sábado, 16 de julio de 2011

Brasil: Despojo en vísperas del Mundial y las Olimpiadas


En Río de Janeiro

Al oeste de Río de Janeiro, más de 900 familias están amenazadas de desalojo. Es el preámbulo del Mundial de futbol y las Olimpiadas. “El gobierno nos robó todo. Nuestro tiempo con la familia y nuestra paz”, dice Jane Nascimento, activista y habitante de Villa Autódromo.

Testimonio recogido por Tatiana Lima, en Villa Autódromo, Río de Janeiro, Brasil
Fotos: Tatiana Lima
desinformémonos

Me llamo Jane Nascimento. Nací en Río de Janeiro. Soy activista social y lucho todos los días para no ser desalojada de mi casa, donde vivo hace nueve años con mi familia, en la comunidad de la Villa Autódromo, localizada en la zona oeste de Río. El miedo a ser removida por el gobierno es constante y paraliza la vida. No puedo trabajar más y tampoco hago lo que más amo: actividades sociales con los niños de la comunidad. No sobra tiempo para nada, todo el día tengo que ir a un foro, hacer una manifestación o atender un vecino con el corazón perturbado y sin fe en el futuro.

Llegué a Villa Autódromo el 26 de abril del 2002, pero vivo en la región desde los ocho años, cuando la avenida Aberlardo Buerno, que quedaba al margen de la comunidad, no existía, y la mata era virgen y cerrada. La luz era de linterna. Pescábamos en el lago, molíamos la caña, plantábamos yuca y hacíamos tortillas. Era muy rural. Entraban muchas culebras a nuestras casas y, cuando llovía, había mucho lodo. Aquí no pasaban los carros. El transporte era sólo a caballo o en bicicleta. Había pequeñas familias de pescadores en la región, pero no era todavía una comunidad estructurada como lo es hoy.

Estudié hasta la secundaria. Estudiar para mí es muy importante. No hice la universidad porque era muy peligroso en aquella época. Teníamos que pasar por un camino en donde, a veces, algunos hombres se escondían para agarrar a las mujeres. Nuestra protección eran los chiflidos. Cuando un morador escuchaba ruido de gente corriendo y percibía el rumor de las hojas secas partiéndose, comenzaban los chiflidos. Los vecinos de otras casas escuchaban y también chiflaban. La acción era repetida y generaba un sonido continuo como el de una sirena. El hombre se asustaba y desistía.

Esos terrenos que hoy abrigan varios edificios inmensos eran antiguamente sitios con pequeñísimas casas donde yo y mi familia vivíamos. Éramos caseros. Las personas que tenían una buena situación compraban tierra aquí, pero no querían vivir en la región, porque sólo había mata. Por eso, colocaban caseros para que cuidaran la tierra. Un día mi papa dijo, y estaba en lo cierto: “Aquí, en el futuro, se emprenderán proyectos y van expulsar al pueblo”.

Fue por medio de las obras del Autódromo que comenzó a poblarse. A las personas les gusta vivir cerca de donde trabajan. Es gracioso que el gobierno no se dé cuente de eso. En realidad, el poder público lo sabe, pero, como está ausente, finge no saber y cierra los ojos ante el crecimiento desordenado de la ciudad para después culpar, injustamente, a los pobres de la miseria y de todo lo malo que sucede. Diversas comunidades surgieron así en esta área: Arroio Pavuna, Asa Branca, Villa Autódromo y otras tantas.

Esta área comenzó a ser urbanizada y habitada de forma más visible a partir de 1994. En ese año los caseros comenzaron a salir y se construyeron edificios. Ahora es un lugar totalmente diferente de cuando lo conocí. Escogí este lugar para vivir porque aquí es tranquilo y no hay violencia. La puerta de mi casa se queda abierta. Esa es la realidad de la Villa Autódromo hasta hoy.

Nunca me gustó la política, pero siempre me gustó ayudar, en especial con las actividades de los niños. Mi activismo social comenzó en la escuela de mi hija. Con el tiempo, descubrí que la escuela tenía un presupuesto rotativo. Cuando tenía noticias que una familia estaba sin dinero para comida o medicinas, yo iba con la directora. Con educación, le planteaba que la familia necesitaba ayuda, y pedía para comprar medicamentos o productos de la canasta básica para los niños.

Con el tiempo, la dirección de la escuela dejó de verme con buenos ojos, pero fui electa de forma espontánea como representante de los alumnos y padres en el consejo de educación. Este consejo se reunía junto con la delegación mensualmente. Descubrí que había desvíos de materiales, desde papeles hasta arroz, frijoles, o sea, de la comida para la merienda de los niños.

La comida era pésima. Muchos niños reclamaban que sabía a caca. Pensaba que era exagerado, pero fui a comer un día a la escuela y sentí el olor a excremento en los frijoles. En la reunión con la Secretaría Municipal de Educación hablé con la verdad. La directora me detestaba cada vez más y mi hija empezó a ser perseguida en la escuela. Mi militancia política comenzó ahí.

Mi trabajo con los niños fue el principal motivo para aceptar participar en la asociación de moradores, pero después vinieron las amenazas de remoción. Primero con el nombre de Juegos Panamericanos. Ahora con el nombre de Juegos Olímpicos. Los eventos son sólo una disculpa. La verdad es que los empresarios no aceptan que gente humilde como nosotros viva entre ellos. La tierra elevó mucho su valor. Ahora, ellos quieren el terreno para construir grandes proyectos inmobiliarios y usan los eventos como disculpa, o criminalizan al pueblo, diciendo que somos contaminadores.

El gobierno nos robó todo. Nuestro tiempo con la familia. Mi activismo social con los niños. Nuestra paz. No sobra tiempo para nada. Está muy pesado. Las personas tienen miedo de relacionarse con la Asociación de Moradores. La gente corre riesgo porque luchamos contra todo. Contra las empresas privadas; contra el capitalismo, que intenta pasar con el tractor por encima de nosotros y derribar la comunidad; contra el gobierno, que no respeta nuestros derechos.

Ya trabajé en la empresa Sharp Corporation. Salí porque había mucho robo y aquello no era ambiente para mí. Ganaba seis salarios mínimos en aquella época. Usted no me reconocería. Andaba de uña pintada, zapatos altos, ropa elegante, impecable. Dejé todo para trabajar en las artes plásticas. Ahora no trabajo porque no tengo cómo atender a los clientes y cumplir los plazos, tengo que ir a toda hora a la Defensoría Pública y a las manifestaciones.

No sé si vamos a conseguir una solución favorable para la comunidad, pero tenemos que resistir y trabajar. Para mí, la lucha por Villa Autódromo es una lucha humanitaria, por la ciudadanía. Y no voy a parar.

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