El miércoles pasado, en la Universidad de Valencia, presidida por la estatua del humanista Luis Vives, se adelantó tres días la celebración del Centenario de Díez-Alegría. En el acto, que fue promoviso y moderado por ATRIO, el profesor Juan José Tamayo, uno de los pocos teólogos con Cátedra de Teología en una universidad pública española, evocó su figura con una intervención que ha resumido en esta “tribuna” que hoy publica también El País.
En fecha tan memorable como el 22 de octubre, centenario del nacimiento de José Mª Díez-Alegría, me gustaría evocar el impacto que su persona dejó en mí y las lecciones que de él aprendí tras casi cuatro décadas de amistad y colaboración.
- 1. La primera y más importante fue la esperanza, más aún, la esperanza contra toda desesperanza. Una esperanza vivida en comunidad. Por eso con su amigo Pedro Laín Entralgo podía hablar de co-esperar. No fue, empero, la suya una esperanza ingenua o infantil, fácil y bobalicona, que desembocara en una confianza ciega, sino, por utilizar la terminología de Bloch, docta spes, en alianza con la razón, enraizada en la historia, con la mirada puesta en el futuro, en el horizonte de la libertad, sabedora de los riesgos del camino y consciente de los fracasos, tropiezos y desviaciones de la meta. Pero una esperanza que salía reforzada de los fracasos.
- 2. La segunda lección fue el profetismo en su doble vertiente de denuncia y anuncio, de crítica y propuesta de alternativas. Siguiendo la estela de los viejos profetas de Israel y de Jesús de Nazaret denunció las injusticias causadas por el capitalismo, objeto fundamental de su crítica en no pocas de sus obras, siendo una de las más emblemáticas De la propiedad privada a la socialización. Y lo hizo sin temo a las consecuencias represivas de la jerarquía eclesiástica y del poder político. La vida de Díez-Alegría, su pensamiento itinerante, su modo de estar en el mundo y su manera de entender el cristianismo constituyen un ejemplo luminoso de profetismo en la ciudad secular, en sintonía con la utopía de “otro mundo posible” de los Foros Sociales Mundiales.
- 3. Hay una tercera lección de la que fue pionero: la serena aproximación al marxismo en plena España franquista donde reinaba en un clima antimarxista visceral. El marxismo jugó un papel fundamental en la conformación del pensamiento y en la vida de Díez-Alegría, pero no como sistema dogmático, sino como método de análisis de la realidad, teoría de la revolución y guía ética para ubicarse en el lugar de la marginación. Ese fue uno de los campos de reflexión y de debate en el que brilló con luz propia junto a intelectuales de talla mundial como Bloch, Garaudy, Mury, Lombardo-Radice, Gardavski, Sacristán, Machovec, Girardi, Rahner, Metz, Moltmann y otros. El ideal cristiano y el marxista coinciden en la construcción de una sociedad sin clases. En esto, afirmaba, no hay contradicción entre ambos ideales.
- 4. Diez-Alegría no fue un creyente crédulo, sino crítico, pero no desde fuera y de forma malhumorada e iconoclasta, sino desde dentro y con ánimo constructivo. Su crítica se dirigió a la religión y, más en concreto, al cristianismo “realmente existente”, a la Iglesia católica, que consideraba el gran fracaso del cristianismo jesuánico. Cuando cumplió 97 años hizo estas estremecedoras declaraciones sobre la Iglesia secuestrada por los poderosos: “Pienso que la Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es la que Jesús quiso sino la que han querido a lo largo de la historia los poderosos del mundo. Estas son las ideas que ahora tengo, sordo y medio ciego, esperando la muerte con mucha esperanza y con mucho humor”. El principal artículo de su Credo era la fe en Jesús liberador. “Creo que Jesús dio su vida por propugnar la liberación de los pobres y oprimidos, por oponerse al egoísmo, a la injusticia y a la explotación.
- 5. La libertad de conciencia y la libertad de expresión fueron la quinta lección maravillosamente formuladas y ejemplarmente razonadas en muchos de sus escritos desde antes incluso del concilio Vaticano II, pero, sobre todo, practicadas en los conflictos que le tocó vivir, por ejemplo, con motivo de la publicación de su libro Yo creo en la esperanza, a principios de los años 70 del siglo pasado, y a la hora de abandonar la Compañía de Jesús, aunque solode iure, porque de facto vivió siempre en residencias de jesuitas. La apelación a la conciencia fue lo más revolucionario de su vida y de su pensamiento, su modo de ser, su estilo de vida y su criterio de actuación ante las instituciones y las jerarquías religiosas y políticas. Sin levantar la voz, con buenos modales y elegancia.
“La aventura de una conciencia” es el certero subtítulo de la biografía de Pedro Miguel Lamet Díez-Alegría, jesuita sin papeles (Temas de Hoy, Madrid, 2005), que ofrece múltiples ejemplos de la libertad y la objeción de conciencia del teólogo.Libertad de conciencia y derechos humanos. Vida y pensamiento de José Mª Díez-Alegría es el título de la tesis doctoral de Juan Antonio Delgado de la Rosa, luego convertida en libro (ADG-N LIBROS, Valencia, 2010). Dos obras que recomiendo por su rigor y objetividad en el acercamiento a este “jesuita sin papeles”.
Diez-Alegría elevó a la categoría de virtudes, no sé si cardinales o teologales (en esto no quiero ser heterodoxo), la esperanza, el profetismo, la aproximación al marxismo, el sentido crítico y la apelación a la conciencia.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Otra teología es posible (Herder, Barcelona, 2011).
Fuente: ATRIO
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