La vida de unas 12 millones de personas corre peligro en el Cuerno de África como consecuencia de una hambruna que está castigando, de manera especial, a Somalia.
Cerca de medio millón de niños se encuentran en peligro de muerte inminente por la misma razón. Con esos datos escalofriantes sobre la mesa, la FAO, organización de la ONU para la agricultura y la alimentación, celebró ayer una cumbre en Roma, a la que asistieron representantes de los 191 Estados miembros.
La cita tenía por objetivo movilizar a la comunidad internacional, sobre todo a los países más ricos, para canalizar ayudas hacia la castigada región. En comparación con los cientos de miles de millones de euros que Europa y EEUU destinan a rescatar sus sectores financieros o los billones de euros que se juegan a diario en el casino financiero internacional, lo que la ONU pide es una minucia: 1.600 millones dólares a medio plazo para resolver problemas más estructurales, y 300 millones en dos meses para evitar una profundización de la catástrofe humanitaria.
El director general de la FAO, por su parte, urgió 80 millones de euros en donaciones para la asistencia agrícola inmediata. Los objetivos no se cumplieron. Francia, país que, en su calidad de presidente del G-20, solicitó la convocatoria de la cumbre, sólo había aportado 10 millones.
Salvar a Somalia y a los otros países del Cuerno de África es una obligación moral de las sociedades más prósperas. Lo que no les debe hacer olvidar el problema de fondo: el creciente desequilibrio mundial entre ricos y pobres, consecuencia de tres décadas de neoliberalismo salvaje. Todo está relacionado. Pero, en este momento, toca Somalia.
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