Hacia finales de este siglo China será el nuevo hegemón, sustituyendo a Estados Unidos como líder del mundo, siendo la única duda si habrá guerra nuclear durante el proceso. Resulta curioso que buena parte de las izquierdas del mundo observen con simpatía o neutralidad este ascenso que tiende a convertir a China en una nueva forma de imperialismo.
Los modos como viene ascendiendo China en el escenario global son diferentes a los que mantuvo Estados Unidos en una etapa similar, en particular en los primeros años del siglo XX, cuando intervino militarmente en sus zonas aledañas o patio trasero, en particular en el Caribe, México y Centroamérica. Por el contrario, China se está convirtiendo en superpotencia sin violencia ni guerras, lo que marca una diferencia notable; según las reiteradas declaraciones de sus dirigentes, seguirá por el camino de la paz.
En segundo lugar, la historia de China es bien diferente a la de las potencias hegemónicas anteriores, Estados Unidos, Inglaterra, Países Bajos y Venecia. El país del dragón sufrió invasiones de las potencias coloniales durante el siglo XIX y de Japón en el siglo XX, lo que nos habla de una sociedad que sufrió los embates del colonialismo y el imperialismo.
En contraste, desde 1823 cuando la Doctrina Monroe proclamó que América Latina era la esfera de influencia de Estados Unidos, la potencia ascendente realizó 50 intervenciones militares en la región, la mitad de ellas en la primera parte del siglo XX. El objetivo era derrocar gobiernos que Washington consideraba enemigos e impedir que personalidades o partidos contrarios a sus intereses llegaran al poder.
La tercera cuestión es que en su historia China nunca fue una potencia imperialista y se limitó a defenderse más que a conquistar territorios. Fue un imperio relativamente frágil y con graves problemas de orden interno, que debió abocarse a resolverlos sin la capacidad de proyectarse hacia el exterior.
Sin embargo, debemos atender otras razones que apuntan en sentido contrario.
La primera es que China se ha convertido en una gran potencia presente en todos los rincones del planeta, en una gran exportadora de capital con poderosos monopolios estatales y privados, orientados por el Estado. Aunque en China no existe aún una oligarquía financiera, como en los países occidentales, que representa el dominio del capital financiero sobre el productivo, se registra una fuerte tendencia en esa dirección, toda vez que el capitalismo chino se orienta por la misma lógica que el capitalismo global.
Sin embargo, la tendencia al predominio del capital financiero y a proteger las cuantiosas inversiones en el exterior mediante formas por ahora diplomáticas de intervención, se registran más allá de la voluntad declarada de sus gobernantes. El ascenso pacífico de China mediante iniciativas como la Ruta de la Seda y el plan Made in China 2025 para convertirse en líder tecnológico mundial, están chocando con la respuesta de Washington que ha declarado una guerra comercial.
El país asiático está forzado a meterse en esa guerra, del mismo modo que debe insertarse en el sector financiero global para internacionalizar su moneda, ya que debe jugar con las reglas vigentes. A lo largo de este largo proceso de ascenso, China va modificando su perfil, construyendo unas fuerzas armadas cada vez más poderosas con capacidad de intervenir en todo el mundo, como lo demuestra la rápida construcción de una flota de portaviones y cazas de quinta generación.
La segunda es que la cultura china es profundamente conservadora, con un sesgo patriarcal muy potente. Sobre esta base está construyendo un gran Estado para el control de su población, que llegará a instalar hasta 600 millones de cámaras de vigilancia en su propósito de formar parte de lo que William I. Robinson denomina como “Estado policiaco global”.
El capitalismo digitalizado chino necesita sobrepasar a Estados Unidos en la revolución industrial en curso, basada en la robótica, la impresión en 3D, el Internet de los objetos, la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, la bio y nanotecnología, la computación cuántica y en nube, nuevas formas de almacenamiento de energía y los vehículos autónomos. China ya es la principal fuerza pro-globalización, que agudiza las tendencias hacia el Estado policial global.
Por último, creo que resulta imprescindible analizar la relación de la cultura política china con los movimientos antisistémicos del mundo. Las tres fechas que los movimientos celebramos en todo el mundo (8 de marzo, 1º de mayo y 28 de junio), nacieron por las luchas populares en Estados Unidos y en países europeos, lo que debe hacernos reflexionar.
No pretendo insinuar que en China no existan tradiciones revolucionarias. La revolución cultural orientada por Mao Tse Tung es un buen ejemplo. Pero esas tradiciones no están jugando un papel hegemónico en los movimientos. Estamos ante un recodo de la historia que nos impone buscar referencias, profundizando las luchas.
Los pueblos en defensa de la vida y el territorio: Contrapoder y autodefensa en América Latina
Raúl Zibechi
En muchas regiones de América Latina los Estados nacionales no protegen a sus ciudadanos, en particular a los sectores populares, indios, negros y mestizos, quienes están desprotegidos ante la violencia del narcotráfico, de las bandas criminales, de los guardias privados de las empresas multinacionales y, aunque parezca paradójico, de las propias instituciones armadas del Estado, como la policía y las fuerzas armadas.
Las múltiples masacres que se suceden en México, como la de 43 estudiantes en Ayotzinapa en setiembre de 2014, no son una excepción, como no lo es la impunidad de más de 30 000 desaparecidos y 200 000 muertos desde que el Estado declarara la “guerra contra el narcotráfico” en 2007.1 Con algunas diferencias, lo que sucede en México se repite en la mayoría de los países de la región. En Brasil mueren de forma violenta 60 000 personas cada año; el 70 % de ellas son afrodescendientes, que en su mayoría son jóvenes pobres.2
Ante el panorama de violencias que ponen en riesgo la vida de las poblaciones más vulnerables, algunos de los sectores afectados han decidido crear formas de autodefensa y contrapoderes. En un comienzo, son formas defensivas, pero con su desarrollo consiguen establecer verdaderos poderes paralelos al Estado.
Las autodefensas son decisivas para la formación de poderes diferentes a los hegemónicos, centrados en las instituciones estatales, porque son poderes anclados en las prácticas comunitarias. Sin embargo, debemos ir más al fondo, con mayor detalle, para poder desentrañar de qué se trata esta nueva tendencia de los movimientos sociales en América Latina.
La lógica estatal y la lógica comunitaria son opuestas, antagónicas. La primera descansa en el monopolio de la fuerza legítima en un determinado territorio y en su administración a través de una burocracia civil y militar permanente, no elegible, que se reproduce, y es controlada por ella misma. La burocracia le otorga estabilidad al Estado, ya que permanece inalterable aún cuando se producen cambios de gobierno. Transformarla desde dentro es muy difícil y supone procesos de larga duración. En América Latina se agrega otro factor que hace aún mas difícil cambiarlas: las burocracias estatales son creaciones coloniales, cuyo personal es reclutado entre las elites blancas, educadas y masculinas en países donde la población es mayoritariamente negra, india y mestiza.
La lógica comunitaria está basada en la rotación de tareas y funciones entre todos los miembros de la comunidad, cuya máxima autoridad es la asamblea. En este sentido, la asamblea como espacio/tiempo para la toma de decisiones debe considerarse un “bien común”. Sin embargo, no considero la comunidad como una institución, sino como relaciones sociales que se despliegan en un espacio o territorio determinado.
En una mirada centrada en los vínculos, no podemos reducir lo común a las hectáreas de propiedad colectiva, a los edificios y a las autoridades elegidas en asambleas que pueden ser manejadas por caudillos o burócratas. Podemos considerar que existe una comunidad como institución y otra como vínculo social, y que esta diferencia es muy importante para la cuestión del poder. En el análisis que propongo, el corazón de la comunidad no está en la propiedad común (aunque esa propiedad seguirá siendo importante), sino en los trabajos colectivos o comunitarios que reciben los más variados nombres: minga, tequio, gauchada,guelaguetza, y que no deben reducirse a las formas de cooperación institucionalizadas en las comunidades tradicionales.3
Los trabajos colectivos son el sustento de lo común y la verdadera base material que produce y reproduce la existencia de comunidades vivas, con relaciones de reciprocidad y ayuda mutua diferentes a las relaciones jerárquicas e individualizadas propias de las instituciones estatales. La comunidad se mantiene viva no por la propiedad común sino por los trabajos colectivos que son un hacer creativo, que re-crean y afirman la comunidad en su vida cotidiana. Esos trabajos colectivos son el modo como los comuneros y comuneras hacen comunidad, como forma de expresar relaciones sociales diferentes a las hegemónicas.
En su trabajo sociológico, la comunera maya guatemalteca Gladys Tzul asegura que en la sociedad basada en los trabajos comunales no hay separación entre el ámbito de la sociedad doméstica, que organiza la reproducción, y la sociedad política, que organiza la vida pública, sino que ambas se sustentan y alimentan mutuamente. En las comunidades rige la complementariedad entre los dos ámbitos a través del gobierno comunal. “El gobierno comunal indígena es la organización política para garantizar la reproducción de la vida en las comunidades, donde el trabajo comunal es el piso fundamental donde descansa y se produce esos sistemas de gobierno comunal y donde se juega la participación plena de todos y todas”.4
Los trabajos colectivos los encontramos en todas las acciones de la comunidad; son los que permiten reproducir no solo los bienes materiales, sino la comunidad como tal, desde la asamblea y la fiesta hasta la contención del dolor a través de los duelos y los entierros, y también permiten coordinar alianzas con otras comunidades. Las luchas de resistencia que aseguran la reproducción de la vida comunal están ancladas también en los trabajos colectivos.
El colocar el acento en la multiplicidad de trabajos colectivos nos permite abordar la cuestión del poder y del contrapoder desde otro lugar. En primer término, ni uno ni otro son instituciones, sino relaciones sociales. En segundo, al ser relaciones sociales, pueden ser producidas por cualquier sujeto colectivo en cualquier espacio, porque se separan de la comunidad, de las relaciones propiedad y de sus autoridades para reaparecer allí donde los sujetos o movimientos realicen ese tipo de prácticas inspiradas en lo comunitario, aunque no sean comunidades.
En tercer lugar, al poner el foco en las relaciones sociales, podemos acercarnos a los flujos de poder, a los cambios en las relaciones de fuerzas y, en el caso de los movimientos sociales, a los ciclos de nacimiento, madurez y declive que son inherentes a la lógica social colectiva. De ese modo, no caeremos en la tentación de considerar como poderes a instituciones que son en realidad eslabones de la maquinaria estatal, como sucede, por ejemplo, con los consejos comunales en Venezuela.
En este caso, los consejos comunales dependen del financiamiento estatal y funcionan en clave burocrática, forman parte de la estructura organizativa del Estado y lo afianzan pero no lo trascienden, y con el paso del tiempo registran una creciente homogeneización y pérdida de independencia. Aunque en Venezuela existe una fuerte cultura igualitarista en los barrios populares, donde la horizontalidad y la ausencia de jerarquías son cultura, concluye que las contradicciones entre base y vértice se han resuelto con el predominio de las direcciones que han acotado y controlado los espacios de igualitarismo.5
Un grave problema para la emancipación es que en todas las culturas existen rasgos más menos potentes de cultura jerárquica, alimentada por las relaciones patriarcales y machistas. También en las comunidades indígenas y en los espacios de afrodescendientes, donde el caudillismo, el personalismo y el paternalismo se reproducen de forma casi “natural”. Por eso creo que es importante hacer hincapié en los vínculos sociales que se expresan en los “trabajos colectivos”, en un sentido amplio, desde la asamblea hasta la fiesta. Es en el trabajo vivo y creativo donde hay alguna posibilidad de modificar culturas y modos de hacer, no en las instituciones establecidas que funcionan en base a inercias que reproducen las opresiones.
Los contrapoderes son, en los hechos, trabajos colectivos que encaran las comunidades, tanto las rurales como las urbanas, para defenderse de poderes superiores que ponen en riesgo su sobrevivencia. En los ejemplos que describiremos a continuación, aparece un puñado de experiencias donde se despliegan poderes antiestatales que tienen en común el ser controlados por colectivos populares (o comunidades).
Es importante destacar que en las ciudades (como Cherán y México DF), los contrapoderes están insertos en movimientos sociales territorializados que controlan espacios comunes y, por lo tanto, necesitan defenderlos. En este punto, existen muchas similitudes entre lo que sucede en una comunidad indígena rural y un sector popular de una periferia urbana. La vida colectiva de ambos está siendo cuestionada por dos variantes del modelo extractivista (acumulación por desposesión): represas hidroeléctricas y minería a cielo abierto, en el caso rural, y especulación inmobiliaria o gentrificación, en las ciudades.
La defensa de la vida y la comunidad
Las multicolores movilizaciones del pueblo nasa, en las montañas del Cauca colombiano, se realizan con un cordón de guardias que se colocan delante y a los costados, formados en línea, protegiendo a los comuneros y comuneras, disciplinados y “armados” con bastones de mando, palos de madera con los símbolos ancestrales. La protección y defensa de las comunidades es el objetivo de la Guardia Indígena, que se considera a sí misma como una instancia de educación y formación política.
Todos los años se realiza un acto de graduación de cientos de guardias en el norte del Cauca (sur de Colombia): hombres, mujeres y jóvenes entre 12 y 50 años, que participaron en la Escuela de Formación Política y Organizativa donde se capacitan en derechos humanos y en la “ley originaria” para ejercer sus tareas. La graduación es un acto de hondo contenido místico que sucede en un centro de armonización, orientado por los ancianos sabios de las comunidades, junto a catedráticos universitarios y defensores de los derechos humanos
La estructura de la Guardia Indígena es sencilla y muestra de qué se trata esta organización: cada vereda (comunidad) elige en asamblea diez guardias y un coordinador. Luego se elige un coordinador por resguardo (territorio indígena) y otro para toda la región. En la región Norte del Cauca hay 3500 guardias indígenas correspondientes a 18 cabildos (autoridades elegidas en los resguardos).
“No tenemos nada que ver con una policía, somos formadores de organización, somos protección de la comunidad y defensa de la vida sin involucrarnos en la guerra”, explica uno de los coordinadores de la Guardia Indígena.6 La participación en la guardia es voluntaria y no remunerada, los vecinos de la vereda y las autoridades colaboran en el mantenimiento de la huerta familiar de cada guardia elegido y en ocasiones hacen mingas (trabajo colectivo) para sembrar y cosechar.
Los guardias son evaluados una vez al año y pueden ser mantenidos en la tarea o sustituidos por otros, porque la organización se asienta en la rotación de todos sus miembros. La justicia comunitaria –que es la tarea central de la Guardia Indígena– busca recuperar la armonía y los equilibrios internos, basada en la cosmovisión y la cultura nasa, y se diferencia de la justicia estatal que separa y encarcela a los que delinquen. La guardia defiende el territorio de los militares, paramilitares y guerrilleros que han asesinado y secuestrado a cientos de comuneros durante la guerra. En los últimos años también protegen el territorio de las multinacionales mineras que contaminan y desplazan poblaciones.
Además de fomentar la formación y la organización de las comunidades, los guardias alientan la soberanía alimentaria, impulsan huertas comunitarias y asambleas de reflexión sobre el “derecho propio”, como denominan a la justicia comunitaria. Cada seis meses los guardias participan en rituales de armonización, orientados por los médicos tradicionales como forma de “limpieza” individual y colectiva.
La resistencia pacífica es una de las señas de identidad de la Guardia Indígena. En varias ocasiones se han concentrado cientos de guardias, convocados por los silbatos tradicionales, para rescatar a un prisionero secuestrado por los narco-paramilitares o la guerrilla. Hacen valer el peso de la cantidad de guardias disciplinados y su determinación para conseguir liberar a los secuestrados sin violencia. En ocasiones también han hecho frente a las fuerzas armadas del Estado.7
En el año 2004, la Guardia Indígena recibió el Premio Nacional de Paz que entrega anualmente un conjunto de instituciones, entre ellas Naciones Unidas y la Fundación Friedrich Ebert. La guardia se ha convertido en un referente para otros pueblos, como los afrodescendientes, y también para campesinos y sectores populares que sufren violencia estatal o privada.
Autodefensa y movimientos sociales
El ejemplo de la Guardia Indígena no es una excepción. Buena parte de los movimientos latinoamericanos se han dotado de formas de autodefensa para la protección de las comunidades y sus territorios. El reciente avance del extractivismo, con sus emprendimientos mineros, de monocultivos y obras de infraestructura, está siendo respondido por los pueblos, que en algunos casos establecen formas de control territorial en base a grupos que son controlados por las comunidades.
Para explicar qué son las autodefensas y qué relaciones tienen con los contrapoderes, voy a describir brevemente cuatro casos, que se complementan con el ya mencionado de la Guardia Indígena del sur de Colombia: las rondas campesinas de Perú, la Policía Comunitaria de Guerrero, y dos experiencias urbanas, las fogatas de Cherán y las brigadas de la Comunidad Habitacional Acapatzingo en la Ciudad de México.
Rondas campesinas, Perú
En la década de 1970, en las áreas rurales remotas de Perú no había prácticamente Estado y los campesinos estaban desprotegidos ante los ladrones de ganado. Se trataba de comunidades muy pobres y frágiles, ganaderas y de altura, a las que cualquier robo puede desorganizar su economía de subsistencia.
En asambleas decidieron hacer rondas de noche, para vigilar a los ladrones de ganado y encargarse de la seguridad de las comunidades. Las rondas campesinas se instalaron primero como rondas nocturnas rotativas entre todos los vecinos de las comunidades, pero luego empezaron a realizar obras a favor de la comunidad (caminos y escuelas, entre otras) y más tarde empezaron a impartir justicia, actuando como poderes locales.8
Las rondas se reactivaron en Cajamarca, norte del Perú, contra el proyecto minero aurífero Conga, para evitar la contaminación de sus fuentes de agua de las que depende la agricultura familiar. Decidieron nombrarse Guardianes de las Lagunas porque acampan a 4000 metros de altura, en zonas inhóspitas, donde vive muy poca gente, para vigilar, para ser testigos y resistir la presencia de las multinacionales
Policía Comunitaria de Guerrero, México
La Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC) nace en 1995 en contextos indígenas para defenderse de la criminalidad. La conforman inicialmente 28 comunidades, que consiguen reducir los índices delictivos en un 90 al 95 %.
Al principio, entregaban a los delincuentes al Ministerio Público, pero al ver que eran liberados en horas, una asamblea regional decidió en 1998 crear las Casas de Justicia, donde el acusado puede defenderse en su lengua, sin pagar abogados ni multas, ya que la justicia comunitaria busca la “reeducación” del condenado y en el juicio se busca llegar a acuerdos y conciliar las partes, involucrando a familiares y autoridades de las comunidades.
La “reeducación” del culpable consiste en trabajar sirviendo a la comunidad, porque esta justicia no tiene carácter punitivo, sino que busca la transformación del individuo bajo supervisión y seguimiento de las comunidades. La máxima autoridad de la CRAC-PC es la asamblea abierta en las localidades pertenecientes a la Policía Comunitaria. Las asambleas “nombran los coordinadores y comandantes, así como pueden destituirlos si son acusados de no cumplir con su deber; además, se toman decisiones relacionadas con la impartición de justicia en casos difíciles y delicados, o con asuntos importantes que atañen a la organización”.9 La CRAC-PC nunca ha generado una estructura de mando vertical y centralizada, mostrando que funcionan como poderes diferentes a los estatales que nombramos como autoridades comunitarias.
A partir de 2011 la experiencia de la Policía Comunitaria se expandió notablemente en el estado de Guerrero y en el conjunto del país, al profundizarse la violencia estatal y del narcotráfico contra los pueblos y la deslegitimación de los aparatos estatales. En 2013 se produce un enorme salto que hizo que los grupos de autodefensa estuvieran presentes en 46 de los 81 municipios de Guerrero y que involucraran a unos 20 000 ciudadanos armados.
Deben señalarse las diferencias entre policías comunitarias y autodefensas. Estas últimas son grupos de ciudadanos que se arman para defenderse de la delincuencia, pero a diferencia de las primeras, sus miembros no son nombrados por sus pueblos ni les rinden cuentas de sus acciones, carecen de reglamentos y principios de funcionamiento. Sin embargo, su notable expansión se debe al crecimiento de las autodefensas indígenas impulsadas por el levantamiento zapatista de 1994 y reconocidas por el Manifiesto de Ostula de 2009, aprobado por pueblos y comunidades indígenas de nueve estados en la 25ª asamblea del Congreso Nacional Indígena (CNI), que reivindicó el derecho a la autodefensa.10
Fogatas de Cherán, México
Cherán es una pequeña ciudad de 15 000 habitantes en el estado de Michoacán, cuya población son mayoritariamente indígenas purépechas. El 15 de abril de 2011 la población se levantó contra los talamontes, por la defensa de sus bosques de uso común, la vida y la seguridad comunitaria, frente al crimen organizado protegido por el poder político. A partir de ese momento, la población se autogobierna a través de las 179 fogatas instaladas en los cuatro barrios que forman la ciudad, que son el núcleo del contrapoder indígena
La población elige por el sistema de “usos y costumbres” un Concejo Mayor, que es la principal autoridad reconocida municipal, incluso por las instituciones estatales. No se realizan más elecciones con partidos, sino que son las asambleas las que eligen a los gobernantes. Las fogatas son extensión de la cocina en las barricadas comunitarias, se convirtieron en un espacio de convivencia entre vecinos, de intercambio y de discusión, en donde “se incluyen activamente lxs niñxs, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos”, y donde se toman todas las decisiones.11
La imagen del poder comunal en Cherán es un conjunto de círculos concéntricos. En la parte exterior figuran los cuatro barrios y, en el centro, la Asamblea Comunal respaldada por el Concejo Mayor del Gobierno Comunal, integrado por doce representantes, tres de cada barrio. Luego aparecen el Concejo Operativo y la Tesorería Comunal, conformando el primer círculo alrededor del centro/asamblea. Alrededor hay seis consejos más, de administración, bienes comunales, programas sociales, económicos y culturales, de justicia, de los asuntos civiles y el consejo coordinador de barrios. Como dicen en Cherán, se trata de una estructura de gobierno circular, horizontal y articulada.12
Comunidad Habitacional Acapatzingo, México
La Comunidad Habitacional Acapatzingo está integrada por 600 familias en la zona sur de la Ciudad de México (de 23 millones de habitantes) y pertenece a la Organización Popular Francisco Villa de la Izquierda Independiente. Es el barrio popular más consolidado del México urbano, con criterios de autonomía y autoorganización. La base de la organización son las brigadas formadas por 25 familias. Cada brigada nombra responsables para las comisiones, que en general son cuatro: prensa, cultura, vigilancia y mantenimiento. Sus integrantes son rotativos y nombran representantes para el consejo general de todo el asentamiento, donde confluyen representantes de todas las brigadas.
Cuando se presenta un conflicto interviene la brigada, aunque sea un problema intrafamiliar, y dependiendo de la gravedad puede pedirse la intervención de la comisión de vigilancia y hasta del consejo general. Cada brigada se encarga una vez por mes de la seguridad del predio, pero el concepto de vigilancia no es el tradicional (control), ya que gira en torno a la autoprotección de la comunidad y su trabajo principal consiste en la educación de los pobladores.13
La comisión de vigilancia tiene también el papel de marcar y delimitar el adentro y el afuera, quién puede entrar y quién no debe hacerlo. Este es un aspecto central de la autonomía, quizá el más importante. Cuando se produce una agresión en el hogar, los niños salen a la calle haciendo sonar el silbato, mecanismo que la comunidad utiliza ante cualquier emergencia. El ambiente interior es apacible, a tal punto que es común ver a los niños jugando solos con total tranquilidad en un espacio seguro y protegido por la comunidad, algo impensable en la violenta Ciudad de México.
Del Sur Global al Norte Global
Este ensayo se centra en América Latina, pero las experiencias que se presentan no son exclusivas del Sur Global. Desde la crisis financiera de 2008, se ha vivido una territorialización de algunas resistencias y proyectos colectivos, en particular en Grecia, Italia y el Estado español.
La Azienda Mondeggi, cerca de la ciudad italiana de Florencia, ha sido recuperada por decenas de jóvenes, que producen vino, aceite de oliva y miel, entre otros productos, viven de forma colectiva y consiguieron recuperar decenas de hectáreas para convertirlas en “bienes comunes”.14 Otra notable experiencia colectiva territorial es la resistencia al tren de alta velocidad en el norte de Italia, el movimiento 'No TAV' en el valle de Susa.15 En Vitoria, en el Estado español, los jóvenes de movimientos populares han recuperado todo un barrio (Errekaleor),16 que defienden de la especulación inmobiliaria.
En los tres países europeos existen también fábricas recuperadas, cientos de centros sociales y culturales y, en algunas ciudades españolas, como Salamanca o Valencia, se han abierto huertas semiurbanas en donde trabajan los desocupados para asegurarse alimentos e ingresos mínimos. Algunas de estas experiencias son de carácter colectivo, vinculadas a movimientos sociales.17 A medida que las ciudades del Norte están siendo remodeladas por la especulación inmobiliaria, jóvenes y mujeres que solo tienen acceso a puestos de trabajo de baja calidad tienden a abrir espacios de diversos tipos, desde huertas hasta colectivos culturales y de comunicación alternativa, como forma de mantener en pie relaciones sociales de camaradería y solidaridad.
Poder, contrapoder y poderes no estatales
En un sentido muy general, podemos asegurar que los movimientos sociales son contrapoderes que buscan equilibrar o contrapesar a los grandes poderes globales (empresas multinacionales) y también a los Estados nacionales, que suelen trabajar juntos. A menudo, esos contrapoderes actúan de modo simétrico al poder estatal, estableciendo jerarquías muy similares, aunque estén ocupadas por personas de otros sectores sociales, de otras etnias y colores de piel, de otros géneros y generaciones.
El concepto de contrapoder nos remite a un poder que busca desplazar al poder existente y que se constituye de modo muy similar al poder estatal, tal como lo conocemos y padecemos, por lo menos en las sociedades occidentales. No se trata de entrar en un debate teórico sobre poder, contrapoder o antipoder, tesis que defienden Toni Negri y John Holloway, respectivamente.18
Creo que el gran problema de estas propuestas es que ignoran la realidad latinoamericana, donde los movimientos sociales no se cuentan por individuos sino por familias (cuando vas a una comunidad indígena, a un campamento de campesinos sin tierra o de desocupados sin techo, siempre te dicen “somos tantas familias”). Esto nos remite siempre a la comunidad, pero no a una comunidad esencialista, comunidad-institución, sino a relaciones fuertes y directas, cara a cara, entre personas que tienen estrechas relaciones en la vida cotidiana.
En las propuestas de las izquierdas que apuestan por el “contrapoder”, late la tentación de convertirse en nuevo poder, construido a imagen y semejanza del Estado-nación. El ejemplo histórico serían los soviets de Rusia o los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en Cuba, que con el tiempo se convirtieron en parte del aparato estatal, se subordinaron al Estado y formaron parte de su institucionalidad.
En la realidad de las comunidades que resisten –de ahí el extenso relato sobre las experiencias concretas–, los poderes construidos (ya sean formas de autodefensa o formas de ejercer el poder) tienen una base completamente diferente a la que predomina en las grandes revoluciones o en los movimientos sociales. En la cultura política hegemónica, la imagen de la pirámide que inspira el Estado y la iglesia católica, se repite constantemente en los partidos y en los sindicatos, con una regularidad asombrosa. El control del poder pasa por ocupar el punto más alto de esa pirámide y toda la acción política pone las energías colectivas en esa dirección.
Existen, empero, otras tradiciones bien distintas, en las cuales toda la energía de la comunidad está puesta en evitar que los dirigentes tengan poder, o sea, que se aproximen a un poder de tipo estatal, como señala el antropólogo francés Pierre Clastres.19 La comunidad es un poder, incluye relaciones de poder, pero tiene otro carácter al del poder estatal. Los concejos de ancianos, los cargos elegidos y rotativos, son poderes transparentes permanentemente controlados por el colectivo para que no se autonomicen, no se separen y puedan ejercer un poder sobre la comunidad, que es lo que caracteriza al Estado con sus burocracias no elegibles, separadas de la sociedad y colocadas por encima de ella.
Al nombrar este tipo de poderes debemos diferenciarlos de las otras formas de ejercer el poder y, por eso, propongo denominarlos poderes no estatales. Quizá el caso más conocido sean las Juntas de Buen Gobierno existentes en las cinco regiones zapatistas, que funcionan en los cinco caracoles. Las Juntas están integradas mitad por varones y mitad por mujeres. Son elegidas entre los cientos de miembros de los municipios autónomos. Todo el equipo de gobierno (24 personas en algunos caracoles) cambia una vez cada ocho días.
Este sistema de rotación, como dicen las propias bases de apoyo zapatistas, permite que, al cabo de cierto tiempo, todos aprendan a gobernar. La rotación se registra en los tres niveles del autogobierno zapatista: en cada comunidad entre las personas que la integran, en cada municipio autónomo por los delegados electos, revocables y rotativos, y en cada región con la Junta de Buen Gobierno. Son más de mil comunidades, 29 municipios autónomos y unas 300 000 personas que se gobiernan de este modo.
Dos cuestiones son destacables. La primera es que es el único caso en toda América Latina en el cual la autonomía y el autogobierno se expresan en tres niveles con la misma lógica asamblearia y rotativa que en la comunidad. De los 570 municipios con que cuenta el estado de Oaxaca, 417 se rigen por un sistema normativo interno, conocido como “usos y costumbres”, que les permite elegir sus autoridades de forma tradicional, en asamblea y sin partidos políticos. Pero ni siquiera en este caso tan extendido de autogobierno se logró superar el nivel municipal.
La segunda característica de la autonomía zapatista es que no produce burocracias, porque la rotación las dispersa, evita que se congele un cuerpo especializado y separado. Algo similar sucede en Cherán, entre la Guardia Indígena de Colombia y los Guardianes de las Lagunas en Perú. Sin embargo, en el caso colombiano, existen los cabildos que gobiernan un territorio o resguardo, que serían algo similar a las regiones zapatistas. Sin embargo, la injerencia del Estado a través de planes de educación y salud, y sobre todo a través de la financiación estatal de los cabildos, los ha llevado a burocratizarse, aunque existen contratendencias importantes, como la Guardia Indígena, que es el corazón del poder de la etnia nasa.
La importancia de los poderes no estatales, entre los que incluyo las diversas formas de autodefensa señaladas, radica en que actualmente los movimientos sociales latinoamericanos tienen una doble y compleja dinámica. Por un lado, interactúan con el Estado y sus instituciones, como han hecho todos los movimientos en la historia. Se trata de un vínculo complejo y cambiante, según países y realidades políticas. Resisten al Estado y a las grandes empresas, les plantean demandas y exigencias, negocian y, en muchas ocasiones, obtienen recursos y demandas formuladas en las plataformas de reivindicaciones. Es la típica acción del movimiento sindical, y de la inmensa mayoría de los movimientos.
La segunda forma de acción es más reciente y apareció con fuerza en las últimas décadas, sobre todo en América Latina. Junto al vínculo con el Estado, los movimientos crean espacios y territorios propios, ya sea recuperando tierras que les habían sido expropiadas, ocupando tierras ociosas de propietarios privados o de instituciones oficiales, en las más diversas áreas rurales y urbanas. Alrededor del 70 % de la superficie de las ciudades latinoamericanas han sido “tomas” en las que los migrantes rurales construyen sus viviendas, sus barrios y las infraestructuras sociales como escuelas, centros de salud y deportivos.
Muchos de esos espacios, ocupados ilegalmente, son legalizados por las instituciones que les ofrecen además servicios colectivos. Pero otros muchos son reprimidos o sus integrantes tienen una intencionalidad diferente consistente en crear otras formas de vida, o “mundos otros”, en el lenguaje zapatista. Se convierten en “territorios en resistencia” que, en algunos casos, se mueven hacia “territorios de emancipación”, allí donde las mujeres y los jóvenes juegan un papel destacado en la configuración de lo nuevo.
Lo que resulta evidente es que el sistema empuja a millones de personas a crear sus propios espacios y territorios para poder sobrevivir, porque no tienen vivienda, están desocupados o sufren alguna forma de marginación. En esos espacios buscan construir la salud y la educación que el sistema les niega, ya sea porque es de mala calidad o porque los servicios están muy lejanos y son de difícil acceso. En los 5000 asentamientos rurales del MST de Brasil, hay 1500 escuelas con maestras nacidas en las comunidades y formadas en el magisterio estatal.
Todas esas construcciones necesitan ser defendidas. No estamos ante situaciones excepcionales. Estos días 30 000 personas (8000 familias) acampan desde el 2 de septiembre en una zona urbana de la ciudad São Bernardo do Campo, en São Paulo: la ocupación Pueblo Sin Miedo orientada por el MTST.
Necesitan agua, comida y servicios higiénicos todos los días. Pero también necesitan defender el espacio (varios vecinos dispararon armas de fuego contra los ocupantes), crear una forma para tomar las decisiones y de resolver los problemas diarios. Establecieron un reglamento interno para garantizar la seguridad y el trabajo en equipos.20
Eso los llevó a crear una coordinación interna, a elegir a sus miembros y a sostenerlos todos los días, durante meses. Es un embrión de contrapoder o de poder no estatal. Los caminos no están prefijados, cada experiencia concreta toma los rumbos que puede o que sus integrantes definen.
12. Concejo Mayor de Gobierno Comunal de Cherán (2017) Cherán K ´eri. 5 años de autonomía. Cherán.
13. Pineda, C. (2013) 'Acapatazingo: construyendo comunidad urbana', Contrapunto, 3 (10): 49-61.
14. Botazzo, R. (16 de octubre de 2016) 'La fattoria senza padroni'. (consultado el 22 de diciembre de 2017).
15. Revelli, M. y Pepino, L. (2012) Non solo un treno - La democrazia alla prova della Val Susa. Torino: Edizioni Gruppo Abele.
16. Zibechi, R. (2 de mayo de 2016) 'Dos continentes, una misma lucha'. En https://desinformemonos.org/dos-continentes-una-misma-lucha/ (consultado el 22 de diciembre de 2017).
17. Bellón, F. (15 de agosto de 2015) 'Los yayo-okupas de huertos urbanos en Valencia'. En http://agroicultura.com/general/los-yayo-okupas-de-huertos-urbanos-en-valencia/ (consultado el 22 de diciembre de 2017).
18. Negri, T. (2001) 'Contrapoder', en Contrapoder. Una introducción. Buenos Aires: Ediciones de Mano en Mano y Holloway, J. (2001) 'Doce tesis sobre el anti-poder', en Contrapoder. Una introducción. Buenos Aires: Ediciones de Mano en Mano.
19. Zibechi, R. (2010) Dispersing Power. Social Movements as Anti-State Forces. Oakland: AK Press: 66.
Raúl Zibechi es periodista, escritor e investigador, vinculado con los movimientos sociales en América Latina. Como educador popular, dinamiza talleres con diversos grupos sociales, en especial en las periferias urbanas y con campesinos. Ha publicado 18 libros, entre los que cabría destacar No secarán la tierra (Grito Manso, 2017), Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo (Desdeabajo, 2016) y Preservar y compartir. Bienes comunes y movimientos sociales (Mardulce, 2013). Es columnista habitual en La Jornada (México), Gara (Estado español) y otros medios alternativos.
Cuidar el medio ambiente o la Madre Tierra es cosa de mujeres, según un reciente estudio de la revista de divulgación Scientific American publicado a fines de diciembre, donde se destaca que las mujeres han superado a los hombres en el campo de la acción ambiental; en todos los grupos de edad y países(goo.gl/yW6U3v).
El artículo titulado Los hombres resisten el comportamiento verde como poco masculino, llega a esa conclusión luego de haber realizado una amplia encuesta entre 2 mil hombres y mujeres estadunidenses y chinos. El estudio afirma que para los varones actitudes tan elementales como utilizar bolsas de lona para hacer las compras en vez de las de plástico es considerado poco masculino.
El trabajo está enfocado en el marketing, con el objetivo de conseguir que los varones se sientan masculinos aún comprando artículos verdes, con lo que llega a conclusiones penosas como que los hombres que se sienten seguros en su hombría se sienten más cómodos comprando verde.
Sin embargo, consigue rastrear algunos comportamientos que permiten ir algo más allá, en el sentido de comprender cómo el patriarcado es una de las principales causas del deterioro ambiental del planeta. Donald Trump no es una excepción, al negar el cambio climático y alentar actitudes destructivas, desde las guerras hasta el consumismo.
Propongo tres miradas que pueden ser complementarias y que afectan al mundo de los varones, no para que adoptemos actitudes políticamente correctas (con sus dosis de cinismo y doble discurso), sino para aportar al proceso de emancipación colectiva de los pueblos.
La primera se relaciona con el capitalismo de guerra o acumulación por despojo/cuarta guerra mundial que sufrimos actualmente. Este viraje del sistema, que se ha acelerado en la última década, no sólo provoca más guerras y violencias sino un profundo cambio cultural: la proliferación de los machos alfa, desde los mandamases de los grandes y poderosos estados, hasta los machos altaneros de las barriadas que pretenden marcar sus territorios y, por supuesto, a sus dominados y, sobre todo, dominadas.
Sacar músculo geopolítico permite posicionarse en este periodo de decadencia del imperio hegemónico. Que se complementa con la aparición de infinidad de machitos alfa en los territorios de los sectores populares, donde narcos y paramilitares pretenden sustituir al cura, al comisario y al padre de familia en el control de la vida cotidiana de los de abajo.
La segunda mirada viene insinuada en el estudio citado, cuando concluye que las mujeres tienden a vivir un estilo de vida más ecológico, ya que desperdician menos, reciclan más y dejan una huella de carbono más pequeña (goo.gl/yW6U3v).
Esto se relaciona directamente con la reproducción, que es el punto ciego de las revoluciones, empeñadas en un productivismo a ultranza para, supuestamente, sobrepasar a los países capitalistas. La producción fabril y el obrero industrial han sido piezas centrales en la construcción del mundo nuevo, desde Marx en adelante. En paralelo, la reproducción y el papel de las mujeres han sido siempre desconsiderados.
No podemos combatir el capitalismo ni el patriarcado, ni cuidar del medio ambiente ni de nuestros hijos e hijas, sin instalarnos en la reproducción que es, precisamente, el cuidado de la vida. Entiendo que la reproducción puede ser también cuestión de varones, pero eso requiere una política explícita en esa dirección, como señalan las comandantas que convocan el encuentro de mujeres en el caracol Morelia.
Como dice el comunicado de convocatoria del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de las Mujeres que Luchan, los varones zapatistas se encargarán de la cocina y de limpiar y de lo que se necesite(goo.gl/MeFoUU).
¿Acaso esas tareas son menos revolucionarias que estar parado en un templete bajando línea (como decimos en el sur)? Nos dan menos visibilidad, pero son las tareas oscuras que hacen posible las grandes acciones. Para involucrarnos en la reproducción, los varones necesitamos un fuerte ejercicio para limitar nuestro ego, más aún si se trata de un ego revolucionario.
La tercera es quizá la más importante: ¿qué podemos aprender los varones heterosexuales y de izquierda de los movimientos feministas y de mujeres?
Lo primero sería reconocer que las mujeres avanzaron mucho más que nosotros en las últimas décadas. O sea, ser un poco más humildes, escuchar, preguntar, aprender a hacernos a un lado, a guardar silencio para que se escuchen otras voces. Una de las cuestiones que podemos aprender es cómo ellas se han puesto de pie sin vanguardias ni aparatos jerárquicos, sin comités centrales y sin necesidad de ocupar el gobierno estatal.
¿Cómo lo hicieron? Pues organizándose entre ellas, entre iguales. Trabajando al patriarca interior: al padre, al dirigente bien hablado, al caudillo. Esto es bien interesante, porque las mujeres que luchan no están reproduciendo los mismos roles que combaten, ya que no se trata de sustituir un opresor por una opresora, ni un opresor de derecha por un opresor de izquierda. Por eso digo que avanzaron mucho.
La segunda cuestión que podemos aprender es que la política, en grande, en escenarios bien iluminados y mediáticos, con programas, estrategias y discursos grandilocuentes, no es más que la reproducción del sistema dominante. Ellas han politizado la vida cotidiana, el cocinar, la cocina, el cuidar a los hijos e hijas, las artes de tejer y de sanar, entre tantas otras. Creer que todo esto es poco importante, que existen jerarquías entre unas y otras dimensiones, es similar a seguir buscando machos alfa que nos emancipen.
Seguramente hay muchas otras cuestiones que podemos aprender de los movimientos de mujeres, que ignoro o que aún debemos descubrir. Lo que importa no es tener la respuesta ya preparada, sino tallarnos en sencillez y humildad para aprender de este maravilloso movimiento de mujeres que está cambiando el mundo.
El periodista uruguayo explica la situación creada en torno a la deuda Argentina a raíz de la sentencia del juez Thomas Griesa a favor de los fondos buitre, haciendo un repaso de la evolución de la deuda de ese país durante los cuarenta años previos a la suspensión de pagos de 2001. La situación actual, «corolario de ese saqueo», parte de la dictadura, con el apoyo de EEUU y la banca internacional, asegura.
2014/08/02
Se puede trazar una línea roja entre la especulación financiera (incluyendo, claro, el petróleo) y las guerras, los golpes de estado y las dictaduras. La dramática situación por la que atraviesan los escenarios más críticos del mundo –desde la destrucción de Siria y la guerra contra los niños en la Franja de Gaza hasta la escalada de conflictos en Ucrania– tienen un común denominador: desestabilizar, generar caos y corrupción para hacerse con gigantescas ganancias, que pueden ser reservas de gas, petróleo o minerales.
El caso de Argentina se despeja con una sencilla revisión cronológica de su deuda. En 1976 la deuda era de 8.200 millones de dólares, a razón de 320 dólares por cada argentino. En 1983 llegó a 43.500 millones de dólares. En 1996, trepaba a 96.000 millones y en 2001, cuando se declara la cesación de pagos, llega a 144.000 millones, a razón de casi 4.000 dólares por habitante.
Lo que sucedió en estos cuarenta años explica la situación actual. La deuda estalló en el breve período 1976-1981, el período más duro de la dictadura militar, bajo el gobierno de Jorge Rafael Videla. Se multiplicó por cinco en siete años. La política económica de la dictadura es explicada por Eric Toussaint, en su libro “Deuda externa en el Tercer Mundo: las finanzas contra los pueblos”.
Para obtener préstamos de los bancos privados, el Gobierno exigía que las empresas públicas se endeudaran. Un caso paradigmático fue el de la petrolera estatal YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), una empresa exitosa cuya deuda en 1976 era de 372 millones y contaba con recursos suficientes para financiar su desarrollo. Siete años después su deuda alcanzaba 6.000 millones de dólares. Pero lo peor es que la mayor parte del dinero no llegó a la caja de la empresa; quedó en manos de los militares. La gestión fue tan desastrosa que en 1982 todo el activo de la empresa estaba prendado por deudas.
Las reservas del Estado argentino «no eran administradas ni controladas por el Banco Central», escribe Toussaint, sino que los empréstitos contratados con los bancos del Norte «eran inmediatamente recolocados como depósitos en esos mismos bancos o en otros bancos competidores». Más del 80% de las reservas obtenidas por los préstamos fueron colocadas en bancos fuera del país, a intereses menores que los que se pagaban por la deuda. De ese modo, se obtenían recursos para financiar importaciones y comprar armas, al precio de desangrar al país e hipotecar su futuro.
Dos datos más para cerrar este triste capítulo. Al finalizar la dictadura, el Banco Central declaró que no tenía registro de la deuda externa pública, lo que llevó a que las autoridades «tuvieran que basarse en las declaraciones de los acreedores extranjeros y en los contratos firmados por los miembros de la dictadura», aunque no hubieran pasado por el control del Banco Estatal. Lo segundo es que el Estado asumió la deuda de las filiales argentinas de las multinacionales, entre ellas Renault, Ford, IBM, Bank of America, Deutsche Bank, y otras.
La destrucción del patrimonio argentino y su endeudamiento fueron posibles por el terrorismo de Estado, los 30 mil desaparecidos y la brutal represión instalada por los militares. El régimen no se hubiera sostenido sin el apoyo de los Estados Unidos y de la banca internacional. Lo que vino después, fue consecuencia de este breve y brutal saqueo. Bajo el gobierno de Caros Menem se privatizó YPF con una pérdida de 60.000 millones de dólares, porque el gobierno encargó al banco estadounidense Merril Lynch la evaluación del precio de la empresa, para lo que redujo deliberadamente en un 30% las reservas de crudo disponibles.
La privatización de Aerolíneas Argentinas fue más grotesca aún. Los Boeing 707, que siguieron volando en la empresa privatizada, se cotizaron a 1,54 dólares cada uno, precio de chatarra para aviones que todavía tenían vida útil. Todo lo anterior, que parece ciencia ficción, viene detallado en el libro de Toussaint (Editorial Nueva Sociedad, México, 1998, pp. 189-195), así como en otros trabajos.
Lo que está sucediendo ahora es el corolario de este saqueo. En 2005 y 2010 el 92,4% de los tenedores de títulos entraron en el canje de deuda que están cobrando sin contratiempos. Pero el 7% restante fueron comprados por los fondos buitres, que ahora presionan a través de la justicia estadounidense. Si el Gobierno argentino les pagara, los que entraron en el canje deberían recibir el mismo beneficio, lo que tendría un costo que podría llegar a los 500.000 millones de dólares, más que el PIB del país.
Sin embargo, los buitres del sistema financiero son apenas una parte del problema. La otra está en la región, que no acierta a sentar las bases de una nueva arquitectura financiera. Hasta los grandes empresarios brasileños están exigiendo que el Gobierno se involucre. El presidente del Consejo de Comercio Exterior de la poderosa Federación de Industrias de São Paulo, dijo que «así como Estados Unidos ayudaron a México en 1995», durante la crisis de la deuda, «Brasil debe jugar un papel de mediador en esta situación». La industria brasileña depende, en gran medida, de sus exportaciones hacia Argentina, donde coloca el 20% de las ventas del sector.
Recientemente los países latinoamericanos se pronunciaron a favor de Argentina, a través de la OEA, la Unasur y el Mercosur. En la reunión de los BRICS en Fortaleza, Brasil, los países sudamericanos marcaron su posición junto a los emergentes, lo que fue un gesto interesante si no queda en retórica. Sin embargo, como señala Carlos Lessa, expresidente del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil durante el primer gobierno de Lula, los países de la región están lejos de tener un proyecto nacional.
«Existen muchos países en la globalización que persiguen proyectos nacionales. El ejemplo principal es China, pero de cierto modo India y Rusia también tienen proyectos nacionales, en tanto Brasil no lo tiene» (IHU Online, 28 de julio de 2014). Ese es el punto. La falta de proyecto afecta a todos los países sudamericanos, incluso a Brasil, que lo tiene en los papeles pero no es consecuente con la hora de ponerlo en práctica.
Los países integrados en la Alianza del Pacífico (Colombia, Perú y Chile) juegan a favor de la hegemonía estadounidense. Los del Mercosur tienen todas las condiciones para avanzar, pero los grandes proyectos fueron, o bien olvidados, como el Gasoducto del Sur, o están estancados, como el Banco del Sur. Los cinco países del Mercosur, más Bolivia y Ecuador, tienen la suficiente fuerza como para neutralizar a la Alianza del Pacífico. Falta voluntad y bastante coraje político.
Este es un momento de inflexión. Hasta el conservador empresariado industrial brasileño, por instinto de supervivencia, estaría de acuerdo en acelerar la integración. En los papeles figura incluso la posibilidad de crear una moneda regional, digamos un euro sudamericano. Es cierto que cualquier paso en la dirección de salirse de la hegemonía del dólar implica la posibilidad de que la superpotencia comience maniobras desestabilizadoras, como hace en Venezuela.
Nada que no pueda enfrentarse si se tienen claros los objetivos. El principal obstáculo, pienso en las elites que gobiernan Brasil, Argentina y Uruguay, es que romper con Washington implica asumir costos políticos (como la desestabilización) que sólo pueden afrontarse apelando a la movilización popular. Es posible que el temor a la calle haga retroceder a estos gobiernos, como sucede en Brasil desde las manifestaciones de junio de 2013.
En un libro clásico y monumental, Theda Skocpol analiza las tres grandes revoluciones (francesa, rusa y china) desde una mirada centrada en los estados, su desintegración y la reconstrucción posrevolucionaria. En Los estados y las revoluciones sociales (Fondo de Cultura Económica, 1984), pone bajo la lupa cómo los procesos revolucionarios afectaron y modificaron las instituciones. Para quienes nos formamos en Marx, llega a conclusiones incómodas.
Luego de la comparación minuciosa de los tres procesos, concluye que el estado ha sido central en todos, pero que los cambios estatales no pueden explicarse en función de los conflictos de clase. Destaca el poder autónomo de los Estados, no reductible a ninguna de las clases sociales, aunque tampoco neutral respecto a ellas.
El aspecto más actual de su análisis estriba en tres conclusiones que destila al final de su trabajo. La primera es que las revoluciones no se producen por actividades deliberadas de las vanguardias; cita en su apoyo al militante antiesclavista Wendell Phillips: Las revoluciones no se hacen, ellas solas vienen (p. 41).
La segunda es que la desintegración de los estados del antiguo régimen activó la espoleta del conflicto social que se tradujo en la expropiación de las clases dominantes. La irrupción de los de abajo fue decisiva para modificar las relaciones entre las clases, evitar el triunfo de la contrarrevolución y neutralizar las estabilizaciones liberales.
La tercera es que de las tres revoluciones surgieron estados más centralizados, burocráticos y autónomamente poderosos en el interior y en el exterior (p. 441). En el interior, los campesinos y los obreros quedaron más directamente incorporados a la política nacional y a los proyectos apoyados por el Estado.
El análisis histórico es inobjetable, realista y contundente. Otra cosa es que resulte agradable, para quienes seguimos pensando que el Estado es una maquinaria opresiva y aspiramos –siguiendo a Marx y a Lenin– a su extinción.
Lo que no señala la autora es que las fuerzas antisistémicas estaban dispuestas de modo jerárquico, con una distribución del poder interno que era calco y copia de las instituciones estatales, y llevaban el saber desde fuera a los sujetos rebeldes. Tampoco señala que los estados nacidos de las revoluciones se convirtieron con el tiempo en maquinarias de dominación, muy similares a las que sustituyeron, al punto de que se pudo comparar el régimen de Stalin con el de Pedro el Grande, y a los funcionarios comunistas chinos con los mandarines imperiales.
El último ciclo de luchas en la región sudamericana parece confirmar la tesis de Scokpol: los estados fueron debilitados por las privatizaciones neoliberales, lo que disparó el conflicto social que llevó al gobierno a fuerzas progresistas que cerraron el ciclo con el fortalecimiento de los estados. En paralelo, los nuevos movimientos cumplieron su ciclo histórico: nacieron en la etapa final de las dictaduras, crecieron bajo el neoliberalismo, se institucionalizaron y entraron en lento declive.
Sin embargo, los movimientos que protagonizaron este ciclo eran distintos de aquellos que los precedieron, cuyo molde y modelo fueron los sindicatos tradicionales. No todos se plegaron a los nuevos modos de gobernar y algunos siguen caminos propios, mostrando que la historia no es un camino delineado por las lógicas estructurales. Aunque no pudieron romper completamente con las viejas culturas políticas estadocéntricas, fueron más lejos que la camada de movimientos anteriores y dejaron huellas potentes que siguen siendo referencias.
En los últimos años está naciendo una nueva camada de movimientos que se diferencian no sólo de los viejos, sino también de los nuevos. En varias ocasiones hemos mencionado al Movimiento Passe Livre (MPL), de Brasil, y a la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), de Chile. No son los únicos, aunque quizá sean los más conocidos. El movimiento contra la minería en Perú puede ser incluido en esta camada, así como el Movimiento Popular La Dignidad, de Argentina, y otros que no hay espacio para mencionar.
Algunos han nacido tiempo atrás, como el MPL, con características novedosas, tanto por su cultura política (autonomía, horizontalidad, federalismo, consenso, apartidismo) como por las formas de acción que emplea. Otros movimientos se han reinventado o refundado en procesos de resistencia. Los Guardianes de las Lagunas peruanos nacieron a partir de las Rondas Campesinas, organizaciones comunales de defensa creadas en los setenta.
Entre los nuevos y los más recientes, los nuevos-nuevos, existe una notable diferencia de cultura política: no se referencian en el Estado, con el que pueden mantener diálogos y negociaciones, ni reproducen en su interior las formas jerárquico-patriarcales. Los Guardianes de las Lagunas se inspiran en las comunidades andinas; los estudiantes chilenos y los jóvenes brasileños en sus formas de vida cotidiana en las periferias urbanas, en sus grupos de sociabilidad y afinidad, en el hip-hop, en las diversas culturas juveniles en resistencia.
No han formado estructuras-aparatos, ni han entronizado dirigentes permanentes por encima de los colectivos. Son movimientos que nacieron después de las dictaduras (los nuevos nacieron contra el autoritarismo) y reciben la influencia de dos movimientos que emergieron en el continente en las últimas décadas: el feminista y el indígena.
Se nutren de sus variantes más antisistémicas: los feminismos campesinos y populares, los feminismos comunitarios e indígenas; comparten con un sector del movimiento indio su vocación autonómica, su aspiración a cambiar el mundo por fuera del Estado y a crear instituciones posestatales, como las Juntas de Buen Gobierno. Se organizan para construir un mundo nuevo, no para incrustarse en las instituciones. Encarnan la posibilidad concreta de que florezca una nueva cultura política que trabaje para que los cambios vengan de abajo.
El aumento en el precio del transporte fue la brecha por la que se coló el profundo descontento que vive la sociedad brasileña. En apenas dos semanas las movilizaciones se multiplicaron: de 5 mil los primeros días a más de un millón en cien ciudades. La desigualdad, la falta de participación y la represión son los grandes temas.
Los abucheos y rechiflas dieron la vuelta al mundo. Dilma Rousseff no se inmutó, pero sus facciones denotaban incomodidad. Joseph Blatter sintió la reprobación como algo personal y se despachó con una crítica a la afición brasileña por su falta de fair play. Que la presidenta de Brasil y el mandamás de la FIFA, una de las instituciones más corruptas del mundo, fueran desairados por decenas de miles de aficionados de clase media y media alta, porque los sectores populares ya no pueden acceder a estos espectáculos, refleja el hondo malestar que atraviesa a la sociedad brasileña.
Lo sucedido en el estadio Mané Garrincha de Brasilia saltó a las calles, amplificado, el lunes 17, cuando más de 200 mil personas se manifestaron en nueve ciudades, en particular jóvenes afectados por la carestía y la desigualdad, que se plasma en los elevados precios de servicios de baja calidad, mientras las grandes constructoras amasan fortunas en obras para los megaeventos a cargo del presupuesto estatal.
Todo comenzó con algo muy pequeño, como sucede en las grandes revueltas del siglo XXI. Un modesto aumento del transporte urbano de apenas 20 centavos (de 3 a 3.20 reales, dos pesos uruguayos). Primero fueron pequeñas manifestaciones de militantes del Movimiento Pase Libre (MPL) y de los comités contra las obras del Mundial de 2014. La brutalidad policial hizo el resto, ya que consiguió amplificar la protesta convirtiéndola en la mayor oleada de movilizaciones desde el impeachment contra Fernando Collor de Melo, en 1992.
El viernes 7 de junio se realizó la primera manifestación en São Paulo contra el aumento del pasaje con poco más de mil manifestantes. El martes 11 fueron otros tantos, pero se quemaron dos autobuses. Las dos principales autoridades, el gobernador socialdemócrata Geraldo Alckmin, y el alcalde petista Fernando Haddad, se encontraban en París promoviendo un nuevo megaevento para la ciudad y tacharon a los manifestantes de “vándalos”.
El miércoles 12 una nueva manifestación se saldó con 80 autobuses atacados y ocho policías heridos. El jueves 13 los ánimos estaban caldeados: la policía reprimió brutalmente a los 5 mil manifestantes provocando más de 80 heridos, entre ellos varios periodistas de Folha de São Paulo. Un tsunami de indignación barrió el país que se tradujo, pocas horas después, en los abucheos contra Dilma y Blatter. Hasta los medios más conservadores debieron reflejar la brutalidad policial. La protesta contra el aumento del boleto convergió sin proponérselo con la protesta contra las millonarias obras de la Copa de las Confederaciones. Lo que parecían manifestaciones pequeñas, casi testimoniales, se convirtieron en una ola de insatisfacción que abarca todo el país.
Síntoma de la gravedad de los hechos es que el lunes 17, cuando se produjo la quinta movilización con más de 200 mil personas en una decena de capitales, los políticos más importantes del país, los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inacio Lula da Silva condenaron la represión. “Descalificarlos como vándalos es un grave error. Decir que son violentos no resuelve nada. Justificar la represión es inútil”, escribió Cardoso quien atribuyó las protestas al “desencanto de la juventud frente al futuro”.
Lula tuiteó algo similar: “La democracia no es un pacto de silencio, sino una sociedad en movimiento en busca de nuevas conquistas. La única certeza es que el movimiento social y las reivindicaciones no son cosa de la policía, sino de mesas de negociación. Tengo la certeza de que entre los manifestantes la mayoría están dispuestos a ayudar a construir una solución para el transporte urbano”. Además de desconcertar a las élites, los manifestantes consiguieron que se suspendieran los aumentos.
La sensación de injusticia
El transporte público en ciudades como São Paulo y Rio de Janeiro es uno de los más caros del mundo y su calidad es pésima. Un relevamiento del diario Folha de São Paulo analiza los precios del transporte público en las dos mayores ciudades del país respecto del tiempo de trabajo necesario para pagar un pasaje, en relación con el salario medio en cada ciudad. El resultado es catastrófico para los brasileños.
Mientras un habitante de Rio necesita trabajar 13 minutos para pagar un pasaje y un paulista 14 minutos, en Buenos Aires sólo se tiene que trabajar un minuto y medio, 10 veces menos. Pero la lista incluye las principales ciudades del mundo: en Pekín el pasaje equivale a 3 minutos y medio de trabajo; en París, Nueva y Madrid, seis minutos; en Tokio, nueve minutos, lo mismo que en Santiago de Chile. En Londres, una de las ciudades más caras del mundo, cada pasaje demanda 11 minutos de trabajo ( Folha de São Paulo, 17 de junio de 2013).
El periódico cita al ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, para ejemplificar lo que debería ser la democratización urbana: “La ciudad avanzada no es aquella en la que los pobres andan en auto, sino aquella en la que los ricos usan el transporte público”. En Brasil, concluye el diario, está sucediendo lo contrario.
En los últimos ocho años el transporte urbano en São Paulo se ha deteriorado según revela un informe de O Estado de São Paulo. La concesión vigente fue asignada durante la gestión de Marta Suplicy (PT) en 2004. El sistema de transporte colectivo creció de mil 600 a 2 mil 900 millones de pasajeros entre 2004 y 2012. Sin embargo, los autobuses en circulación descendieron de 14 mil 100 unidades a 13 mil 900. La conclusión es casi obvia: “Más gente está siendo transportada pagando un precio más caro en menos omnibus que hacen menos viajes” ( O Estado de São Paulo, 15 de junio de 2013). En cada unidad viaja 80 por ciento más de pasajeros.
Según la Secretaría Municipal de Trasportes de la ciudad, la mejora en la situación económica ha provocado un aumento de la cantidad de pasajeros pero, a su vez, los autobuses hacen menos viajes por el congestionamiento del tránsito, lo que inevitablemente “recae sobre los usuarios que sufren por la ineficiencia del sistema, con el aumento en el tiempo de los viajes”. Los costos también se han disparado por la ineficiencia que supone un mal aprovechamiento de la infraestructura.
Si a esto se suma el despilfarro que suponen las inversiones millonarias en las obras del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, con su secuela de traslados forzados de pobladores, puede comprenderse mejor el malestar reinante. Los seis estadios que se inauguraron en la Copa de las Confederaciones insumieron casi 2 mil millones de dólares. La remodelación de Maracaná superó 500 millones y otro tanto el Mané Garrincha, una obra monumental con 288 columnas que le confieren un aspecto de “coliseo romano moderno”, según el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke. Todo ese dinero público para recibir un partido durante la Copa y siete en el Mundial.
Son recintos de lujo construidos por media decena de grandes constructoras, algunas de las cuales se adjudicaron también la administración de estas arenas donde se realizarán espectáculos a los que muy pocos tendrán acceso. El costo final de todas las obras suele duplicar los presupuestos iniciales. Aún faltan seis estadios que están en obras, la remodelación de aeropuertos, autopistas y hoteles. El BNDES acaba de conceder un préstamo de 200 millones de dólares para la finalización del Itaquerão, el nuevo estadio del Corinthians, donde se jugará el primer partido del Mundial 2014.
Cansados de pan y circo
La Articulación Nacional de los Comités Populares de la Copa difundió un informe en el que señala que en las 12 ciudades que albergarán partidos del Mundial hay 250 mil personas en riesgo de ser desalojadas, sumando las amenazadas por realojos y las que viven en áreas disputadas para obras (BBC Brasil, 15 de junio de 2013). Hubo casos en que una vivienda fue demolida con un aviso previo de sólo 48 horas. Muchas familias realojadas se quejan de que fueron trasladadas a lugares muy distantes con indemnizaciones insuficientes para adquirir nuevas viviendas, de menos de cinco mil dólares en promedio.
Para completar este panorama, sólo para la Copa de las Confederaciones se dispuso un operativo militar que supuso la movilización de 23 mil elementos de las tres armas que incluye un centro de comando, control e inteligencia. El dispositivo moviliza 60 aviones y 500 vehículos. La disputa del Mundial 2014 ha obligado a Brasil a construir 12 estadios, 21 nuevas terminales aeroportuarias, siete pistas de aterrizaje y cinco terminales portuarias. El costo total para el Estado de todas las obras será de 15 mil millones de dólares.
Ante semejante despliegue de gastos para construir recintos de lujo resguardados con máxima seguridad, el Consejo Nacional de Iglesias Cristianas (CONIC) divulgó un comunicado en el que condena la brutalidad policial asegurando que lo sucedido el 13 de junio en São Paulo “nos remite a tiempos sombríos de la historia de nuestro país” (www.conic.org.br). El texto de las iglesias denuncia la falta de apertura al diálogo y asegura que “la cultura autoritaria sigue siendo una característica del Estado brasileño”.
Le recuerda al gobierno que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU acaba de hacer varias recomendaciones, entre ellas poner fin a la policía militar. La CONIC cree que la represión policial contra las manifestaciones es la misma de “los exterminios de jóvenes que suceden cotidianamente en las periferias de las ciudades”. Finaliza diciendo que los grandes eventos que sólo traerán más ganancias “al mercado financiero y a los mega conglomerados empresariales”. “No queremos sólo circo. Queremos también pan, fruto de la justicia social”.
Si este es el estado de ánimo de las iglesias, puede imaginarse cómo se sienten los millones de jóvenes que invierten dos horas en ir a trabajar, tres en retornar a sus casas “en ómnibus estúpidos y caros y enfrentan 200 kilómetros de congestionamiento”, como describe el escritor Marcelo Rubens Paiva ( O Estado de São Paulo, 16 de junio de 2013). Todos los paulistas saben que los ricos viajan en helicóptero. Brasil posee una de las mayores flotas de aviación ejecutiva del mundo. Desde que gobierna el PT la flota de helicópteros creció 58.6 por ciento, según la Asociación Brasileña de Aviación General (ABAG).
São Paulo tiene 272 helipuertos y más de 650 helicópteros ejecutivos que realizan alrededor de 400 vuelos diarios. Muchos más que ciudades como Tokio y Nueva York. “Actualmente la capital paulista es la única ciudad del mundo que posee un control de tráfico aéreo exclusivo para helicópteros”, dice la ABAG. Por eso fluye a indignación y por lo mismo tantos festejaron el retorno de la protesta, para lo que tuvieron que esperar nada menos que dos décadas.