Por: Luis Daniel Cárdenas M.
Siendo cristiano, sí creo en un Estado laico (o "neutral" como algunos lo denominan). Y no creo en él por puro relativismo moral, sino porque es una forma de abrir más el diálogo entre distintos puntos de vista entre personas con experiencias de fe y creencias distintas a las nuestras. En mi propia vida he sido testigo de cómo otras formas de fe han fortalecido mi camino como cristiano y no me avergüenza decirlo. No creo, sinceramente, que un Estado laico termine igualando a sectas con las iglesias ya constituidas por la sencilla razón de que la fuerza mediática y política de evangélicos y católicos es predominante, al menos cuantitativamente en el caso de los evangélicos (¡cualitativamente es otro decir!). Por otro lado, temer la igualdad formal (porque de eso se trata el Estado laico) con otras confesiones por esas razones es tomar en poco el poder de cambio latente que hay dentro de las iglesias cristianas.
Me preocupa que se apueste más en forzar una igualdad "cristiana", que en tejer puentes de diálogo con los cristianos en general. Hay una fuerte tendencia, desde mi punto de vista, al fundamentalismo. Y, un fundamentalismo cristiano evangélico, en estos momentos, es de temer. Nunca antes ha habido tanta dispersión y conflicto dentro de la iglesia evangélica (o el conjunto de las iglesias evangélicas). Los niveles de individualismo (tanto en el “caudillismo” pastoral como en el discurso de los mismos sermones pastorales), y la tendencia ciega al iglecrecimiento y al pastorcentrismo son temas que me hacen pensar en lo desatinado que resulta que los mismos cristianos evangélicos piensen si quiera en un “Estado crisitiano”: ¿un Estado cristiano con cristianos que nunca han sabido resolver los problemas en su propia casa? La iglesia evangélica tiene poder para cambiar y hacer grandes cosas... pero habría que comenzar por limpiar la casa propia…
Un Estado laico puede convivir sin ningún problema con principios cristianos. El principio de laicidad es un principio de igualdad formal, no real. Lo real está en la vivencia de fe de cada sujeto, y desde ese punto de vista no hay necesidad de igualdad, pero sí de libertad, la cual está garantizada constitucionalmente. Lo formal es que el Estado debe garantizar igualdad entre todos los ciudadanos. Y, por justicia formal, en cuanto el Estado no se debe a ninguna iglesia, éste no tiene por qué darle ningún tipo de privilegio: sea simbólico o económico. Una cosa es garantizar el ejercicio de la fe y otra, muy distinta, es promoverla. El Estado no debe soltar dinero a las iglesias para favorecerlas: ni a la Iglesia católica ni a las fragmentadas iglesias evangélicas. Lo ideal sería que las iglesias cristianas, en general, fortalezcan al Estado laico por medio de principios cristianos, universales, sin que esto suponga obligar a todos los ciudadanos a acatar una moralidad particular o fe cristiana. Creo que no es necesario favorecer económicamente a una iglesia para que ella pueda compartir principios cristianos: estos principios deberían funcionar a todo nivel. ¿Por qué no pensar en una iglesia que pueda influir en el ámbito educativo o ciudadano? ¿En vez de favorecer económicamente a las iglesias por qué no permitir que todas las iglesias tengan la oportunidad de participar en proyectos de desarrollo a favor de sus comunidades? Es mejor garantizar que las iglesias construyan el reino de Dios y no promover iglesias manejadas por caudillos y fariseos que lucran con la necesidad de las personas en nombre de Dios. En ese sentido, el reino de Dios es un asunto ético, más allá de cualquier moralismo. A continuación profundizaremos en dicha distinción.
Siento que se pueden confundir las cosas fácilmente... Hay una seria y gran distinción entre ética y moral. Yo NO creo en la moralidad cristiana, pero creo en una ética cristiana. La moralidad es contextual. Si fuéramos consecuentes moralmente con el texto bíblico del Antiguo Testamento, sobre todo en el Pentateuco, no dudaríamos en destruir las iglesias no judeocristianas y en exterminar a sus feligreses. Ser moralista es peligroso: es contentarse con lo que creemos que es bueno y es malo, sin reparar en lo que realmente sucede en el mundo de hoy. Un ejemplo más cercano: la cultura evangélica. La cultura evangélica es moralista: en algunas iglesias está mal visto que las mujeres usen pantalón mientras ministran, en otras los que ministran mascan chicle y andan descalzos durante las alabanzas. En cualquiera de las dos situaciones su juicio y el mío serán eminentemente de carácter moral. La pregunta es: ¿El Estado debe ser el que guarde una buena moral? ¿No es demasiado que un Estado tenga que regir por "las buenas costumbres"? Cada iglesia es libre de hacer lo que bien le parezca. Si uno cree que mascar chicle está bien mientras se ministra, se queda, si no le parece, se va y busca otra más "conservadora". Por ello es que hay una gran abundancia de "nómades evangélicos": por el exceso de moralismo dentro de la iglesia y la falta de ética. Yo he sido uno de ellos.
Y, bueno, hablemos de ética entonces. La ética es el compromiso real que tenemos con el mundo de hoy. La ética se refleja en nuestras acciones articuladas sistemáticamente. La ética no es necesariamente buena o mala: sencillamente está para favorecer la vida en común. Ética viene de ethos, y el ethos significa vida en comunidad. Aunque suene difícil de creer el tema de la piratería es un tema ético y no moral. Formalmente es “mala” la piratería: pero, en la práctica (en el mundo del día a día) si queremos divertirnos, culturizarnos o educar a nuestros hijos (y no tenemos recursos o acceso para comprar originales) entonces tendremos dos caminos: o no acceder a esos beneficios o ser cómplices con la piratería. Cuando la piratería deja de ser un conflicto moral (si es bueno o es malo) y entra a ser una práctica común, entonces dicha práctica se vuelve un conflicto ético. No es un tema sobre algo que creo que es bueno o malo, sino que es, sobre todo, un tema de principios: de educación y ciudadanía. No me podrán decir, por lo tanto, que la piratería es el problema de algunos cuantos inmorales.
La ética, en tal sentido, tiene que ver con los principios reales que se viven en el día a día. Ser moralista pero despreocuparse por lo ético es ser hipócrita. La informalidad, la mediocridad, el individualismo son problemas éticos que yo creo que el cristianismo sí puede resolver (a pesar de que muchas iglesias evangélicas convivan con dichos problemas). Pero para ello, es necesario enfatizar en el hecho de que los principios éticos (cristianos) no están en las creencias, ni en las buenas costumbres, sino en la capacidad de ir articulando iniciativas que nos permitan vivir bien, en medio de las diferencias. Y si creo en el Estado laico, es justamente porque creo en los avances y en los conflictos del mundo de hoy. Creo que Dios no solamente está con los evangélicos: sería un despropósito pensar así siendo cristiano... Jesús vino a tumbarse a los fariseos (la voz oficial del judaísmo de aquel entonces), e incluso dejó que un desconocido al otro lado del río siguiera proclamando la venida del Reino de Dios, a pesar del descreimiento de sus discípulos.
Jesús fue el menos moralista y probablemente el más ético de los humanos. Resquebrajó casi todas las costumbres: habló con una samaritana (ni siquiera un samaritano), andaba en banquetes y con prostitutas. ¿Guardaba las buenas costumbres? No. Pero sí tenía principios éticos, esto es, acciones claras y definidas que han sido hasta hoy motivo de gran admiración para creyentes y no creyentes. Los principios cristianos no son para "cristianos" solamente, son para todos los seres creados. Todos, sin excepción, estamos llamados a alcanzar la estatura de Cristo...
Luis Daniel Cárdenas M.
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