Jaume Triginé
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y a dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor. (Lucas 4,18-19. DHH)
Desde que hace ya unos años se inició la crisis económica que está haciendo tambalear los cimientos del incipiente estado del bienestar en nuestro mundo occidental, cada día amanecemos, a excepción de muchos que la han provocado, algo más pobres. Las subidas del IVA, del IRPF y de todo tipo de impuestos, unido a la precariedad laboral, a los bajos sueldos que convierten en privilegiados a los mileuristas, a las reducidas pensiones de los jubilados… están dinamitando las llamadas clases medias. Millones de parados, familias sin ingresos, personas desahuciadas de sus casas… pasan a formar parte de una pobreza cada vez más estructural.
Recortes en los denominados pilares del bienestar: educación, sanidad y servicios sociales. Rescate, por parte de los menos favorecidos, de las entidades financieras. Un horizonte, a corto y medio plazo, en el que no se vislumbra ninguna modificación de las actuales tendencias. La inseguridad, la falta de esperanza y el temor a lo desconocido invaden amplios espacios sociales.
En este contexto, es hora de recuperar el programa de Jesús que, un sábado en la sinagoga de Nazaret, presentó a sus vecinos. Programa de extrema sensibilidad en el que las personas se anteponen a cualquier otra consideración porque a Dios le preocupa el sufrimiento del ser humano. Las miradas de Jesús no se dirigían tanto al pecado de las personas, sino a su dolor, resultado de las situaciones de injusticia y humillación a las que se hallaban sometidas por el sistema político, económico y religioso.
Hoy los creyentes estamos llamados a implementar el programa de Jesús en nuestro contexto y por lo tanto a llevar la buena noticia a los pobres, a poner en libertad a los oprimidos, a anunciar el año favorable del Señor. Pero, ¿cómo llevar la buena noticia del evangelio a quien lleva meses en el paro, se le ha extinguido la prestación social o se ha quedado sin vivienda? ¿Cómo hablar del amor y de la providencia divina a quien tiene que acudir a los comedores sociales o dormir entre cartones en la calle? ¿De qué podemos hablarles? ¿De que tengan esperanza? ¿De que Dios proveerá para sus necesidades? Este es un discurso casi insultante. El silencio de Dios es demasiado audible para ellos.
Si queremos identificarnos con el programa de Jesús deberemos recordar que la providencia de Dios se manifiesta mediante la solidaridad de las personas que comparten su ser y su tener con los demás. Médicos de la sanidad pública que siguen atendiendo a todos cuantos acuden a los hospitales sin preocuparles la situación legal del enfermo. Maestros que siguen dando sus clases diariamente con entusiasmo a pesar de las condiciones de precariedad en las que se hallan. Personas anónimas que atienden comedores sociales. Miles de personas que contribuyen a que no escasee la comida en los Bancos de Alimentos. Abuelos que alimentan a su familia con su exigua pensión…
La Palabra de Dios señala caminos para hacer presente la providencia divina entre los últimos delsistema. En la proximidad a los que sufren manifiesta la iglesia su fidelidad a Jesús. Nos conviene recordar la parábola sobre el juicio final: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…
El programa de Jesús incluye poner en libertad a los oprimidos y anunciar el año favorable del Señor. Las situaciones de opresión por parte del capital son ya tan desgarradoras que difícilmente pueden ser modificadas mediante acciones individuales. Se requiere el esfuerzo colectivo para incidir sobre ellas. Y la denuncia. Llegados a este punto nos tenemos que preguntar: ¿dónde está la voz profética de la iglesia frente a la corrupción y frente a quienes se han enriquecido de forma fraudulenta?, ¿dónde está la voz de la iglesia en favor de las víctimas?
Es hora de hacer del programa de Jesús nuestro programa como creyentes y como comunidades de fe. Con frecuencia dirigimos más nuestra atención al pecado de las personas, a juzgar y a condenar que a su sufrimiento. El teólogo Johann Baptist Metz pone el dedo en la llaga cuando señala que la doctrina cristiana de la salvación ha dramatizado el problema del pecado y ha relativizado el problema del sufrimiento.
Los discursos teológicos, las doctrinas, las confesiones de fe… son relatos incoherentes si no están acompañados de un posicionamiento en favor de los excluidos, de los marginados, de los que sufren injusticias de todo tipo. Deformamos la fe cristina cuando la convertimos en una doctrina teórica o en una religiosidad centrada en los servicios religiosos, como ocurre con demasiada frecuencia, en lugar de representar un sistema de vida y una praxis creyente para la transformación de la sociedad. El evangelio es claro, no se trata tanto de repetir: Señor, Señor; sino de hacer la voluntad del Padre como proclamamos en la oración modelo.
El programa de Jesús, expuesto un sábado en la sinagoga de Nazaret, nos interpela y nos compromete a sus seguidores. Desde nuestras realidades particulares debemos trabajar para alcanzar unas condiciones cada vez más justas para todas las personas. Es también el modo de reconocer la dignidad de todos los seres humanos por su origen e impronta divina.
Lupa Protestante
imagen
No hay comentarios:
Publicar un comentario