por José María Castillo, Teólogo
Hoy mismo, de madrugada, ha fallecido José María Díez Alegría. Estaba muy cerca de los 99 años. Para quienes no han podido conocer a este hombre más de cerca, diré que ha sido una de las personalidades más fuertes y más influyentes de la Iglesia española, siempre en la línea progresista y de apertura posconciliar. Hombre, por tanto, que, en las últimas décadas, ha tenido que sufrir mucho, por más que su fuerte espiritualidad y su enorme calidad humana le hicieran estar por encima de las situaciones adversas que ha tenido que vivir.
José María Díez-Alegría nació en Gijón en 1911. Su padre fue director del Banco de España en Asturias. Dos de sus hermanos, Luis y Manuel, fueron militares de alto rango. Ambos llegaron a ser generales del ejército. Por origen familiar no fue un hombre sospechoso de “izquierdismo”.
En 1930 ingresó en la Orden de los jesuitas. De 1939 a 1943 hizo en Granada dos licenciaturas: la de Teología en la Facultad de los jesuitas; y la de Derecho en la Universidad de Granada. Después de obtener el doctorado en Ciencias Sociales y Ética (Alemania y Roma), fue rector de la Facultad de Filosofía de los jesuitas en Madrid y Alaclá de Henares. Y pronto fue destinado a Roma, para desempeñar la cátedra de Ética y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Gregoriana.
Hasta que en 1972 planteó, ante sus superiores religiosos, una “objeción de conciencia” y se negó a someter a la censura eclesiástica su libro Yo creo en la esperanza. Eso le costó, por presiones del Vaticano, ser expulsado de los jesuitas. Pero los mismos jesuitas que le expulsaron de la Orden, en cuanto llegó a España le acogieron en la comunidad de El Pozo del Tío Raimundo, donde José María de Llanos, otro jesuita eminente de aquellos años, le acogió en su comunidad. Desde entonces, ha vivido en España, vinculado a la “Asociación de Teólgos/as Juan XXIII”, de la que fue presidente durante varios años. La figura de Díez Alegría ha sido popularizada por la excelente biografía que de él escribió el jesuita Pedro M. Lamet: Un jesuita sin papeles.
No voy a exponer aquí su pensamiento y su amplia producción científica y sus obras de divulgación. Como testimonio personal, puedo decir que tuve la suerte de conocer a este hombre, en Granada, en los primeros años 40 del siglo pasado, cuando yo estudiaba el bachillerato de aquellos tiempos y Díez Alagería se sometió voluntariamente a un examen de toda la Teología, en un acto público, que duró más de dos horas, al que yo asistí y en el que no me enteré ni palabra de lo que allí se dijo, porque todo el acto fue en latín.
Luego lo volví a encontrar en la Universidad Gregoriana de Roma, cuando él ya era profesor y yo hacía allí el doctorado en Teología. Más tarde, en uno de mis viajes a Roma, fui un día a visitarlo a su despacho de la Universidad. Y allí me contó que acababa de mandar un telegrama a uno de sus hermanos militares, que era entonces Director general de la guardia civil. Eran los tiempos de la dictadura franquista. Y el día anterior se supo que la guardia civil había castigado con enorme dureza a un joven por causa de sus ideas políticas, contrarias a la dictadura.
El telegrama echaba chispas. Sólo y exclusivamente en defensa de la libertad, la dignidad y los derechos de las personas. Esta fue siempre la pasión de Díez Alegría. De ahí sus posturas críticas contra todo lo que sea represión de la libertad y opresión de los seres humanos. Un hombre en el que jamás vi indicios de resentimiento, de amargura, de menosprecio hacia nadie. No toleraba ciertas ideas y ciertas conductas.
Toleraba, respetaba y trataba con suma delicadeza a todo el mundo, por más que no tuviera pelos en la lengua para decir lo que tenía que decir. Es la herencia que nos ha dejado este hombre enteramente singular. Yo le pido al Padre del Cielo que no se extinga esta especie de hombres. Son muy valiosos. Y cada día más necesarios.
Fuente: REDES CRISTIANAS
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