su talento para el espectáculo, sus artes de seductor, hacia unos objetivos políticos realistas. Entró lleno de furia y salió sabio, pero siempre impulsado por la convicción heroica de que el respiro que había obtenido en su juicio en 1964, cuando lo condenaron a cadena perpetua en lugar de a muerte como se esperaba, le obligaba a cumplir su destino como redentor futuro de su pueblo. La gran lección que asimiló fue que el enemigo no iba a caer derrotado por las armas; que habría que convencer un día a los surafricanos blancos para que entregasen el poder voluntariamente, para que acabasen con el apartheid ellos mismos. La prisión, la celda diminuta en la que vivió en Robben Island durante 18 años, fue su campo de entrenamiento para la gran partida que le aguardaba fuera. La primera lección, decidió, tenía que ser “conoce a tu enemigo”. Para desolación de algunos otros presos, se propuso aprender afrikaans —“la lengua de los opresores”— y leer libros sobre la historia de los afrikaners. Y después se propuso ganarse a los carceleros, porque pensó que era la forma de conocer las vanidades, los puntos fuertes y débiles de los blancos en general, para estar mejor preparado cuando llegara el momento de intentar que cedieran a sus deseos.

El truco era no perder jamás su dignidad ni sus principios, negarse a ser intimidado y tratar a todos los que le rodeaban con respeto, con el “respeto normal y corriente” del que Walter Sisulu afirmó en una ocasión que era el premio por el que luchó durante sus 60 años de dedicación a la política. Estas cualidades, acompañadas de sus modales majestuosos, le iban a permitir conquistar a los dos primeros miembros de la administración blanca con los que habían tenido contacto él y cualquier otro dirigente negro. Durante sus últimos cinco años en la cárcel, llevó a cabo más de 70 entrevistas secretas con el ministro de Justicia, Kobie Coetsee, y el jefe nacional de los servicios de inteligencia, Niel Barnard; el propósito de las reuniones era explorar la posibilidad de un acuerdo político entre negros y blancos. Mientras se iba ganando la confianza de estos dos turbios personajes (considerados unos monstruos por todo el mundo durante los turbulentos años ochenta), consolidó su autoridad sobre los demás presos políticos, igual que lo iba a hacer después con la población negra en general. Yo pregunté a Coetsee sobre aquellas entrevistas y, como Reinders, lloró al recordar a Mandela, a quien definió como “la encarnación de las grandes virtudes romanas: dignitas, gravitas, honestas”. Barnard no era capaz de llorar pero estuvo a punto, y durante las siete horas que hablamos siempre se refirió a Mandela llamándole “el viejo”, como si estuviera hablando de su propio padre.

Al salir en libertad el 11 de febrero de 1990, Mandela emprendió una marcha triunfal por toda Sudáfrica en la que prefijó un mensaje muy perfilado de reconciliación y desafío. No era ningún Gandhi y se negó a pedir el cese de la “lucha armada” —que había sido más bien simbólica— hasta que el Gobierno dio señales inequívocas de comprometerse a una democracia de pleno derecho en la que se aplicara el principio de una persona, un voto. No tuvo más remedio porque el presidente F. W. de Klerk, al que describió con elegancia (y astucia) como “un hombre íntegro”, creyó al principio que iba a salir del paso con alguna fórmula sui generis, semidemocrática, que contemplase los “derechos de la minoría” y asegurase y perpetuase los privilegios de los blancos. Las negociaciones que se desarrollaron durante los cuatro años sucesivos fueron duras, pero ni mucho menos tan duras como lo que estaba sucediendo en los distritos negros, sobre todo los de la periferia de Johannesburgo. Los últimos coletazos de la bestia del apartheid se manifestaron en un intento concertado de desbaratar la transición por parte de fuerzas oscuras en el aparato de seguridad, aliadas con la organización negra conservadora Inkatha, cuyo líder zulú de extrema derecha, Mangosuthu Buthelezi, beneficiario del sistema de “patrias tribales” del apartheid, tenía tanto miedo a que gobernara el ANC como cualquier blanco. Las matanzas en Soweto y otros lugares alcanzaron una dimensión inédita en Suráfrica desde la guerra de los boers, casi 100 años antes.

Mandela clamaba en público, se indignaba contra De Klerk en privado, y sus colegas de la ejecutiva nacional del ANC tenían que contenerlo para que no cancelara las negociaciones; para que su ira, que a veces le cegaba, no le hiciese recurrir a un enfrentamiento abierto. Sin embargo, cuando llegó la prueba definitiva, supo mantener la cabeza fría y dio su bendición a un acuerdo trascendental por el que el primer Gobierno elegido democráticamente del país iba a ser una coalición en la que los ministerios se repartirían en función del porcentaje de voto obtenido por cada partido.

A mediados de los cincuenta, pronunció un discurso en el que predijo —con una clarividencia extraordinaria— que un día sería el primer presidente negro de Suráfrica

Tendió la mano a una Sudáfrica blanca bastante pacificada convenciendo a su propia gente para que hiciera otra concesión en un asunto que todos los surafricanos llevaban en el corazón.

Una reunión de la ejecutiva nacional del ANC cuatro meses antes de las históricas elecciones de abril de 1994. Sin dudar ni por un momento que el ANC iba a ganar las elecciones, el tema concreto en la agenda era qué postura debía adoptar el nuevo Gobierno sobre la delicada cuestión del himno nacional. El viejo himno era claramente inaceptable. Die Stem era una melodía seria y marcial que loaba a Dios y ensalzaba los triunfos de Retief, Pretorius y los demás “caminantes” que habían hecho la Gran Marcha hacia el norte en el siglo XIX, aplastando la resistencia de los negros. El himno extraoficial de la Suráfrica negra, Nkosi Sikelele, era la emocionante manifestación de un pueblo que llevaba mucho tiempo de sufrimiento y anhelaba la libertad.

La reunión acababa de empezar cuando entró un ayudante para informar a Mandela de que le llamaba un jefe de Estado. Salió de la sala y los treinta y pico hombres y mujeres del órgano supremo del ANC continuaron sin él. Había un consenso abrumador en favor de eliminar Die Stem y sustituirlo por Nkosi Sikelele. Tokyo Sexwale, antiguo preso en Robben Island y principal miembro del Comité Ejecutivo nacional, recordaba muy bien la atmósfera de la reunión durante la ausencia de Mandela.

“Estábamos disfrutando”, me contó. “Es el fin de esa canción, Die Stem, decíamos. El fin. Se acabó. En este país vamos a cantar Nkosi Sikelele y nada más. ¡Estábamos divirtiéndonos!”. Entonces regresó Mandela. “Estábamos todos como niños de primaria”, decía Sexwale, un hombre grande y fuerte con una rica voz de orador. “Nos preguntó cómo iban nuestras discusiones y le dijimos que habíamos tomado una decisión. Dijo: ‘Pues lo siento. No quiero ser grosero, pero…’. Dios mío, todos queríamos que nos tragara la tierra. ‘Creo que debo expresar lo que pienso sobre esta moción. Nunca pensé que unas personas experimentadas como vosotros iban a tomar una decisión de tal magnitud sobre un tema tan importante sin ni siquiera esperar al presidente de vuestra organización”.

Mandela me dijo que había sermoneado al comité ejecutivo sobre la necesidad de ganarse a los afrikaners, de demostrar respeto por sus símbolos

Y entonces, en el tono más severo y de maestro de escuela que le habían oído emplear jamás sus colegas del ANC, ofreció su punto de vista. “Esta canción que despacháis con tanta facilidad contiene las emociones de muchos a los que todavía no representáis, y de un plumazo queréis tomar una decisión que destruiría la misma base —la única— sobre la que estamos construyendo el país: la reconciliación”. Los hombres y mujeres de la ejecutiva nacional del ANC, muchos de ellos muy conocidos en Sudáfrica, considerados héroes y heroínas de la lucha, se arrugaron de vergüenza. Mandela propuso que, cuando se celebraran las elecciones y para el futuro, Suráfrica tuviera dos himnos, que se tocarían uno después de otro en todas las ceremonias oficiales, desde las tomas de posesión presidenciales hasta los partidos de rugby: Die Stem y Nkosi Sikelele. Derrotados moralmente, apabullados por la lógica del argumento de Mandela, los combatientes de la libertad se rindieron de forma unánime. Sexwale se reía a carcajadas años después al recordar el desconcierto que había sentido al ver cómo les había manipulado Mandela. “Jacob Zuma, que presidía la reunión, dijo: ‘Bueno, creo… creo… creo que la cosa está clara, camaradas. Creo que la cosa está clara…’. Nadie levantó un dedo para oponerse”.

Los miembros de la ejecutiva nacional capitularon por completo ante la ira de Mandela, porque comprendieron de inmediato que su afán de venganza sobre la cuestión del himno blanco había sido pueril, que la respuesta política con más visión de futuro al dilema que estaban debatiendo era la solución madura y generosa que defendía Mandela. Pero cedieron ante él también porque, desde las actuaciones magistrales que había llevado a cabo al salir de la cárcel, habían aprendido a aceptar que “el viejo” era mucho más hábil que cualquiera de ellos en el arte moderno del simbolismo político. La importancia del himno era la creación de un espíritu nacional, la posibilidad de ejercer la persuasión política apelando a las emociones de la gente. Esa era, como habían comprendido los demás dirigentes del ANC, la esencia de su talento político, la faceta en la que dejaba a todos los demás muy atrás. El propio Mandela me dijo, durante una de las conversaciones que mantuvimos en su casa, que había sermoneado al comité ejecutivo sobre la necesidad de ganarse a los afrikaners, de demostrar respeto por sus símbolos, de esforzarse por incluir unas cuantas palabras en afrikaans al comenzar un discurso. “No les estáis hablando al cerebro”, dijo, “les estáis hablando al corazón”.

Hizo lo mismo, con un éxito aún más espectacular, al año de asumir la presidencia, en la Copa del Mundo de rugby, que se celebraba en Suráfrica por primera vez. Consiguió la increíble proeza de convencer a su propia gente para que apoyaran a los Springboks, la selección surafricana, con lo que transformó uno de los símbolos más odiados de la opresión del apartheid en un instrumento de unidad. A pesar de que solo había un jugador que no era blanco en el equipo, los negros, a instancias de Mandela, adoptaron a los Springboks y empezaron a considerarlos representantes lógicos de la nueva bandera nacional. Es imposible olvidar cómo, en la final de Johannesburgo, en la que venció Suráfrica, prácticamente toda la muchedumbre de blancos (los aficionados al rugby no habían estado precisamente en la vanguardia del progresismo racial durante los años del apartheid) gritaba su nombre. “¡Nelson! ¡Nelson! ¡Nelson!”. Cuando Mandela entregó la copa al capitán del equipo, François Pienaar, un grandullón rubio hijo del apartheid, le dijo: “Gracias, François, por lo que has hecho por nuestro país”. “No, señor presidente”, replicó Pienaar, con una enorme presencia de ánimo. “Gracias a usted por lo que ha hecho por nuestro país”.

Aquel día, probablemente el más feliz —y desde luego el de más unidad patriótica— de la historia de Sudáfrica, Mandela culminó su doble misión imposible del liderazgo político. Convenció a todo un pueblo, el pueblo con más división racial de la tierra, para que cambiara de opinión.

El objetivo fundamental de Mandela durante sus cinco años como presidente fue cimentar las bases de la nueva democracia, alejar la perspectiva de una contrarrevolución terrorista de la extrema derecha armada. Y lo consiguió. Sudáfrica, pese a todos los problemas que hoy tiene (problemas que comparte con docenas de países, después de haberse deshecho de la épica y terrible singularidad que en otro tiempo le distinguía del resto del mundo), es una democracia estable, mucho más respetuosa con el imperio de la ley y la libertad de expresión que, por ejemplo, Rusia, otro país que acabó con años de tiranía más o menos en la misma época. Se ha dicho, y seguramente se seguirá diciendo mucho tiempo, que Mandela podría haber hecho más para remediar las injusticias económicas del apartheid. Tal vez, pero en un país con un elevado índice de natalidad y sin unas cifras de crecimiento económico equiparables, ese era un reto prácticamente imposible. Lo mejor que puede decirse es que la presidencia de Mandela vio la aparición de un nuevo y potente fenómeno social, inimaginable en los años del apartheid: una clase media negra floreciente. Podría haber emprendido toda una redistribución de la riqueza nacional, pero eso seguramente habría provocado lo que más temía, una guerra civil entre razas. La economía que hubiera quedado después habría sido una economía de cementerio. Por lo que Mandela luchó la mayor parte de su vida fue por la democracia, y, una vez lograda, su prioridad pasó a ser la paz.

Una paz como la que acordó con John Reinders, cuyo trato por parte de Mandela ilumina la gran lección que ofrece a todas las personas de cualquier parte, ya sea en el liderazgo político o en esferas de la vida menos ambiciosas. Siempre fue coherente entre lo que predicaba y lo que practicaba. Hablaba de justicia y respeto y trataba a todo el mundo, por humilde que fuera su condición o por irrelevante que fuera para sus objetivos políticos o personales, con la misma consideración. Un año después de que Mandela abandonara la presidencia, Reinders, que siguió trabajando a las órdenes de su sucesor Thabo Mbeki, recibió una llamada de su antiguo jefe. ¿Podía ir con su familia a comer a su casa el domingo siguiente? Reinders acudió con su esposa y sus dos hijos creyendo que se trataba de una reunión amplia. Pero no, Mandela solo había invitado a su familia.

Al empezar la comida, Mandela elevó una copa y, dirigiéndose a la mujer y los hijos de Reinders, les pidió perdón por haberles privado tanto tiempo de la compañía de su padre y marido. “Pero llevó a cabo sus obligaciones de manera espléndida. ¡Espléndida!”. Reinders, que volvía a llorar recordando la historia, me contó que, después de comer, Mandela les acompañó a la calle y, cuando se alejaba su coche, se quedó diciéndoles adiós con la mano.

En una ocasión pregunté al arzobispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz como Mandela y una de las personas que le conocían más de cerca, si podía definirme su mejor cualidad. Tutu se lo pensó un momento y entonces, con aire victorioso, pronunció una palabra: magnanimidad. “Sí”, repitió, la segunda vez en tono más solemne, casi en un susurro: “¡Magnanimidad!”.

Un sinónimo de magnanimidad podría ser grandeza. Es posible que no volvamos a ver nunca a nadie igual.

John Carlin es periodista y el autor de El factor humano: Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación.

martes, 17 de septiembre de 2013

La Teología de la Liberación respira.



Juan G. Bedoya


Los mensajes del Papa sobre la pobreza y el poder avivan el debate sobre la Teología de la Liberación
El cardenal Cipriani tacha de “ingenuo” que el pontífice reciba al fundador de esa corriente
Los pobres, el dinero, el poder eclesiástico: he aquí buena parte de los debates entre eclesiásticos desde que el jesuita Francisco está al frente de la Iglesia romana. En medio, el fantasma de la Teología de la Liberación, un movimiento execrado con severidad durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, éste en primera línea de combate cuando fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisición.

Todavía en 2009, advirtió Ratzinger sobre los “desastrosos efectos” de esa corriente teológica. “Sus consecuencias, hechas de rebelión, división, ofensa y anarquía aún ahora se hacen sentir, creando gran sufrimiento y grave pérdida de fuerzas vivas”, dijo. Anteayer remachó la execración el cardenal arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, del Opus Dei.

La teoría sobre la proverbial hostilidad entre la Compañía de Jesús y el Opus colmó de maledicencias la Red cuando fue elegido papa el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, que tomó el nombre de Francisco, el santo de los pobres. ¿Se resignaría el Opus a perder más poder en el Vaticano, y, para colmo, a manos de sus competidores de antaño ante las altas burguesías católicas? Los pasos aperturistas de Francisco, sobre todo su revolucionaria sencillez y austeridad, además del tono cuasi revolucionario de algunos de sus discursos, empiezan a chirriar en sectores ultras de la Iglesia. No es casualidad que la primera reacción pública proceda del más alto eclesiástico del Opus, el cardenal de Lima. La chispa tampoco es baladí: la audiencia que Francisco concedió el miércoles al teólogo Gustavo Gutiérrez, el fundador de la Teología de la Liberación.

El cardenal Cipriani calificó de “ingenuo” al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el alemán Gerhard Müller, por haber promovido ese encuentro y por acoger en Roma a Gutiérrez como si fuese un gran pensador ortodoxo. Añadió el prelado en declaraciones a Radio Programas del Perú (RPP): “Müller es buen alemán y buen teólogo, un tanto ingenuo. Mi lectura es que ha querido acercarse a su amigo Gutiérrez, a quien le tiene cariño, a quien quiere de alguna manera ayudar a rectificar e insertarse en la Iglesia católica. La reunión está siendo utilizada para describir un acercamiento con una corriente teológica que hizo mucho daño a la Iglesia”.

Sostuvo Max Weber que los evangelios tienen la mala costumbre de hablar bien de los pobres y mal de los ricos. Resume esa impresión la parábola del camello y la aguja, que está con ligeras variaciones en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas. “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entre un rico en el reino de Dios”. La frase debió hacerse famosa nada más pronunciarla Jesús, el fundador cristiano. Muy pronto iba a ser detenido cerca de Jerusalén, torturado y crucificado por el sistema de poder de su tiempo, también por el sistema religioso.

Bergoglio concediuó el miércoles audiencia al teólogo Gustavo Gutiérrez

En sus comienzos, el mensaje cristiano puso el acento en el abismo que media entre los ricos y los pobres, entre los humildes y los poderosos. No siempre ha sido así, y menos cuando el imperio romano es relevado en Roma por el imperio católico. Pero siempre ha habido voces de teólogos y jerarquías en favor de los desheredados de la tierra. Teología para los pobres, no sobre los pobres.

La primera vez que se acuña el programa eclesiástico de “la opción por los pobres” es por boca de Juan XXIII, en 1962. Fue el pontífice que convocó el Concilio Vaticano II. Tenía dos preocupaciones, el diálogo con el mundo moderno y la unidad de las iglesias, pero días antes de la inauguración introdujo una tercera línea de debate: los pobres. “Opción por los pobres”, pidió. Seis años más tarde, en mayo de 1968, el entonces prepósito general de los jesuitas, Pedro Arrupe, pidió a los miembros de la Compañía de Jesús en América Latina que tal opción fuese “preferencial”. Así nació la Teología de la Liberación.

¿Tiene vigencia esta teología tras 40 años de condenas y castigos? La pregunta está en el ambiente, con gran preocupación entre los sectores que empiezan a recelar del discurso y las formas, claras y sencillas, del nuevo papa, jesuita y argentino. La pasada semana, el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, dedicó gran espacio al libro en italiano De parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la Iglesia, escrito por Gustavo Gutiérrez junto con el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, exprelado de Ratisbona (Alemania) y actual prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Gutiérrez, ahora ingresado en un convento de dominicos en Francia, fue quien dio nombre al movimiento con la publicación en Lima, en 1971, del libro Teología de la Liberación.

‘L’Osservatore romano’ dedicó un gran espacio al líder de esa corriente

Una fotografía del teólogo con el arzobispo Müller presentando ese libro en alemán, de hace algunos años, ha dado ahora la vuelta al mundo y ha alarmado a los detractores de esa teología. Müller fue alumno y es amigo del pensador peruano desde que, siendo joven el prelado alemán, acudió a Lima a foguearse entre los pobres. “Ese nombramiento como prefecto de la Congregación que se ocupa de la ortodoxia de la doctrina católica, sumado a la elección de un jesuita y arzobispo de Buenos Aires como obispo de Roma, fueron calificados en algunos ambientes como una revancha de la Teología de la Liberación, criticada por Juan Pablo II y por el cardenal Ratzinger”, escribió en mayo la agencia de noticias Zenit, propiedad de los Legionarios de Cristo.

Ha sido una impresión muy extendida. En aquel momento, esto es lo que declaró Müller, según la misma agencia: “Es necesario distinguir entre una teología de la liberación equivocada y una correcta. Un cristiano tiene que encontrarse en su casa en cualquier parte”. Antes, en 2004, había dicho en Ratisbona que “la teología de Gustavo Gutiérrez, al margen de cómo se la considere, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el correcto modo de actuar cristiano, ya que deriva de la fe auténtica”.

Pero la agitación de partidarios y detractores trasciende la famosa fotografía. Esto opina el obispo Pedro Casaldáliga: “Con la llegada del papa Francisco se ha agitado el tema y nos hemos confirmado en la convicción de que la teología es Teología de la Liberación o no es teología, ciertamente no lo sería del Dios de Jesús”. ¿Quién le tiene miedo a la Teología de la Liberación?, se pregunta este prelado catalán, obispo desde 1971 de la diócesis de São Felix do Araguaia, la más extensa del Brasil. Amenazado de muerte por defender a los pobres y a sus combativos teólogos y sacerdotes, salvó la vida cuando Pablo VI advirtió bien alto, para que oyera la dictadura de aquel tiempo: “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”. No tuvieron tanta suerte otros mártires de esa teología, como el también obispo Oscar Romero, de El Salvador, ya en tiempos de Juan Pablo II.

Sartorio ve lógico el resurgir de esta teoría “con un papa jesuita y latinoamericano”

Que la primera encíclica escrita en solitario por Francisco vaya a titularse Beati pauperes (Bienaventurados los pobres), no avala a quienes le suponen veleidades con la teología de la liberación. Al contrario, ya expresó su criterio contrario durante el pasado viaje a Brasil, el mes pasado. Nada de experiencias que tengan algo que ver con el marxismo, ha proclamado. ¿Acaso es marxista la Teología de la Liberación? “Si doy limosna a un pobre, me llaman santo; si pregunto por qué hay tantos pobres e intento ayudarles, me llaman comunista”, se lamentaba Hélder Pessoa Cámara, el famoso obispo de Recife (Brasil).

Cuando murió Juan XXIII en pleno concilio, se escuchó a un monseñor de la Curia romana rezar por él. “Que Dios le perdone el daño que ha hecho a la Iglesia con este concilio”. Años más tarde, fue Pablo VI el execrado por la Iglesia tradicional a causa, sobre todo, de su apoyo a los padres de la Iglesia latinoamericana reunidos en Medellín (Colombia), en 1968, para ver cómo podían aplicar el Vaticano II en las realidades de América Latina. De aquel acontecimiento dice ahora Gustavo Gutiérrez: “El problema al que nos enfrentábamos no es cómo hablar de Dios en un mundo adulto, sino cómo anunciar a Dios como padre amoroso y justo en un mundo inhumano e injusto”.

Raúl Vera, obispo de Santillo (México), se suma a esa protesta y devuelve la pelota a quienes creen que Juan Pablo II y Ratzinger hicieron bien persiguiendo a prelados y sacerdotes comprometidos con Medellín y con Pablo VI. “No se corrigió en Puebla la Teología de la Liberación, se corrigió el Evangelio”, dice. Puebla, en México, fue donde el papa polaco tronó más alto contra los teólogos de la liberación. Raúl Vera, que fue prelado auxiliar del mítico Samuel Ruiz en la diócesis de Chiapas, ha estado este fin de semana en Madrid para hablar al congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIIII.

Según el obispo mexicano Raúl Vera, “en Puebla se corrigió el Evangelio”

“¡Cómo me gustaría tener una Iglesia pobre y para los pobres!”, dijo Francisco la pasada primavera, nada más ser elegido papa. ¿Suena acaso a teología de liberación? Rodeado de potentados de todo el mundo, había afeado antes, en su primer discurso oficial, las ínfulas de poder de las jerarquías católicas. Raúl Vera, el obispo mexicano, susurró en aquel momento a su compañero de escaño en la basílica de San Pedro: “Oye, qué bien, este Papa viene a por nosotros”. Lo cuenta a EL PAÍS antes de subrayar que Francisco también ha exhortado a los jóvenes a ser revoltosos (“tengan el valor de ir contra corriente”), y a los obispos a oler menos a pastor y más a oveja.

Hay un debate abierto sobre la vigencia de esta teología, o sobre su futuro, al que los obispos españoles no son ajenos. Sus medios de comunicación así lo reflejan, casi siempre con hostilidad. Sin embargo, callan al ser preguntados. Varios prelados se han negado a entrar en el tema, a consultas de EL PAÍS. Es como si estuvieran esperando una señal del Vaticano, aparte la ya enviada por L’Osservatore Romano acogiendo a Gustavo Gutiérrez en sus páginas.

“Con un papa latinoamericano y, además, jesuita, la Teología de la Liberación no podía quedarse mucho tiempo en la sombra, donde ha estado relegada desde hace años”, dice Ugo Sartorio, teólogo italiano y director del Messaggero di Sant’Antonio, comentando ese hecho. “Se trata de una teología que fue dejada fuera de juego por un doble prejuicio: uno, que todavía no ha metabolizado la fase conflictiva de mediados de los años ochenta, y otro, el rechazo de una teología considerada demasiado de izquierdas y, por tanto, tendenciosa”, añade.

Juan Rubio, de ‘Vida Nueva’: “El análisis marxista ya quedó relegado”

Esto opina Juan Rubio, director de Vida Nueva, la gran revista católica española (de la congregación marianista) con ediciones en Hispanoamérica: “La Teología de la Liberación ha ido creciendo en ramas distintas, coincidiendo con los cambios sociopolíticos de América Latina y del Caribe. Los planteamientos son distintos porque las situaciones son distintas. El análisis marxista ya quedó relegado en muchos de los posicionamientos de esta teología, pese a que hay quienes para atacarla aún siguen esgrimiendo injustamente esas razones de método. La pregunta es si esa teología es ya parte de la historia y cumplió su papel, o por el contrario, ha evolucionado y ofrece claves que puedan ayudar a entender la realidad de pobreza, injusticia y opresión, de nuevo cuño, en las que viven inmersos aun hoy aquellos países. Esa es la pregunta que se hacen muchos cristianos que ven en esta teología un compromiso afectivo y efectivo con el Evangelio y con la necesaria conversión de estructuras injustas. Nuevas perspectivas se abren, no hay que estar cerrados a ellas”.

Juan Rubio, que conoce bien a los obispos españoles y ha conversado durante horas en el reciente pasado con el papa Francisco (la edición argentina de Vida Nueva fue apadrinada por el actual pontífice, entonces arzobispo de Buenos Aires), sostiene que “la Teología de la Liberación, como una más, no la única y exclusiva, ayudará a aquellas iglesias a entender mejor aquellas realidades. Pueden ser más o menos discutibles algunos de sus puntos, pero lo que nunca puede hacer la Iglesia es amordazar e impedir el sano y libre ejercicio de la teología, así como la propia misión magisterial de la Iglesia. Un diálogo parece abrirse ahora de la mano de los seguidores de Gustavo Gutiérrez con un papa que, si bien no es considerado seguidor de esa teología, si está en condiciones de entenderla mejor. Se abre una etapa de dialogo en la que primará, sin duda, el reconocimiento a tantos hombres y mujeres que siguiendo estas líneas teológicas han dado su vida testimonialmente en defensa de los más pobres”.

A pesar de los gestos, Tamayo cree difícil que Roma apoye esta teología

En cambio, Juan José Tamayo, reelegido el sábado pasado secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, duda que la Iglesia institucional pueda asumir la Teología de la Liberación, pese a que a la vista de no pocos de los gestos, palabras, actitudes y opciones de Francisco, la respuesta pueda parecer afirmativa. Añade: “Así lo creen importantes sectores religiosos y laicos, incluidos los progresistas y hasta algunos teólogos —no así las teólogas— de la liberación. Yo creo, sin embargo, que una teología de la liberación que hace de la opción por los pobres su imperativo categórico es difícilmente asumible por la institución eclesiástica por el lugar social en el que se ubica —los pobres, los movimientos sociales—, la radicalidad de sus opciones —interculturalidad, pluralismo y diálogo interreligioso, diversidad sexual—, la revolución metodológica que implica y la crítica del poder eclesiástico y de sus instituciones”.

martes, 23 de julio de 2013

Brasil: El papa Francisco arremete contra la cultura de la exclusión.



Francisco: “Un pueblo tiene futuro si cuenta con los jóvenes y los ancianos”

El Pontífice expresa un fuerte mensaje contra “la cultura de la exclusión”

Brasil vive la llegada del Papa Francisco como una visita histórica.
A las 10.30 de la mañana, de camino a Río de Janeiro, el papa Francisco aparece en la zona del avión dedicada a los periodistas. A diferencia de sus predecesores, que contestaban unas cuantas preguntas pactadas, Jorge Mario Bergoglio decide explicar en unos minutos el sentido de su viaje a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y luego saludar uno a uno, durante una hora, a los 70 enviados especiales.

De pie, sin papeles delante y ni una cita a Dios o la Iglesia, el papa Francisco lanza un fuerte mensaje contra “la cultura del descarte”, que no solo amenaza a los jóvenes —”una generación sin trabajo por la crisis mundial”— sino también a los ancianos. “Los dejamos de lado”, explica el Papa, “como si no tuvieran nada que ofrecernos, pero tienen la sabiduría de la vida, de la historia, de la patria, de la familia. Un pueblo no tiene futuro si no va adelante con los dos extremos: con los jóvenes porque tienen la fuerza y con los ancianos porque tienen la sabiduría de la vida”.

Cuando aislamos a los jóvenes hacemos una injusticia. Les quitamos la pertenencia: a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe… No debemos aislarlos de la sociedad

El Airbus 330 de Alitalia, con el código AZ4000, que se destina a los vuelos papales, despega de Roma, cruza el Mediterráneo para sobrevolar Argelia, Mauritania y Senegal antes de alcanzar el Atlántico con destino a Brasil. Francisco, que ha cursado telegramas de saludo a los presidentes de los distintos países que atraviesa, aparece en la cola del avión apenas una hora después del despegue. Es su primer viaje internacional. Antes, solo salió de Roma para encontrarse en la isla italiana de Lampedusa con los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo entre África y Europa a bordo de barcazas destartaladas. Miles de ellos no lo consiguen. Por eso, el primer gesto de Francisco al llegar a la isla fue lanzar una corona al mar en recuerdo de la muerte invisible de quienes quisieron dejar de serlo jugándose la vida.

También ahora, de camino a Brasil, el Papa quiere atraer la atención de los focos hacia quienes, por jóvenes o por viejos, por culpa de la crisis internacional o por egoísmo de un presente que no mira al futuro ni se acuerda del pasado, se están quedando en la cuneta. “Este primer viaje”, advierte Francisco, “es para encontrar a los jóvenes, pero en el tejido social, no aislados de la vida”. “Cuando aislamos a los jóvenes”, explica el Papa, “cometemos una injusticia. Les quitamos la pertenencia: a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe… No debemos aislarlos de la sociedad. Ellos son el futuro de un pueblo pero no solo ellos. Ellos son el futuro porque tienen la fuerza, son jóvenes, van hacia adelante. Pero en el otro extremo de la vida, los ancianos son también el futuro de un pueblo. Pienso muchas veces que estamos cometiendo una injusticia con los ancianos. Y por eso os digo que voy a Río a encontrar a los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente al lado de los ancianos”.

En este vuelo hacia la periferia, que es el destino preferente de su papado, Bergoglio no habla de Dios ni de la Iglesia, sino de quienes “creyentes o no” sufren en carne propia a gran injusticia de la desigualdad.

Antes de empezar a hablar del sentido de su viaje, el Papa ha bromeado sobre su conocida aversión a las entrevistas y luego dará aún más en el encuentro cercano, atento, con cada uno de los corresponsales. Pero ahora habla poniendo esfuerzo y gravedad en sus palabras, intensidad en una mirada que sale a buscar la complicidad de los demás y, casi siempre regresa con ella. Una buena parte de los que se arremolinan a su alrededor son los llamados vaticanistas, periodistas especializados en la información de la Santa Sede, expertos algunos en desentrañar los discursos del teólogo Joseph Ratzinger. Francisco tiene un estilo distinto. Tan distinto que en este vuelo hacia la periferia, que es el destino preferente de su papado, no habla de Dios ni de la Iglesia, sino de quienes “creyentes o no” sufren en carne propia la gran injusticia de la desigualdad.

“Leí la pasada semana” dice Jorge Mario Bergoglio, “el porcentaje de jóvenes sin trabajo. Pensad que existe el riesgo de tener una generación sin trabajo. Y del trabajo viene la dignidad de la persona. La dignidad es ganarse el pan. En este momento, los jóvenes sufren especialmente la crisis. Y nos estamos acostumbrando a la cultura del descarte. Con los ancianos se hace demasiado a menudo. Pero también ahora con tantos jóvenes sin trabajo. Debemos eliminar esta costumbre de descartar. No. Debemos ir hacia la cultura de la inclusión, del encuentro. Tenemos que hacer un esfuerzo por llevar a todos a la sociedad. Este es el sentido que yo quiero dar a este encuentro con los jóvenes”.

viernes, 28 de junio de 2013

Comienza la limpieza en el Vaticano: detienen a un Obispo por posible corrupción.


Solo dos días después de que el papa Francisco creara una comisión de investigación sobre el banco del Vaticano, la fiscalía de Roma ha ordenado la detención de un prelado de Salerno, monseñor Nuncio Scarano, del carabiniere Giovanni Maria Zito –ex funcionario de los servicios secretos italianos—y del bróker Giovanni Carinzo acusados de corrupción y estafa en un asunto relacionado precisamente con el Instituto para las Obras de Religión (IOR).
Las detenciones, que han sido practicadas por la Guardia de Finanza —la policía fiscal italiana—, se producen dos semanas después de que monseñor Scarano fuese investigado por un presunto delito de blanqueo de capitales, tras lo cual ayer mismo fue suspendido de su cargo responsable del servicio de contabilidad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), el ente que gestiona el inmenso capital inmobiliario del Vaticano.
El diario La Repubblica informa de que la investigación de la Fiscalía habría destapado un acuerdo entre Scarano y Zito para repatriar desde Suiza 20 millones de euros en efectivo pertenecientes a amigos del prelado con un jet privado.
El miércoles, Jorge Mario Bergoglio ordenó la creación de una comisión para investigar la situación económica y jurídica del banco del Vaticano, el siempre polémico y oscuro Instituto para las Obras de Religión (IOR). La comisión, que estará presidida por el cardenal salesiano Raffaele Farina, de 80 años, tendrá como fin último la reforma del banco para que “los principios del Evangelio impregnen también las actividades de carácter económico y financiero”.

lunes, 24 de junio de 2013

El capitalismo como religión y el neofranciscanismo como su disciplina.


Por Maciek Wisniewski, periodista polaco. La Jornada, 21-06-2013.

A cien días del relevo en el Vaticano el nuevo Papa cautiva sobre todo con sus gestos. Desde los fieles hasta los teólogos de la liberación como Leonardo Boff u otros disidentes como Hans Küng, casi todos se dejaron seducir. Francisco estableció un estilo sencillo y austero: evita prendas adornadas, optó por un anillo y una cruz de plata, calza zapatos negros viejos, rechazó un lujoso apartamento; más de una vez dijo que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Como recuerda Damián Pierbattisti, Michel Foucault en Vigilar y castigar (1975) define el poder disciplinario como la anatomía política del detalle; no había últimamente otra ocasión donde aquella definición se vea con tal nitidez como con Francisco ( Página/12, 28/3/13).

Para estar claro: los gestos y los símbolos son importantes (lo dice el mismo Foucault). El elogio a la pobreza, humildad y sencillez que predicaba Francisco de Asís, como subraya Küng ( El País, 10/5/13) también, sobre todo si pensamos en Benedicto XVI con su muceta y zapatos rojos a la medida. En este sentido el encanto de Francisco reside hasta ahora en las diferencias con su(s) predecesor(es) y en lo superficial (para más, habrá que esperar). Pero si es verdad que las épocas de crisis –como la de hoy– permiten ver las cosas con más claridad, entonces necesitamos una mirada más amplia. La austeridad papal, más que desnudar los mecanismos del orden dominante, los encubre.

Si algo abunda hoy es el anticapitalismo superficial: de todos lados se escuchan quejas por los excesos de empresas, bancos y mercados. Este tipo de crítica moral es también la de Francisco. El Papa pide justicia social, cuya falta resulta en desocupación ( La Jornada,1/5/13); instruye al clero a aprender de la pobreza de los humildes y a evitar ídolos del materialismo que empañan el sentido de la vida ( La Jornada, 9/5/13); pide reformas al sistema financiero para distribuir mejor la riqueza y condena la tiranía del dinero y mercados. La antigua veneración del becerro de oro ha tomado una nueva y desalmada forma en el culto al dinero, dice ( La Jornada, 17/5/13).

El mejor ejemplo de lo inocuo de esta crítica: Angela Merkel se reúne con Francisco y dice que el Papa tiene razón ( La Jornada, 19/5/13). Lo verdaderamente subversivo sería si el Papa argentino indicara por ejemplo el camino latinoamericano: la solución política a la crisis (sobre la que la UE calla) y un nuevo contrato social (todos están ocupados en destruir el viejo). Pero Bergoglio siempre estuvo de espaldas a los gobiernos populares, como los kirchneristas, a los cuales nunca ha reconocido por sacar a Argentina de la debacle 2001/2002 (él mismo en aquel entonces se limitó a distanciarse de los responsables y a llamar a la resurrección moral del país). Al no hablar de la lección argentina (la decisión acerca de la deuda, la importancia de la inversión social) o de los movimientos que hoy se oponen a la austeridad, con su culto de la pobreza sólo ofrece un componente espiritual a la austeridad autoritaria en Europa.

Si bien Francisco va más allá de Benedicto XVI (que cuando estalló la crisis sólo moralizaba sobre la excesiva avaricia y consumismo), acercándose a la crítica soft del capital de Juan Pablo II (que de todos modos destacaba en los 80 y 90), se queda corto comparado con el enfoque sistémico de la teología de liberación (Bergoglio siempre se encontraba en los antípodas de esta corriente; hoy sus representantes le dan el voto de confianza por el bien de la atormentada Iglesia). Como bien apunta Michael Löwy, el nuevo Papa sigue la tradicional doctrina social de la Iglesia, donde los pobres son sólo objetos de caridad y compasión, no sujetos de su propia historia que deben liberarse, estando muy lejos por ejemplo del pensamiento de Hugo Assmann o Franz Hinkelammert. Éstos, vinculando el catolicismo con el marxismo desarrollaron una crítica del capitalismo como una falsa religión, donde los ídolos del dinero, la ganancia y la deuda, como los del Antiguo Testamento exigen sacrificios humanos, imagen empleada por Marx en El capital ( Le Monde, 30/3/13).

Francisco critica el culto al dinero (becerro de oro), pero no cuestiona nuestra fe en el capitalismo. Su neofranciscanismo no es una herramienta de liberación, sino una nueva estrategia de disciplina; no está dirigida al sistema, ni a los banqueros, sino a la gente común. Es un mecanismo de contención que pretende hacer la crisis más manejable y hacernos asumir sus costos (lo que sería una paradoja ya que el gesto original de San Francisco, nacido en una familia de empresarios proto-capitalistas, fue profundamente antisistémico). La austeridad papal como la política de detalle foucaultiana pretende enseñarnos las bondades de vivir con menos y de pedir menos (sueldo, prestaciones, derechos, servicios), a contentarnos con lo poco que hay y neutralizar a la vez el potencial político de la pobreza.

Giorgio Agamben leyendo a Walter Benjamin y su texto El capitalismo como religión(1921) –comentado también extensamente por Löwy– subraya que su análisis y comparación cobran incluso mayor relevancia después de que fuera cancelado el patrón oro y aumentara el papel de la deuda. Pero la más iluminadora fue su intuición de que el capitalismo como religión no tiende a la redención sino a la culpa, no a la esperanza sino a la desesperación, no a la transformación del mundo sino a su destrucción ( Rebelión,14/5/13). Incluso pocos marxistas, en su mayoría cegados por la acumulación de las fuerzas productivas, lo veían así, y no es sólo la ceguera del nuevo Papa. Pero la disciplina neofranciscana seguramente ayuda a hacer más suave nuestro viaje al precipicio (en un tren llamado progreso, por supuesto).

Fuente: ATRIO

martes, 30 de abril de 2013

Cristianos de base buscan pastor.




La llegada del papa Francisco aviva las esperanzas de cambio
Muchos feligreses creen que hay que acabar con la discriminación de la mujer y volcarse en los pobres
A primeros de marzo, días antes del cónclave, la revista de información social y religiosa Alandar lanzó en Internet una petición llamada Renueva la Iglesia que tuvo un eco inmediato. La elección del papa Francisco, y su primera declaración (“quiero una Iglesia pobre y de los pobres”), hizo decaer levemente el entusiasmo de los firmantes, como si la frase diera respuesta a muchas de las tribulaciones —y esperanzas y demandas— de los millones de católicos que forman la Iglesia de base.

Lo cuenta Cristina Ruiz Fernández, directora de Alandar, que ha rebautizado la campaña como Francisco, te pedimos que renueves la Iglesia. “Nadie podía imaginar su opción por los pobres. Eso, y otros gestos, son muy esperanzadores. Es una ocasión única para actualizar la institución y hacerla útil a las personas”, explica Ruiz Fernández.
La Iglesia de base es, en definición del sacerdote y teólogo Evaristo Villar, portavoz de Redes Cristianas, aquella “que no tiene poder (ni lo busca); que trata de ser más fiel al Evangelio que a los dictados de la curia vaticana o diocesana, que está allí donde algo se mueve, en las movilizaciones por la sanidad pública, por la educación, en parte del 15-M y los indignados; parando desahucios o ayudando a inmigrantes”.
Es decir, una Iglesia social que atraviesa todos los sectores de la población en que se imbrica, de ahí que la apuesta de Francisco por los pobres, y los gestos del arranque de su papado —los gastados zapatos negros; la vestimenta blanca y la cruz de plata; su negativa a ocupar el lujoso apartamento pontificio— hagan albergar a sus miembros muchas esperanzas, con picos de alborozo como la anunciada reforma de la curia o la liturgia del Jueves Santo, en la que Francisco lavó los pies a 12 jóvenes encarcelados, y ciertos bajones, como la regañina del pontífice a un grupo de monjas feministas estadounidenses, recuerda Charo Mármol, “cristiana de base, mujer comprometida y con esperanzas de que esto cambie”. Sus expectativas afrontan también la certeza de la dificultad que implica cualquier mudanza en una institución tan milenaria como poderosa.
El papa ha recibido las primeras críticas por la liturgia de Jueves Santo
La Iglesia de base española tiene un referente doctrinal, el Concilio Vaticano II —el mismo del que salió la Teología de la Liberación—, y una larga andadura a pie de calle desde los setenta, en un inicio en los barrios obreros del extrarradio de las ciudades, “y hoy en la Cañada Real [zona deprimida de Madrid] o en Lavapiés”, recuerda Villar. Aunque el 52% de los católicos ven en el papa Francisco el inicio de nuevos tiempos, resulta imposible cuantificar la fuerza de la base (todos los cristianos de base son católicos, pero no todos los católicos, ni mucho menos, son cristianos de base); solo en Madrid, por ejemplo, el colectivo En Común reúne a 25 comunidades, compuestas por entre 3 y 30 personas, y la asociación Iglesia de Base de Madrid las tiene de entre 8 y 40 miembros, aunque no todos los cristianos viven en comunidad.
Es también un segmento profundamente igualitario, antagónico de la tradicional polaridad jerarquía-laicos, y que reclama, entre otras cosas, la integración plena de las mujeres y la denuncia por parte del Estado de los Acuerdos con la Santa Sede de 1979, que sustituyeron al Concordato de 1953. “La Iglesia debe huir completamente de los vínculos con el poder, y del poder político”, subraya Ruiz Fernández.
“Lo más importante es restaurar una Iglesia que, desde el siglo XVI, había caído en la idolatría del poder y del dinero, por no hablar de asuntos tan actuales y dolorosos como la pederastia, y hacerlo hacia dentro pero también hacia fuera, hacia la sociedad”, explica Villar. “Lo de una Iglesia pobre y de los pobres no es nada nuevo, nació con Jesús e impregna toda la Teología de la Liberación en los setenta. La intuición de Juan XXIII [que convocó el Vaticano II en 1959] fue determinante: hay que estar atento a los signos de los tiempos, y hoy los signos son, entre otros muchos, las necesidades de los inmigrantes o los requerimientos de la tierra, agotada por el cambio climático”.
“Otro de los retos de la Iglesia —continúa Villar— es apearse del patriarcalismo y la estructura piramidal y subsanar la ausencia total de la mujer; debe apostar por un estatuto de igualdad entre todos los cristianos y acoger por igual a hombres, mujeres; clérigos, laicos, divorciados, excuras, homosexuales, célibes o sacerdotes casados. Que el celibato sea una opción libre”. Villar fue uno de los participantes en las I Jornadas de fe y orientación sexual celebradas la semana pasada en Madrid y que abordaron la realidad de los creyentes homosexuales.
Un sondeo de Metroscopia mostraba hace unos días las principales preocupaciones de los católicos en general: luchar contra la pederastia (99%), ponerse del lado de los pobres (93%), admitir los anticonceptivos (93%) o permitir el divorcio (91%). Pero según la mayoría de testimonios recogidos en este texto, una de las más urgentes es incorporar plena e igualitariamente a las mujeres a la institución (una exigencia que aparece en quinto lugar en el citado sondeo, con el 90% de las opiniones). “Me alegro de que haya sido elegido Francisco, pero pongo en cuestión la estructura misma de la Iglesia: una institución de hombres mayores que están fuera de este siglo. ¿Dónde está la democracia? ¿Dónde las mujeres, tan presentes en las tareas cotidianas?”, se pregunta Charo Mármol.
“Nos ocupamos de la catequesis, de Cáritas, de las parroquias… Si algún día hiciéramos una huelga, estas dejarían de funcionar. Pero a nosotras nos toca limpiar y obedecer… Obedecer doblemente, como fieles y como mujeres”, añade Mármol, moderadamente optimista ante el nuevo Papa, “con muchas luces y algunas sombras”, en referencia a su oposición al matrimonio gay o su aireada presunta connivencia con la dictadura argentina.

“El celibato ha de ser una opción libre”, defiende un teólogo y sacerdote

Dolors Figueras es portavoz del colectivo Dones en l’Església y no oculta lo halagüeño de los primeros gestos de Francisco. “Me gusta, rompe con los anteriores, pero tiene que reformar la curia y eso no es sencillo. Hay que prescindir de la curia; la Santa Sede, el Vaticano, no tienen lógica ninguna, porque Jesús no creó ningún Estado. Hay que reformar la curia hasta hacerla desaparecer”, propone Figueras. “Y pedir la denuncia de los Acuerdos de 1979. ¿No es este un Estado más o menos laico? Pues si lo somos lo somos de verdad, no debe haber privilegios para la Iglesia católica porque equivaldría a decir que es la verdadera y la auténtica. Cada religión debe ser financiada por sus propios fieles”, dice. Solo el pago de los profesores de religión (católica) costó en 2012 al Estado 94 millones de euros; organizaciones laicistas elevan la cifra a 500.
En el colectivo, que nació hace 27 años, se mezclan “laicas, consagradas; monjas feministas y algún hombre”, cuenta Figueras; “nos surtimos de la teología feminista para denunciar el papel de la mujer en la Iglesia”, añade. Reclaman la libertad de conciencia en casos como el aborto y la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. “Es indignante que Rouco condicione a Rajoy sobre el aborto, es vergonzoso que estos señores nos digan cómo debe ser nuestra sexualidad, cuando se supone que no tienen experiencia alguna. Coartan la libertad más íntima de la mujer, ¿por qué siempre hablan de la mujer? ¿Es que el hombre no ha tenido nada que ver? No tienen por qué meterse”, concluye Figueras.
Javier Baeza se presenta como “un cura de barrio” en la histórica parroquia roja de san Carlos Borromeo de Entrevías, en Madrid. “El nivel de los gestos del nuevo papa es absolutamente excepcional y estoy esperanzado, pero habrá que ver si en el futuro va a tener más peso la curia o sus gestos y su sensibilidad. Es un hombre al que entendemos las homilías, y eso es importante, porque incluso para disentir hay que entender. Y es sintomático que algunos sectores tradicionales hayan empezado ya a cuestionar su liturgia de Jueves Santo, cuando lavó los pies a dos chicas, una de ellas musulmana. Ladran, luego cabalgamos”, reflexiona en voz alta Baeza. “Junto a eso, del poder de arriba no espero ningún cambio, pero si el poder no siega ni condena ni prohíbe, los que estamos abajo, el pueblo de Dios, podremos vivir y organizarnos con más libertad”.
Ningún cristiano de base espera que Francisco bendiga los matrimonios gais (sí respalda las uniones civiles), pero la “humanización” que supone “en una situación anacrónica como el Vaticano” anima a Baeza, que ve un alivio “si podemos trabajar en un ambiente más respirable, sin la presión que han tenido otros colegas teólogos o sacerdotes”. O, aunque Baeza no lo cite, la propia parroquia de Entrevías, en su día condenada por el arzobispado de Madrid por una manera muy particular de entender la liturgia.
“Aun pareciéndome importante denunciar los Acuerdos de 1979, el Papa debería también denunciar explícitamente el mercadeo en que se ha convertido la vieja Europa; las vidas que está costando el coltán en África o las que se cobra la inmigración. Espero que [Francisco] le haya dado un buen tirón de orejas a Rajoy por su cerrazón en los desahucios, por la reforma laboral o la privatización de la sanidad. A la Iglesia debemos exigirle pronunciamientos más concretos sobre la violencia cotidiana de la crisis o el repliegue de derechos fundamentales, como la imposibilidad de acceder a la sanidad pública para los inmigrantes”, apunta Baeza. “Es una barbaridad que la Iglesia defienda que la gente debe traer al mundo todos los hijos que Dios mande, ¿para qué? ¿para sufrir?”, se pregunta.
Las esperanzas de los cristianos de base ante el nuevo papado se nutren de la sensación de aire fresco y del pálpito de veracidad y humanidad del pontífice, como si la ética y la estética se encarnaran en el Vaticano por primera vez en lustros. “Los gestos son verdaderos, porque corresponden a su manera de ser, pero no sabemos cuál es su filosofía acerca de desajustes o anacronismos que chocan mucho en la sociedad de hoy como la desigualdad de género existente en la Iglesia”, apunta Pedro José Gómez, profesor de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de una pequeña comunidad cristiana del humilde barrio madrileño de Pan Bendito. Aunque el Papa ha creado un comité para ayudarle en la reforma de la curia, la dificultad de la tarea resulta mayúscula: “Un ser humano solo no va a poder cambiar una institución con 1.200 millones de miembros”, subraya Gómez.
La invisibilidad de la Iglesia de base es el azogue de un espejo donde se reflejan el poder y la gloria; su discreción, el envés de una institución muy locuaz y muy presente en la vida pública (y en la política), “ahí están las campañas contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía o el matrimonio gay”, recuerda Cristina Ruiz Fernández; “la Conferencia Episcopal debe quitar el foco de ahí y ponerlo sobre la gente que sufre”. Los cristianos de base son también el platillo más ligero de una balanza abrumada por el peso de grupos conservadores —alentados por los dos papas que precedieron a Francisco—; revertir el monopolio de estos llevará tiempo. “Buena parte de los grupos [que componen la Iglesia de base] en España se hallan en una situación de desamparo institucional, sin espacio; funcionan de forma autónoma. El clima que se respira es conservador, cerrado, nada inclusivo, y los cristianos de base son ignorados por los no creyentes, pero también por la curia.
Mientras unos [los conservadores] logran todos los avales, otros son ignorados y algunos más mirados directamente con recelo”, subraya Gómez, colaborador del Instituto Superior de Pastoral —puro Vaticano II—, quien recalca que el tipo de Iglesia imperante en los últimos años “puede dar sus frutos de puertas para adentro, pero hacia afuera es incapaz de conectar con el resto de la sociedad”. Superar el divorcio o aislamiento entre las dos Iglesias, que conviven como un Jano bifronte —el dios romano con dos caras, dos perfiles opuestos uno al otro—, está también en el alero de ese jesuita un poco franciscano llamado Jorge Mario Bergoglio.