Por Domingo Riorda.
La beatificación de alguien se produce luego que se le comprueba la dignidad (santidad) de su vida y que después de muerto realizó por lo menos una acción considerada milagrosa. Es decir, el milagro supera la dignidad de vida. Esta no tiene alcance para ser considerado beato por lo que la “santidad” queda en segundo lugar pospuesta por el pase mágico.
El reconocido analista argentino Washington Uranga, en una nota publicada en el matutino Página 12 del 15 de enero, distingue entre argumentos “formales”, “procedimientos y razones canónicas” y las “razones de orden político, institucional y cultura”.
Entre las primeras coloca como fundamental “la supuesta comprobación de acontecimientos milagrosos que según el juicio eclesiástico prueban que la persona es capaz de mediar ante Dios para generar hechos sobrenaturales”
En las segundas cusas se encuentra el accionar estratégico que en el caso de JPII se aceleraron los tiempos de proceso, al igual que con Teresa de Calcuta y José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, pero que “No ha ocurrido lo mismo, por ejemplo, con la causa por la cual se busca canonizar al obispo mártir salvadoreño Oscar Romero, asesinado en El Salvador el 24 de marzo de 1980 por su lucha a favor de los derechos humanos, y cuyo camino hacia la santidad institucional resulta mucho más difícil que el reconocimiento popular de la feligresía latinoamericana” que en muchos casos lo nombra como “San Romero de América”
Esa diferencia de criterio se produce por la interpretación del estilo de vida de quienes son propuestos para la beatificación. Esta es una actitud ideológica si tomamos en cuenta su definición como “un conjunto de ideas sobre el sistema general de una sociedad teniendo en cuenta los aspectos económicos, social, político, cultural, moral religioso” es decir, tener una visión determinada sobre la vida.
Así es que la premura por la beatificación de JPII y la demora en casos como el mártir Oscar Romero se debe a una cuestión ideológica, que se agrava si se tiene en cuenta que entre los criterios de beatificación el mártir no necesita el aval del milagro para ser declarado santo. Este aspecto explicaría porque el Vaticano no quiere reconocer como mártir a Oscar Romero ni a Enrique Angelelli, obispo asesinado en La Rioja durante la Dictadura del 76 en Argentina.
En el mencionado artículo Uranga entiende que la decisión del Vaticano sobre JPII es una estrategia de reposicionamiento de la ICR y que “el papa Benedicto XVI se está reafirmando a sí mismo” ya que “no sólo es el sucesor de Wojtyla” sino que “fue su lugarteniente” y “ahora profundiza el rumbo conservador que le dejó como herencia su predecesor”
En esa óptica se desarrollan los argumentos de 13 teólogos que, junto a profesores católicos romanos de Europa y América Latina, se oponen a la beatificación de JPII. En su manifiesto denominado “Llamada a la claridad” exponen siete cuestiones para fundamentar el rechazo a la propuesta vaticana.
El texto, dado a conocer, entre otros, por el Observatorio Eclesial de México, se afirma que Karol Wojtyla tuvo “tenaz oposición a considerar, a la luz del Evangelio, la ciencia y la historia, algunas normativas de ética sexual”; explicitó la “dura confirmación del celibato eclesiástico”; rechazó “discutir en forma seria y profunda la condición de la mujer en la Iglesia”; la “no aplicación” de “normas establecidas por el Concilio Vaticano II para una mayor democracia interna” y practicó la “represión” de los teólogos de la liberación en América Latina.
Aseguran que encubrió a pederastas como Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, ejerció presión contra la Teología de la Liberación, bloqueó a las Comunidades de Base y se negó al diálogo con los fieles comprometidos con la justicia evangélica.
Entre los firmantes del manifiesto se encuentran el sacerdote Casimir Martí; el escolapio Ramón María Nogués, y el profesor de la Universitat de Barcelona Jaume Botey. También Juan José Tamayo, fundador de la Asociación de Teólogos Juan XXIII; Casiano Floristán, profesor emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca, y Rosa Cursach, teóloga mallorquina.
Es evidente que la oposición a la beatificación de JPII presenta un estilo de vida, una ideología, distinta a la que mantiene el Vaticano. Desde la perspectiva cristiana se puede afirmar que son dos concepciones de interpretar el evangelio pero esa afirmación deja el asunto circunscripto a una discusión dentro de una organización. Es necesario recalcar el aspecto ideológico porque esas interpretaciones tienen que ver con lo que se entiende debe ser la vida humana y la concreción de una sociedad determinada.
Recientemente en Malargüe, provincia de Mendoza, Argentina, un cura que estaba escuchando un recital en la Fiesta Nacional del Chivo, se levantó de su silla, avanzó sobre el escenario e interrumpió al conjunto coral que actuaba alegando que lo que interpretaban, una crítica al celibato, estaba en contra de la fe católica. Luego, ese mismo cura, en declaraciones radiales dijo que ““La violación de la fe es diez mil veces peor que la violación de una hija” Como el obispo local estaba en Vaticano habló el vocero eclesial quien justificó al cura porque defendía la fe. (*)
Esa es una visión de la vida, una ideología de cómo tiene que ser la sociedad que en el caso de este cura, del vocero episcopal y la poquísima reacción en contra de esas declaraciones comprobaría que ese acto corresponde al estilo que impone actualmente la ICR.
Hay que reconocer que el Vaticano tiene todo el derecho de adoptar la ideología que crea que debe tener. Lo que no tiene derecho es vender espejitos de colores para esconder o desfigurar su postura ideológica. (PE)
(*) Ver PreNot 9319 del 110121Fuente: Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
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