¿Seguro que los periodistas no matamos?
Marco Lara Klahr
20.02.12 | por | Categorías: Proyecto de Violencia y Medios
http://insyde.org.mx/blog/blogs/blog4.php/2012/02/20/iseguro-que-los-periodistas-no-matamos
Una sociedad despiadada genera medios y periodistas despiadados. Esto no nos exime de responsabilidad, sino que contextualiza nuestra función ante la comunidad como proveedores de información noticiosa a su imagen y semejanza.
Si como periodistas repetimos que nosotros «no producimos los hechos, solo los damos a conocer; no matamos, solo informamos sobre muertos», nuestro problema no es nada más de honestidad, también de transparencia: como magos, pretendemos que el público, fascinando con el acto, es incapaz de comprender el truco y hasta que hay truco.
En Teoría del periodismo [Ediciones y Publicaciones, 2006], Felipe Pena de Oliveira escribe: «No basta con producir científicos y filósofos o incentivar a navegantes, astronautas y otros viajeros […], es preciso que narren y transmitan informaciones otros miembros de la comunidad que buscan la seguridad y la estabilidad del ‘conocimiento’. A eso, bajo ciertas circunstancias éticas y estéticas, puedo denominar periodismo» [p. 25].
Dudo que honremos con frecuencia esta enaltecedora y estimulante definición, además de que hay sucesos que nos confrontan con quienes como Pena de Oliveira insisten en dar a la profesión de periodista una noción de comunidad.
El linchamiento de tres jóvenes en San Mateo Huitzilzingo, municipio de Chalco, al oriente de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México [febrero 10, 2012], y el incendio de la prisión de Comayagua, en Honduras, que mató a 358 personas [febrero 15, 2012], nos confronta como periodistas a preguntas que podrían ser incontestables para nosotros.
Al sobrevenir el incendio, la prisión de Comayagua padecía los males endémicos de los sistemas penitenciarios latinoamericanos, el de México incluido: hacinamiento por sobrepoblación del 200%, con su cauda de violencia e insalubridad; el 57% de los presos sin condena, es decir, más de 400 ciudadanos encerrados sin juicio, entremezclados con personas condenadas penalmente; co-gobierno de funcionarios y organizaciones delincuenciales, con lo que eso implica en cuanto a corrupción y abuso.
Las primeras preguntas:
-¿Cuántas de las personas presas ahora mismo en Honduras y el resto de América Latina fueron previamente exhibidas por policías y fiscalías en «juicios mediáticos», utilizándonos para ello a los periodistas?
-¿Cuántas víctimas de Comayagua fueron criminalizadas por medios y periodistas mucho antes de que un tribunal resolviera su inocencia o culpabilidad?
-¿El que muchas de esas personas resultaran, al final de sus juicios, condenadas, justificaba que fueran enjuiciadas y denigradas mediáticamente?
-¿Periodistas y medios seguiremos desempeñando el papel de apéndices de un sistema de justicia penal inquisitorio enfocado en castigar en vez de dar justicia?
-¿Seguiremos ayudando a ese obsoleto sistema a encerrar de forma indiscriminada a miles de ciudadanos imputados de delito que ya tras las rejas quedan sometidos a la exacción y el riesgo creciente de morir con violencia?
El cauce noticioso del linchamiento contra tres jóvenes en San Mateo Huitzilzingo, a su vez, es macabro por su carga violenta. A juzgar por los contenidos publicados y sus respectivos enfoques, es posible identificar cinco momentos en el discurso mediático:
1) Vecinos «hicieron justicia» contra unos «secuestradores».
2) La Procuraduría del Estado de México detuvo a los «culpables».
3) Las víctimas no eran secuestradores, sino «albañiles» y no tenían «antecedentes penales» —lo que sea que esto signifique.
4) La causa del conflicto fue «piropear» a mujeres.
5) Lo que en realidad produjo el linchamiento fue una «rivalidad amorosa».
En este caso mediático con tufo telenovelero, las preguntas son:
-¿Por qué periodistas y medios nos limitamos a reproducir versiones oficiales, incluyendo los twits del procurador Alfredo Castillo Cervantes, sin documentar las causas estructurales de este y otros sucesos recurrentes en ese estado?
-¿Por qué la policía fue incapaz de resguardar la integridad física de las víctimas y, en general, el gobierno estatal no pudo reaccionar con eficacia?
-Si las víctimas hubieran resultado oficialmente secuestradores y/o con «antecedentes penales», ¿quedaba justificado el proceder de los linchadores?
-¿Pretendemos convincente la versión de que personas pueden ser linchadas «por piropear»? ¿Tan fácil puede resolverse una tragedia de esas dimensiones?
El manejo noticioso superficial de un hecho atroz oculta la responsabilidad gubernamental, legitima un proceder social anti-democrático y abona el terreno para que la historia se repita, porque no contribuye al aprendizaje social. Por el contrario, como dice Roberto Saviano, «El relato no tiene la capacidad de modificar lo que sucedió, pero puede transformar lo que está por suceder» [Vente conmigo, Anagrama, 2011, p. 24].
¿Seguro que los periodistas no matamos?
fd
20.02.12 | por | Categorías: Proyecto de Violencia y Medios
http://insyde.org.mx/blog/blogs/blog4.php/2012/02/20/iseguro-que-los-periodistas-no-matamos
Una sociedad despiadada genera medios y periodistas despiadados. Esto no nos exime de responsabilidad, sino que contextualiza nuestra función ante la comunidad como proveedores de información noticiosa a su imagen y semejanza.
Si como periodistas repetimos que nosotros «no producimos los hechos, solo los damos a conocer; no matamos, solo informamos sobre muertos», nuestro problema no es nada más de honestidad, también de transparencia: como magos, pretendemos que el público, fascinando con el acto, es incapaz de comprender el truco y hasta que hay truco.
En Teoría del periodismo [Ediciones y Publicaciones, 2006], Felipe Pena de Oliveira escribe: «No basta con producir científicos y filósofos o incentivar a navegantes, astronautas y otros viajeros […], es preciso que narren y transmitan informaciones otros miembros de la comunidad que buscan la seguridad y la estabilidad del ‘conocimiento’. A eso, bajo ciertas circunstancias éticas y estéticas, puedo denominar periodismo» [p. 25].
Dudo que honremos con frecuencia esta enaltecedora y estimulante definición, además de que hay sucesos que nos confrontan con quienes como Pena de Oliveira insisten en dar a la profesión de periodista una noción de comunidad.
El linchamiento de tres jóvenes en San Mateo Huitzilzingo, municipio de Chalco, al oriente de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México [febrero 10, 2012], y el incendio de la prisión de Comayagua, en Honduras, que mató a 358 personas [febrero 15, 2012], nos confronta como periodistas a preguntas que podrían ser incontestables para nosotros.
Al sobrevenir el incendio, la prisión de Comayagua padecía los males endémicos de los sistemas penitenciarios latinoamericanos, el de México incluido: hacinamiento por sobrepoblación del 200%, con su cauda de violencia e insalubridad; el 57% de los presos sin condena, es decir, más de 400 ciudadanos encerrados sin juicio, entremezclados con personas condenadas penalmente; co-gobierno de funcionarios y organizaciones delincuenciales, con lo que eso implica en cuanto a corrupción y abuso.
Las primeras preguntas:
-¿Cuántas de las personas presas ahora mismo en Honduras y el resto de América Latina fueron previamente exhibidas por policías y fiscalías en «juicios mediáticos», utilizándonos para ello a los periodistas?
-¿Cuántas víctimas de Comayagua fueron criminalizadas por medios y periodistas mucho antes de que un tribunal resolviera su inocencia o culpabilidad?
-¿El que muchas de esas personas resultaran, al final de sus juicios, condenadas, justificaba que fueran enjuiciadas y denigradas mediáticamente?
-¿Periodistas y medios seguiremos desempeñando el papel de apéndices de un sistema de justicia penal inquisitorio enfocado en castigar en vez de dar justicia?
-¿Seguiremos ayudando a ese obsoleto sistema a encerrar de forma indiscriminada a miles de ciudadanos imputados de delito que ya tras las rejas quedan sometidos a la exacción y el riesgo creciente de morir con violencia?
El cauce noticioso del linchamiento contra tres jóvenes en San Mateo Huitzilzingo, a su vez, es macabro por su carga violenta. A juzgar por los contenidos publicados y sus respectivos enfoques, es posible identificar cinco momentos en el discurso mediático:
1) Vecinos «hicieron justicia» contra unos «secuestradores».
2) La Procuraduría del Estado de México detuvo a los «culpables».
3) Las víctimas no eran secuestradores, sino «albañiles» y no tenían «antecedentes penales» —lo que sea que esto signifique.
4) La causa del conflicto fue «piropear» a mujeres.
5) Lo que en realidad produjo el linchamiento fue una «rivalidad amorosa».
En este caso mediático con tufo telenovelero, las preguntas son:
-¿Por qué periodistas y medios nos limitamos a reproducir versiones oficiales, incluyendo los twits del procurador Alfredo Castillo Cervantes, sin documentar las causas estructurales de este y otros sucesos recurrentes en ese estado?
-¿Por qué la policía fue incapaz de resguardar la integridad física de las víctimas y, en general, el gobierno estatal no pudo reaccionar con eficacia?
-Si las víctimas hubieran resultado oficialmente secuestradores y/o con «antecedentes penales», ¿quedaba justificado el proceder de los linchadores?
-¿Pretendemos convincente la versión de que personas pueden ser linchadas «por piropear»? ¿Tan fácil puede resolverse una tragedia de esas dimensiones?
El manejo noticioso superficial de un hecho atroz oculta la responsabilidad gubernamental, legitima un proceder social anti-democrático y abona el terreno para que la historia se repita, porque no contribuye al aprendizaje social. Por el contrario, como dice Roberto Saviano, «El relato no tiene la capacidad de modificar lo que sucedió, pero puede transformar lo que está por suceder» [Vente conmigo, Anagrama, 2011, p. 24].
¿Seguro que los periodistas no matamos?
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Fuente: Análisis a fondo
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