Este es un editorial de la revista Noticias Obreras, que pertenece a la HOAC, Hermandad Obrera de Acción Católica. Esta organización se ha mantenido libre y crítica en sus más de cincuenta años de historia, sin necesidad de abandonar la ICAR. La vida comprometida de sus militantes y sus publicaciones así lo demuestran. Agradecemos aMarisa Saavedra, de la HOAC de Castellón y asidua visitante de ATRIO, que nos haya rescatado este editorial, que, aunque se publicó en verano, no ha perdido para nada actualidad.
Han destruido Grecia y han impuesto severos ajustes a Irlanda, Portugal, Italia y España. Congelan salarios, eliminan derechos, destruyen empleo, niegan el crédito, desmantelan la protección social, exigen privatizaciones que empobrecen a los Estados, imponen reformas laborales, reformas de la negociación colectiva…, como medidas para sanear nuestra economía y garantizar nuestro futuro, pero lo que están haciendo realmente es desmantelar el Estado y trasvasar rentas de los pobres a los ricos.
Cada medida que imponen es la solución para todos nuestros problemas, pero una vez obtenida cede su lugar a una nueva imposición que vuelve a presentarse como la solución a todos nuestros problemas, que una vez obtenida cede su lugar a otra nueva demanda… y así en una cadena interminable de imposiciones que garantiza el flujo y crecimiento de sus beneficios a costa de la destrucción del Estado y de las condiciones de vida de los que solo tenemos y dependemos de nuestro trabajo.
Nos dicen que son «los mercados», pero no es verdad, son los especuladores, un reducido grupo de poderosos formado por banqueros, financieros, gestores de los fondos de inversión, responsables de las agencias de calificación y, todos ellos, arropados y protegidos por los responsables políticos de Europa, incapaces de tomar las decisiones necesarias para garantizar el bien común y la primacía de las instituciones políticas sobre los especuladores.
Les parece demasiado la pensión de miseria que puede cobrar un jubilado, el despido que puede cobrar un trabajador, el salario de cualquier obrero o el crédito que necesita una empresa para seguir funcionando y mantener los puestos de trabajo. Pero callan ante los miles de millones que se reparten los que recomiendan austeridad y moderación. Rodrigo Rato se ha fijado unos ingresos anuales, entre salario e incentivos, que superan los setecientos millones de pesetas si le añadimos la pensión vitalicia que recibe por haber sido director del FMI. Unos treinta directivos de la privatizada Caja Madrid, entre ellos Rato, se van a repartir como incentivos más de cuatro mil millones de pesetas al mismo tiempo que acuerdan despedir a más de cuatro mil trabajadores.
Mientras todos estamos preocupados con el permanente ataque de «los mercados», los directivos del Banco de Santander y del BBVA libran una dura batalla con el gobierno para gestionar la privatización del 30% de las loterías y apuestas del Estado, una fuente de ingresos del Estado que en parte desaparece para pasar a engordar las cuentas de los que nos exigen austeridad. El Estado les ofrecía 150 millones de euros (veinticinco mil millones de pesetas) por su trabajo; pero les parecía poco, ellos pedían 240.
La magnitud de la desproporción entre lo que quieren y obtienen para sí y lo que recomiendan e imponen para los demás define el problema moral y ético de nuestra sociedad, de nuestro sistema económico y de nuestro sistema político. Nunca tantos han callado tanto ante tanta injusticia.
En enero de 2002 se celebró en Asís la Jornada de oración por la paz en el mundo, en la que intervinieron los líderes religiosos de numerosos países. Elaboraron un decálogo que posteriormente fue enviado a todos los Jefes de Estado. El último punto del mismo decía: «Nos comprometemos a solicitar a los responsables de las naciones que hagan todo lo posible para que, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, se construya y se consolide un mundo de solidaridad y de paz fundado en la justicia». La situación actual es de tal gravedad, que exigiría un nuevo encuentro de todas las religiones para exigir con firmeza que se ponga fin a la inmoralidad que nos acosa, que se garantice un trabajo decente para todos y se libere a los pobres del yugo que no cesan de imponernos.
Fuente: ATRIO
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