por Carmelo Álvarez
Escribo esta reflexión a escasos días de la culminación de la 6ta. Asamblea General del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) celebrada en La Habana, Cuba. He asistido ininterrumpidamente a todas las asambleas del CLAI desde 1978 en Oaxtepec, México. Allí pronuncié una de las ponencias bajo el tema, “La iglesia en América latina: entre la crisis y el desafío”. Fue una gran oportunidad para exponer mi visión sobre lo que acontecía en Latinoamérica y el Caribe en aquellos tiempos. Eran momentos cruciales de dictaduras militares en Suramérica y con guerras cruentas en Centroamérica. Ocupaba la cátedra de historia de la iglesia en el Seminario Bíblico Latinoamericano en San José, Costa Rica. Había sido elegido rector de la institución en julio de 1978, y se me invitó a compartir mis preocupaciones y sueños.
Mi lectura teológica y misional en aquellos días estaba entrecruzada por la urgencia de defender la vida y discernir las señales de los tiempos. Eran tiempos aciagos y con grandes incertidumbres, pero cargados de mucha expectación y esperanza. Buscábamos respuestas y derroteros que nos abrieran horizontes. No podemos ocultar que vivíamos angustiados sobre todo porque muchos hermanos y hermanos eran torturados, desaparecidos y asesinados. Tenían nombre y apellido, los conocíamos en persona. Ello se añadía a nuestra zozobra.
A 35 años de aquella asamblea donde decidimos iniciar el proceso hacia “el CLAI en formación”, el horizonte ha cambiado, porque tenemos otras expectativas y quizás otras angustias. Sin embargo, seguimos creyendo que aquél proyecto era viable y debe seguir siendo viable. Por otro lado, nos percatamos de que los entusiasmos de aquél momento se han disipado. Quizás estemos ante la presencia de agotamientos y fatigas propios de organismos ecuménicos que pueden estar perdiendo vigencia. El CLAI no es el único organismo ecuménico regional o internacional que padece esta crisis.
En los días que estuvimos en la Asamblea del CLAI en La Habana escuchamos sobre la seria crisis financiera y estructural que padece la Conferencia de Iglesias del Caribe, organismo contemporáneo del CLAI, fundado en aquella década de los 70 del siglo XX. Una situación lamentable para una organización que ha cumplido un papel fundamental en la vida ecuménica del Caribe.
Lo que apuntamos sobre la Conferencia de Iglesias del Caribe lo podemos señalar en la Conferencia Cristiana de Asia y el Consejo de Iglesias de África. Además, el propio Consejo Mundial de Iglesias ha ido erosionando su vigencia e impacto, en medio de un mundo más globalizado, plural, y por ende, más complejo. Loy y las que hemos participado por mucho tiempo de la vida del CMI notamos la disminución de su convocatoria y proyección en tiempos de mayor efervescencia de diversidad de movimientos religiosos en el mundo con agendas más conservadoras y en muchos casos fundamentalistas. El Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de Estados Unidos padece una crisis muy similar. Incluso, su papel como instancia de diálogo y espacio de encuentro ha sido silenciado o co-optado por otras fuerzas sociales y políticas que controlan la agenda pública, en un ambiente más secularizado y culturalmente menos influido por el otrora dominio liberal sobre la cultura dominante norteamericana. Hay muchas voces, muchas veces en una confusión de lenguajes como en la torre de Babel, que impide descifrar cuáles son los caminos apropiados para salir de la confusión.
La intención de mi análisis no pretende dar lecciones, ni siquiera ofrecer soluciones definitivas en tiempos de transición. No obstante, creo que puedo atisbar algunos derroteros y rumbos que nos podrían ayudar. Cuando estuvimos en Oaxtepec, México, el CLAI en formación expresó que debíamos responder a los sectores postergados u olvidados. Ello incluía a los sectores indígenas, las mujeres y los niños y jóvenes. Aunque esas categorías siguen vigentes hoy más que nunca hay que seguir expandiendo a los sujetos marginados e invisibilizados, y responder con la mayor claridad posible a los asuntos ecológicos y económicos. El futuro de la especie humana y del planeta están en juego, y con carácter de emergencia.
La diversidad de movimientos religiosos en Latinoamérica y el Caribe amerita no postergar por más tiempo plantearnos qué implica ser iglesias hoy y cómo ofrecer espacios de encuentro. No se trata sólo de conocer sociológicamente el asunto de la identidad eclesial, es saberse responsables, con fuerza ética, de nuestra respuesta a los acuciantes problemas que afectan a nuestro pueblo latinoamericano y ofrecer una alternativa coherente desde la fe. Si se quiere, es pasar de la justificación por la fe, sin negarla, a la justicia para todos y todas, incluyendo toda la creación (Elsa Tamez).
Por lo tanto, es un llamado a la conversión. He aprendido con humildad con las iglesias pentecostales, que si nos postramos ante Dios contritos y auténticamente humillados, el Espíritu nos guiará a la verdad. Y la verdad que es Jesucristo siempre la necesitamos.
Percibí en la 6ta. Asamblea del CLAI un ambiente de ambición por el poder como nunca antes lo había experimentado. Debo ser sincero, me pareció hasta a ratos, enfermizo. No soy ingenuo, la ambición en la vida tiene su lugar, y en la vida cristiana debe ser fuente que disponga para el servicio y la solidaridad. Pero si nos agotamos en la búsqueda del poder por el poder no somos fieles al llamado de Jesús para luchar por el reinado de Dios y no para nuestras agendas particulares. La hora de Latinoamérica y el Caribe lo exige.
En medio de esta crisis dejemos que el Espíritu nos guie.
Autor/a: Carmelo Álvarez
Carmelo Álvarez, misionero y profesor de la historia del cristianismo. Es conferencista y asesor teológico como consultor en educación teológica en Latinoamérica y el Caribe, nombrado por la Junta de Ministerios Globales de la Iglesia Cristian (Discipulos de Cristo) y la Iglesia Unida de Cristo en Estados Unidos.
Fuente: Lupa Protestante
Fuente: Lupa Protestante
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