Enric Capó, España
Los cristianos nos hemos de felicitar por el éxito de la Conferencia de Edimburgo celebrada del 2 al 6 de junio. Y lo hemos de hacer por haber sido capaces de organizar un encuentro global cristiano de tal magnitud. Si la conferencia de Edimburgo 1910, de la que se celebraba el primer centenario, había reunido protestantes y asociaciones misioneras principalmente del Norte de Europa y de los Estados Unidos, la actual de 2010 reunía a los cristianos de todas las denominaciones y confesiones cristianas en todo el mundo. Creemos que es la primera vez que un encuentro cristiano ha tenido tales características de globalidad. En Edimburgo se reunieron esta vez representantes de 50 denominaciones cristianas pertenecientes a 60 países. Estuvieron presentes los ortodoxos, anglicanos, luteranos, reformados, metodistas, bautistas, adventistas del Séptimo Día, católicos, evangelicales, pentecostales e independientes. Además del Consejo Mundial de Iglesias, participaron activamente en la conmemoración la Alianza Evangélica Mundial, el Comité de Lausana para la Evangelización Mundial y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. La convocatoria fue todo un éxito. Sólo grupos evangelicales muy radicales, neo-carismáticos y algunos pentecostales se excluyeron del encuentro.
Las causas de esta deserción son múltiples y no son fáciles de identificar, pero es evidente que la división de los cristianos y sus luchas internas han sido determinantes para que muchos hayan abandonado las Iglesias. No se puede evangelizar al mundo desde la confrontación. Por esta razón, toda reflexión sobre misión y evangelización deriva siempre hacia el problema de la división de los cristianos y el escándalo, no tanto por la diversidad de las iglesias, lo cual no presenta graves problemas, sino por sus luchas intestinas.
La evangelización continúa siendo el gran desafío de las iglesias. Lo sabemos y tratamos de dedicarnos a esta tarea primera y principal, y es doloroso que todavía no sea posible, como lo reconoció el obispo católico Farrell, presentar juntos el evangelio. Sin embargo, estamos en un proceso en el que, desde la diversidad, podemos avanzar hacia un testimonio común. Así lo dijo el director general de la Alianza Evangélica Mundial afirmando que la «naturaleza diversa» del cuerpo de Cristo no tiene por qué ser «un obstáculo para la unidad», sino más bien un reflejo de la «verdadera unidad». Hacia ella vamos, y los cristianos y las iglesias debemos ser conscientes de que, con nuestras actitudes, obstruimos o facilitamos este camino hacia un testimonio pleno del evangelio que, como nos lo recuerda Pablo, no consiste en palabras, sino en poder (1 Co 4,20).
En el transcurso del encuentro se han recordado las palabras del que fue el motor de la Conferencia de 1910, John R. Mott: “Debemos convertir las piedras de tropiezo en peldaños de una escalera”. Esta es la tarea de los cristianos, de todos los cristianos, que no somos llamados disputas doctrinales, tantas veces inútiles, ni a acusarnos de herejías que ya no existen, sino a respetarnos y, en el amor de los unos para con los otros, reconstruir la imagen de la Iglesia Cristiana que, en su manifestación histórica, ha quedado tan maltrecha que difícilmente podemos reconocer en ella el rostro amoroso de Cristo.
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Fuente: LUPA PROTESTANTE
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