Miami, 24 de octubre del 2011
Por Lorenzo Gonzalo* -Cubainformación .- No creo que existan dudas que nos lleven a pensar sobre un cambio en la política internacional de Estados Unidos. La prueba está en la manera que se ha venido proyectando la Administración de Obama respecto a Medio Oriente.
Los sucesos a destacar con mayor vehemencia han sido la muerte de Bin Laden, el asesinato de Muamar Gadafi, la ampliación de la Guerra en Afganistán y recientemente, el retiro de las tropas de Irak.
A trece meses de unas elecciones, lo usual en Estados Unidos es concentrarse en cómo ganarlas, aun cuando eso signifique sacrificar la paz mundial, dándole continuidad a la política tradicional estadounidense. Pero este quizás no sea exactamente el caso, ni explique la actitud de Obama.
Si alguna vez Obama pensó seriamente que lograría acabar con la diferencia irreconciliable, alimentada desde Washington y las potencias occidentales europeas, entre “el mundo musulmán y el Oeste”, según su discurso en El Cairo, sus comparecencias desde hace un año a la fecha y sus acciones, no solamente lo niegan, sino que la ha profundizado.
Los sucesos del Medio Oriente que la Administración Obama ha destacado como grandes triunfos de su gobierno y que, desde el punto de vista de una política imperial en realidad lo han sido, reafirman la continuidad de una estrategia de dominio, ampliada a partir del derrumbamiento del mal llamado “Bloque Socialista”.
Personas ajenas a las opiniones y sentimientos del estadounidense medio, pudieran pensar que esa conducta frente a Oriente Medio, basada en los acontecimientos de los últimos tiempos, responde a la consabida estrategia electorera que practican los círculos de poder de Estados Unidos.
En realidad a los estadounidenses les interesa resolver la falta de trabajo y detener el aumento gradual del costo de ciertos servicios básicos, entre ellos la salud, así como las obligaciones de comprar seguros con precios para ricos y contener la inflación que hace cada vez más inaccesibles una variada gama de renglones alimenticios. La transportación no es aún algo que interese mucho porque la noción del automóvil aún tiene una extraordinaria fuerza. En ese sentido lo que preocupa a la ciudadanía es el alto costo de los combustibles y las ventajas que han tomado las petroleras a partir de las irregularidades del suministro, aumentando sus ganancias descomunalmente.
Las famosas Guerras inventadas por Bush y que ha costado la estabilidad económica del país, no son al parecer los elementos que puedan tener gran peso para decidir el voto del ciudadano medio.
Cuando las elecciones del 2008 fue precisamente el tema de la economía el que más votos le dio a Obama. Sus promesas de retirar las tropas y cambiar el rumbo de la Guerra de Irak y Afganistán, fueron el adorno de su discurso y un elemento que fortaleció sus promesas de dedicarse por entero a levantar la economía del país. Ese era el plato principal del menú electoral. En las próximas elecciones las prioridades de la ciudadanía no han cambiado.
Si lo dicho hasta aquí responde realmente a las realidades del proceso electoral estadounidense, tendremos que concluir que la posición frente a Medio Oriente adoptada por Obama, no se justifica, ni siquiera desde un punto de vista electoral, excepto que de plano acepte personalmente una política que fustigó cuando visitó El Cairo. Su última actitud frente a la muerte de Gadafi, la cual a todas luces parece ser un asesinato y no la de un movimiento pidiendo cuentas a un gobernante errático que derrochó la oportunidad para ser una diferencia en su país y en el continente Africano, dejó mucho por desear. La misma no se parece en nada a la frescura de ideas tantas veces expresadas cuando supuestamente era un abogado con inquietudes sociales y vocación política.
Las elecciones del 2013 se ganan o se pierden sobre las mismas bases que se ganaron y perdieron en el 2008: la economía nacional. Obama debe saberlo y a la consecución de ese fin se supone que encamine el mensaje de sus discursos y todos sus esfuerzos. No hay razones para acentuar el protagonismo de Estados Unidos en Medio Oriente, excepto que le interese recalcarle al mundo que las cosas no han cambiado y que el Presidente de Estados Unidos está totalmente de acuerdo con esa política, a pesar de lo expresado por él en épocas pasadas.
La retirada de tropas de Irak, si es que llegara a efectuarse, la cual responde a un compromiso establecido con el gobierno de Irak por la Administración de George W. Bush, no rendirá inmediatos resultados económicos, aunque sin dudas ayudará a mediano plazo a balancear el presupuesto. En ese sentido Obama quizás tenga un pequeño resquicio, pero en concreto, no es el gane de la partida.
Su batalla estará dada en destacar que la economía no ha avanzado mejor, por el obstáculo que significan los republicanos en el Senado y el Congreso. Pero tendrá que hacer galas de sus destrezas oratorias para convencer a unos votantes, que cada día se frustran más de escuchar los mismos cuentos.
No es cierto que la economía de un país capitalista como Estados Unidos no esté en manos del gobierno. Aun dentro de los principios más ortodoxos del capitalismo, si un gobierno como el de Obama actúa sobre los intereses de Wall Street y la Banca, imponiendo regulaciones que impidan a esas instituciones jugar con la economía de la nación, el comportamiento del mercado cambiaría y la vida de las mayorías podría mejorar. El Estado no podrá decirle a las empresas automovilista, a los constructores, a la industria de la informática, a los centros de producción de fuentes alternativas de energía y a los fabricantes en general, cómo dirigir la gestión, qué productos producir y en qué cantidades, pero sí puede impedir, por ejemplo, que las acciones de las compañías continúen siendo un juego de ruleta.
Ahora bien, para hacer lo anterior hace falta ser un poco más que Presidente de un país donde el gobierno ha perdido su autoridad o al menos hace mucho que no intenta recuperarla.
Sin un Presidente que sea capaza de imponer su liderazgo personal, denunciando las dificultades impuestas por intereses antinacionales, moviendo opiniones, levantando conciencias y acusando cuando haya que hacerlo, la economía no cambiará y seguirá en las mismas manos que hoy le impiden funcionar para beneficio de la mayoría.
Habría que ver cómo enfocan los candidatos la cuestión económica y con cuanta claridad pueden expresar sus ideas.
El público estadounidense está acostumbrado a la política imperial que se sigue en Medio Oriente. Los supuestos éxitos del país en aquella región, representan solamente una estrategia que resulta familiar y por ende no se asombra por la violación de la soberanía de Pakistán para ultimar a Bin Laden o de las maniobras que autorizaron a la OTAN hacer en Libia el trabajo que los marines han hecho en Irak y Afganistán.
El problema que ese público quiere ver resuelto es la economía, para regresar al ritmo de vida alcanzado en los últimos treinta o cuarenta años. Ese punto es el que dirime la diferencia entre uno y otro partido en esta próxima contienda del 2013.
*Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en los EE.UU. y subdirector de Radio Miami.
Fuente: ApiaVirtual
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