Redacción de Atrio
a ciudad de Asti (Piemonte) celebra todos los años un Festival cultural que dura una semana. Este Este año se trataba de conmemorar el “I have a dream” de Martin Lutero King en 1963. Para inaugurarlo, el 9 de junio, invitaronEnzo Bianchi, el abad de Bose (Italia), una comunidad monacal compuesta de hombres y mujeres, ecuménica (católicos, protestantes y ortodoxos), centrada en la oración, el estudio de las escrituras y la acogida. Rowan Williams, el antiguo arzobispo de Canterbury, se solía retirar allí una semana al año. Gracias a Jorge Gerbaldo podemos hoy ofrecer el texto en cstellano de su conferencia-sueño, que se publicó en La Stampa.
Desde hace casi cien días que escuchamos la expresión “papa Francisco”, una expresión que enciende una serenidad y a veces también una alegría en quien la pronuncia y en quien la escucha. Tengo un recuerdo claro que esto ya sucedía hace más de cincuenta años, cuando se evocaba a papa Juan (simplemente, sin especificar el número que lo seguía).
Debe reconocerse que en la iglesia católica “hay un cambio de aire”, “se respira algo nuevo”. Estas significativas palabras se escuchan de labios de obispos, presbíteros y simples fieles. Negar el cambio que se produjo sería no querer adherir a la nueva realidad que se configuró. Ahora bien, muchos temen que afirmar el cambio, la novedad de este pontificado, pueda coincidir con una crítica o incluso con una contraposición respecto al papa precedente, pero esto se debe a una “mitología” persistente frente al papado, al que se querría marcado por una absoluta continuidad. En verdad, la continuidad reguarda la fe profesada, pero los estilos, los modos de presidir y de ser pastor deben ser diversos, porque los dones del Señor son diversos entre sí, no sólo abundantes. Es tiempo de que los católicos comprendamos que el ministerio de Pedro asumido por los obispos de Roma es siempre el mismo en su contenido –confirmar en la fe a los hermanos y estar al servicio de la comunión entre las iglesias-, mientras que la forma de este ministerio, como mutó en los veinte siglos de historia de la Iglesia, así muta ahora; en efecto, deberá mutar si entre las iglesias se operará una convergencia ecuménica hacia una comunión visible.
Se produjo un cambio palpable que la Iglesia acogió con estupor por la novedad aportada por papa Francisco en el estilo de la vida cotidiana. Hubo un cambio en el modo de enseñar por parte del papa. Hubo una promesa de renovación del ejercicio del ministerio petrino, a través del inicio de una reforma de la curia romana, que en la vigilia de la renuncia de Benedicto XVI se encontraba en contradicción con el carácter evangélico que le es exigido en su estar al servicio del sucesor de Pedro.
Francisco no es un papa “teólogo”, es decir, ejercitado en la teología especulativa y doctrinal, ni es experto ni ejercitado en el arte exegético de la interpretación de las Sagradas Escrituras, pero si está ejercitado y tiene experiencia en el conocimiento y en la asunción de “los pensamientos y las actitudes que tuvo Cristo Jesús” (cf. Fil 2,5). Ello emerge de toda su persona y de su ministerio. Pero no debe pensarse que esto no revele su cualidad de teólogo: “teólogo porque ora” –según la definición de Evagrio Póntico-, teólogo porque conoce a Cristo en la escucha de las Escrituras y en su búsqueda sobre el rostro de los hombres, en las “periferias del mundo”, sobre las calles que están siempre abiertas por parte de quien inicia y abre caminos, en las regiones infernales en las que los hombres a veces caen y habitan…
No teniendo por lengua madre el italiano, su lenguaje es impreciso, a veces duro, a alguno puede también parecerle rudo, pero es un lenguaje del corazón, es el lenguaje del pastor que conoce sus ovejas, las ama y comparte la vida. Papa Francisco está “in medio ecclesiae”, no por arriba, sin exenciones ni inmunidades. Por esto nos autoriza a soñar, o mejor, a invocar que la Iglesia, que nosotros, cristianos, somos más conformes al Evangelio, a la vida humana vivida por Jesús, a la vida que Él nos ha dejado marcada por sus huellas para ir a Dios.
Por tanto, ¿qué expectativas suscita el ministerio petrino ejercitado por papa Francisco?
Ante todo, anunció “una Iglesia pobre y para los pobres”. Pero no sólo una iglesia que tiene en el corazón a los pobres, que “hace el bien” por y para ellos, sino que se hace pobre ella misma a imagen de su Señor, el cual “siendo rico se hizo pobre por nosotros” (cf. 2Cor 8,9), para ser solidario en todo con los hombres. La expresión “iglesia sierva y pobre”, forjada por el teólogo Yves Congar en los años 60 del siglo pasado y asumida por el Concilio Vaticano II, no tuvo en el post-concilio la atención que merecía. Y sin embargo, es el primer punto decisivo para la reforma de la Iglesia. Papa Francisco viene de una iglesia que ha elaborado “la necesidad de la opción preferencial por los pobres”, primeros destinatarios por derecho de la Palabra de Dios, y, por lo tanto, está habilitado para hacer retornar la Iglesia a la pobreza evangélica. Ningún tipo de pauperismo ideológico, no obstante, o la iglesia es pobre, o no es conforme a su Señor y entonces está en contradicción con la encarnación del Señor, con el Dios-hombre que es Jesucristo, el único Señor de todos.
Pero también tenemos necesidad de una Iglesia sinodal, en la que caminen juntos: papa, obispos, presbíteros, pueblo de Dios. El Vaticano II marco líneas que, desarrolladas después, dieron lugar a la llamada “eclesiología de comunión”; pero la verdadera comunión, ordenada, eficaz, requiere que el ministerio de quien preside sea ejercitado en una sinodalidad en la que todos son escuchados en aquello que les compete, todos son sujetos con derecho a tomar la palabra, todos son llamados a la unidad, a la comunión que puede ser donada por el Espíritu Santo que compagina la pluralidad en unidad. Es en esta sinodalidad donde las iglesias de las periferias podrán hacer sentir su voz en el centro, podrán confiar sus adquisiciones y sus testimonios a quien tiene el encargo del servicio de comunión entre las iglesias y de la confirmación de éstas en la unidad. En la sinodalidad podrán también abrirse caminos de subsidiariedad, tan necesaria para una unidad respetuosa de las diferencias, de los dones y de los carismas plurales que el Señor concede a la Iglesia.
En fin, mi esperanza personal es la de la unidad de todos los que confiesan a Jesucristo como Señor e Hijo de Dios, exégesis del Dios que nadie ha visto jamás ni puede ver sino en el más allá de esta vida terrena. El ecumenismo no debe ser una opción en la Iglesia, sino simplemente la condición para ser cristianos: ésta es la voluntad del Señor y, por tanto, el reconocimiento de quien es bautizado como miembro del único cuerpo de Cristo debe encontrar vías de manifestación concreta, y ser dinamismo de una comunión que “el amor”, que “es la verdad primera”, debe confirmar.
Sí, vienen tiempos en los que “la Palabra de Dios no es rara” (cf. 1Sam 3,1), en los que “reina la paz en la Iglesia” (cf. Hech 9,31), tiempos en los que se busca la comunión al interno de la Iglesia y la solidaridad con todos los hombres. La Iglesia salga de sí misma, sea “extravertida” porque mira no a sí misma sino a su Señor y a los rostros del Señor en la historia: los hombres y las mujeres, y entre ellos los últimos, sobre todo los pobres.
Fuente: Atrio
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