Javier Vitoria es profesor de teología en la Universidad de Deusto. Su último libro “No hay territorio comanche para Dios” pretende mostrar que, a pesar de la crisis religiosa, es posible la experiencia de encuentro con Dios en nuestra sociedad.
-¿Dios es contemporáneo a la gente de hoy?
El Dios de Jesucristo está presente en nuestro tiempo. Nos tiene citados en la vida y en la historia. Pero su hábitat natural está en lo débil y frágil, en esos lugares de destrucción y muerte donde se amontonan las víctimas de la barbarie y donde el instinto nos dice que paremos de andar y demos marcha atrás. Es ahí donde Dios se convierte en testigo molesto, airado y literalmente furioso, de lo que está pasando hoy en el mundo.
-¿Cómo se da esa presencia?
Los cristianos creen que Dios actúa en el interior de la historia para llevarla a plenitud. Jesús propone la construcción de una humanidad nueva, para la que es precisa nuestra colaboración. El cristianismo está llamado, en la hora actual, a escuchar y mostrar señales de que está vigente la promesa de realización integral de nuestra existencia personal y comunitaria. Esa promesa se ha empezado a cumplir ya ahora, y se dará en plenitud después.
-Usted ha hablado sobre “La Salvación en Jesucristo” Ese lenguaje religioso, “salvación”, ¿resulta comprensible hoy?
A menudo, el lenguaje religioso parece una reliquia del pasado. Es como el castellano antiguo, que se lee y no se entiende. Pero, vivimos una época en la que se ha renunciado a cualquier expectativa de salvación. Recuerdo una canción de Víctor Manuel que decía: “no quiero salvarme”. Un teólogo cristiano tiene que afirmar que en Jesucristo hay salvación y, al par tiene que desmontar críticamente un imaginario religioso que no es fiel a la propuesta de Jesús. Debe revisar algunas maneras utilizadas históricamente, no para acercar a hombres y mujeres la experiencia de salvación, sino para se sintieran oprimidos, asustados, alienados, o infantilizados. Hay que liberar esos conceptos para que el evangelio pueda volver a tener sabor en el siglo XXI.
-En la sociedad de hoy, ¿quién y de qué tiene que salvarse?
Habría que distinguir. La gente de los países más pobres, o la que vive en exclusión dentro de nuestras sociedades satisfechas, sabe de qué tiene que salvarse. En Europa hay personas que tienen que salvarse de su tristeza, de su colesterol, de su depresión o de su aburrimiento. Todo el mundo necesita salvarse de algo, pero mucha gente piensa que no lo necesita, ni siquiera liberarse del sentido de culpa que lleva encima por haber hecho mal algunas cosas. Pero la salvación hay que situarla de manera histórica o no entendemos nada. En Europa nuestra esperanza de vida es de 80 años y en algunos países africanos es de 34; la palabra “morirse” no suena igual en Chad que en Pamplona. ¿Quién llenará de vida y plenitud a personas que esperan vivir poco y mal? ¿No habrá vida y justicia para los sufrientes, después de la muerte?
-Y la gente de nuestra tierra ¿apetece y reclama salvación?
Primero hay que decir que vivimos de espaldas a la muerte. Cuando murió en accidente el jugador de baloncesto Fernando Martín, en un programa de radio estuvieron hablando dos horas de él y nadie dijo que se había muerto, sino que “se había ido”. Pues, mire usted, no; se había muerto. Y morirse es dejar de existir. Pero, en segundo lugar, el asunto de la salvación no tiene que ver sólo con la muerte, sino, sobre todo, con la vida. La principal dificultad para plantearnos esta cuestión es que nos contentamos con poco. Hemos dejado atrás épocas oscuras en que vivir era mucho más problemático. Y, ahora, nuestros deseos están tan contaminados que hemos cambiado la calidad por la cantidad. No estamos dispuestos a desear con desmesura, sino que deseamos demasiadas cosas. Los hombres y mujeres de hoy, ¿aspiramos a colmar nuestra vida, o nos conformamos con administrar y amueblar bien nuestra existencia pasajera?
-¿Cómo accedemos hoy a Jesucristo?
Creo que Jesús ha estado muy hipotecado por la afirmación “Jesús es Dios”, por una idea muy condicionada de cómo era esa divinidad de Jesús. Hoy nos acercamos a un Jesús humano, un judío del siglo I, y, a través de la calidad humana de Jesús los creyentes accedemos a su condición divina. Eso es, de alguna manera, comparable a nuestras experiencias de plenitud vital. Por ejemplo cuando escuchamos música de Mozart, o contemplamos un atardecer hermoso, o saboreamos un sabroso chilindrón, llegamos a decir: “esto es divino”, y es que descubrimos una plenitud de belleza, gozo y sentimiento. Algo parecido nos pasa con Jesús. Hay en Él tal calidad humana que la fe cristiana asegura que eso se debe a que Dios está en Él y con Él. Pero la calidad de Jesús no tiene nada que ver con la utilización de las últimas tecnologías, sino con la entrega, el amor y el servicio. Por eso dice san Juan que “Dios es amor”. Nosotros no entendemos eso y, por el contrario, solemos decir: “ese vive como dios” y nos referimos al que vive como un sibarita o un marajá.
-¿Está sabiendo la Iglesia adaptarse a los tiempos y transmitir el mensaje de Jesús?
La Iglesia nació del esfuerzo de salir del mundo cultural judío y vivir el seguimiento de Jesús dentro del mundo cultural griego. Se produjo una “inculturación”, útil en aquel tiempo, pero en la que el mensaje cristiano dejó muchos pelos en la gatera. Ahora hay que saltar a la mentalidad actual para hacer inteligible ese mensaje y, volviendo a las fuentes, recuperar su sentido original. El cristianismo no es una ética sino una experiencia del amor de Dios. No quiere salvar “el alma” sino a la persona entera y su vida comunitaria, y no pretende una salvación sólo “para después de este mundo” sino una salvación para ahora ya y también para después. Si el cristianismo vivido no otorga salvación y liberación a los hombres y mujeres de hoy, está muerto. Puede haber cristianismo vivido, pero no vivo según Jesús y su proyecto. La Iglesia ha de anunciar y celebrar la fe, la esperanza y el amor cristianos, siendo una Iglesia del siglo XXI, y de manera inculturada, de distinto modo en Navarra, en América Andina o en Uganda.
-¿Cómo está hoy la Iglesia para hacer eso?
La Iglesia católica es una realidad muy plural. En las bases eclesiales hay mucha gente que lo intenta, aunque tiene problemas con su propia fe y con la transmisión de esa fe a sus hijos e hijas. Pero a la jerarquía le atenaza un miedo terrible. Miedo al ateísmo, al agnosticismo, a la conciencia de las personas. Sin embargo la Iglesia tiene que demostrar que es capaz de anunciar el evangelio en una sociedad democrática, de ganar la libre adhesión de las personas, y no de sumar fieles como lo hizo en tiempos en que bastaba con ganarse al emperador o al rey para que todo el mundo tuviera que ser cristiano. La sociedad es plural y Dios quiere creyentes en una relación de libertad.
¿En qué consiste la experiencia religiosa?
Es la capacidad que tenemos los seres humanos para encontrarnos con un Dios que no está ausente. Lo encontramos a través de señales e indicadores que aparecen en nuestra vida cotidiana, en momentos señalados y en todos los acontecimientos.
Durante siglos los seres humanos han tenido un sentimiento difuso de lo religioso que se ha asociado a la práctica de una religión. Las nuevas generaciones tienen dificultades para identificar el paso de Dios por sus vidas. Pero seguramente pasa. Las encuestas de valores de los jóvenes del País Vasco dan siempre como constante que son más los jóvenes que se consideran orantes que los que se consideran creyentes. Muchos jóvenes expresan que “han tenido alguna experiencia del misterio” .
La Iglesia ha de afrontar un desafío: iniciar a los jóvenes en una experiencia de Dios que tiene relación con el compromiso con las personas débiles y marginadas. No se puede responder a la pregunta sobre Dios sin haber dado respuesta a la pregunta: ¿qué has hecho con tu hermano?
Fuente: REDES CRISTIANAS
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