Jose Arregi
Cuando digo “iglesia”, no me refiero a la “Iglesia” propiamente dicha: la gran comunidad de Jesús, discípulas y discípulos, hermanas y hermanos de Jesús que miran y aman el mundo con los ojos de Jesús, que disfrutan de la Vida y sienten compasión con las entrañas de Jesús. Santa Iglesia de Jesús sin límites de catecismos ni pretensiones de verdad ni monopolios de virtud. No. Cuando aquí digo “iglesia”, me refiero a la institución, la jerarquía, el aparato eclesiástico: “iglesia” con minúscula.
¿Qué le pasa a la iglesia con el dinero? Pues le pasa exactamente lo mismo que nos pasa a casi todos: codicia, avaricia y dependencia. Y, ante todo y sobre todo, adicción al Poder que da el Dinero, poderoso caballero. Pero si es así, y todo indica que es así, está de sobra Jesús, el Evangelio está de más, y harían bien los obispos en apearse de todo ese montaje, o en renunciar a llamarlo “Iglesia” y en dejar de tomar el nombre de Dios en vano. Cuando lo más sagrado se mezcla con los dineros (o con el poder), la religión se convierte en sacrilegio.
No vengo a denunciar la riqueza del clero. El clero no es rico, no lo es al menos por el sueldo que cobra ni por los ahorros de sus cuentas. El clero es más bien pobre, y en general es muy austero (por lo demás, entre los curas que conozco, nadie se hizo cura para “tener un trabajo fijo” –¡qué mal gusto, por Dios, y qué despropósito!– , como dice este año la publicidad del día del Seminario que se celebra mañana, día de San José; un seminario que necesita de tal marketing me parece a mí una mala empresa, además de un muy mal seminario). Hasta los obispos son en general pobres y austeros. Pero el poder, ¡ay el poder…! El hecho es que la iglesia (en minúscula: la institución eclesiástica, incluyendo en ella las numerosas congregaciones y órdenes religiosas) es propietaria de inmensas riquezas, en particular inmuebles. ¿De quién son esas riquezas y para quién? ¿De quién acabarán siendo esas innumerables propiedades de la iglesia: templos, ermitas, casas (parroquiales o no), fincas, parcelas, monasterios, conventos, monumentos, colegios, clínicas, hoteles y casas de espiritualidad (o lo primero bajo nombre de lo segundo)?
La iglesia católica es, como se sabe, una de las mayores propietarias inmobiliarias de este país. En tiempos pasados, y de buena o de mala gana, una sociedad enteramente católica puso todos esos bienes en manos de las instituciones eclesiásticas o religiosas. Sea. Eran otros tiempos. Pero hoy, en una sociedad donde los católicos ya son franca minoría y disminuyen sin cesar, ¿es justo que la iglesia católica siga gozando de tantas propiedades y en condiciones tan ventajosas? No pregunto si esta situación es evangélica, a saber, si responde al Espíritu de Jesús. Huelga la pregunta, de tan evidente que es la respuesta. Pregunto si esta situación es justa, si es éticamente admisible. Me parece que no lo es.
La iglesia católica, como también se sabe, está exenta del impuesto sobre bienes inmuebles (IBI). Justamente, acaba de plantearse en el Congreso español la exigencia de que la iglesia española pague el IBI, como parece que va tener que hacerlo la poderosa iglesia italiana. (Dicho sea de paso: ¡qué casualidad que al Partido Socialista se le haya ocurrido justamente ahora que no gobierna una exigencia que estuvo en su mano imponer a la iglesia pero no lo hizo mientras gobernaba!).
La iglesia institucional, como era de esperar, ha puesto ya el grito en el cielo. Pero no le hemos oído citar al respecto ninguna frase del Evangelio, ningún dicho de Jesús (¿cómo podría hacerlo? En balde buscaría ningún dicho de Jesús en su favor en toda esta cuestión). Se ha limitado, como era también de esperar, a defender sus intereses enmascarados de derechos o incluso de caridad. Vayamos por partes.
Primero: intereses enmascarados de derechos. “La iglesia católica –se nos dice– no goza de ningún privilegio en cuestión de IBI, pues se le aplica la misma ley que rige para los bienes inmuebles de todas las asociaciones sin ánimo de lucro”. Que digan los expertos si es o no es así, pero yo apostaría a que, también en lo que se refiere al Impuesto de Bienes Inmuebles, la iglesia católica goza de muchos privilegios, si la comparamos con otras religiones o asociaciones o fundaciones sin ánimo de lucro. Eso por un lado. En cuanto a que las instituciones católicas posean “sin ánimo de lucro” tantos bienes inmuebles como poseen, ¿qué queréis que os diga? Toda la credulidad del mundo no bastaría para creerlo. ¿Cómo es que la iglesia institucional posee tantas casas, fincas, conventos, monumentos, colegios, clínicas y hoteles sin ánimo alguno de lucro? Misterio. Y si de verdad no tienen ánimo de lucro, ¿cómo es que les cuesta tanto deshacerse de tantos bienes? Otro misterio.
Segundo: intereses enmascarados de altruismo o incluso de caridad. “No hay en el Estado –se apresuran a decir los obispos sacando pecho– ninguna institución que desempeñe una labor social tan altruista y caritativa como la Iglesia. ¿Qué sería, por ejemplo, si los colegios religiosos dejaran de escolarizar a casi la mitad de nuestra sociedad? ¿Y qué sería de tantos y tantos pobres si no existiera Caritas, que depende de la iglesia? Vosotros, socialistas e izquierdosos todos, ¿queréis acaso fiscalizar la caridad, someterla a impuestos?”. Yo también pienso que casi todos los colegios y universidades religiosas desempeñan una magnífica labor educativa –y lo hacen tanto mejor cuanto más libres son de las directrices de la jerarquía eclesiástica–, pero no es la iglesia institucional sino los padres (religiosos o no) de las alumnas/os los que pagan (muy “religiosamente”) de su propio bolsillo la esmerada educación que reciben sus hijas e hijos en esos centros religiosos. Se puede discutir si los centros educativos ahorran algo al Estado, pero en ningún caso el mérito sería de las instituciones religiosas, sino de los sufridos padres que pagan.
En cuanto a Caritas… ¡Qué feo es apelar a Caritas, admirable Caritas, para justificar el injustificable apego de la iglesia al poder, al privilegio y al lucro! ¿No pretenderán hacernos creer que son los obispados, despojándose de sus bienes o vaciando sus tesoros, los que proporcionan a Caritas las enormes sumas de dinero que permiten comer y vivir y tener una casa a tanto necesitado? Caritas sí es evangelio puro. Caritas sí es auténtica Iglesia de Jesús. La historia de la Caridad sí es la verdadera historia de la verdadera Iglesia. Pero el mérito no es de la iglesia con minúscula. Y mencionar a Caritas para justiciar la exención del IBI es puro sofisma. El dinero que gestiona y distribuye Caritas –por cierto, de manera muy fiable– no es dinero de la iglesia, es dinero de la gente, dinero de gente compasiva y generosa, religiosa o no religiosa, afín u hostil a la iglesia católica. Y aunque no existiera Caritas, la Caridad seguiría existiendo, y estoy seguro de que la gente buena seguiría dando de su dinero para la gente necesitada.
Jesús, el profeta manso y resuelto, el que expulsó y seguiría expulsando a los mercaderes del templo, dijo: “No podéis servir a Dios y al Dinero”. Y también dijo: “El que tenga oídos para oír que oiga”.
Para orar. CENTINELA, ¿QUÉ HAY DE LA NOCHE?
Solo una cinta en flor guarda el entorno
de la garita, libres los ejidos.
Tarda la lluvia, pero en el bochorno
ya estalla nuestra sed de redimidos.
Para que Dios se vea Dios ahora,
hay que ir haciendo el Reino, a contramano
de cualquier otro reino; y es la hora
de que este mundo lobo sea humano.
¿Qué fue del latifundio, centinela?
¿Qué hay de la esperanza, compañeros?
La noche de los pobres está en vela
y el Dueño de la tierra ha decretado
abrir todos los surcos y graneros,
porque el eón del lucro ya ha pasado.
(Pedro Casaldáliga)
Fuente: Atrio
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