Es presidente de la Fundació Arrels, entidad que cumple 25 años al servicio de las personas ‘sin hogar’
Desde 1987 acompañan a aquellos que, por una razón u otra, han quedado en el lado más marginado de la sociedad, es decir, en la indigencia. La Fundació Arrels ha atendido durante estos años a más de 6.000 personas en situación de exclusión social severa, y gracias a su ayuda muchas de ellas han podido empezar una nueva vida.
Actualmente, cuenta con un centro abierto en el barrio del Raval, 20 pisos tutelados y 33 plazas estables de alojamiento, una veintena de ellas concertadas con el Ayuntamiento de Barcelona. El apoyo de la entidad a los más necesitados va más allá de facilitarles un techo donde dormir. Para la fundación lo importante es que recuperen la ilusión por vivir que la calle les ha robado. Salvador Busquets ha dedicado sus últimos 16 años a la entidad.
- ¿Ha cambiado el perfil de los usuarios que atiende la entidad en estas dos últimas décadas?
- Al principio la pobreza se notaba físicamente mucho, la gente tenía sarna, estaba muy tocada; ahora es diferente, aunque la bolsa de exclusión severa ha ido aumentando de manera lenta. Nos está llegando gente más joven, con más formación, con trayectorias de vida cada vez más similares a las nuestras. Hace un mes empezó en la fundación un voluntario nuevo que era administrador de la propiedad inmobiliaria, que nos ayuda para mantener al día los papeles de los pisos que tenemos, y se encontró en la puerta con uno de nuestros usuarios que había sido colega de profesión y que en otra época había vivido en una casa con piscina. Los “sin techo” cada vez son personas mejor formadas, que tienen consciencia de sus obligaciones y sus derechos, y quieren que se les dé una respuesta.
- ¿Hasta qué punto está incidiendo la crisis en este incremento de personas “sin techo”?
- Cuando hay una época de bonanza y luego una crisis, la creación de excluidos no es instantánea, pasa un tiempo, y es durante este periodo que hay que trabajar para evitar que la gente acabe en situación de exclusión consolidada. Si lo sabemos hacer bien y se apuesta por la prevención, el coste de la intervención siempre será muy inferior.
- Aún así, ¿ha aumentado el número de usuarios que ha atendido la fundación en estos últimos años?
- El incremento siempre es paulatino. En relación al número de personas que están bajo el lindar de la pobreza, los “sin techo” son un porcentaje muy pequeño, lo que pasa es que está aumentando. Un estudio del año 2006 del Instituto Nacional de Estadística decía que el 13% de los “sin hogar” son personas con estudios universitarios. O sea, cada vez hay más causas que ayudan a que la gente acabe viviendo en la calle, como la gran variabilidad en el trabajo o un mercado de alquiler deficiente. En esta crisis lo está pasando mucho mejor quien vive de alquiler que el que compró un piso y se ha quedado sin trabajo.
- ¿Los usuarios tienen alguna responsabilidad de haberse quedado en la calle?
- Todas las personas que atendemos tienen un cierto grado de responsabilidad de su situación, pero es muy pequeño. Es cierto que con el tiempo han adquirido comportamientos y hábitos que dificultan que puedan salir adelante por sí mismas. Un estudio de Sebastià Sarasa concluye que mucha de la gente que acaba durmiendo en la calle encuentra una falsa solución a su problema, el alcoholismo. Pero en el inicio no existía este factor.
- O sea, esto rompe el estereotipo de que los “sin techo” acaban en la calle por ser alcohólicos.
- Sí que es verdad que pasa en muchos casos, y eso lo ve el ciudadano. La capacidad marginadora de este tipo de conductas y situaciones tiene mucho que ver con el contexto en que se produce. No es lo mismo una persona que reinicie su vida en un país donde hay un sistema amplio de vivienda pública, que en otro que por 1.000 demandas solo hay 10 ofertas. En este segundo caso no es sencillo volver a empezar.
- ¿Cuál es la situación en que nos encontramos en relación a la ayuda que la sociedad proporciona a los “sin techo”?
- Los recursos que hay son insuficientes porque dependen mucho de un marco estructural que se escapa allí donde podemos incidir las entidades e, incluso, las administraciones locales. O sea, el tema de la vivienda es clave. Por eso la principal característica física de los “sin techo” es que no tienen un sitio donde vivir. Al principio nuestra idea era dar apoyo económico para que estos usuarios pudieran tener un piso de alquiler a su nombre, donde ayudarles a gestionarse y recuperar las habilidades perdidas de socialización, pero nunca conseguimos que un administrador o propietario accediera a hacerlo, ni siquiera dándoles nosotros garantías.
- Cada vez son más las personas que no pueden hacer frente al pago de sus hipotecas y son desahuciadas. ¿Considera que esto ha sensibilizado a la sociedad respecto al problema de la indigencia?
- Confío y creo que sí. No sé si toda la gente que está en parte sensibilizada se da cuenta del alcance del problema. No es solo que la persona acabe en la calle, porque aunque esto no suceda, si tiene que devolver la deuda contraída, además de quedarse sin vivienda, se está hipotecando también la generación futura de esta persona, es decir, a sus hijos. ¿Como sale adelante una familia que todo lo que gana, menos una parte muy pequeña –el salario mínimo inembargable-, tiene que destinarlo a pagar una deuda durante muchos años. En algún momento se tiene que hacer una quita, que es la dación en pago.
- ¿Han atendido desahuciados por la hipoteca que han quedado en la indigencia?
- Nosotros tenemos gente que ha salido de la vivienda por roturas familiares, pero por impago de hipoteca ahora por ahora no nos llegan, pero creemos que podría darse el caso. Pedimos a la administración que haga lo que sea para evitar que estas personas acaben sin techo.
- ¿La fundación ha hecho alguna previsión de cuántos usuarios tendrá que atender como efecto de la crisis?
- Estamos haciendo el plan estratégico y una de las preguntas claves es cuánta gente vendrá y cómo será esta gente. No sabemos cómo nos encontraremos de aquí a cuatro años y creemos que no estamos preparados para dar respuesta. Además, el contexto con el que nos movemos está cambiando a peor.
- ¿En qué sentido?
- Creemos que la situación actual de destrucción de sitios de trabajo y de pérdida de la vivienda es un caldo de cultivo para generar personas que acaben en la calle y en fase consolidada de exclusión. Y creo que la administración no se acaba de dar cuenta del problema, de la importancia de evitar que una persona llegue a ser un excluido consolidado.
- ¿En qué se nota que la administración no es consciente del problema?
- Por ejemplo, la Renta Mínima de Inserción (RMI) es un instrumento que evitaba que mucha gente se quedara en la calle, porque alguna con la ayuda de la familia y esta ayuda podía costearse una habitación de realquiler. En la actualidad se está dificultando el acceso a la RMI, ya que no se consideran causas sociales para percibirla la pérdida del trabajo, del subsidio por desempleo, y se limita su permanencia en el programa a un máximo de cinco años.
- ¿Hasta qué punto es grave el hecho de que miles de persona hayan dejado de cobrar esta prestación no contributiva?
- El problema es que la RMI, con sus aciertos y fracasos, daba respuesta a una situación concreta, pero el contexto se ha deteriorado mucho y no se ha repuesto la RMI ni ningún modelo alternativo. Lo que ha ocurrido con la RMI es una vergüenza. Los mensajes que se han enviado parece que digan que los pobres son unos delincuentes y unos vagos, ¡no es verdad!
- ¿Cuál es el perfil de los usuarios de la fundación?
- El 90% son hombres, de una media de 48 años de edad, que de promedio han estado siete años en la indigencia. Esto nos configura como una entidad que atiende a personas en fase consolidada de exclusión. Dormir en la calle dos o tres años cambia mucho a una persona, su proyecto vital se trunca y aparece la desesperanza. Llegan a creer que su situación ya no puede cambiar, a partir de aquí se abandonan, pierden los hábitos de relación y de gestión de sí mismos. La diferencia entre la exclusión social y la pobreza está en la pérdida del sentido vital, recuperarlo es algo muy complicado.
- ¿Y cómo se puede romper este círculo vicioso?
- La ayuda no servirá de mucho si no se garantiza alojamiento y se trabaja el sentido vital, que pasa por sentirse reconocido como persona en algún ámbito. Durante mi experiencia con las personas “sin hogar” he visto cosas que me han hecho pensar en épocas de posguerra: dirigirte a alguien que está en la calle y que no te entienda, en cambio, transmitirle el mismo mensaje cuando lleva tres meses alimentado y durmiendo en una pensión o en un piso, y entenderlo a la primera.
- ¿Y por qué los “sin techo” pierden habilidades comunicativas?
- Haz una prueba contigo misma: durante un mes duerme ocho horas rotas, verás cómo cambia tu manera de reaccionar a las cosas que te suceden y tu estado de humor. Es lo que les ocurre a ellos cuando pernoctan en la calle o dentro de un cajero, donde cada dos por tres sufren interrupciones, además del miedo que sienten, y esto hace que no tengan un sueño continuado.
- ¿El problema de la indigencia va más allá de no tener un hogar?
- El “sin techo” es una persona aislada que, por ejemplo, cuando queda ingresada en un hospital nadie la va a ver porque no hay entorno familiar. Por eso hemos iniciado un programa para evitar esta situación, también para poder facilitar al usuario el tratamiento médico y, por otro lado, damos un apoyo personal, tal como hace una familia cuando uno des sus miembros está ingresado en un centro sanitario.
Este mismo servicio también lo hacemos extensible a residencias de gente mayor. Nos dimos cuenta de que era necesario cuando un voluntario nos explicó que había ido a ver a un usuario de la fundación que estaba en una residencia y este le dijo: “‘Hombre, José, en todo el año que estoy aquí eres la primera persona que me viene a ver”. Y entonces decidimos poner en marcha el programa de Residencias.
- ¿Cuál es el método que utiliza el equipo de calle de la fundación?
- Consiste en ponernos al lado de la persona indigente y si quiere hablar, conversamos con él y, si no, le decimos adiós de manera muy educada y nos vamos. Queremos que los que viven en la calle depositen su confianza en el voluntario y trabajador de la fundación, porque una cosa que hemos aprendido es que los argumentos de tipo conceptual no llegan a los que están en fase de exclusión más consolidada. Todas estas personas son inabordable durante mucho tiempo hasta el momento en que se encuentran mal – que siempre pasa- y entonces piden ayuda a los que piensan que merecen su confianza, y ahí es donde queremos estar nosotros. El objetivo del equipo de calle es sentar las bases para una vinculación de la persona con la entidad.
- ¿Y en qué consisten los talleres ocupacionales para los “sin techo”?
- Las claves son que de cosas sencillas salgan cosas bonitas. Delante de esta exigencia hay un compromiso de entidad: que todo lo que hagan nuestros usuarios nos lo quedaremos, lo distribuiremos, y no se guardará en un almacén. No hay nada más desmotivador para una persona que estar sentado haciendo un macramé y que acabe guardado en un armario. Se ha creado una red de gente y entidades que nos encargan, por ejemplo, felicitaciones y recuerdos de bodas y bautizos.
- Un granito de arena puede ser mucho para el más necesitado.
- Hay gente muy buena en este mundo. Siempre hablamos de los problemas, que los hay, pero la gente ayuda, lo que pasa es que nos hemos dotado de una organización política y social que nos hace insolidarios.
Fuente: Redes Cristianas
Fuente: Redes Cristianas
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