Joxe Arregi, teólogo
En este clima de silencio contemplativo, a través de la escucha, del silencio o del mantra, como una especie de compendio fundamental de lo que hemos visto en días anteriores, hoy os propongo centrarnos en la espiritualidad de cada día, porque cada día es lo decisivo.
La espiritualidad creo que es una necesidad y una urgencia cada vez más sentida en nuestro mundo occidental con su ritmo vertiginoso, con su sentimiento de amenaza o de cierto vacío o de vértigo incluso ante el futuro. Necesitamos espiritualidad. Siempre fue necesaria y hoy la sentimos más, me atrevo a decir, justo en el momento en que los templos se han vaciado y se van a vaciar. Dentro de veinte años yo imagino todos los templos vacíos en Europa. ¿Os asusta? Es así. Pero la espiritualidad no ligada al templo es una de las consecuencias fundamentales de ese paradigma nuevo del que hablamos, que no consiste solamente en que ahora pensamos sobre Dios de otra forma. Está dándose en la sociedad una manera de vivir que lleva a una forma de espiritualidad laica.
¿Qué significa espiritualidad laica? Significa como mínimo, mínimo -y creo que necesario tenerlo en cuenta – espiritualidad en una sociedad laica, espiritualidad que acepta la laicidad. ¿Qué significa laicidad? No significa que no hay sitio para las religiones en la vida pública. De hecho, cada vez tienen menos sitio, pero “laicidad” no quiere decir que la religión desaparece de la sociedad, sino que las instituciones religiosas ya no tienen el monopolio de la verdad y del bien, de lo que hemos de creer y de lo que hemos de hacer. Las religiones han perdido ese control dejando de ser garantía de verdad y de bien y lo tenemos que asumir en nuestra espiritualidad no solo como una situación de hecho, sino como algo positivo, una situación de derecho.
Espiritualidad laica significa también espiritualidad no ligada o identificada con lo que se llama vida religiosa, con ser fraile, cura, monja… No. El clero, los monasterios y la vida religiosa, de alguna forma, en nuestra tradición occidental cristiana han secuestrado la espiritualidad hasta el punto de que religiosidad, y más aun espiritualidad, significaban vida religiosa en conventos con votos, o vida clerical. Esos eran los que vivían la espiritualidad. Espiritualidad laica significa, pues, también espiritualidad emancipada de la tutela de la vida religiosa institucional, de las órdenes religiosas, de las formas monacales y del privilegio “teológico” de los votos. Yo he sido religioso y sacerdote hasta los 57 años. En realidad, hacía muchos años que había dejado de creer en ese sistema, en el que la vida religiosa se creía con un privilegio. Éramos un estamento religioso superior. Ya lo decía S. Anselmo de Canterbury, en el siglo XI: “La virginidad es oro, la continencia plata y el matrimonio cobre. La virginidad es opulencia, la continencia medicina, el matrimonio pobreza. La virginidad es paz, la continencia rescate, el matrimonio cautiverio”. Eso ha marcado mucho. En definitiva, lo que ha caracterizado a la llamada vida religiosa canónica ha sido la virginidad. Era eso lo distintivo, porque en cuanto a pobreza yo he visto más pobreza fuera de los conventos que dentro. Había más pobreza en nuestro caserío que en el seminario de Arantzazu, que era bien pobre. En cuanto a la obediencia, la verdadera obediencia es la convivencia en el día a día en la familia, con la pareja, en el trabajo. La obediencia al superior en los conventos no es más exigente que eso… Han sido otros moldes y hace tiempo que se ha superado esa superioridad teológica de los votos canónicos. A mí me parece que ese formato de vida religiosa canónica va a ir desapareciendo. Y no penséis que lo digo porque estoy fuera. Eso lo escribí hace 30 años.
Espiritualidad laica significa también – y creo que esto es igualmente esencial- una espiritualidad emancipada de las formas llamadas religiosas. Esto es algo bastante nuevo en la cultura y sociedad occidental, pero es lo que va a ir desarrollándose. Una espiritualidad que no tiene por qué estar acompañada de creencias, ritos y normas morales “religiosamente” fundadas, ni inspirada en los textos llamados tradicionalmente religiosos. Si a uno le inspira una música, esa música es espiritual. Que sea espiritual no depende de que hable de la Virgen o sea una misa de Mozart. No depende de esas formas religiosas. Cada vez más estamos llamados a abrirnos a una espiritualidad no ligada a lo religioso. Eso significa espiritualidad laica. De la misma manera que en los ritos fundamentales de la vida (como el nacimiento, la boda, la muerte) ya se están desligando de formas religiosas tradicionales. La gente se casa espiritualmente también en la montaña o en el ayuntamiento. Pueden celebrar espiritualmente el nacimiento de un hijo sin bautizarlo. La muerte se acompaña y el duelo se hace espiritualmente sin funerales en la parroquia con misa. Claro que una sociedad laica tiene el reto de crear sus propias formas desligadas de las tradicionales formas religiosas pero que sean inspiradoras para esos momentos fundamentales de la vida. Esto es un reto importante. ¿De qué se trata? La espiritualidad es el arte de vivir, de respirar, de acoger y de infundir espíritu, como “luz que penetra las almas y fuente del mayor consuelo” eso es fundamental y estamos llamados a vivirlo con formas religiosas o no.
1ª parte: Creer en el Espíritu Santo.
Os leeré alguna cosa y después pasaremos a hacer un silencio. Cree en el Espíritu Santo, no en el dogma del Espíritu Santo sino en ese espíritu o aliento vital que mora en nosotros y que suscita y crea la confianza en las horas oscuras. El, ella, ello más allá de todo género mora en ti, tú moras en él, en ella, en ello. Es tu huésped y tú el suyo, aunque no aciertes a acogerlo o acogerla, siempre te acoge y te cobija dulcemente como una madre.
Es importante ahondar esta vivencia, se crea o no en el dogma de la divinidad del Espíritu Santo, en tercera persona de la Santísima Trinidad, que es lo de menos. Espíritu vital, figura de energía o aliento. Eso es lo fundamental.
Es espíritu de verdad y de consuelo, que consiste en que tenemos un suelo firme en medio de todas nuestras incertidumbres y complejidades; espíritu de la fidelidad, de la paciencia de todos los días. Cree siempre en ese espíritu que tú tienes que acompañar y ser su voz, que pugna en ti por hacerse carne y manifestarse en el corazón que vibra en palabras de verdad, de consuelo, en actitud de paciencia consigo mismo, con los demás, con la lentitud para la renovación del mundo. Cree en ese espíritu que está activo en la raíz de cuanto es.
Vamos a hacer 10 minutos de silencio. Podéis tomar como mantra que acompaña a vuestra inspiración y espiración: “Luz que penetra las almas” mientras inspiramos, y ”fuente del mayor consuelo” mientras espiramos.
2ª parte: Mirada nueva de cada día.
Aprender a mirar de nuevo y mirar cada día todo de manera nueva. La espiritualidad puede resumirse también en todos los demás sentidos, porque la mirada no se refiere solamente a la mirada física. ¡Menudo milagro es el hecho de poder ver! No significa que nosotros veamos las cosas como son o que sean como las vemos. Los pájaros ven el mundo de otra manera. ¿Cómo es? ¿Como lo vemos nosotros o como lo ven los pájaros? Como lo vemos nosotros, pero también como lo ven los pájaros, los peces, los animales de noche… ¿cómo es la realidad? ¿a la luz del día o en la oscuridad de la noche?. Es de una forma y de otra. Nadie ve las cosas como son, porque son también como las ve cada uno, pero también como las ve el otro. Cada especie animal ha desarrollado un sistema de visión para orientarse, que es una obra de suma sabiduría y de suprema ingeniería. Ni los drones ni nada parecido todavía han igualado el sistema que los murciélagos tienen para ver o para sentir. Son casi ciegos, no tienen ojos como nosotros ni como los peces, pero tienen un sistema de radar casi perfecto. Se trata de diversos sistemas de adaptación, y la realidad es infinitamente más que la manera como nuestros ojos siendo tan maravillosos la ven.
Aprende a oler. Si tienes el sentido del olfato reducido, no importa. Aprende a tocar: tenemos órganos sensoriales, células de la piel que transmiten información, ¡qué maravilla! Yo toco algo y las células de la piel transmiten una información muy precisa e instantánea a mi cerebro sobre lo que toco. Si yo no tuviese esas células en mi piel me moriría enseguida, porque lo mismo me quemaría en una hoguera que me congelaría en un lago helado. Gracias al tacto nos podemos cuidar. Espiritualidad también es eso: tocar, palpar, sentir…
Y lo mismo el gusto, ¡qué maravilla el sabor de lo que comemos! Sabiduría y sabor tienen la misma raíz. Aprecia el sabor de lo que comes en vez de estar siempre escuchando la radio, viendo la TV, discutiendo con la pareja o con los hijos o consigo mismo, que es peor. No. Come. Espiritualidad de la vida, de la tierra, del cuerpo, de los sentidos, de la sensibilidad. Podemos, pues, fijarnos en la mirada o en cualquier otro sentido.
Mirar, mirar. Jesús dijo –seguramente es un dicho histórico-: “dichosos vuestros ojos porque ven lo que ven, porque muchos profetas y padres quisieron ver lo que vosotros veis y no lo podían ver”. Jesús tenía conciencia de que algo decisivo estaba teniendo lugar: transformación, liberación, curación, comensalía, que nadie fuese excluido de la mesa, que nadie tuviese hambre. Eso iba a suceder enseguida. Estaba profundamente convencido y atraído por ese horizonte. ¿No sucedió? No de la manera en que él lo imaginaba, pero esa fe profunda, que no consiste en creer que iba a suceder sino en adherir profundamente a ese horizonte, ese deseo y compromiso vital hizo que él practicara la comensalía, que sanara enfermedades, que diera confianza, que devolviera la dignidad a la gente despreciada y humillada por tantos motivos, que hiciera levantar la cabeza…
Pues eso es lo que veía Jesús como algo que estaba sucediendo ya. “Dichosos vosotros porque veis”. También se podría decir: el que sabe ver siempre es dichoso. Espiritualidad es saber ver. Saber mirar en paz, que no significa decir que todo está bien como está. No. O no meterme en líos, no. O no denunciar lo que está mal y es intolerable, no. O decir: todo está perfectamente como está. No, no. Mirar en paz es infundir paz, desenmascarar la mentira, la injusticia, el daño, transformar en paz lo que no es paz. No está escrito lo que haya que hacer para transformar en paz, pero solamente se puede transformar desde el impulso profundo y desde la adhesión profunda al Shalom, al Salam, a la paz. Mirar en paz.
Mirarlo todo como nuevo cada vez como auténtico milagro. A alguien le molesta que se pongan en duda los milagros. Para mí no existe el milagro de que dos panes se conviertan de repente en mil o que alguien vaya a Lourdes con una pierna y vuelva con dos. Sí sucede, en Lourdes o en tantos otros lugares, que uno va deprimido, desanimado por su enfermedad, cualquiera que sea, y allí encuentra consuelo y sale reconfortado, reconfortada. El milagro es eso, pero para eso no hace falta ir a Lourdes. Que yo sienta desaliento y pueda volver a ponerme en pie y seguir avanzando a pesar de todo. Eso es milagro: que cada día salga el sol, que haya primavera y otoño, cada átomo de aire y agua. Cada brizna de hierba es milagro, cada mota de polvo es milagro. Todo es milagro. Mira todo con esa novedad de lo milagroso, la plenitud en cada parte por ínfima que sea. Eso es la resurrección en la vida, la eternidad en el presente, en cada instante, eso es ver a Dios en todo. El todo que no es la suma de las partes, no. El todo viviente en cada parte. Eso es saber mirar. Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, pero a nadie le está vedado el ver.
San Ignacio de Loyola cuenta en su autobiografía una experiencia que tuvo en Manresa, junto al río Cardener. (No hace falta que la experiencia sea extraordinaria, puede darse de muchas formas: con vivencias especiales fuertes, normales, cotidianas). Fue una experiencia que le marcó para toda la vida. El dice que desde entonces veía todas las cosas como nuevas.
Hacemos 10 minutos de silencio. Al inspirar vamos a decir dichosos tus ojos. Y al espirar porque ven lo que ven.
Tal vez mejor, mientras respiramos profundamente, vemos, miramos y lo vemos todo como nuevo.
3ª parte: Libre de formas religiosas
En esta tercera parte voy a abordar algo que me parece fundamental para esta espiritualidad libre de formas religiosas, en una sociedad liberada de tutelas o de monopolios de verdad y de bien. Por eso es una sociedad mucho más arriesgada, porque antes ya nos decía la Iglesia lo que se podía ver en la televisión. Lo decidían los obispos en España, pero eso se acabó. En una generación se ha transformado la sociedad, y no solo porque murió Franco. Si no se hubiese transformado la sociedad, Juan Carlos I hubiese seguido con el régimen de Franco. No solamente murió Franco, sino que vivimos en otro mundo y por lo tanto no se pueden mantener determinados esquemas tradicionales que siguen siendo como muy absolutistas. Eso se ha acabado.
Yo no creo en la mala voluntad de nadie, y tampoco puedo decir que las cosas son solo como yo las veo, pero hay un cúmulo de datos que aseguran que realmente vivimos en otro universo. Desde las ciencias físicas a las ciencias humanas pasando por la biología. La filosofía y buena parte de la teología ha ido también cambiando, aunque en los últimos años la teología ha vuelto al pasado. Todo nos indica que el universo cultural ha cambiado y va a seguir cambiando. El universo físico está cambiando continuamente y la cultura también ha cambiado.
No creo que se trate de mala voluntad sino de error de enfoque o de visión cuando las instituciones religiosas todavía quieren seguir funcionando como si la cultura no hubiese cambiado desde hace 50 años. Eso es hacer un grandísimo daño al espíritu que alienta en este mundo, en esta cultura. Nos enzarzamos en peleas intestinas, en discusiones eclesiásticas, ridículas, pero me parece que lo grave que está sucediendo es que estamos impidiendo a toda una generación, que son los niños de hoy pero también los adolescentes de hoy, los universitarios de hoy, los jóvenes adultos de hoy (que no se casan entre otras cosas porque no disponen de una casa donde ponerse a vivir, emancipados)… a toda una sociedad en masa desde los 55 ó 60 años para abajo se le está impidiendo respirar espiritualidad por el empeño de las grandes instituciones religiosas dominantes que siguen pensando que el mundo es como lo veíamos hace 60 años. Es un error de visión.
Este tercer momento lo quiero centrar en otro de los aspectos fundamentales de la espiritualidad cotidiana en esta cultura, que tiene que ver no ya con que tú acates lo que te dice un obispo o el papa o tu teólogo de preferencia, no. Tiene que ver con que tú creas en ti misma, en ti mismo a fondo, con que tú creas que puedes, y que extraigas agua de tu propio pozo. Lo cual no significa que se las apañe cada uno y se desentienda de todos los demás. No tiene nada que ver con ese individualismo. Peligro de individualismo claro que hay, pero si realmente tú extraes agua de tu propio pozo dirás: esta agua no es mía, me viene, ¿de dónde me viene? Es el agua que sacia la sed de mi hermana, de mi hermano, hay que cuidarla… Solamente podemos sentirnos hermanas y hermanos de otros cuando ahondamos en nuestro propio pozo y cuando nos sentimos responsables del otro, cuando creemos en nosotros mismos a fondo y, si no, el individuo se ahoga en los colectivos y en las instituciones frías que no consiguen salvaguardar el agua viva y la espiritualidad del respiro.
Quiero decir que para esta espiritualidad, en esta sociedad, es muy importante, fundamental, que te convenzas de que tú puedes. Cree y espera en ti misma, en ti mismo. La esperanza en sí misma, en sí mismo, en el mundo, en el universo, en la vida, en Jesús el Viviente, en Dios… no son esperanzas yuxtapuestas, pero tampoco son esperanzas superpuestas en niveles: más bajo, más alto… No, no; todo está co-implicado como en la vida, como en la trama de la realidad universal. De modo que si esperas a fondo en ti misma estás realizando la esperanza en Dios. La cuestión es vivir a fondo. Tú puedes cuidar esa esperanza como tu propio aliento vital. Tú puedes no desistir. Algunos días nos sentimos incapaces de seguir. Tú puedes recuperar tu aliento vital y seguir caminando humildemente, confiadamente, activamente. Tú puedes hacer que el mundo sea otro.
¿Cómo puedo hacer que el mundo sea otro? Sí, igual que Jesús, haciendo las cosas que hizo Jesús. Esa es tu vocación y en la medida en que creas en ti misma, en ti mismo, desde una profunda reconciliación con tu límite y tu realidad, nuevas posibilidades pueden ir abriéndose en ti y no hace falta que llegues a nada, que logres nada, sino que todavía puedas recuperar la paz y la fe en ti misma, en ti mismo.
Tú puedes procurar un granito de arena para la construcción de un mundo mejor. No quieras nada más. Tú puedes aportar un granito de trigo para amasar el gran pan sabroso de la mesa común de todos los vivientes. Tú puedes beber agua de tu propio pozo. Tú puedes vivir las Bienaventuranzas de Jesús, sentirte dichosa, dichoso, siendo pobre, manso, misericordiosa, misericordioso, pacífico, constructor de paz. Tú puedes ser buen samaritano, buena samaritana, cuidar, curar, sanar, salvar. Eso es ser como Dios, ser Dios, ser Jesús. Tú puedes, pero no te exijas. Cree y deja que suceda pero, en la medida que puedas, no te cierres nunca en tu desaliento y sé muy paciente con tu desaliento y con tu falta de paciencia y no te avergüences nunca de nada de lo que hay en ti. No te instales nunca en nada de lo conocido, de lo creído, de lo logrado. Decía Martínez Lozano en uno de sus mensajes recientes: “La persona que cambia puede equivocarse, pero la que no cambia nunca vive siempre equivocada”.
Claro que sí, podemos equivocarnos, pero la persona que no cambia nunca vive equivocada porque la vida es devenir y transformación constante y movimiento permanente, como un río. Heráclito dijo aquello de que nadie se baña dos veces en el mismo río porque el río va cambiando constantemente y querer aferrarnos a lo que pensamos, creímos, a lo que nos dio seguridad, eso es asfixiar la vida.
A modo de conclusión, voy a terminar leyéndoos un texto precioso de Patxi Ezkiaga:
“Una hermosa mañana, cansado de vivir, aburrido de la rutina de cada día, salí en busca de la felicidad. Mientras iba caminando vi el fulgor rojo de las amapolas en los campos, la blancura de las margaritas, el azul intenso de los lirios. Hice un ramillete pero el intenso calor me lo secó y marchitó al momento. Esto no puede ser la felicidad, me dije a mí mismo.
Algo más adelante, me adentré en el bosque y vi los rayos de sol que desgarraban la oscuridad. Corrí hacia la luz para que me inundara pero nada más llegar una nube cruzó el cielo y apagó la luz que yo quería abrazar. Tampoco esto puede ser la felicidad, dije para mis adentros.
Oi el murmullo de un riachuelo. Allí, en un banco de la orilla, vi un violonchelo metido en su estuche. Traté de arrancarle una bella melodía pero el cello sólo lanzó un sonido parecido a un sollozo. Tampoco esto puede ser la felicidad, pensé.
Cansado de vivir, aburrido de la rutina de cada día, regresé a casa con las manos vacías. Al día siguiente me eché otra vez al camino. Tan pronto como di mis primeros pasos vi a una niña llorando a la vera del camino. Cogí una roja amapola con la blanca margarita y un lirio azul y se las regalé para que se consolara.
Un poco más lejos vi a un anciano que tiritaba de frío a la entrada del bosque…..Cogí los rayos de sol en mis manos y se los di al anciano para que entrara en calor. Por fin, sentado junto al arroyo, vi a un chico joven que cantaba, cogí el cello y empecé a tocarlo para acompañar su canción. La sonrisa de la niña, el calor del anciano y la melodía del joven fueron para mí perfume, paz y alegría en brazos de una felicidad redescubierta”
(*) Apuntes personales a partir de la grabación de la última meditación de los ejercicios celebrados en Oharriz (Navarra) del 20 al 26 de julio de 2014.
Oharriz (Navarra) 26 de julio de 2014
Fuente: Redes Cristianas
No hay comentarios:
Publicar un comentario