Tiempo atrás me encontraba en un congreso de líderes cristianos y uno de los expositores hizo la siguiente declaración: “Reconozco que los estudios teológicos de nada me han servido ante el nuevo mover que Dios está trayendo a nuestra congregación…”
Las palabras de este líder, muy reconocido en mi país por cierto, levantaron no pocos aplausos entre la mayoría de las personas de corte evangélico que se encontraban en el recinto. Pero para otros -me incluyo-, nos causó asombro. Nos quedamos perplejos intentando entender lo que estaba tratando de comunicar este hombre, quien se engrandecía con las ovaciones recibidas por la audiencia.
Algo es cierto, y aunque nos cueste reconocerlo, en muchos espacios de la iglesia se percibe la teología como un instrumento seco, estéril y arcaico que tiende a “estorbar el accionar de Dios” aunque, por supuesto, esa es una mala interpretación.
No obstante, en una ocasión hice el ejercicio de preguntarle a una jovencita congregante de 16 años lo que ella entendía por teología. No había terminado de formular mi pregunta cuando su reacción fue arrugar la cara mientras respondía: ¡Eso suena aburrido!
Es lamentable que esta sea la imagen de lo que algunos perciben sobre algo que, en teoría debería, ser nuestra mejor herramienta para presentar con calidad y entusiasmo las Buenas Nuevas del reino. Pero la culpa, sin duda, es nuestra.
En ocasiones no hacemos una buena presentación y, en nuestros discursos, complicamos el lenguaje con el objetivo de parecer elocuentes, eruditos y letrados, aunque se tenga que sacrificar la comprensión para la mayoría de nuestra audiencia.
Una vez un pastor me compartía que cuando un líder de su congregación tenía el llamado para el servicio él le recomendaba prepararse académicamente. Al poco tiempo notaba que algunos, lejos de utilizar lo aprendido para servir con mayor compromiso y pasión, se volvían engreídos, arrogantes y creían que, por manejar algunos conceptos y unas pocas herramientas teológicas, podían humillar al cristiano promedio.
Por supuesto, jamás será este el fin que esperan las instituciones teológicas de sus estudiantes. Adquirir una formación teológica debería producir humildad para reconocer lo neófitos e ignorante que somos, y lo mucho que necesitamos de la guía e iluminación del Señor en este camino.
Por otro lado, a algunos líderes se les reconoce por ser grandes movilizadores con sus elocuentes discursos, aunque no tienen solidez bíblica. Aún así son los que más están atrayendo a las masas, gracias a su capacidad para entusiasmar a sus congregaciones. En otras partes, los miembros de las iglesias se conforman con el mensaje ya digerido y elaborado desde un púlpito u otro escenario, y no se esfuerzan por inquirir si lo que se predica y enseña tiene sus bases y sus principios bíblicos.
Si un mover no produce un genuino arrepentimiento, vidas transformadas, un compromiso radical entre sus miembros y la comunidad que ministra, entonces dicho mover es cuestionable, pues es como las olas del mar que se disipan tan pronto tocan lo solido de la arena.
Me pregunto: ¿Será de esta disyuntiva la que algunos han aprovechado para introducir ideas y pensamientos cuyas conclusiones provienen de líderes irresponsables y poco escrupulosos en lo que respecta a los principios que se desprenden de las Escrituras?
La iglesia requiere de creyentes con amplia formación, conectados con sus comunidades de fe y con la sencillez con la que hablaba Jesús, o de lo contrario se corre el riesgo de desencarnar la teología de la vida práctica para amar, entender, trabajar y acompañar a la iglesia del Señor.
Otro concepto erróneo es creer que la teología es un ejercicio reservado para algunos intelectuales o un grupo elitista de estudiosos. Se critica a los teólogos (as) porque se quedan en la reflexión y no aterrizan. Se argumenta que los evangelistas, misioneros, pastores, ¡esos si son los hombres y mujeres de acción! Mientras los teólogos (as) y escritores (as) son los “pensadores abstractos”. De nuevo tenemos un problema con este tipo de conclusiones.
Aunque no todos han sido llamados a adquirir una vocación teológica formal, lo cierto es que, como creyentes, tenemos un serio compromiso de sustentar nuestras reflexiones en las Escrituras (1 Pedro 3:15). Además, todos los ministerios eclesiásticos se nutren de la teología. Desde el momento en que interpretamos el mensaje de Dios para la humanidad, estamos haciendo uso de este instrumento.
La teología no está en crisis, si la entendemos como la herramienta que orienta y provee dirección para aquellos grandes interrogantes que surgen de las problemáticas sociales, éticas, políticas y culturales, entre otras. La teología es valiosa como filtro para la interpretación de nuestro contexto desde una perspectiva integral.
Emilio Antonio Núñez (1996), reconoce que la labor del teólogo, del pensador, o del cristiano que se atreve a profundizar su conocimiento bíblico y teológico, no siempre será popular:
“Mientras otros van tras el aplauso de las multitudes, él (creyente), se consagra a su labor silenciosa de pensador cristiano. Sabe que cuando los aplausos no se escuchen más, las ideas seguirán triunfantes, porque la Palabra del Señor permanece para siempre 1 Pedro 1:25” (Pág. 149)[1].
Que Dios nos encuentre construyendo teología, pero de la buena, esa que se requiere hoy en día para seguir anunciando con eficacia el mensaje de Jesús. Es de esta forma como cerramos las brechas para una teología más práctica, funcional y con sentido.
[1] Núñez, A. Emilio. Teología y Misión Perspectivas desde América Latina. Publicado por la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional. 1996.
Alexander Cabezas
Alexander Cabezas Mora, costarricense, coordinador de Relaciones Eclesiásticas de Viva de América Latina. Miembro del Movimiento Juntos con la Niñez y la Juventud. Profesor de varios seminarios en Costa Rica. Maestrando en ciencias de la religión con énfasis en liderazgo. Su última publicación: Entre los límites y los derechos, disciplina de la Niñez (2011). Editorial Certeza, Argentina”.
Fuente: Lupa Protestante
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