(El País, 27 de julio de 2014)
La muerte del brasileño Rubem Alves el 19 de julio de 2014 a los 80 años ha teñido de luto a la teología latinoamericana, y muy especialmente a la teología de la teología de la liberación, de la que algunos autores le consideran el padre y fue, ciertamente, uno de sus principales iniciadores, junto con otras grandes figuras como José Comblin, José Míguez Bonino, Juan Luis Segundo, Gustavo Gutiérrez, Segundo Galilea y sus compatriotas Hugo Assmann y Leonardo Boff. Su tesis doctoral Hacia una teología de la liberación humana, defendida en 1968 y publicada un año después en inglés con el título de A Theology of Human Hope, causó un profundo impacto en el panorama filosófico, teológico y científico-social mundial.
La editorial española Sígueme, cuyo director de publicaciones era entonces Alejandro Sierra, hoy director de la prestigiosa editorial Trotta, la publicó en 1973 bajo el sugerente título Cristianismo, ¿opio o liberación? con una presentación del teólogo norteamericano Harvey Cox, autor de la paradigmática obra La ciudad secular, que empezaba de esta guisa: “¡Ojo con este libro, vosotros, los ideólogos, teólogos y teóricos del mundo opulento, del mundo denominado ‘desarrollado’! El tercer mundo de forzada pobreza, hambre, impotencia y creciente enojo ha encontrado una resonante voz teológica. Rubem Alves, protestante brasileño y brillante intelectual latinoamericano, habla con autoridad…”. A continuación Cox definía a Alves como un intelectual que sabía “combinar el corazón apasionado y comprometido del Tercer Mundo con una inteligencia refinada” y cuya mente “puede agrupar, como herencia, bajo un solo enfoque, las opiniones de Franz Fanon, Karl Marx, Jürgen Moltmann, Mario Savio, Karl Barth y Paul Lehmann, y enriquecerlos con las ideas de intelectuales latinoamericanos, tal como Esdras Costra y Paulo Freire”.
¿Se extralimitaba Cox con tal reconocimiento? Claro que no. Alves se convirtió muy pronto en referencia obligada para la elaboración de una teoría crítica de la civilización actual y de la teología, tanto tradicional como moderna, así como en un crítico de la dictadura brasileña y del fundamentalismo de las iglesias cristianas. Por ambas críticas tuvo que pagar un doble precio: la persecución de la dictadura de su país, que le obligó a exiliarse y la expulsión de la Iglesia Presbiteriana, a la que pertenecía. Con todo, fue esta una condena beneficiosa, ya que, según la interpretación de Leopoldo Cervantes-Ortiz, uno de los mejores especialistas en la obra del teólogo brasileño, “Alves salió para siempre del gueto de las iglesias para entrar de lleno en el terreno de la imaginación”. Es la experiencia que hemos vivido muchos teólogos y teólogas heterodoxos de nuestras iglesias, que nos han conducido por los caminos de una teología inclusiva, interreligiosa, intercultural, interétnica e interdisciplinar, que nos ha enriquecido humana y religiosamente y a la que nunca hubiéramos llegado si nos hubiéramos instalado en el regazo eclesiástico materno.
Alves incorpora un nuevo lenguaje a la teología: el del humanismo político, que es el de la esperanza; el de la libertad, que anuncia un ser humano y una comunidad alternativos; el histórico, que habla de los sufrimientos, los gozos y las esperanzas de los seres humanos; el secular y secularizado, que abandona la metafísica, “lo religioso” y los absolutos eclesiásticos, pero también los absolutos históricos; el iconoclasta, subversivo y de la imaginación, que rechaza los hechos como límite, da nombre a las cosas ausentes, rompe el hechizo de las cosas presentes y abre caminos hacia el futuro.
Es, en fin, el lenguaje de la esperanza, que define como “el presentimiento de que la imaginación es más real que la realidad y que la realidad es menos real de lo que parece. La esperanza es la convicción de que la abrumadora brutalidad de los hechos que la oprimen y la reprimen no han de tener la última palabra”. Maravillosa definición que le lleva a traducir el prólogo del Evangelio de Juan así: “Y la imaginación se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos comprobado su gracias, su verdad y su promesa” (Juan 1,14).
Pero su propuesta del nuevo lenguaje no se quedó en el papel. La aplicó en las diferentes disciplinas que cultivó con lucidez en sus análisis, sus críticas y sus alternativas. Un ejemplo: compara la civilización actual, con la lógica del dinosaurio en su obra Hijos del mañana. Imaginación, creatividad y renacimiento cultural (Sígueme, Salamanca, 1976; original inglés: Haper & Row, 1972). El grandioso reptil de la época secundaria desapareció no porque fuera demasiado débil, sino por su excesiva fortaleza, por su poderío fantástico. Su poder arrogante resultó inútil ya que no fue capaz de adaptarse a los nuevos desafíos del ambiente. La civilización actual se precipita por los mismos derroteros de destrucción que el dinosaurio. Alves cree que habría que ir preparando el epitafio para la especie en extinción que es el ser humano tal como lo formulara R. May: “Como el dinosaurio, tenía poder sin capacidad de cambio, fuerza sin capacidad de aprender” (Man’s serach for himself, Nueva York, 1953, 20).
Alves fue un pensador interdisciplinar que transitó por la teología, la poesía, la narrativa, la filosofía política, el psicoanálisis, las ciencias sociales y la educación. Todas sus obras son un intento, creo que logrado, de construir una teología lúdico-poética-erótica centrada en el cuerpo y en la vida en su dimensión real. El lugar de la teología es la vida cotidiana, no la academia. Teología y vida interactúan. Teología y literatura están en diálogo permanente. Su hablar de Dios y con Dios tiene como principales interlocutores a los poetas y otros autores literarios. Una de sus sugerencias finales fue sustituir la palabra teología por teo-poesía. Creo que habría que atenderla en beneficio de la teología y de la poesía. Solo por eso merece un lugar destacado en ambos lares.
Fuente: Lupa Protestante
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