Carmelo Álvarez, USA
Una vez más llegamos a ese momento crucial en que dejamos atrás un viejo año y nos aprestamos a recibir el nuevo. Es un rito de pasaje que cada año nos rodea de sensaciones muy diversas. La mayoría de las personas desean olvidar momentos dolorosos que llevaron a la separación física de seres queridos o rupturas de todo tipo desde divorcios hasta distanciamientos de amistades y familiares, por las razones que fueren.
Sin embargo, siempre tenemos este optimismo que nos llama a mirar hacia el futuro con esperanza. Somos seres humanos tercamente afirmados y afirmadas con posibilidades de reclamar lo mejor de nuestra humanidad y los más altos ideales que implica enmendarnos y proponernos ser mejores. Yo afirmo esa dimensión pues soy por naturaleza optimista. Pero debo advertir que más allá de nuestras buenas intenciones hay que discernir y decidir como humanidad los rumbos que tenemos que escoger. Nuestras aspiraciones, sueños y deseos son necesarios. Pero la fuerza ética que nos plantea retos ineludibles, incluso para la preservación de la creación y por ende de la especie humana, está en juego. A pesar de nuestras buenas intenciones seguimos atrapados en conductas que nos pueden llevar a nuestro propio precipicio y destrucción. ¡Los tiempos que enfrentamos son de una gran complejidad!
Casi todos los desafíos que tenemos por delante son producto de nuestro atropello contra la naturaleza y su equilibrio. Los últimos 500 años hemos experimentado los más grandes logros tecnológicos, científicos y de desarrollo industrial y económico, como nunca antes en la historia de la humanidad. De igual forma han sido los siglos en que la destrucción de nuestro hábitat natural ha ido erosionando nuestra propia existencia y subsistencia. Desde la contaminación del agua hasta la explotación indiscriminada de los recursos naturales, la mayoría de ellos no renovables, el cerco de nuestra autodestrucción se hace cada día más evidente.
Entonces, ¿qué hemos de hacer?
Creo que podríamos comenzar con una actitud de humildad y conversión. Nuestra fe, tanto en su dimensión moral como espiritual, debería señalarnos rutas para enmendarnos, cambiar, corregir y llamarnos a cuentas como seres humanos racionales y sensibles. Aquella afirmación bíblica en Lucas 18.8, puede ser una admonición y una promesa: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”. Pienso que tanto para las personas creyentes en una fe religiosa como para hombres y mujeres de buena voluntad que tienen fe y se piensan agentes morales que miran con perplejidad, pero también con una gran dosis de compromiso en la necesidad de que los seres humanos nos unamos en una gran gesta de reconciliación y paz, el llamado es ineludible. Hace falta un verdadero humanismo ecuménico hacia este siglo 21 que nos sigue desafiando y acompañando. El cinismo no es el camino, la urgencia en actuar responsablemente es nuestra fuerza. Todos y todas somos agentes de transformación.
Frente a las guerras, los conflictos de todo tipo que generan más y más violencia y las ideologías paralizantes y enajenantes, hay que seguir soñando y luchando por un mundo mejor. Nuestra utopía es ese lugar distinto y posible que nos aguarda, pero que hemos de construir con imaginación y tenacidad. Como decía el Mahatma Gandhi en la India: “Si la fuerza espiritual que existe en el mundo fuera más negativa que positiva, hace tiempo estaríamos destruidos”.
Afirmemos que hemos sido puestos aquí en este mundo de Dios con el propósito de propiciar una gran convivencia de toda la creación, en una gran parábola de ternura y amor que nos envuelva a todos y todas. Un poema de nuestro querido obispo Pedro Casaldáliga sugiere una ruta de paz:
Danos, Señor, aquella Paz extraña
que brota en plena lucha como una flor de fuego;
que rompe en plena noche como un canto escondido;
que llega en plena muerte como el beso esperado.
Danos la Paz de los que andan siempre,
Desnudos de ventajas,
Vestidos por el viento de una esperanza núbil.
Aquella Paz del pobre que ya ha vencido el miedo.
Aquella paz del libre que se aferra a la vida.
La Paz que se comparte en igualdad fraterna
Como el agua y la Hostia.
(Pedro Casaldáliga, Al acecho del Reino, 233)
Que esa paz inquieta nos encamine en este nuevo año 2011 hacia proyectos y luchas por la justicia y la paz, hacia un mundo nuevo. Estos son mis deseos y mi terco optimismo.
¡Feliz y desafiante 2011!
Carmelo Álvarez, Chicago, IL
28 de diciembre de 2010
Fuente: LUPA PROTESTANTE
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