domingo, 17 de octubre de 2010

Cartas a Dios (1)


El peso de la ingratitud de la vida sobre mi pobre fe es cada vez más agobiante. Las cotidianas preguntas que afectan a la vida y a la muerte asaltan mi mente como el chirrido de un grillo en la noche, y como siempre sin respuestas.

No sé si mi fe se está debilitando por estar expuesta a tantos conflictos interiores, o más bien está dando el salto a otra concepción de la existencia y la corriente me está llevando a tener una visión totalmente diferente a la que tenía de ti. Te veo distinto, diferente. Ya no eres el mismo de cuando era joven. Ahora todo ha cambiado.

Cuando era joven, hablaba como joven, pensaba como joven, vivía como joven. Porque la vida era joven. Cada acontecimiento poseía su propio olor y el amor estaba lleno de pasión. Me siento agradecido de ser descendiente de una vida tierna, pletórica de inocencia, donde cada cosa tenía su canción. Una vida sencilla de vivir. Y en medio de esa vida estabas tú. Tú eras el Dios de la inocencia, de la fiesta, de la alegría, del juego. Te recuerdo como el Dios compañero al que se le cuentan todos los secretos. El Dios de mi juventud, de mi primer amor, de mi primer trabajo. Venías conmigo cuando salía de excursión y te sentabas a la hoguera en aquellas noches largas que duraban hasta el amanecer. ¿Te acuerdas lo que llegábamos a hablar?. Mientras te escribo, recuerdo el tiempo pasado y me invade un sentimiento de gratitud y cariño hacia ti porque tú también fuíste joven en mi juventud. Sin embargo, ahora todo ha cambiado. Te veo distinto, diferente.

Han pasado muchos años desde que mis mejillas se ruborizaban por la mirada furtiva de la chica de al lado. Y en el transcurrir de esos años, han habido muchos cambios en mi vida. Unos para bien y otros para mal, pero todos ellos en su conjunto, me han conducido a tener una visión totalmente diferente de ti. Será que ahora te veo desde el sufrimiento, desde el dolor, desde la frustración, el desengaño. Los años han pasado y también las percepciones, los sentimientos. Aunque también he de decirte que la educación cristiana que he recibido ha contribuido bastante a tener otra visión de ti. No es que fuera buena o mala, es la que había y las personas que la impartían, lo hacían tan buenamente como podían. Pero ahora, ahora todo ha cambiado.

Las lentes que la vida ha ido poniendo sobre mis gastadas pupilas, al principio me produjeron mucho escozor, pero poco a poco fueron aclarando mi visión sobre ti y me han conducido a tener una visión de ti mucho más libre, más espontánea, más viva, alejada de los esquemas establecidos. Y la verdad, me gusta más esta visión. Porque te veo mucho más cercano a los problemas reales que la vida, y yo mismo, me traen. No obstante, tengo que confesarte que esta nueva vivión sobre ti, me crea problemas porque a veces me confunde debido a que hay personas a mi alrededor, y a las que quiero, que parece que esta forma de verte no es la correcta.

Se escandalizan cuando oyen hablar de dolor, de sufrimiento, de crisis de fe, de abandono. Parece ser que el que cree en ti debe estar firme en ti, confiado, y sobre todo alegre. Esto es lo que dice lo que nosotros hemos llamado Biblia, tu palabra escrita, y cualquier coma o punto que se salga de estos esquemas no es bienvenido. Perdoname Dios si peco de ser pretensioso, pero al margen de estos esquemas, me encanta pensar en ti y llegar incluso a la herejía por lo grande que eres. Me encanta conocerte también a través de mis experiencias personales y de la gente que me rodea. Me encanta sentirte en mis emociones, mis sentimientos, mis errores; porque para eso te hiciste humano, para que te sintiera más cerca. El hecho de poder escribirte así lo demuestra. Gracias. Hasta pronto. Tengo más cosas que contarte.

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