José Antonio Pagola
28-Diciembre-2010
Volver a Jesús: tarea urgente en el cristianismo actual 1
Segunda conferencia en el Aula de Teología de la Universidad de Cantabria, 4 de noviembre de 2010
Ayer, después de oír hablar de Jesús, casi todas las preguntas se plantearon en torno a la cuestión de ¿y nosotros qué? ¿Y la jerarquía, qué?… Jesús atrae hacia algo mejor y, por eso, enseguida se plantea, desde diversas perspectivas, la necesidad de cambiar. Por eso el tema del que hoy vamos a hablar es: Volver a Jesús, el Cristo, tarea urgente en el cristianismo actual.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia experiencia de cómo estamos viviendo hoy el cristianismo en la Iglesia; cada persona tiene su propia sensibilidad, su trayectoria y, seguramente, todos tenemos una visión distinta de las cosas.
1. Algunos hechos en la Iglesia actual
En un primer momento, voy a destacar algunos hechos mayores que están sucediendo en la actualidad y que nos pueden permitir un primer punto de partida para reflexionar sobre la necesidad y la posibilidad de una conversión radical a Jesucristo. Están ocurriendo muchas cosas pero yo voy a señalar tres puntos nada más:
El riesgo de la reacción automática
Durante estas últimas décadas, se han multiplicado estudios teológicos, encuestas, sondeos, sobre la situación crítica de las iglesias cristianas en Occidente. Tratar de ignorar esos datos sería un error, supondría pretender avanzar hacia el futuro con los ojos cerrados. Sin embargo, no es ése el mayor peligro; hay un riesgo todavía más peligroso. Condicionados por esos datos sociológicos, corremos el riesgo de reaccionar automáticamente, sin detenernos a discernir cuál debería de ser hoy la actitud de unos seguidores fieles a Jesús.
En estos momentos existe el peligro real de que la Iglesia se vaya configurando desde fuera con una reacción instintiva ante los datos que nos ofrecen los sociólogos, y no como fruto de un discernimiento y una apertura valiente y confiada al Espíritu de Jesús. Voy a señalar algunos aspectos:
No es difícil observar hoy cómo van tomando cuerpo en la Iglesia actitudes de nerviosismo, de miedo; comportamientos generados muchas veces, más por el instinto de conservación que por el Espíritu de Jesús que, como decimos en el credo, es siempre dador de vida.
Es fácil también constatar cómo va creciendo en algunos sectores una actitud auto-defensiva ante la sociedad moderna; una actitud que está muy lejos de ese espíritu de misión que comunicó Jesús a sus seguidores cuando les decía: Id a anunciar que Dios está cerca, curar la vida; os envío como ovejas en medio de lobos.
Por último, estoy observando cada vez más que, en algunos sectores, estamos llegando a ver en la sociedad moderna sólo un adversario, el gran adversario de la Iglesia, que quiere destruir de raíz el cristianismo. Y de manera casi inconsciente se puede llegar a hacer de la denuncia y de la condena todo un programa pastoral.
A veces es la actitud más importante de este momento; recientemente el obispo francés Claude Dagens, portavoz de la Conferencia Episcopal Francesa, dijo en un estudio: A veces, estamos haciendo de la fe una contra-cultura, y de la Iglesia una contra-sociedad. Desde esa actitud es muy difícil, prácticamente imposible, anunciar al Dios de Jesús como el mejor amigo de todo ser humano.
Por lo tanto, el riesgo de una reacción automática, muy comprensible pero también muy instintiva, que no es la mejor para actuar con responsabilidad y con lucidez.
La tentación del restauracionismo
En estos momentos de profundos cambios socio-culturales en los que probablemente habría que tomar decisiones de gran alcance, parece ser que sectores muy importantes de la Iglesia se han decidido más bien por el restauracionismo. Volver al pasado y asegurar las cosas antes de que se nos caigan, con el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, una religión cada vez más anacrónica y menos significativa para las generaciones venideras.
En vez de ir caminando con los hombres y mujeres de hoy, colaborando desde el proyecto del Reino de Dios de que hablábamos ayer, hacia una sociedad más digna, más justa, más fraterna, más sana, parece que, sectores dirigentes muy importantes, tienden más bien a la conservación firme, rígida, disciplinada de la tradición religiosa. Es muy explicable porque, quienes tienen más responsabilidad, más suelen tender a este tipo de actuaciones instintivas.
A partir de aquí, en todos los sectores, no sólo en los dirigentes, sino en las bases también, se está infiltrando, casi sin darnos cuenta, un conservadurismo religioso que no se conocía después del Concilio y que yo creo que está lejos del espíritu profético y creativo de Jesús. Se vigila el cumplimiento estricto de la normativa, no hay concesión alguna a la creatividad, todo parece que ya está fijado para siempre y se diría que, lo único que hay que hacer, en estos tiempos de cambios socio-culturales tan profundos, es conservar y repetir el pasado. Yo lo veo explicable pero a mí, sencillamente, se me hace difícil reconocer en todo esto la invitación de Jesucristo a poner el vino nuevo en odres nuevos.
Pasividad generalizada
Para mí, el dato más significativo puede ser este tercer punto, aunque de esto no se hable demasiado. El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es, seguramente, la pasividad. Evidentemente hay un número muy importante y muy valioso –no lo quiero olvidar- de cristianos y cristianas que viven muy comprometidos en grupos, comunidades, parroquias, plataformas, áreas de marginación, proyectos educativos, países de misión… No hay duda de que hay una minoría muy importante, y que va a ser más importante y más significativa todavía en el futuro. Pero eso no impide ver que la actitud mayoritaria es la pasividad.
Durante siglos hemos educado a la masa de los fieles para la sumisión, la docilidad, el silencio, la pasividad… El cristianismo se ha organizado como una religión de autoridad y no como una religión de llamada a todo el pueblo de Dios. Y las estructuras que han ido naciendo a lo largo de los siglos no han promovido la corresponsabilidad del pueblo de Dios.
En la práctica se ha hecho, del movimiento de Jesús, una religión en la que la responsabilidad de los laicos y laicas, en buena parte ha quedado anulada. Y aun después del Concilio, aunque el lenguaje ha cambiado, se puede decir que todavía en muchos ámbitos y ambientes no se les necesita para pensar, proyectar y menos aún para decidir cómo ha de ser la marcha actual de la Iglesia hoy.
Tal vez es el principal obstáculo para promover la transformación que necesita urgentemente el cristianismo actual. Millones y millones de fieles, una masa enorme de gente entregada a la sumisión de una jerarquía que tiene la tentación del restauracionismo.
Es difícil, en esta situación, ver cómo vamos a poder enfrentarnos a los tiempos nuevos y abrir caminos al Reino de Dios siguiendo los pasos de Jesús. Por eso los pastoralistas -no tanto entre nosotros, pero sí en Europa, Canadá, EEUU- se están haciendo ya muchas preguntas. ¿Es posible una transformación? ¿Y qué transformación en estas circunstancias? ¿Podrá el cristianismo encontrar en su interior el vigor espiritual, la fuerza espiritual que necesita para desencadenar la conversión a Jesucristo? ¿Es posible movilizar las fuerzas, dentro de la Iglesia actual, hacia un seguimiento más fiel y más radical a Jesús? ¿Cómo? ¿A qué precio? ¿A través de qué despojos, de qué crisis, de cuántas personas quemadas en el camino? Son muchas las preguntas y no es fácil tener una respuesta clara.
2. Volver a Jesús el Cristo
¿Es posible la conversión?
A mi entender, el giro que necesita el cristianismo actual, la autocorrección decisiva, consiste sencillamente en volvernos a Jesucristo, es decir, centrarnos con más verdad y más fidelidad en la persona de Jesucristo y en su proyecto del Reino de Dios. Creo que esta conversión es lo más urgente y lo más importante que puede ocurrir en la Iglesia en los próximos años. Muchas cosas habrá que hacer en todos los campos -litúrgico, pastoral…- pero nada más decisivo que esta conversión.
Juan Pablo II, en una carta admirable que escribió a comienzo del siglo XXI dice así: No nos satisface la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo; no, no hay fórmulas mágicas. No será una fórmula la que nos salve, pero sí una persona, y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”.
Esa conversión no es un esfuerzo que se le pide solamente a la jerarquía; ni que hemos de exigir solamente a los religiosos y a las religiosas, a los teólogos y a las teólogas, a un sector muy concreto de la Iglesia. Es una conversión a la que nos tenemos que sentir llamados todos en la Iglesia. Yo suelo hablar de una “conversión sostenida” a lo largo de muchos años, de muchas décadas; una conversión que hemos de iniciar ya las generaciones actuales, sin esperar a nada más, y que hemos de transmitir como talante, como espíritu a las generaciones futuras.
Después de veinte siglos de cristianismo el corazón de la Iglesia necesita conversión y purificación y, en unos momentos en que se está produciendo un cambio socio-cultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes, un corazón nuevo para engendrar de manera nueva la fe perenne en Jesucristo, pero esta vez en la sociedad moderna.
No sólo aggiornamento
Voy a explicar un poco más lo que quiero decir. No estoy pensando sólo en un aggiornamento, aunque sea necesario, sino en un retorno radical a Jesucristo. Como sabéis, parece ser que Juan XXIII fue el primero en hablar de aggiornamento, ponernos al día, adaptar la Iglesia a los tiempos de hoy; algo por supuesto absolutamente necesario porque, si la Iglesia quiere realizar su misión, tiene que encarnarse en cada época, en cada cultura, en cada tiempo.
Yo hablo de volver al que es la única fuente y el origen de la Iglesia, el único que justifica su presencia en la historia y en el mundo. Estoy hablando de dejarle ser, al Dios encarnado en Jesús, el único Dios en la Iglesia, el Abbá, el único amigo de la vida y del ser humano. Y sólo desde esta conversión será posible el verdadero aggiornamento.
No sólo reforma religiosa
No me refiero sólo a una reforma religiosa, sino a una conversión al Espíritu de Jesucristo. Cuando uno ve que el cristianismo vivido con toda la buena voluntad por muchas gentes, no está centrado sin embargo en el seguimiento a Jesús, sino en el cumplimiento correcto de una religión; cuando se observa que el proyecto del Reino de Dios no es, en muchas comunidades, la tarea primordial clara; cuando la compasión no ocupa el lugar central en el ejercicio de la autoridad y en el quehacer de nosotros, los teólogos; cuando los pobres, los pequeños, los indefensos, los olvidados, no son los primeros en las comunidades cristianas… queda claro que no se necesita sólo alguna reforma religiosa, sino una verdadera conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús.
En esta sociedad será cada vez más difícil vivir sólo de la adhesión disciplinada a la Institución eclesial. Si en los próximos años no se produce un clima de conversión al Espíritu de Jesús, yo creo que el cristianismo corre el riesgo de diluirse en formas religiosas cada vez más decadentes y más sectarias y cada vez más alejadas de lo que fue el movimiento inspirado y querido por Jesús.
No sólo cambios
La renovación urgente que necesita hoy la Iglesia no va a venir sólo de algunas reformas litúrgicas que nos preparen los especialistas, ni de algunas innovaciones pastorales, aunque sean necesarias. Tenemos que actualizar la experiencia fundante; necesitamos volver a las raíces, volver a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió, porque nosotros no estamos, ni viviendo ni contagiando, en buena parte, lo que Jesús vivía y contagiaba.
La Iglesia se tiene que enraizar en Jesucristo como la única verdad de la que nos está permitido vivir y caminar hacia el futuro creativamente. No basta sólo con poner orden en la Iglesia, ni introducir algunas reformas en el funcionamiento eclesiástico. Yo necesito vivir y respirar en la Iglesia otro aire, otro clima diferente, de búsqueda humilde, aunando fuerzas, una búsqueda incesante para reproducir y vivir hoy entre la gente lo esencial del evangelio.
¿Es posible? ¿Cómo se puede hacer? ¿Por dónde hay que empezar? ¿Qué podemos decir?
Voy a ofrecer cuatro líneas, dentro de las cuales caben muchas más cosas que luego podemos ir comentando.
1. Introducir en el cristianismo actual la verdad de Jesús
Me parece que es lo primero. Dar pasos hacia mayores niveles de verdad, en nuestras vidas, nuestros grupos, nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestra Iglesias diocesanas y, naturalmente, también en las instancias centrales de la Iglesia. En este sentido, voy a desarrollar dos pequeños puntos.
Poner la verdad de Jesús
Nos hemos de atrever a discernir qué hay de verdad y qué hay de mentira en el cristianismo actual. Qué hay de verdad y de mentira en nuestros templos y en nuestras curias, en nuestras celebraciones y en nuestras actividades pastorales, en nuestros objetivos y nuestras estrategias… Y no cerrar los ojos, no resignarnos a vivir un cristianismo sin conversión. No podemos vivir en una Iglesia sin que se respire un deseo de conversión. Ni dejar pasivamente que se vaya perdiendo el recuerdo de Jesús entre nosotros, en nuestro país.
¿Hasta cuándo vamos a poder seguir sin hacer un examen colectivo de conciencia en la Iglesia, a todos los niveles? Hemos comenzado el siglo XXI sin hacer un examen. Celebrando un jubileo muy hermoso y que ha hecho mucho bien, pero sin empezar el siglo XXI preguntándonos ¿dónde estamos?, ¿cómo estamos? y ¿hacia dónde queremos ir? ¿Por qué no se promueve en la Iglesia una revisión honesta, sincera, de nuestro seguimiento a Jesús?
Todos decimos que una persona sólo se convierte y renueva cuando reconoce sus errores, sus pecados; sólo entonces le es posible volver a su verdad más auténtica. ¿Y cómo podrá, esta Iglesia tan querida, esta Iglesia de Jesús, dar pasos hacia su conversión si no reconocemos los errores y pecados que hay entre nosotros? No tenemos que tener miedo de poner nombre a nuestros pecados; y no se trata de echar las culpas unos a otros, muchas veces para justificar, cada sector, nuestra propia mediocridad. Es un error doloroso pensar que la Iglesia se va a ir convirtiendo a Jesús sólo con criticarnos, descalificarnos y condenarnos unos a otros. Así no se avanza hacia la conversión al Evangelio.
Lo que necesitamos todos es reconocer y cargar con el pecado de la Iglesia; no todos tenemos la misma responsabilidad pero, de alguna manera todos somos cómplices; sobre todo con nuestra omisión, nuestra pasividad, nuestro silencio y mediocridad. El pecado de la Iglesia está en todos, en nuestros corazones y en las estructuras, en nuestras vidas y en nuestras teologías, y todos y todas estamos llamados a la conversión.
Cuestionar falsas seguridades
En estos momentos, poner verdad en la Iglesia es también poner en crisis falsas seguridades que nos impiden escuchar la llamada a la conversión. Hoy es muy difícil escuchar una llamada seria en ese sentido; yo estoy muy atento y no oigo ni la palabra; en Cuaresma se habla de la conversión, pero sólo dura hasta la Pascua… y luego, hasta el año que viene.
Es peligroso vivir con la conciencia de que somos la Iglesia santa de Jesús, sin revisar mínimamente si le estamos siendo fieles o no, y hasta qué punto. Es peligrosa nuestra convicción de que tenemos una misión única, y luego no preguntarnos si estamos realmente escuchando al Espíritu de Jesús para ver a dónde nos envía hoy. Y me parece peligrosa esa seguridad inconsciente de creernos que ya estamos proclamando a Jesús y su mensaje, sin ser una Iglesia oyente de la Palabra –como decía el gran teólogo Karl Rahner-. Es un error creer que Dios tiene que llevar hoy a cabo su misión salvadora en el mundo ajustándose exactamente a los caminos que nosotros le tracemos, sin revisar si están o no viciados por nuestra cobardía y nuestra mediocridad. Y es un error pretender contar con la bendición de Dios, incluso para mantener y desarrollar, muchas veces con buena voluntad, nuestros propios intereses eclesiásticos.
¿Por qué nos sentimos tan seguros? ¿Por qué condenamos con tanta facilidad el pecado en el mundo y somos tan ciegos para ver nuestro propio pecado? ¿Por qué Jesús se va a identificar con nuestra manera, poco fiel a veces, de vivir tras sus pasos? ¿Por qué va a confirmar nuestras incoherencias y nuestras desviaciones del evangelio? ¿Por qué va a estar Cristo a nuestro servicio si nosotros no estamos al servicio del Reino de Dios? ¿No seremos ciegos que quieren conducir hoy, a otros ciegos?
2. Recuperar la identidad de seguidores de Jesús
Aquí también voy a apuntar solamente dos aspectos.
Nuestra verdadera identidad
Hemos de recuperar y cuidar nuestra identidad irrenunciable, que es la de ser seguidores y seguidoras de Jesús. ¿Y qué es esto en concreto? A mi juicio es caminar, en los años venideros, hacia un nivel nuevo de existencia cristiana. Pasar, en la historia del cristianismo, a una nueva fase en la que sea un cristianismo más inspirado y motivado por Jesús y más estructurado para servir a su proyecto del Reino de Dios, un mundo más humano, fraterno, dichoso…
Si ignora a Jesús, la Iglesia vivirá ignorándose a sí misma. Si ignora a Jesús, no podrá la Iglesia conocer lo más esencial y decisivo de su tarea, de su misión. Si no sabe mirar la vida, si no sabe mirar a las personas y al mundo con la compasión con la que miraba Jesús, la Iglesia será una Iglesia ciega, que cree verlo todo con una luz sobrenatural y privilegiada pero que, sin darse cuenta, se puede estar cerrando al único que es, como dice San Juan, la luz verdadera que ilumina –no sólo a la Iglesia- sino a todo hombre que viene a este mundo.
Y si no escucha la voz del Padre, como hacía Jesús, si no escucha el sufrimiento de la gente como Él, la Iglesia será una Iglesia sorda. Creerá escuchar como nadie la verdad de Dios sobre el ser humano, pero será una Iglesia que no puede comunicar la Buena Noticia del Dios encarnado y revelado en Jesús.
Nueva relación con Jesús
Recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús significa buscar una nueva relación con Él. La conversión que se nos pide hoy significa, en concreto, una calidad nueva en nuestra relación con Jesucristo.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado sólo de manera abstracta, un Jesús mudo, del que no se puede escuchar nada especial para el mundo de hoy, un Jesús apagado, que no seduce, que no llama, que no toca a los corazones… es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando. Una Iglesia sin Jesucristo sería una Iglesia acabada.
Necesitamos una Iglesia marcada por la experiencia de Jesús; impulsada por creyentes que tienen conciencia de vivir desde él y para su proyecto del Reino de Dios. Cristianos y cristianas que pertenecen a Jesús y que, sólo por ser de Jesús, pertenecen a la Iglesia y están en ella contribuyendo humildemente a hacerla más fiel a él.
¡Qué necesidad tenemos de cristianos y cristianas que, en todos los niveles de la Iglesia, vayan introduciendo entre nosotros a Jesús como lo mejor, lo más valioso, lo más atractivo, lo más amado…! ¡Jesús, nuestro Maestro y único Señor!
Y no importa dónde está cada uno y qué responsabilidad tiene porque a todos se nos invita a colaborar en una tarea difícil pero apasionante, atractiva; la tarea de ir pasando, en la historia del cristianismo, a una fase nueva, más fiel a Jesucristo. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le viva y se le sienta a Jesús de una manera más intensa y nueva. Todos podemos hacer que, allí donde nos movemos, la Iglesia sea un poco más de Jesús, y que su rostro sea más parecido al suyo.
3. Hacia una nueva figura de Iglesia
No es fácil decir qué pasos concretos tendríamos que dar. Naturalmente no es una tarea de un teólogo, de una persona o de otra… Va a tener que ser un aunar esfuerzos. Yo voy a señalar dos aspectos.
Importancia decisiva del relato evangélico de Jesús
Creo que hemos de recuperar la importancia decisiva que tuvo, en el nacimiento de la Iglesia, la experiencia que se vivió, en medio del Imperio, de unos pequeños grupos que se reunían a escuchar la memoria, el recuerdo de Jesús, recogido en los evangelios.
Hoy, en la medida en que avanza la investigación de los primeros momentos del cristianismo, se empiezan a clarificar muchas cosas. Siempre hemos dicho que la gran figura fue San Pablo con sus cartas, pero resulta que sus cartas apenas las entendía nadie. La gente, los cristianos del puerto de Corinto eran analfabetos; no había pergaminos ni códices. Ahora que tenemos sus cartas impresas en el NT, las leemos, las explicamos, pero los primeros cristianos no. Influyó San Pablo, sin duda alguna, pero el que verdaderamente influyó fue ese Jesús, recordado en comunidades y grupos muy pequeños. Recordad que en el evangelio de Mateo aparece, en labios de Jesús, esta frase: Donde dos o tres –no más- se reúnan en mi nombre, allí estoy yo. Ésa es la experiencia que se vivió.
Se calcula –los datos no son fiables- que hacia final del siglo II había solamente unos 25.000 cristianos, dispersos por el Imperio en grupos muy pequeños. El centro era Jesús, recordado en los evangelios. Y cuando el Imperio se fue desmoronando y corrompiendo, se vio que allí había unos grupos que sabían vivir la vida de otra manera más humana, y emergió el cristianismo. Como podría emerger en medio de esta sociedad.
Los evangelios no son libros didácticos, que exponen una doctrina académica sobre Jesús. Tampoco son unas biografías redactadas fríamente para informarnos con detalle de la trayectoria histórica de Jesús. Lo que se recoge fundamentalmente en los evangelios es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él y respondieron a su llamada. En los evangelios encontramos la experiencia que vivieron con él los discípulos y discípulas, lo que marcó sus vidas y las orientó hacia su seguimiento.
No deberíamos olvidar que, en cualquier época, los evangelios son para los cristianos una obra única. No podemos equiparar, a la ligera, los evangelios con todos los demás libros de la Biblia por el hecho de que todos sean Palabra de Dios. Eso es cierto, pero en los evangelios hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: la memoria bendita de Jesús, tal como era recordado, con amor y con fe por sus primeros seguidores y seguidoras. ¡Qué pena que todavía hoy haya cristianos que sólo conocen los evangelios de lo que les suena de los predicadores y tienen la idea de distintos fragmentos… un milagro, una parábola, la navidad, la semana santa… y que en nuestros pequeños grupos y comunidades no estemos reavivando nuestra vida en torno al relato evangélico de Jesús!
Los evangelios, precisamente porque fueron escritos para generar nuevos creyentes y nuevos seguidores, son, antes que nada, relatos de conversión. Y piden ser escuchados, estudiados y meditados, en actitud de conversión. Los evangelios invitan a un proceso de cambio, de seguimiento a Jesús, de identificación con su proyecto. Y en esa actitud de conversión, sostenida dominicalmente, los evangelios han de ser leídos, predicados, comentados, meditados, repensados y guardados como lo mejor que tenemos de Jesús. Sus evangelios guardados en el corazón de cada creyente y en el corazón de cada parroquia, de cada comunidad cristiana.
Me parece que, un punto de partida y de arranque para ir creando otro clima, son estos grupos de Jesús.
Génesis permanente de la Iglesia
Creo que los creyentes y las creyentes que se pongan de verdad en contacto vivo con el relato de Jesús en los evangelios, serán los que conocerán la experiencia de sentirse reengendrados con Jesús a una nueva forma de vivir su adhesión a él. Porque, ¿qué se aprende de los evangelios? No se aprende fundamentalmente doctrina; se aprende un estilo de vivir, el estilo de vivir de Jesús. En los evangelios se aprende una manera de estar en la vida, un modo de habitar el mundo, un modo de interpretarlo, de tratarlo; una manera de crear la historia haciéndola mejor.
Lo primero que se aprende de Jesús no es doctrina, sino su manera de ser, su manera de amar, de confiar en el Padre, de preocuparse por el ser humano. Y yo entiendo que ese esfuerzo por aprender a pensar como Jesús, a sentir como él, a amar la vida como él, a vivir como él, a compadecernos de los que sufren como él, a esperar en el Padre como él… tenemos que clavarlo en el centro de la Iglesia, empezando por clavarlo en el centro de los grupos, de las pequeñas comunidades cristianas y de las parroquias.
Eso es lo primero que hemos de cuidar. Ahí se puede ir gestando una nueva Iglesia. En estos momentos no podemos dedicarnos a cosas accidentales, secundarias; tenemos que ir a lo esencial.
Hemos de concebir a la Iglesia como una realidad viva, que está en génesis permanente, engendrándose permanentemente del Jesús recordado en los evangelios. No tenemos que pensar que la Iglesia ya está hecha y ahora la tenemos que adaptar a estos tiempos. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, la que le da cuerpo a Cristo; por eso la Iglesia, en cada época, en cada momento y en cada país tiene que irse gestando y naciendo de Jesús.
Por eso, nuestra tarea primordial no es ser fieles a una figura de Iglesia y a un cristianismo del pasado, desarrollados en otros tiempos, para otras culturas. Lo que nos ha de preocupar hoy no es repetir el pasado; aprender del pasado sí, pero vivir el presente y abrirnos al futuro. Lo que nos tiene que preocupar es hacer posible hoy el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades capaces de reproducir con fidelidad la presencia de Jesucristo y capaces de actualizar su proyecto en la sociedad actual.
4. Reavivar la esperanza
Soy muy consciente de que, en estos momentos, la Iglesia no necesita sólo crítica, ni mucho menos; no necesita sólo verdad, necesita también aliento para reavivar su esperanza. Pero la esperanza no va a nacer de discursos, de palabras, de estímulos. Creo que necesitamos construir unas nuevas bases que hagan posible la esperanza; una esperanza realista, desde una perspectiva cristiana, sólo se puede fundamentar en el Dios encarnado en Jesucristo.
No sabemos cuándo ni cómo ni por qué caminos actuará Dios para seguir impulsando su reinado; lo que no podemos hacer es mirar al futuro sólo desde nuestros cálculos y previsiones. La Iglesia no puede disponer de su destino, no puede fundamentar su porvenir en sí misma; nuestra esperanza está sólo en Dios. Sólo Dios salva, y Dios seguirá incansable, llevando adelante su proyecto de salvación en el mundo. Dios seguirá haciendo realidad, dentro y fuera de la Iglesia, con nosotros o sin nosotros, su plan de salvación. Dios no se echa atrás, la secularización moderna no pone en crisis a Dios, y nuestra mediocridad no va a bloquear su acción salvadora. Dios es Dios, y no se nos tiene que olvidar. El Dios de Jesucristo es nuestro mayor potencial de esperanza.
¿Qué hemos de hacer nosotros?
Preparar nuevos tiempos
Creo que la esperanza se vive y la viven los que están ahora preparando nuevos tiempos; no los que están como espectadores que sólo se lamentan, se quejan, gritan, discuten… y no aportan más. Sólo los que están tratando de abrir nuevos caminos son los que nos van a traer esperanza.
Todos, aunque sea de manera humilde, podemos ir empujando, paso a paso, a la Iglesia a ser más de Jesús de lo que hoy es. Habrá que inventar recetas, pero muchas recetas se quemarán. Habrá que seguir muchos caminos errados para ir descubriendo cuál es el camino acertado. Hace pocos meses leía lo que decía un teólogo de París: es fácil que la Iglesia necesite todo un siglo para acertar a situarse y a situar el mensaje y el Espíritu de Jesús en la sociedad moderna. Un siglo… bien pensado, no es nada; han pasado 50 años desde el Concilio…
Habrá que empujar a la Iglesia, habrá que inventar recetas… pero, sobre todo, hemos de promover otro clima; solamente en otro clima será posible vivir con más esperanza. Necesitamos respirar de manera nueva el evangelio; se nos está pidiendo movilizarnos, para replanteárnoslo todo desde una fidelidad nueva a Jesús. Dios es insondable, Dios es una gran sorpresa; yo estoy convencido de que al cristianismo le esperan grandes sorpresas todavía. Jesús no ha dado todavía lo mejor; yo no lo veré, pero lo intuyo.
¿Cómo se puede preparar esto? ¿Cómo se puede preparar el futuro y tener esperanza cuando parece que no hay futuro? No hay recetas concretas, pero hay caminos de búsqueda, aunque no nos demos cuenta. Abramos los ojos: hay parroquias muy humildes, que no son las grandes catedrales, que están en la periferia, en las que hay un clima nuevo, donde se hacen gestos y se viven compromisos que apuntan hacia un estilo nuevo y más convincente de seguimiento a Jesús. Y hay grupos y plataformas que están llevando a la gente a un camino de mejor calidad humana, y de calidad evangélica más auténtica.
Hay una manera nueva de percibir el evangelio, hay una conciencia cada vez más viva de ser seguidores de Jesús. Yo ya sé que iniciar caminos nuevos de conversión nos está exigiendo a todos mayores niveles de fe y de amor a Jesús. Pero hay caminos que ya se pueden ir abriendo de manera germinal; quizás muchos quedaremos quemados en el camino, pero no importa. Jesús dijo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no será fecundo. Necesitamos personas que se quemen; su vida tendrá alguna pequeña y humilde fecundidad. Preparar germinalmente nuevos caminos.
Trabajar la conversión y el cambio
Yo creo que se necesitan unas actitudes nuevas. Voy a señalar dos.
Primero: Creo que hemos de aprender a vivir cambiando; no a vivir repitiendo, sino cambiando. Esto quiere decir aprender a despedir lo que ya no evangeliza, lo que no abre caminos al Reino de Dios, para estar más atentos a lo que está naciendo, a lo que vemos que abre los corazones de los hombres y mujeres de hoy a la Buena Noticia de Dios. Y, sin darnos cuenta, estamos ya despidiendo formas de pastoral y evangelización preparadas para una situación de cristiandad que hoy ya no existe. Ciertamente se están dando pequeños pasos hacia una fe nueva. Aprender a vivir dando pasos, no sencillamente esperando la extinción, mirando a ver quién es el último para que apague la luz…
Segundo: Hemos de aprender, poco a poco, a darle forma al cambio. Yo conozco ambientes donde es posible experimentar nuevos lenguajes para comunicar la Buena Noticia de Dios. Y conozco ambientes en donde se puede empezar a dialogar con personas más alejadas. Hoy es muy difícil trazar fronteras, ¿quién está dentro? ¿Quién está fuera? ¿Quién cree? ¿Quién no cree? Yo me muevo entre grupos de “buscadores” –los llamamos así- que me salen diciendo: José Antonio, esto que yo vivo, ¿será fe?
¿Qué es creer? La gente anda muy perdida, tenemos que dialogar, tenemos que contagiar la pequeña fe que tiene cada uno. Hay parroquias donde ya es posible otra convivencia, donde es posible, y se está haciendo ya, una acogida nueva, una amistad cristiana nueva. Hemos dicho cosas sublimes de la comunidad cristiana, de la comunión, teorías… pero necesitamos ser amigos y amigas, estrechar lazos de amistad en nuestras parroquias y comunidades.
Hay lugares, ámbitos, parroquias, donde es posible dar nueva responsabilidad a la mujer. En realidad hay pocas cosas que no puede hacer hoy la mujer, sólo dos: presidir la Eucaristía y presidir el sacramento de la Reconciliación. Prácticamente todo lo demás podría quedar en manos de la responsabilidad de mujeres. Si no lo hacemos, no es por el Derecho Canónico, que lo permite, sino por nuestra pereza, nuestra insensibilidad, nuestra torpeza…
Creo que en estos momentos tenemos que dedicar mucho más tiempo, mucha más oración, mucha más escucha del evangelio, mucha más atención y energías a escuchar muchas llamadas, carismas nuevos, vocaciones nuevas, caminos nuevos de conversión. Al comienzo todo es frágil, todo es pequeño; nosotros tenemos la suerte de poder sembrar sin ver la cosecha. Es una gozada, sembrar y no cosechar. En el evangelio sólo está la parábola del sembrador; no está la que querríamos nosotros, la parábola del cosechador…
La Iglesia no ha tocado fondo todavía. Todavía vamos a experimentar mucho más el carácter vulnerable y frágil de la Iglesia. Y vamos a poder compartir la condición de perdedores junto a otros sectores olvidados en esta sociedad, que son perdedores. En la Iglesia vamos a estar entre los últimos; eso no es una desgracia, sino que puede ser una verdadera gracia. Una Iglesia con poco poder, una Iglesia frágil, vulnerable, donde la gente descubre, cada vez más que hay pecado. No es una desgracia, es caminar con más verdad.
Vamos a estar entre la espada y la pared. Vernos mal no es malo, puede irremediablemente dirigirnos hacia el evangelio y hacia Jesucristo. Jesús lo anunció, posiblemente pasando por Magdala, una pequeña ciudad donde se encontró con María; esta ciudad era famosa por las conservas, los salazones; había mucha sal que se traía del mar Negro y la sobrante, la mala, estaba amontonada por las calles, abandonada… Jesús dijo en alguna ocasión: fijaos en la sal, cuando pierde su sabor, todo el mundo la pisotea…
No nos defendamos mucho porque, si muchas veces el mundo actual nos está pisoteando, es, en parte, porque no encuentra en lo que nosotros le ofrecemos como sal, el sabor que necesita el mundo para creer en la Buena Noticia de Jesucristo. Yo creo que lo importante es seguir caminando como dice la Carta a los hebreos, fijos los ojos en Jesús que es el que inicia y el que consuma nuestra fe.
Muchas gracias.
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