miércoles, 12 de enero de 2011

María Elena Walsh.


Por Aníbal Sicardi.

Manuelita y Resucitando, fueron dos de las canciones cantadas a pleno en la despedida de María Elena Walsh, que falleció el lunes 10 a los 80 años.

En algún momento se impone el reduccionismo y sobre M.E.W. puede afirmarse que ambas son expresiones ejes de quien, según las crónicas, nació el primer día del febrero del 30, el año de la hecatombe económica internacional y a siete meses del golpe de José Félix Uriburu, el 6 de setiembre, en Argentina.

Las cepas paternas y maternas vinieron mezcladas. Su padre, Enrique Walsh es descripto como “anglo-argentino” y su madre, Lucía Elena Monsalvo, proveniente de familia andaluza. Don Walsh gustaba de buena literatura, entre ella Dickens, músico con prominencia hacia el piano. Además, o especialmente, era empleado del ferrocarril en Ramos Mejía, Gran Buenos Aires, por lo que los viajes de Manuelita tienen un antecedente particular en esos trenes que iban y venían por el Oeste.

Buena posición económica, sociedad tradicional, no tenía porque complicarse la vida pero a los 12 dijo “cartón lleno” y se anotó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. A los 15 lanzó su primer poema, “Elegía”, publicado en El Hogar, la leída revista porteña de aquella época.

Comienza a escribir en el matutino La Nación y en 1947 -17 años- obtiene el segundo Premio Municipal de Poesía con el libro Otoño imperdonable, donde ya enfrenta el tema de la muerta en versos como "Qué llanto conocí, qué desconsuelo: era el otoño y era la llovizna, todos los pájaros habían muerto”

Grandes como Borges, Neruda, Silvina Ocampo, Juan Ramón Jiménez hablan de la María Elena como la promesa de la juventud en el mundo de la poesía. Prefiguran que sería la realidad querible por incontables niños/niños y niños/grandes.

Vale la cita. Juan Ramón Jiménez, el autor de Platero y yo, fue quien le facilitó una beca para que fuera a la Universidad de Maryland, Estados Unidos. Seis meses de profundas experiencias que, al igual que con otras amistades, como con la fotógrafa Sara Facio, se recrean en su novela de 2008 Fantasmas en el parque.

Detallista en los recuerdos de su entorno, aparentemente pequeños como las plantas, animales domésticos, ladrillos, fideos finos, que ensalza colocándolos en el podio de las maravillas de la vida, moviliza las neuronas hacia otra gran poeta argentina como fue Olga Orozco. Ella también era del oeste, no de Buenos Aires, sino de La Pampa. Nacida en la pequeña localidad de Toay, 1920, luego de vivir un tiempo en Bahía Blanca se radicó en Buenos Aires sin olvidar que “A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas/ una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta/…o el ruido de una piedra recorriendo la indecible tiniebla de la medianoche/ a veces, sólo el viento” descripto en Lejos, Desde Mi Colina.

Mujeres que calan hondo en la sensibilidad humana atizando el pensamiento y el compromiso. Así es que con María Elena Walsh surge el inescapable desafío de releer sus ensayos, cuentos, poesías, declaraciones, entrevistas y aparece la sana envidia de saber que estuvo con gente como Angel Bonomini, Leda Valladares, Pablo Picasso, Jacques Prévert, Violeta Parra y tantos otros y otras cuyo nombres están grabados en la memoria y en el sentimiento. Muchos de ellos y ellas, símbolos de la militancia y el compromiso

Desde 1962, mediante su presentación en el Teatro San Martín, de Buenos Aires, sabemos que la vaca es estudiosa, que el pescador tiene su canción, y que hay un Reino del Revés y una mona que se llama Jacinta.

Tal vez podamos ver en María Elena Walsh aquello que Olga Orozco decía de Berenice “No estabas en mi umbral/ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia/y que presagian niños o animales hechos con la sustancia de la frustración/ Viniste paso a paso por los aires/pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos/enmascarados por los andrajos ardientes de febrero/

Por alguna razón, hoy se nos aparece una y otra vez Manuelita, esa tortuga de María Elena que desnuda la soberbia de las liebres y el Resucitando que atestigua que la gente como ella estará siempre presente.+ (PE)

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