lunes, 30 de septiembre de 2013

Música cristiana: Fama o ministerio.


Debido al auge que en nuestra sociedad modernista y capitalista ha tenido la música cristiana, en especial la protestante, se hace muy escabroso hablar de este tema sin que se produzcan algunas heridas o sinsabores entre las personas que lean este artículo y defiendan a capa y espada la posición en la que la música debe estar hoy.

La música en su modalidad religiosa no es algo nuevo, ésta ha existido desde la antigüedad y es evidente en los relatos de las Sagradas Escrituras. Por eso, estoy de acuerdo en que la música ha sido parte de la expresión religiosa de sus seguidores durante muchos siglos, y lo seguirá siendo. Además, es una de las maneras en la que el ser humano puede expresar sentimientos, anhelos, visiones de la vida, e incluso su perspectiva de Dios. Sin embargo, debemos saber que, en su origen, la música era solo para la misa o el culto religioso; no salía de las paredes de la iglesia, ya que era una parte integral de todo el servicio, y no un ministerio aparte que colaborara, como se ve hoy, en un sinnúmero de iglesias.

Con la influencia de la modernidad, en la iglesia protestante empezó la proliferación de ministerios musicales individuales que no necesariamente responderán al culto o servicio local. Estos se enfocarán en transcender las barrearas de los cultos utilizando pretextos como la evangelización y otros puntos de expansión religiosa. Sin embargo, las intenciones originales se verán influenciadas más allá de los propósitos evangelizadores. En épocas más recientes, y con el desarrollo de los movimientos carismáticos, surgen ministerios musicales que se difunden en los medios televisivos y en conciertos, y que llegan a acuerdos con casas discográficas para promocionar y capitalizar sus producciones. Esta expansión ha generado grandes debates en torno a cómo y hasta dónde, los llamados cantantes cristianos deben llegar, y cómo esto afecta o beneficia a la iglesia.

De todas formas, es saludable menciónar y apreciar los efectos que han tenido los términos en los que se conoce la música cristiana hoy: “góspel” o “música sacra”. Dichos términos no necesariamente nacen en el vocabulario del mundo, aunque si son adaptados por él. A estas alturas. podemos ver que se utilizan sin el sentido propio de la fe, en concursos, tiendas de música secular, televisión, radio, Premios Billboard, Grammys, etc. No obstante, el asunto es más serio de lo que los creyentes piensan, ya que esto es sólo un paso más en la secularización de la fe cristiana.

Esta secularización lleva a la música cristiana a ser clasificada por el mundo como un estilo más, perdiendo así su mérito, o al menos la apreciación de que su propósito principal debería ser transformar al hombre y acercarlo a Dios. Su valor para la sociedad y para la farándula ya no será necesariamente el mensaje que lleva, sino cuantos discos ha vendido o cuantas semanas se mantuvo en el primer lugar de las listas discográficas. Además, no sólo se trata de la secularización de una parte esencial de la expresión de la fe de los creyentes, sino también de su contenido, el cual es pasado por alto o considerado como una “buena lirica”, dejando atrás la perspectiva de la palabra expresada.

Ciertamente, no hay nada malo con dar a Dios y al mundo el talento que por su gracia nos ha conferido, más bien es un deber y una responsabilidad hacerlo. No obstante, lo que parece preocupante es ver cómo ese talento puede perder la perspectiva correcta de un ministerio útil para el Señor y convertirse en una habilidad o en una capacidad más dentro del mundo del espectáculo. De ahí que la pregunta sea, ¿Hasta qué punto un pretendido ministerio de música realmente lo es o simplemente se trata de una búsqueda de ganancia, de lucro o de fama, ajeno a la vida de la Iglesia?

La gran tentación de la mayoría de los ministerios considerados como importantes en las iglesias locales es su incursión en el mundo de la “farándula cristiana”. Su atracción hacia el espectáculo pone de relieve los grandes peligros que los talentos de la cristiandad tienen al ser arrastrados por la tentación de la fama. Por eso, cuando analizamos el efecto de la música cristiana en términos de servicio, conversiones y crecimiento en el seno de la iglesia, nos cuestionamos si realmente es un ministerio; si de verdad es capaz de llevar a las masas a Cristo, o lo único que hace es hacerlas sentir bien sin que eso conlleve una invitación formal a la fe.

Cuando estudiamos la etimología de la palabra ministerio, vemos que significa servir o servicio. Ahora bien, dicho servicio, según la definición bíblica, debe estar marcado por el desinterés y no por la ganancia personal, y en completa armonía con la función de la iglesia: Mt 6:3; Mt 10:8; Lc 6:35. Desafortunadamente los ministerios musicales que se introducen en la vida de la farándula no se ajustan a estas características. Estos ministerios viven del “rating” y del lucro, deben vender para “vivir”, y eso sin contar con la espectacularidad de salir premiado en un certamen anual de música secular, lo cual aumenta su valor de mercado. No obstante, y llevando esto a un plano más profundo, dicho comportamiento tiene que ver con la influencia de un sistema económico basado en las ganancias y en el lucro llamado capitalismo.

Además, también debemos considerar el orgullo, la vanidad y el interés que genera estar en las listas de los más vendidos, tener una agenda cargada de compromisos, la participación en los medios, los conciertos, etc., experiencias que conllevan sentimientos y ansiedades de las cuales ya las Sagradas Escrituras nos habían advertido: Stg. 4:7, Efe 4:27. Por eso, cuando razonamos, a la luz de la Escritura, el concepto de ministerio, nos encontraremos con grandes dificultades para poder referirnos con este término a muchos de los llamados “ministerios de música cristiana”.

Otro asunto llamativo es ver cómo estos ministerios se desligan, casi en su totalidad, de la iglesia local. Como pastor entiendo que éste es uno de los asuntos que cada cristiano debe proteger. Es el lugar donde crecemos, maduramos en la fe, aprendemos la palabra y nos consolidamos como buenos creyentes. Sin embargo, nos preguntamos, ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué se ven tentados a salir a “ministrar”, abandonando su iglesia local? Eso será algo que tendremos que evaluar y redirigir de alguna manera.

“La Santidad del ministerio estriba en el servicio desinteresado que se presta, el cual es el fruto del amor de Dios en el corazón del hombre transformado. Cuando el lucro y la ganancia de dinero es la razón o se entremezclan con la Verdad, el ministerio deja de ser genuino, es solo una empresa más que busca el beneficio personal usando a Dios como pretexto.” (P. Edward Falto).

Edward Falto


Pastor y profesor universitario, posee un grado de Bachiller en Administración Comercial de la UCPR (Universidad Católica de Puerto Rico), Ex-profesor y Graduado del Colegio Teológico del Caribe AD. Estudios Graduados en Artes de Filosofía, concentración en Estudios Teológicos de la Universidad Central de Bayamón en Puerto Rico. Ministro protestante durante mas 20 años.

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